La pérdida del
sentido de la belleza en algunas artes y especialmente en el discurso
posmoderno oculta la quiebra del relacionamiento con dos aspectos esenciales de
la existencia contemporánea: la sensibilidad y la técnica. Ambas quedan
afectadas profundamente por la disolución de la belleza en la idea individual
del artista.
Al retirarse el
arte posmoderno de cualquier consideración formal y material no está únicamente
cuestionando un modo de hacer arte que proviene de la modernidad y de las
vanguardias, sino que se pone en cuestión el estatuto de la sensibilidad en las
obras de arte. Es a través de la expresión que la obra llega al espectador; es
decir, en la confluencia entre la forma del contenido y la forma de la
expresión, en el modo concreto que se muestra una idea encarnada a través de
los medios que se hayan elegido. Aquí habita la belleza.
En este marco, la belleza permanece y continúa representando una
necesidad innegable. Su pérdida significa, en muchos aspectos, el resultado
último de un doloroso itinerario por los meandros de una razón que ha entendido
su propia maduración en la clave más drástica posible, a saber, en el sentido
de una fractura del vínculo con el origen. (Vercellone, 2013, pág. 197)
Ese origen no alude a un principio metafísico, ni a un
ser oculto al que habría que buscar, sino a las sensaciones y a la sensibilidad
que son el punto de partida de la belleza. En este sentido, al separarse de la
belleza el arte reniega de su origen y fundamento. Y así se desemboca en una
posición iconoclasta que defiende únicamente a la inteligencia contra lo
sensible, sin reconocer su profunda conjunción en los procesos subjetivos y en
sus manifestaciones artísticas:
La belleza que vivía bajo el signo ambivalente, aunque no ambiguo,
de lo activo y pasivo, que hacía valer la soberana subjetividad/objetividad de
la imagen, dotada de una resplandeciente atracción, resulta ahora del todo
desconocida o, mejor dicho, fluye de nuevo por los territorios de la
ineficacia. (Vercellone, 2013, pág. 198)
Nunca está
demás la insistencia en que estos modos de expresión no se le imponen al
artista desde fuera, sino que vienen dados por su pertenencia a un grupo de
referencia con su respectiva estética y a la serie de elecciones personales que
haga. Pero, esto no elimina la obligación de dirigirse a la sensibilidad del
espectador, a través de la correcta resolución de la obra en el
entrecruzamiento entre ideas y materialidades, sean cual fueren estas. No
existen obras de arte inmateriales, que fueran nada más el espíritu del artista
flotando sobre los precarios mortales que lo miramos y que entraran en el mundo
artístico por su sola voluntad. Como decía Schopenhauer, el mundo está hecho de
voluntad y representación.
La apelación de
la obra de arte a la sensibilidad del espectador modelo, para retomar una idea
de Umberto Eco, coloca exigencias sobre la arte de obra al tener que provocar
el movimiento de dicha sensibilidad y para esto es indispensable el respeto y
desarrollo de los medios y de las técnicas de producción de la obra con un
grado de calidad satisfactorio.
Aquí entra en
juego, junto con la sensibilidad, la técnica. La belleza se produce a través de
la utilización de una técnica. Desde luego, estas son producto de un desarrollo
histórico y se someten a continuas transformaciones. Nuevamente, cada colectivo
de artistas utiliza las técnicas que crea conveniente. El otro lado de esta
afirmación realmente importante es que no se puede prescindir de la
técnica.
Aún en el caso
de situaciones como el ready-made podemos encontrar una técnica de producción:
la elección del objeto cotidiano, su segmentación o serie de cambios que se
introducen en este antes de exponerlo, la consideración muy precisa de los
elementos contextuales sociales y de la esfera del arte y los discursos que los
acompañan. Es decir, el establecimiento de las condiciones en el campo del arte
que hagan posible que un objeto cotidiano se convierta en obra de arte en el
momento en que es expuesto en el museo o galería.
Exceptuando el
estrecho campo de las artes plásticas, la cuestión de la técnica es esencial en
todas las demás artes. No aceptamos una ejecución musical con fallos graves y
evidentes; tampoco una pieza que no tome en consideración el conjunto de
exigencias musicológicas. Cuando leemos un libro nos importa que esté bien
escrito. No se nos ocurre decir: “el lenguaje utilizado es de lo peor sin
siquiera respeto a las estructuras gramaticales, pero es una buena novela”.
Cuando jugamos un videojuego los aspectos estéticos son uno de los elementos
que más contribuyen a la inmersión. Y esperamos que el diseño gráfico del
catálogo de la obra posmoderna sea hermoso.
El choque del
arte posmoderno con la técnica proviene de una crítica romántica de esta. Se
supone que la técnica nos deshumaniza y nos lleva directamente a la sociedad de
consumo hiperpoblada de aparatos y prótesis de todo tipo. Pero, la técnica es
aquello que nos hace humanos y que, incluso, nos individualiza.
En esta línea, quizá fuera posible concebir también no tanto una
crítica de la razón tecnológica, como —más articuladamente— una crítica de la
«mala» técnica, de una «mala» razón. (Vercellone, 2013, pág. 199)
Es
indispensable un reencuentro de arte y técnica tal como vemos en el videojuego
y el diseño, y ahora mucho más con la inteligencia artificial. ¿Acaso la
calidad de la obra de arte se trasladará a la belleza del prompt? ¿Habrá un
acercamiento significativo entre programación y producción de la obra de arte?
Porque la obra de arte hecha con inteligencia artificial siempre es producto de
una programación. Hay toda un estética del software y se puede hablar de
programas bellos y otros feos:
Es decir, ¿no dependerá del hecho de que se haya dejado de lado el saber
«técnico» de la naturaleza para confiar, por el contrario, en una técnica que
la combata y la destruya? ¿Y no será precisamente este saber «técnico» de la
naturaleza el que deberíamos denominar belleza? (Vercellone, 2013, pág. 200)
La belleza, hasta en su versión posmoderna, muestra la
conjunción entre el concepto que se expresa a través de la forma de la
expresión, producida mediante una técnica definida de manera inmanente a la
esfera del arte, y que tiene como consecuencia despertar la sensibilidad del
espectador.
(Vercellone, Federico, Más allá de la belleza, Biblioteca Nueva, Madrid, 2013)