La primera imagen que se viene a la mente es la del muchacho que entra en
la habitación del brujo y comienza a tocar las cosas que, inmediatamente, cobran vida. Felizmente al final de la obra,
el brujo entra y las cosas se calman. (Paul Dukas, El aprendiz de brujo)
Podemos imaginarnos una situación en la que el brujo no logra controlar a
las cosas que han adquirido vida definitivamente. Esto es lo que nos pasa ahora
con los innumerables objetos que pueblan nuestra vida, en todos y cada uno de
sus aspectos.
Es una suerte de animismo generalizado. Pero, ¿qué significa realmente que
los objetos se han animado? Conocemos ya desde hace mucho tiempo que los
objetos intermedian entre las relaciones de las personas: cuando entramos a
comprar en la tienda, son las cosas que vamos a adquirir las cosas se colocan
entre el comprador y el vendedor; lo demás carece de importancia; o si estamos
en la fila del banco, en donde el dinero se convierte en el gran mediador, en
el equivalente general, en el modelo de la objetualidad.
Este fenómeno llamado fetichismos de la mercancía sigue existiendo de
manera poderosa y ocupa los espacios de la vida. Sin embargo, con el desarrollo
brutal de las nuevas tecnologías, la vida de las cosas avanza a otro nivel.
Digamos que la existencia de los objetos tiene una vida propia y no solo
aquella que se deriva del hecho de que están transportando relaciones sociales,
sirviendo de intermediarios, aunque no dejen de cumplir esta función.
Los objetos se vuelven sobre sus hacedores y conforman sus espacios
sociales, políticos, subjetivos. Basta referirse al efecto de la entrada de la televisión
en los hogares, los cambios radicales que provocan las computadoras, los
celulares, en las interrelaciones humanas. Construimos nuestras subjetividades
allí en medio de las cosas, empujadas por estas en una dirección o en otra.
Los objetos delimitan y le dan forma a la experiencia de cada uno de
nosotros: nos conducen a ciertos mundos, nos alejan de otros, nos dicen lo que
debemos sentir y lo que tenemos que desear. Son máquinas deseantes por las que
somos devorados.
Además, los objetos son puntos de vista, perspectivas, modos de aprehensión
del mundo que o no coinciden o lo hacen
parcialmente con la percepción humana. Tomemos la cámara digital y
reflexionemos sobre la pixelación de lo observado y su reconstitución posterior,
sobre el tipo de fragmentación del mundo que introduce: un campo gigantesco de
resoluciones, un grado creciente o decreciente de percepción de los detalles
del mundo. O esa enorme paradoja del avance incontenible de la televisión en 3D
juntada con la peor crisis del cine; así que estamos obligados a ver una
horrible película en 3D, como si eso resolviera o encubriera su falta de
calidad.
Estos objetos no solo son formas de percepción propias del mundo sino que
alteran nuestra percepción, son prótesis que nos convierten en ciborgs. La visión
humana quedará completamente alterada, más aún cuando se termine de implementar
e introducir en la vida diaria, los mecanismos de producción de realidad
aumentada.
(Una discusión detallada de estos temas se puede encontrar en Bogost Ian, Alien phenomenology o What it´s like to be a
thing, University on Minnesota Press, Minneapolis, 2012)