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viernes, 13 de junio de 2014

TEATRO CANIBAL. PROPOSICIONES. 4

42. En el momento en que el teatro se subalterniza, el Estado se apropia de su forma distorsionada. El escenario se vuelve el lugar de la política. Como en el Estado teatro balinés, no se trata solamente de la espectacularidad del poder, sino de su eficacia.
“Los ceremoniales estatales del Bali clásico eran teatro metafísico, teatro designado para expresar una visión sobre la naturaleza última de la realidad y, al mismo tiempo, para modelar las condiciones de vida existentes de tal manera que resultasen consonantes con dicha realidad; es decir, teatro para presentar una ontología, y, al presentarla, hacer que ocurra, convertirla en real.” (Geertz, Clifford, Negara. El Estado-teatro en el Bali del siglo XIX, Paidós, Barcelona, 2000, p.183)

La teatralidad del Estado, especialmente en América Latina, rebasa las estrategias de comunicación y se convierte en instrumento directo del poder. En el escenario el mundo se representa, se trasmite una ideología. Y más aún, en el escenario suceden cosas que se tornan inmediatamente reales, que luego se extienden a la sociedad sin transición, sin mediación. El espectáculo teatral del estado adquiere una dimensión performatica, porque cree aquello que enuncia. Se gobierna desde el escenario, desde esta teatralidad.

La doble crisis de la representación se resuelve en este movimiento del poder: la imagen de la sociedad que es puesta en escena desde la lógica del poder y el ejercicio de la representación en el sentido político, en donde el gobierno se adjudica a sí mismo la capacidad de hacer y, por lo tanto, el derecho de hacer. En esta forma de representación teatral colapsa la distinción entre hecho y ley.

Aquí encontramos el teatro como simulacro.

43. Por eso la Forma Teatro Caníbal dice con toda firmeza: esto es teatro, esto no está sucediendo efectivamente, aquí estamos en un momento imaginario. La responsabilidad de lo que suceda en la realidad le corresponde a los espectadores. El teatro se reafirma primero teatro, no como ejercicio del poder. El metateatro actúa para impedir el colapso entre ficción y realidad.

44. La ficción del hecho teatral cuestiona la consistencia de lo real, transparenta un mundo que merece perecer, que ya debería ser reemplazado hace mucho tiempo. Saca a la luz el carácter tardío de lo real. Pero no pretende ser más real que lo real, sino se presenta en toda su irrealidad, quizás como metáfora del carácter deleznable de lo dado. El teatro muestra, en imágenes, las fisuras del orden establecido. Su realismo es un realismo especulativo.

45. El teatro del absurdo llegó hasta la disolución extrema de la representación: no hay argumento, ni trama ni secuencia; quizás queda un cierto ritmo. Provoca un embate radical contra el personaje y el autor. ¿Qué teatro viene después del absurdo, una vez que hemos transitado a través suyo, con las huellas que ha dejado en nosotros?

46. “Una de las razones por la que la Cantante calva fue llamada así, es que ninguna cantante calva o peluda hace su aparición. Este detalle debería ser suficiente. Toda una parte de la pieza es poner de un extremo a otro de frases extraídas de mi manual de inglés; los Smith y los Martin del mismo manual son los Smith y Martin de mi pieza, ellos son los mismos, pronuncian las mismas frases, hacen las mismas acciones o las mismas inacciones.” (Ionesco, Eugene, Notes et contre-notes, Gallimard, Paris, 1966, p.250)
Doble fractura del personaje y del texto que jamás volverán a ser iguales. No hay punto de retorno a un teatro que contenga un sujeto moderno y texto argumental, liso, que se limite con su pretensión de mostrar la realidad como es. El teatro comercial se ubica de lleno en dicha tentativa.

Deberíamos aún más lejos y decir que todos los personajes son la Cantanta Calva que, aunque hagan su aparición, esta es incompleta, como si los cuerpos no lograran formarse plenamente, como si estuvieran penetrados siempre por un cierto carácter vaporoso. El teatro en su estado gaseoso. (Michaud)

Igualmente todo esto no es sino una variante de un manual de inglés. Más allá de nuestras expectativas, ¿qué otra cosa son los acto5res y los personajes sino parientes menores de los Smith y los Martin?

47. “Yo me imagino haber escrito cualquier cosa como la tragedia del lenguaje…” (252) “Hablar para no decir”, hablar porque no hay de personal que decir, la ausencia de vida interior, la mecánica de lo cuotidiano, el hombre sumergido en su medio social, en donde no se distingue más.” (253)

El teatro escribe la tragedia del lenguaje: tener que decir cuando no hay qué decir. Quiebra del plano de las significaciones. Ruptura radical entre significantes y significados. Abolición de los referentes. Oímos las palabras y hace mucho que han dejado de resonar en nuestra cabeza. Palabras decapitadas.

