Una primera mirada.
Esta obra de Ernesto Ortiz se
resiste a la mirada, está hecha para resistirse a la mirada; se vuelve difícil
penetrar en ella, a pesar de la cercanía y de que nos interpela directamente.
Una vez que termina, nos invade un silencio. Las palabras se niegan a brotar,
las gargantas cortadas nos dejan mudos.
La primera idea viene del mismo
título y de la serie de textos que acompañan a la coreografía: la distancia es
una línea imaginaria… Hay en el conjunto de secuencias, yendo y volviendo sobre
las mismas líneas, una geometría que subyace a los que somos: cada uno sigue
estos recorridos que siempre están marcados, cada uno está preso de estos
círculos, de estos cuadrados, de estos triángulos, cada uno con su recorrido
predeterminado, con la “secuencia” de acciones preestablecidas.
Sometidos a esa geometría
salvaje, los cuerpos tratan de escapar por sus tangentes, se buscan, se juntan,
empujan los muros sin puertas, sin salidas. Cuerpos lanzados por una tangente
que no encuentra su destino en su caída interminable.
Al final, todos somos esa figura
intrigante en las escaleras, que ni siquiera es testigo de lo que pasa, sino una
persona anónima regando las plantas, subiendo y bajando, calzándose o
descalzándonos.
Y de pronto, esos gritos, esos
chillidos de cuervos, de urracas, de voces trasnochadas, que irrumpen haciendo
estallar el espacio armónico de la geometría, solo para volver a su estado
original, a las figuras ocupando espacios delimitados.
Aquí no se trata de qué emociones
te trasmite la obra, ni de las sensaciones que te deja. Aquí no está el juego
de las intuiciones. Aquí es esta racionalidad de las líneas imaginarias que, en
vez de conducirnos a un destino manifiesto, nos llevan a la banalidad de la
existencia: un pie de limón.
Sobre estos dos elementos, la
obra entera se construye: unas geometrías, unos gritos, unos cuerpos oscilando
entre unos y otros, unas almas perdidas, unos espíritus vacíos y vaciados de
sentido, una imposibilidad de expresar lo que sentimos, unas palabras que las
escuchamos lejos y a las que respondemos sin cesar: “¿Entendieron? No”
Y de regreso a la existencia, a
la búsqueda de la línea que debe seguir, de la figura a la que me pertenezco:
este círculo virtuoso y monstruoso del cual no escaparé jamás… entonces, grito.
Entonces, debo quedarme en el presente absoluto sin seguir la línea imaginaria
que me conducirá al pie de limón.