Parecería que desde el inicio Baudrillard se suma a la tendencia que sostiene la desaparición del arte, porque su afirmación es explícita: “…digo el Arte ha desaparecido.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20) Podría aproximarse a las tesis de Arthur Danto. Sin embargo, de manera inmediata gira en otra dirección. Ciertamente que el arte ha desaparecido, pero no significa su abolición sino la pérdida de su sentido originario y moderno, en cuanto forma de representación o de cuestionamiento de esta por parte de las vanguardias.
En dicha disolución
juegan dos factores: no hay más significación ni intercambio simbólico, ni
proceso de interpretación, ni hermenéutica del arte. Y, por otra parte, el
correlato de este primer movimiento: el principio de proliferación. Si el arte ha desaparecido, ha sido porque
los signos –de la mano de los significantes- se han extendido al conjunto de la
cultura:
“Ha desaparecido como pacto simbólico por el
cual se diferencia de la pura y simple producción de valores estéticos que
conocemos bajo el nombre de cultura: proliferación hacia el infinito de los
signos, reciclaje de formas pasadas y actuales. Ya no existe regla fundamental,
criterio de juicio ni de placer.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos
extremos. 20)
No solo prolifera la
estética sino que también los hacen las curadurías, las presentaciones, los
comentarios, los análisis específicos, los reportajes periodísticos, los
documentales. Nunca se ha hablado tanto de arte: “Vemos proliferar el Arte por todas partes, y más
rápidamente aún el discurso sobre el Arte.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo
sobre los fenómenos extremos. 20)
Esta multiplicación sin límites
de la estética –nuevamente- estaría aproximándose a las tesis de Michaud; esto
es, del arte en su estado gaseoso, que le lleva a penetrar en todo los rincones
al mismo tiempo que se deshace en el aire. Otra vez Baudrillard gira en
dirección contrario, alejándose de Michaud. Regresa la mirada hacia las
posiciones sostenidas en la crítica de la economía del signo y los textos sobre
el intercambio imposible.
¿Qué significado tiene ahora el
intercambio imposible para la esfera del arte? El arte entra de lleno en el
mercado y allí se siente perdido, porque las reglas de la equivalencia han
desaparecido, los cálculos en lo que se fundamentaba su valorización no están
más. Su capacidad de intercambio se ha disuelto, ahuecada por la pérdida de
significado, de valor simbólico.
“El arte se halla en la misma situación: en la
fase de una circulación superrápida y de un intercambio imposible. La «obras» ya
no se intercambian, ni entre sí ni en valor referencial. Ya no tienen la
complicidad secreta que constituye la fuerza de una cultura. Ya no las leemos,
sólo las descodificamos de acuerdo con unos criterios cada vez más
contradictorios.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos
extremos. 20)
La estética penetra
en todas las esferas del mundo y de la vida. Estetización como arma fundamental
del diseño y esta, a su vez, como aquello que permite que se venda, muchas
veces como factor más importante que su funcionalidad. O, si se prefiere, el precio
no se eleva por su utilidad; lo hace por su carácter de signo.
Signo de qué, cuál
es el significado y el referente del arte? El significante remite a sí mismo y
se devora como un uroboro. La imagen del signo no es otro que el propio signo.
Una semiótica del significante, en donde los otros elementos han desaparecido o
han dejado de tener importancia, sometidos a su completa indiferencia.
“Lo que estamos presenciando más allá del materialismo
mercantil es una semiurgia de todas las cosas a través de la publicidad, los
media, las imágenes. Hasta lo más marginal y lo más banal, incluso lo más
obsceno, se estetiza, se culturaliza, se museifica. Todo se dice, todo se
expresa,' todo adquiere fuerza o manera de signo.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo
sobre los fenómenos extremos. 22)
Baudrillard choca constantemente
con las interpretaciones posmodernas; entonces, en este caso, no se trata de
adherir a las tesis de la desmaterialización del arte. El arte como nunca se
materializa, se objetualiza, aunque fuera bajo la forma de acción, de gesto, de
performance. El arte, siguiendo el principal paradigma de la cultura
occidental, se torna operativo. Deja de importar la significación, no puede
cambiarse porque las reglas de equivalencia han desaparecido, no existen
criterios para elaborar un juicio estético, el gusto es cualquier cosa y lo
sublime se encarna en las marcas –un sublime banal, a pesar de que suene
paradójico- Las obras de arte adquieren la misma lógica que los objetos
técnicos.
Operación que es en primer lugar
performance, la realización no importa de qué, sino el proceso; y más que el
proceso, los mecanismos de funcionamiento, la máquina cuyos engranajes se
mueven, las tecnologías convertidas en el objetivo, en aquello que se muestra
por sí mismo, sin que tengamos algo que buscar detrás de ellas. Operación que
rebasa los principios del viejo funcionalismo y que lo reemplaza por la
articulación, por el ensamblaje de pasos, sin que llegue a importar a dónde
conducen, qué es lo que producen, qué sentido introducen en el mundo.