Tragedia de la a-significación, llevada a modelo banalizado, a chiste fácil, a mueca populista, a truco de feria. Hablar para no decir se transforma fácilmente, en cierto tipo de teatro, en hablar sin parar aunque nada se diga.  Fase delirante del teatro.

En el momento de escritura del texto teatral, en el instante en el que el actor alza su voz para repetir una secuencia, se produce una invasión del sinsentido. El texto se niega a fluir como un discurso organizado, de alguna manera se parte, se quiebra, se escinde, se escande y estalla. Luego, tímidamente, recupera un ritmo mínimo.

48. “Progresión de una pasión sin objeto. Montado de la manera más fácil, más dramática, más sorprendente, en cuanto no está retenida por el fardo de algún contenido aparente que nos oculte el contenido auténtico: el sentido particular de una intriga dramática que oculte su significación esencial.” (255)

La trama se deshace. Dejamos de contar. Se frustra la narración. ¿Argumento? ¿Qué cosa es eso? El teatro como un paralogismo, que razona por fuera de las reglas de la razón.

49. “La Cantante calva: personajes que no son caracteres. Fantoches. Seres sin rostro. Más bien: cuadros vacíos en los actores pueden prestar su propio rostro, sus personas, alma, carne y huesos.” (255)

Una estrategia fatal haría visible el camino que lleva desde los personajes como fantoches a los seres humanos como seres sin rostro, a esa gigantesca máquina de anonimato de las grandes masas urbanas deambulando como desconocidos hasta para ellos mismos. El actor ya no puede prestar su propio rostro o su alma, porque carece de estos. Este es un simulacro teatral.

50. “En las repeticiones, se constata que la pieza tiene movimiento; en la ausencia de acciones, acción; un ritmo, un desarrollo, sin intriga; una progresión abstracta. Una parodia del teatro es más teatro aún que el teatro directo…” (258)

Y si el presente no ha dejado de triunfar sobre el futuro, y si la historia la siguen contando los vencedores, los prometeos, la acción se paraliza. Ionesco opta por la parodia. ¿Cuál debería ser nuestra alternativa a la clausura del porvenir? ¿Podríamos decir que el teatro caníbal se abre al porvenir de la ilusión?



domingo, 19 de enero de 2014

EL SILENCIO DE LAS MASAS

 “Masa sin habla que está ahí para los portavoces sin historia. Admirable conjunción de los que no tienen nada que decir y de las masas que no hablan. Pesada nada de todos los discursos.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 113)

