Una primera cuestión a tomarse en
cuenta es la relación entre lo privado y lo personal; porque en el espacio
doméstico efectivamente hay muchas cosas que pertenecen a la esfera de lo
privado pero no todas hacen parte de lo que consideramos personal, más aún
vinculado a la subjetividad.
“Además, con la cosa hay una relación
igualmente compleja, porque no se puede equiparar lo privado con lo personal.
Hay muchos conflictos entre la agencia expresada por los individuos y por la
familia, y el jefe de casa… de tal manera que se convierte a lo privado en un
mar de turbulentas y permanentes negociaciones más que algo dado para el sí
mismo.” (Miller, Home Possessions, 2001,
pág. 4)
Esto se debe, sobre todo, a que las
posesiones domésticas encarnan muchas aspiraciones sociales, que se introducen
en nuestras vidas privadas y que ejercen presión más allá de si son o no
mostradas a otros miembros de la comunidad a la que se pertenece. Por eso se
insiste en que:
“Como tal el hogar no llega a ser la expresión
de la mirada de las otras personas, sino más una interiorización y un reemplazo
controlado de los otros ausentes. Llega a ser en sí mismo el efectivo otro con
el que cada uno se juzga a sí mismo.” (Miller, Home Possessions, 2001, pág. 7)
El incremento significativo en la preocupación por el diseño de
interiores, por la decoración, por la adquisición de objetos, tiene que ver con
este tipo fenómenos, proviene no solo de las presiones sociales para el
consumo, sino de la percepción como miembro de un grupo para participar de un
modo de consumo y de una estética a través de la posesiones domésticas. (Cuando
estos fenómenos escapan al control de los sujetos, vemos aparecer ese extraño
rostro de las “posesiones”, como estar poseído por… en este caso por los
objetos, por las cosas que nos rodean y que terminan por controlarnos.)
Esto quiere decir que con las posesiones domésticas se va más
lejos que la expresión del gusto o de la búsqueda de una cierto estatus social,
o la manifestación de un capital cultural que quisiéramos mostrar.
Los objetos que traemos a casa para que habiten entre nosotros “más
que ofrecer una noción idealizada de ´calidad de vida´ y de una idealizada
forma de socialidad. Más bien, estos sueños diarios directamente influencian en
el aprovisionamiento y en las aspiraciones del hogar, permitiendo a sus
ocupantes actualizarse más allá de las limitaciones de su particular
domesticidad.” 28
Desde luego, estos usos del espacio doméstico y de los objetos
contenidos en él, cambiarán de manera harto significativa si trata de mujeres o
de hombres. En el caso de aquellas mujeres que están sometidas al espacio
doméstico, como su “esfera propia”, usan este medio para mostrarse a sí mismas
más allá de las limitaciones del lugar. Lo utilizan como una manera, aunque sea
parcial, de expresión y construcción de su subjetividad, haciendo que el
espacio doméstico se someta a su voluntad.
De tal manera que las posesiones domésticas con las que llenamos
nuestros hogares, rebasan largamente los aspectos del prestigio y del estatus,
para convertirse en el modo en que la familia se construye al igual que sus
miembros, desde la perspectiva internalizada de lo que los otros que están ahí
fuera piensa o de lo que suponemos que piensan.
“…la construcción del hogar, llega a ser una visión internalizada
de lo que otra gente piensa acerca de uno. Lejos de ser un sitio de cruda emulación,
el hogar llega a ser en sí mismo los otros. El hogar objetiva la visión que los
ocupantes tienen de ellos mismos desde la mirada de los otros y como tal
deviene una entidad y un proceso.” (Miller, Home Possessions, 2001, pág. 42)
Los objetos devienen marcas de nuestra identidad, con las que nos
sentimos parte de un grupo social específico y que terminan por formar parte de
nuestra subjetividad.
Bibliografía.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford:
Berg.