Ya es un lugar común señalar el
carácter dramático del barroco, su teatralidad como estrategia para transmitir
su forma de vida; aspecto que se profundiza en el barroco latinoamericano, en
donde alcanza la dimensión de un espectáculo estético al servicio de la
conversión y salvación de los fieles.
Como continuación y profundización
de esta perspectiva, hay que llevar ese drama barroco hacia su expresión como
tragedia que, con seguridad, proviene de varios aspectos. En primer lugar de la
imposibilidad de “vivir lo invivible”.
Este invivible que en la época de
la construcción de la Iglesia de la Compañía tiene que ver con la brutal
tensión entre esa estetización sin límite mostrada en esta arquitectura y
pintura y la explotación de indígenas y afroamericanos, reducidos a condiciones
infrahumanas.
Pero, el carácter trágico del
drama barroco es la “escuela quiteña” no tiene que ver únicamente con su
contraposición con la realidad, sino que le es interna. Lleva el germen de la
tragedia en su propia interior.
El mensaje que transmite poco
tiene que ver con la tragedia; tampoco se trata de equipararlo con los
condenados, con aquellos que no alcanzan la salvación y son arrojados al fuego
eterno. Desde la perspectiva de las funciones salvíficas del drama barroco, de
su supeditación al proyecto escatológico, este drama, estas escenificaciones
cercanas al arte total, ponen las condiciones para su rebasamiento, para su
desarticulación y su desactivación.
El drama barroco coloca los
elementos de su realización y junto con ellos, los aspectos de su destitución,
como forma de resistencia de los “subalternos”, que logran representarse a
ellos mismos por medio de esta estrategia.
La lógica estética del drama
barroco al poner su centro en esa exaltación de los sentidos, en el desarrollo
de las sensibilidades y en el amplio uso de la imaginación, abre un campo
entero, que emerge por esta fisura, a la pregunta por la posibilidad de otros
usos de ese ámbito estético.
Doble vínculo del barroco que
oscila entre el nivel manifiesto de lo sacralizado con los poderosos
instrumentos profanos, inmanentes, cotidianos, que utiliza a cada paso y que
tiende a ganar terreno en la “conciencia” colectiva e individual. Doble vínculo
que se encontraría profundamente inmerso en los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola.
Si la estética –como sensibilidad
e imaginación- han sido puestos al servicio de la escatología, ¿por qué no
desactivar este uso religioso y reconducirlo hacia lo profano e incluso hacia
la afirmación de otros modos de existencia, por fuera del proyecto traído por
la contrarreforma?
Habría que rastrear
cuidadosamente los puntos de rebasamientos, los momentos de fractura, las
estrategias de desplazamientos, los modos de escisión, del barroco como
instrumento religioso y su traslado hacia la esfera profana, en donde la
resistencia a la dominación se hace presente y otros modos de existencia crean,
aunque sea provisionalmente, un espacio para desarrollarse.
De este modo se puede comprender
el paso del barroco como fenómeno artístico al barroco como ethos, como forma
de vida, basado en esta estética; esto es, en la capacidad de imaginar –y de
vivir- otros modos de existencia por fuera del hecho colonial, moderno o
posmoderno.
Se debería insistir en que la
ideología de la contrarreforma en largamente dominante en toda la época del
barroco en América Latina; pero con igual fuerza se debe señalar que ninguna
ideología domina completamente sin fisuras. Se trata de mostrar las formas
específicas, los modos concretos, los procesos sociales y políticos, las luchas
manifestadas en los más diversos aspectos de la vida social, que provocan una
ruptura de las hegemonías.
Así se evita considerar a casi
todo como una estrategia de resistencia o, en el otro extremo, una especie de
monodia del poder, en donde ningún otro discurso –práctica- pudiera ser
articulado. Digamos que el barroco tiene una serie de conexiones parciales con
el poder que, a su vez, pueden ser desconectadas para ponerse el servicio de un
orden destituyente. Nuevamente, aquí estarían las condiciones de posibilidad
del ethos barroco.
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