Si hay un tema recurrente en Baudrillard, es el de las masas, de las mayorías silenciosas, que se colocan al otro lado, en lo radicalmente diferente, de los fenómenos que está describiendo. Se podría decir que todo lo que ha escrito tiene como trasfondo –espacio subterráneo inaccesible- a esa gente anodina que vaga por cualquier lugar: “Todo el montón confuso de lo social gira en torno a ese referente -esponjoso, a esa realidad opaca y translúcida a la vez, a esa nada: las masas.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 109)
Silencio de las masas que se produce por la crisis de los diferentes modos de representación: intelectual, política, social, cultural, artística, subjetiva, que se han mostrado ineficaces para hablar en nombre de masas, en su intento de conducirlas a una finalidad, en nombre de cualquier proyecto teleológico. Por lo tanto, cierre del proyecto moderno, que no ya podrá ser concluido ni pensado como un proyecto inacabado.(Habermas)
De igual manera, el proyecto socialista fracasó. Los países llamados socialistas abandonaron el proyecto de construcción de comunismo e iniciaron un regreso brutal al capitalismo. Clausura de la perspectiva de emancipación, de los proyectos liberadores, que levanta una enorme barrera, colocada allí para impedirnos avanzar hacia un mundo mejor.
¿De qué otra manera se puede entender la pasividad general, salvo breves y limitadas excepciones-, de las masas frente a la crisis económica que arrasa con aquello que quedaba del estado de bienestar, en donde salir de esta crisis significa, en primer lugar, que los ricos se hagan más ricos, mientras el desempleo, la pobreza, la violencia se extiende por todas las sociedades?
Desaparición de los modos de representación, ahora reemplazados por estrategias hiperpolíticas que se combinan perfectamente con la despolitización masiva. Masas que acuden a votar porque están obligadas a hacerlo; de lo contrario, iría una minoría. Especialmente aquí en América Latina, en donde la gran consigna no se dirige a la transformación social o al cambio, sino que se centra en ese par consuma/obedezca.
A veces pareciera que esas oleadas de consumismo que arrasan con las masas no tiene que ver con la obediencia social; sin embargo, están estrechamente relacionadas. El precio que se paga por consumir es el de la obediencia; o, si se prefiere, consentimos cualquier actitud de los gobiernos, incluso el autoritarismo, siempre y cuando garantice el consumo y que este se amplíe cada vez más. En el momento en que se retire el consumo, la obediencia se debilitará.
Escisión entre masas y grandes narraciones que provocan la desaparición de los proyectos históricos y hacen que las masas se refugien en ese silencio, en donde la Razón moderna y posmoderna –en sus diversas variantes- han dejado de tener sentido.
“Todos los grandes esquemas de la razón sufrieron la misma suerte. No describieron su trayectoria, no siguieron el hilo de su historia más que sobre la delgada cresta de la capa social detentadora del sentido (y en particular del sentido social), pero por lo esencial no penetraron en las masas más que al precio de un desvío, de una distorsión radical. Así sucedió con la Razón histórica, con la Razón política, con la Razón cultural, con la Razón revolucionaria –así sucedió con la Razón misma de lo social…” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 114-115) 
De allí que el poder se encuentra feliz con esta indiferencia de las masas, inmóviles frente a la crisis, votando en muchos casos por sus peores verdugos; y, al mismo tiempo, una paranoia omnipresente, un miedo visceral a esas masas, porque su silencio no se puede entender, manejar, maniobrar. Por el contrario, cualquier momento, por algún motivo aparentemente insignificante, pueden decidir sacudirse el gobierno que tienen encima, acabar con todo, aun sabiendo que no hay reemplazo ideal, solución a los problemas.
“Eso le conforta en su ilusión de ser el poder  y le aparta del hecho mucho más peligroso de que esa indiferencia de las masas es su verdadera, su única práctica, que no hay otra ideal que imaginar, que no hay nada que deplorar, sino que está todo por analizar ahí, en ese hecho bruto de retorsión colectiva y de rechazo de la participación en los ideales -por otra parte luminosos- que les son propuestas.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 121) 
Las votaciones, las consultas populares, dan la impresión de una masa pegada indisolublemente a sus líderes, dispuestas a apoyarlo y a sostenerlo cuántas veces sea necesario. Sin embargo, este es mucho más aparente que real. El poder cree que es el discurso, el proyecto “revolucionario”, la ideología, el carisma del líder, lo que le sostiene. El poder sospecha ineludiblemente que las masas están allí por indiferencia, porque ese presente les parece momentáneamente bien. De ninguna manera, quiere decir que esos discursos han penetrado en la masa, o que se  han hecho carne y sangre en la gente.