Ahora se cumple a cabalidad la
frase de Wittgenstein, que señala que el sentido del mundo está fuera del
mundo: “Con el minimal
art, el arte conceptual, el arte efímero, el antiarte, se habla de desmaterialización del arte, de toda una estética
de la transparencia, de la desaparición y de la desencarnación, pero en
realidad es la estética la que se ha materializado en todas partes bajo forma
operacional.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos
extremos. 20)
La secuencia de la relación
entre mundo e imagen termina en su aislamiento, en su ruptura, en la escisión
irremediable y banal del mundo y sus formas de representación. Comenzamos con
el paso de la representación moderna –vinculada a la producción de la verdad y
de la hegemonía burguesa-, a la “época de la imagen del mundo.”(Heidegger)
El siguiente paso, conduce a la
inversión de esta fenómeno: el mundo como imagen; tal como ha sido descrito por
McLuhan, Gubern, Didi-Huberman: imágenes que miramos pero que ante todo nos
miran. Finalmente, la imagen que se desprende de la duplicidad, de la
repetición, de los espejos y se torna pantalla. Imagen de la imagen. El mundo
puede ser visto únicamente se entra en la rueda de circulación de las imágenes.
Las imágenes están allí y como
dice Baudrillard, en ellas no tenemos qué, qué observar, ni cabe la pregunta:
¿imágenes de que son? Tenemos que ser
capaces de ver las imágenes como imágenes de imágenes, y dejar de interrogarnos
sobre la posibilidad de encontrar algo detrás de ellas. En el arte posmoderno
se alcanza el máximo de su realización, en el momento en que el artista en
capaz de producir estas imágenes sin más, que han dejado de repetir el mundo a
su manera:
“…una profusión de imágenes donde no hay nada que ver. La
mayoría de las imágenes contemporáneas, vídeo, pintura, artes plásticas, audiovisual,
imágenes de síntesis, son literalmente imágenes en las que no hay nada que ver,
imágenes sin huella, sin sombra, sin consecuencias. Lo máximo que se presiente
es que detrás de cada una de ellas ha desaparecido algo. Y sólo son eso: la
huella de algo que ha desaparecido. Lo que nos fascina en un cuadro monocromo
es la maravillosa ausencia…” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo
sobre los fenómenos extremos. 23)
El programa del arte posmoderno
queda delineado de manera explícita: ya no se trata de únicamente del nihilismo
que esconde, ni de le negación de las formas modernas, ni siquiera de la afirmación
de que todo vale. Tampoco se trata de la simple disolución del arte en el mundo
del consumo, de la mercancía, de la publicidad, del diseño.
Incluso el hecho de que el arte
se vincule cada vez más a una perspectiva sociológica convencional es suficiente.
Ciertamente que se puede decir que el arte es lo que producen los artistas y
que los artistas producen arte. (Dick, El círculo del arte.) Más aún, nos queda
claro que los circuitos del arte son fundamentales en la definición de lo que
pertenece y de lo que no a la esfera estética.
Con Baudrillard se lleva las
cosas a sus extremos, de la mano de sus estrategias fatales, hasta desembocar
en un doble nihilismo. El primero, bastante conocido, que corresponde a la
pérdida de sentido del arte posmoderno, a su ahuecamiento, a la ruptura de
cualquier modelo o paradigma, a la quiebra de las cualquier narratividad y a la
insistencia ilimitada en el performance, a la insistencia en los objetos
técnicos. Este es el primer nihilismo.
El segundo nihilismo –que se
parece mucho al tema de la doble predestinación de Calvino: estamos
predestinados y sabemos que estamos predestinados-, duplica el gesto, le añade
la plena conciencia del sinsentido y la reafirmación plena del arte como un fenómeno
de superficie, sin profundidad alguna: «Toda la duplicidad del arte
contemporáneo consiste en esto: en reivindicar la nulidad, la insignificancia, el
sinsentido. Se es nulo, y se busca la nulidad; se es insignificante, y se busca
el sinsentido. Aspirar a la superficialidad en términos superficiales.» (J.
Baudrillard 49)
El
arte se realiza en su plena banalidad y al hacerlo se anula como tal, aunque
esto no es un hecho traumático: por el contrario, sirve como principio de
afirmación, de identidad, de producción: «Cuando la Bagatela aflora en los signos, cuando la Nada emerge
en el corazón mismo del sistema de signos: he aquí el acontecimiento fundamental
del arte. Hacer surgir la Bagatela de la potencia del signo [.. J es propiamente la operación
poética.» (J.
Baudrillard 64)
Si el
arte entra en la parte maldita de la cultura se debe a esta opción por la nada,
por la nulidad, de la cual se desprende una pequeña partícula virtual,
destinada a desaparecer inmediatamente. La energía que le permite existir está
tomada de préstamo de la nada, como una oscilación de ella misma y que está
destinada de regresar, como una deuda que tiene que pagarse. Así, el arte
cumple enteramente con el teorema de la parte maldita (Bataille): el arte
posmoderno se convierte en más arte que cualquier otra manifestación, se vuelve
más real que lo real.
Todo
arte alcanza la hiperrealidad, en la medida en que escapa de la realidad, de la
representación, del desdoblamiento, de la repetición. No tanto una realidad
llevada a su extremo, sino una realidad reemplazada por la virtualidad, que se
coloca en vez de… y sin referencia a …: «Un último guiño paradójico, el de la realidad riéndose de
sí misma bajo su forma más hiperrealista, el del sexo riéndose de sí mismo bajo
su forma más exhibicionista, el del arte riéndose de sí mismo y de su propia desaparición
bajo su forma más artificial: la ironía.» (J.
Baudrillard 58)
Baudrillard, Jean. El complot del arte. Ilusión y
desilusión estética. Buenos Aires.: Amorrortu, 2006.