Por eso, desde el poder y desde la academia el instrumento privilegiado para hacer hablar a las masas acude al sondeo, a la estadística, a las encuestas, que inventan lo que quieren medir, las reglas de correspondencia de los datos extraídos con el imaginario de la campaña electoral de turno:
“El único referente que funciona todavía, es el de la mayoría silenciosa. Todos los sistemas actuales funcionan sobre esa entidad nebulosa, sobre esa sustancia flotante cuya existencia ya no es social, sino estadística, y cuyo único modo de aparición es el del sondeo. Simulación en el horizonte de lo social, o más bien en el horizonte donde lo social desapareció.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 121) 
Si la comprensión de la dinámica de las masas, de su estructura, de sus leyes, no está a nuestro alcance, entonces la lógica de lo social se traslada a lo operacional, que es el gran paradigma contemporáneo. Desde la mecánica cuántica que funciona con una perfección insospechada aunque no se sepa por qué lo hace hasta la sociedad dirigida por una manada de tecnócratas, los instrumentos técnicos de medición y planificación reemplazan a las teorías económicas, a las pedagogías, a los análisis sociológicos. 
Instrumentos performaticos, que por su propio mecanismo nos parecen mágicos: producen lo que enuncian, crean lo que miden, le dan forma al mundo dentro de sus variables e indicadores. Allí hay un gran simulacro con pretensiones de realidad, que de hecho la sustituye. Reemplazo atroz que hunde más aún a la masa en su silencio. Como decía Lyotard el performance está primero aquí, como la forma privilegiada del poder y desde aquí se traslada a las otras esferas de la existencia social, como es el caso del arte. Nos han encarcelado a todos en una gran máquina de simulación social en reemplazo de la representación, de la democracia, de la emancipación:  
“Eso quiere decir que ha dejado de haber una representación posible de ella. Las masas, ya no son un referente porque ya no son del orden de la representación. No se expresan, se las sondea. No se reflejan, se las somete a test. El referéndum (y los media son un referéndum perpetuo de preguntas/respuestas dirigidas ha sustituido al referente político. Ahora bien, sondeos, tests, referéndum, media, son dispositivos que no responden ya a una dimensión representativa, sino simulativa. Ya no apuntan a un referente sino a un modelo. La revolución aquí es total 'respecto a los dispositivos.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 127-128) 
Esa masa tiene la característica de un materia oscura, de una energía oscura, que no la podemos ver ni medir, ni siquiera comprender de dónde viene exactamente o cómo se comporta. Sabemos de su existencia por los efectos que produce en los otros, en los que están allá afuera, en el resto del universo social. Materia oscura que está constituida por la mayoría inexpresiva, tratada como minoría social.
Masa oscura expandiendo el universo de lo social, de la comunicación, de la política, alejando todo de todo, aislando cada fenómeno, disolviéndolos, acabando con la multiplicidad de sentidos que vagan sin saber de qué son significados. Y sin embargo, energía oscura que cuando se tope con lo social transparente y visible, producirá la más grande implosión del conjunto de sistemas. Quizás podríamos decir que han reinventado el momento anarquista y nihilista de las revoluciones por venir y que no sabemos qué forma tendrán. (Bensaid)
Es, por decirlo así, una forma extraña de subalternidad –en el sentido de Spivak- (Spivak): las masas no pueden hablar y no quieren hablar, porque no quieren mostrar lo que realmente son ante el poder, ante el gobierno de turno, en las innumerables producciones intelectuales que se escriben sobre ella. Desde luego, tampoco existen los canales, los medios, las posibilidades reales para que ella hable. Han sido sometidas al silencio del voto y de las encuestas.
Se habrá provocado la idea equivocada de unas masas flotando en el espacio vacío, incognoscible e ignorantes de ellas mismas, de la fuerza de su energía oscura. Oculta una secreta esperanza, un discurso encubridor, una pretensión de estar en el otro lado, de la posibilidad absurda de sentarse a contemplar a esas masas que halan las galaxias sociales en una u otra dirección.
Distorsión que es preciso corregir: cuando abandonamos la política, lo social, la representación ilusoria, cuando dejamos el mundo aparente del sentido, de las significaciones, de los fundamentalismos delirantes, volvemos a la masa, regresamos a ser lo único que nos está permitido: masa. 
“…es el sentido el que es sólo un accidente ambiguo y sin prolongamiento, un efecto debido a la convergencia ideal de un espacio perspectivo en un momento dado (la Historia, el Poder, etc.), pero que en el fondo no concernió más que a una fracción mínima y a una película superficial de nuestras sociedades. Y eso es cierto de los individuos también: no somos más que episódicamente conductores de sentido, en lo esencial hacemos masa en profundidad, viviendo la mayor parte del tiempo en un modo pánico o aleatorio, más acá o más allá del sentido.” (J. Baudrillard, Cultura y simulacro 118-119)


Baudrillard, Jean. Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós, 1978.
Spivak, Gayatri Chakravorty. An aesthetic education in the era of globalization. Cambridge, MA.: Harvard University Press, 2012.




domingo, 5 de enero de 2014

LOS OBJETOS TECNOLÓGICOS. (BAUDRILLARD)



Nada tan urgente en nuestra época como el regreso a la crítica de la economía política. Y esto por múltiples razones que tienen que ver, ante todo, con una premisa fundamental: vivimos bajo la égida del capitalismo tardío, que se encuentra en lo que quizás es la su crisis más profunda desde sus inicios.
En el mundo actual debatimos de infinidad de temas: cultura, ecología, racismo, poder, soberanía, entre tantos otros. Sin embargo, se extraña permanentemente esta ausencia de cualquier referencia al capitalismo, sobre el cual se hace un profundo silencio, como si fuera parte de un destino del que no podemos escapar.
Quizás uno de los fenómenos más llamativos sea el de los estudios culturales, que en algunas de sus corrientes aparece como extremadamente radical y que deja de lado la referencia al hecho básico de que el par modernidad/colonialidad –y cualquiera de sus variantes o desarrollos actuales- solo pueden explicados adecuadamente si se ven como lo que son: estrategias de expansión y reproducción ampliada del capital, aunque a partir de allí terminen por ser muchas cosas más.
Entonces, no tiene que ver con un regreso nostálgico a las fuentes marxistas, sino con la urgencia de comprender las sociedades actuales, sus procesos de modernización tardía, las crisis brutales que la atraviesan y las limitaciones económicas y políticas de las propuestas alternativas. La actualidad de Marx deriva de la persistencia del capitalismo tardío.
Volviendo a Baudrillard, digamos que los que nos interesa resaltar es tanto el retorno a la economía política –que es su punto de partida- como la necesidad de su ampliación, de tal manera que se incluyan en dicha perspectiva los fenómenos actuales económicos y culturales, tecnológicos y simbólicos, colectivos e individuales.
Baudrillard en El sistema de los objetos (1968), (Baudrillard J. , 1969), parte de la economía política de Marx, para ir más allá de esta y traspasar sus límites, quebrar sus bordes y abrir este campo a otras reflexiones, que incluyan, de una nueva manera, los productos culturales.
El punto de partida se encuentra en el fetichismo de la mercancía y en su radicalización. Este fetichismo, en la versión marxista, consistía en mostrar cómo las relaciones sociales aparecían mediadas por las cosas y, de hecho, cosificadas. (Marx, 1975) (Lukács, 1985) Las formas de opresión que subyacen a este  mundo, se esconden en las cosas y así logran un nivel de eficiencia mucho mayor, además de permitir que se incorporen a nuestro modo de ver el mundo y de actuar en este.
El lugar de inicio de la reflexión de Baudrillard es precisamente este: en ese mundo fetichizado de las mercancías como intermediarias de las relaciones sociales, los objetos se autonomizan de lo que les sustenta y adquieren vida propia. La primera y radical consecuencia, que será una constante en su pensamiento, es “…el desvanecimiento de la relación simbólica…” (Baudrillard J. , 1969, pág. 59), en la medida en que los objetos reemplazan el intercambio simbólico que se estaba produciendo entre compradores y vendedores en la esfera de la circulación.
Los objetos se convierten en objetos técnicos y llevan esta característica hasta límites insospechados en la era del software y el hardware, en la época que vivimos ahora que es la de los “objetos inteligentes.” Por otra parte, los “gestos” simbólicos que acompañaban a la producción son cada vez más reducidos al predominio de los objetos, que no transportan o encarnan simbólicos sociales y subjetivos, sino que, por el contrario, desechan las subjetividades que quedan prisioneras de esta lógica tecnológica: “Ahora  bien, todo esto es desalentado, desmovilizado por el objeto técnico. Todo lo que estaba sublimado (por consiguiente, simbólicamente investido) en el gestual de trabajo es hoy rechazado. “ (Baudrillard J. , 1969, pág. 60)
El ejemplo que pone Baudrillard apenas si deja vislumbrar lo que realmente han llegado a ser los objetos tecnológicos, en donde la forma se realiza plenamente como tal, sin necesidad de volver la mirada para preguntarse por su fundamento, por el orden simbólico que debería acompañarle:

“La  empuñadura   de   la   plancha   se   esfuma, se  “perfila”  (el  término  es  característico   en   su   pequeñez y su abstracción), apunta  cada  vez  más  a  la  ausencia del gesto y,  en  el  caso  límite,  esta  forma  ya  no  será de ninguna manera  manual,  sino  simplemente  manejable:  la  forma,  al  consumarse,  habrá  relegado  al  hombre a la contemplación de su poderío.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 62)
Se llega, entonces, a un nuevo nivel de abstracción, que es no es solamente aquella que separa el valor de cambio del valor de uso, dejando de lado las características específicas de las cosas, para lograr ser cambiadas a través del equivalente general; sino que ahora se abstrae el plano simbólico, el mundo de las significaciones, de las representaciones. En este sentido, todo objeto técnico es un objeto abstracto, porque está separado de la vida de las personas como origen, como sustento: “La abstracción del poderío… Ahora bien, este poderío técnico ya no puede ser mediatizado: no guarda ya una medida común con el hombre y su cuerpo. Por consiguiente, tampoco puede ser simbolizado.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 62)
Los objetos se colocan delante de nosotros, son como una avanzada que rastrea el mundo al mismo tiempo que lo crea y al cual llegamos nosotros tardíamente. Si bien es cierto que salen de la mano de otros seres humanos, llegan a nosotros independizados de sus productores, con una vida y una lógica propias que se nos imponen.
Quizás al principio nos resulte desconcertante, luego se nos hace parte de la existencia misma, a tal extremo que se convierten en paradigma del comportamiento social, en donde –inaugurando otra forma de funcionalismo- el privilegio del pensamiento y la acción técnicas penetra en todos los sectores, porque se cree que la aplicación de determinados instrumentos son suficientes para crear la realidad, a la que efectivamente parecen estarse aplicando, que conducen a “…un mito funcionalista, la de la virtualidad de un mundo totalmente funcional, del que cada objeto técnico es ya un indicio.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 65)
Se inaugura una nueva era que es la del objeto tecnológico, en donde lo importante no está exclusivamente en el privilegio ontológico de este, ni siquiera en la epistemología que oculta, en la medida en que estos objetos son simultáneamente conceptos: objetos-conceptos; esto es, instrumentos cognoscitivos con los cuales percibimos la realidad de un determinado modo.

Esta objetualidad técnica se convierte en el paradigma del conjunto de esferas sociales. Se cree que por sobre los aspectos políticos, económicos, ideológicos, están ubicadas las soluciones técnicas. Por ejemplo, en una típica campaña electoral en nuestros tiempos, se contratan un conjunto de asesores técnicos, de expertos en diversas áreas: campañas, publicidad, discursos, que llegan ciertamente con una gran formación y experiencia. Cada uno trae una serie de recetas causi-mágicas que llevarán hipotéticamente al triunfo del candidato. Estos expertos carecen, según ellos de ideología y por eso pueden estar al servicio de candidatos que van de la extrema derecha a la izquierda. Los mismos estados se encuentran invadidos por esta plaga de expertos, que aplican las orientaciones políticas y tratan a la sociedad como si fuera un objeto tecnológico, en donde lo único necesario es conocer de memoria su manual de funcionamiento.

Por eso, Baudrillard habla del aparecimiento de esta nueva mitología, aquella que viene con la tecnología:

“…lo real a partir del signo, que era la regla del mundo mágico. “Una parte del sentimiento de eficacia de la magia primitiva se ha convertido en creencia incondicional en el progreso”, dice Simondon (op. cit ., p. 95). Esto es verdad de la sociedad técnica global, y lo es también de manera más confusa, pero tenaz, del ambiente cotidiano, en el que el menor gadget es el foco de un área tecnomitológica de poderío. El modo de uso cotidiano de los objetos constituye un esquema casi autoritario de presunción del mundo.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 65)

Esta “ideología” de lo objetual –ella misma objetual-, ha abierto el espacio para nuevas reflexiones sobre las cosas, sobre su fenomenología independientemente de las personas, del orden simbólico, de la construcción social. Se ha desarrollado una ontología de las cosas que propone liberarlas de la opresión de los sujetos.  (Harman, 2005), (Bogost, 2012)

Objetos que requieren de toda una analítica para su adecuada comprensión, que queda oculta bajo la piel de la brutal eficiencia de su funcionamiento, como pasa ahora con las computadoras, las tablets, los teléfonos inteligentes, con todo el software incluido dentro, que actúa como si fuera un mago colocado detrás de las cosas, sin que logremos descifrar sus secretos. (Miller, Home Possessions, 2001) (Miller, Materiality, 2005)

En la vida diaria se ha vuelto realidad el hecho de que estamos dentro de una maquinósfera y que nosotros somos terminales menos inteligentes que la gran máquina que da cuerda al mundo –Haruki Murakami (Murakami, 2001)-, fascinados por los objetos que no podemos dejar de utilizar; o mejor, que juegan con nosotros, que nos llevan de un lugar a otro, que entran de lleno en la constitución de nuestra subjetividad.

Para Baudrillard, las capacidades de significación se han quedado cortas, las representaciones no alcanzan a tocar la ontología de las cosas y este retorno “a las cosas mismas” husserliano (Husserl, 1991), ya no significa una mejor comprensión de la subjetividad, sino su abandono.

“De hecho, se ha producido una verdadera revolución en el nivel cotidiano; los objetos se han vuelto hoy más complejos que los comportamientos del hombre relativos a estos objetos. Los objetos están cada vez más diferenciados, nuestros gestos cada vez menos. Podemos expresar esto de otra manera: los objetos ya no están rodeados de un teatro de gestos en el que eran las funciones, su finalidad, sino que hoy en día son los actores de un proceso global en el que el hombre no es más que el personaje o el espectador.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 63)

La disolución de la dualidad sujeto/objeto, sobre la que estuvo construida la modernidad, no solo tiene consecuencias sobre los objetos –tal como lo describe Baudrillard-, sino que la subjetividad entra en una fase de descomposición.

Al estar centrada la formación de los sujetos sobre su dominio, proyección y manipulación de los objetos, la retirada de estos deja a los sujetos sin el objeto de la representación que, de este modo, se vacía. El mundo simbólico se anula al  no poder acceder a su referente, que ahora es el que conduce el proceso de la existencia. Nos sentamos a mirar la algarabía de los objetos, la sociedad del espectáculo es la sociedad objetual del espectáculo. Ellos están sobre el escenario, son las estrellas del momento, la fuente de nuestros deseos y necesidades:

“Tal vez haya que buscar ahí la razón, después de la primera euforia mecánica, de esa satisfacción técnica morosa, de esa angustia particular que nace en los que han sido objeto del milagro del objeto, de la indiferencia forzada, del espectáculo pasivo de su poderío.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 63)

Vemos aparecer en este momento un término que será estructurante en el pensamiento de Baudrillard: simulacro. Aquella realidad tan querida por nosotros, sobre la que volcamos nuestras acciones, ha dejado de ser lo que era, ha devenido simulacro, no tanto porque haya penetrado en el mundo virtual, sino porque al carecer de objeto, hay preguntarse si realmente existe, si efectivamente se da; o, si para darse tiene que someterse a alguna objetualidad, sin la cual realmente no sucede.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación hacen precisamente esto, no solo son mediadoras que transmiten un mensaje, sino que la realidad –para nosotros- solo existe si pasa por la pantalla. Será por eso que cada vez trasladamos nuestra vida a la pantalla (Galloway, Polity Press), porque únicamente allí parece que podemos ser lo que queremos ser. Se vuelve así un simulacro.
Podemos preguntarnos hasta qué punto Facebook y las redes sociales no son simulacros, sustitutos, que terminan por ser más importantes que la vida propia y más aún, la vida de cada uno se ve obligada a parecerse a la imagen que hemos construida de ella. Por esto Baudrillard puede afirmar que el hombre es una abstracción.
¿En qué sentido el hombre se ha vuelto abstracto? Ha habido un proceso de separación entre el sujeto y el objeto y, especialmente, la función sígnica  característica del lenguaje y la cultura han quedado supeditadas a la lógica de los objetos técnicos. Hay que tomar en cuenta, además, que estamos hablando de un simulacro que no es tal respecto de una realidad –que es su sentido clásico- sino un simulacro de sí mismo, autorreferencial:
“Si el simulacro está tan bien hecho que se convierte en ordenador eficaz de la realidad, ¿no ocurrirá, entonces, que será el hombre el que, respecto del simulacro, se convertirá en abstracción? Lewis Mumford observaba ya (Technique et civilisation , p. 296): “La máquina conduce a una eliminación de funciones que llega a la parálisis.” No es ésta una hipótesis mecánica, sino una realidad vivida: el comportamiento que imponen los objetos técnicos es discontinuo, es una sucesión de gestos pobres, de gestos–signo, cuyo ritmo está borrado.” (Baudrillard J. , 1969, pág. 64)

Esta descripción de lo que sucede con la relación entre sujetos y objetos se ajusta bastante bien a la realidad. La carrera desbocada por producir objetos tecnológicos parecería no tener fin, mientras los contenidos, junto con el plano simbólico, caen en picada sin encontrar límite en su descenso al infierno de los medios y de la publicidad.
Quizás en el lugar en donde esto se puede ver con toda claridad se encuentra en la televisión. La calidad de esto aparatos crece in cesar, más aún ahora que se anuncia una resolución 4K que va muchísimo más lejos que la alta definición. Sin embargo, cuando enciendes la televisión, lo que vemos en ella es cada día peor, cada vez más cerca de la catástrofe kitsch. De un lado la repetición de lo mismo en la televisión por cable, en donde pasan una y otra vez las mismas películas, siempre como una falsa novedad. De otro, la invasión de la subcultura norteamericana, que va desde Las verdaderas mujeres asesinas hasta El precio de la historia pasando por la gama interminable de la aventura extremo, que colapsa desde A prueba de todo a las series del hombre desnudo, la pareja desnuda, sobreviviendo en ambientes imposibles, sin dejar de lado los “reportajes” sobre los extraterrestres o los buscadores de fantasmas. Desde luego, todo esto se puede ver en una televisión LED, con la máxima resolución, cuando deberían ser condenadas a la más baja resolución, para no nos demos cuenta de lo espantosas que son.
El colmo de esta situación, del simulacro de sí mismo en la producción cinematográfica o televisiva, llega en este momento de la mano de los tiburones. Ahora vuelan en tornados que atacan las ciudades o son tiburones fantasmas que nos acosan por todas partes. Hasta el miedo se ha convertido en un pastiche de sí mismo.
¿Qué nos queda entonces sino la fascinación por el objeto tecnológico que traslada de la cuestión acerca de qué vemos, qué consumimos, por el medio, por el soporte, por la calidad de la imagen de súper alta resolución o del falso 3d que nos obliga a ponernos unas gafas incómodas en el colmo de la simulación?
Baudrillard resalta esta situación como el modelo de lo que pasa en nuestra cultura: la pérdida de lo simbólico, la quiebra de las significaciones, la banalidad y el simulacro que encontramos en todo lado.
Sin embargo, a pesar de la certeza de esta aproximación realizada por Baudrillard, nada es tan simple. Un enfoque que tome este punto de partida –como se pretende aquí- no puede completarse con un regreso a la dualidad de sujeto-objeto, a la manera moderna, incluso porque “nunca hemos sido modernos” ( (Latour, 2007), al menos no del modo en que esa historia fue narrada. Ni tampoco quedarnos encerrados en la posmodernidad, porque simplemente sería el triunfo de la banalidad y de la transparencia del mal.
Para encontrar un camino, regresamos a la teoría del fetichismo de la mercancía desarrollada por Marx, que fue justamente el punto de partida de Baudrillard. Como sabemos, este fetichismo implica que las relaciones sociales se cosifican, aparecen mediadas por los objetos. Introducimos aquí una extensión de este enfoque que sostiene que existe un reverso fetichismo.
De una parte, el fetichismo clásico descrito por Marx en El Capital; y de otra, el reverso del fetichismo ya no de las relaciones sociales, sino aquel que atrapa a los objetos abstractos, en cuanto se separan del mundo de las significaciones sociales y subjetivas, y pasan a expresar relaciones entre sí mismos, como si fueran exclusivamente concreciones de lógicas tecnológicas, de racionalidades funcionalistas, sometidas plena pero ocultamente a la valorización del capital.
La liberación de los objetos de su sometimiento a esta opresión tecnológica, tiene que ir de la mano de la liberación de los sujetos de la opresión del capital. Un regreso “a las cosas mismas” o la posibilidad de una fenomenología alien –aquella que corresponde a las cosas sin que la referencia a lo humano sea lo fundamental (Bogost)- solo se podrá dar cuando se quiebre el dominio del valor y de la ganancia.
Nos es casi imposible pensar qué sería los objetos tecnológicos si no estuvieran sometidos a la realización del valor, de qué manera se volverían a encontrar con los seres humanos, para producir no tanto un continuo entre naturaleza y humanidad –Latour- sino  el surgimiento de ciborgs: entes con partes compatibles pero incomparables.
¿Qué pasaría si colocáramos en esa objetualidad a-significante un interés emancipatorio dejando de lado su parte opresiva, su sometimiento al mercado? ¿De qué manera, bajo qué condiciones, se produciría un nuevo campo de significaciones, una re-invención de lo simbólico, de la representación en la conjunción ciborg de sujeto y objeto tecnológico? (Aquí se puede ver la necesidad, la urgencia, de la crítica del discurso posmoderno, que tiene que ser rebasado, más allá de lo performativo o mejor, entendiendo este performance como un hacer a través de… y además como el surgimiento de una discursividad, de una narratividad, que parecería haber sido abolida.)
De otro modo, la cuestión que podría desprenderse de las consideraciones de Baudrillard, aceptando su punto de vista como el mejor síntoma de lo que sucede en nuestro tiempo, se refiere a la reconstrucción de esa lógica de los objetos, el simulacro de lo humano, la estrategias fatales que reemplazan a las reales, la cada vez más espantosa transparencia del mal. Sin embargo, este sería solo la mitad, porque falta la mitad del relato.
Esto es, ¿qué dicen esos objetos tecnológicos, de qué hablan, que discursos permiten, cuáles prohíben? ¿Qué narraciones se producen, se estructuran, se inventan, en las redes sociales, en el Facebook, en los teléfonos inteligentes? ¿Qué subjetividades empujan, articulan, contribuyen a conformar los objetos inteligentes a los que estamos pegados irremediablemente?

Bibliografía

Baudrillard, J. (1969). El sistema de los objetos. México: Siglo XXI.
Bogost, I. (2012). Alien phenomenology or what it is like to be a thing. Minneapolis: University o Minnesota Press.
Galloway, A. (Polity Press). The interface effect. Cambridge: 2012.
Harman, G. (2005). Guerrilla metaphysics. Phenomenology and the carpentry of things. Chicago: Open Court.
Husserl. (1991). La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. . Madrid: Crítica.
Latour, B. (2007). Nunca hemos sido modernos. México: Siglo XXI.
Lukács, G. (1985). Historia y conciencia de clase. México: Orbis.
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Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford: Berg.
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