Carlos Rojas Reyes
Inti Raymi: 22
de junio del 2023.
Hablar con los
dioses es un fenómeno harto común en las religiones; al igual que las
manifestaciones divinas para comunicarse con los seres humanos. Igualmente
consultar a los dioses a través de oráculos y adivinos es una práctica bastante
diseminada. En el caso inka lo novedoso no está en que existieran prácticas
oraculares rodeadas de ritualidades ni que hubiera una capa de individuos
especializados para tal tarea, que actuaban como sacerdotes; es decir, como
mediadores entre aquellos que consultaban y los espíritus que respondían.
Entonces ¿qué es
lo específico de la religión andina ancestral?, ¿cuáles son sus diferencias que
le convierten en un fenómeno específico altamente llamativo?, ¿de qué manera se
articula su carácter oracular con las decisiones políticas para producir una
teología política?, ¿en qué sentido se puede decir que este fenómeno es tanto
una modalidad de imposición de la ideología imperial inka como un fenómeno de
resistencia de los grupos étnicos, ayllus y comunidades?
Por otra parte,
la intención de este trabajo no está en realizar una descripción detallada de
la religión inkásica y sus prácticas rituales, incluidas las oraculares; ni
entrar en los debates antropológicos y arqueológicos acerca de su
reconstrucción. Se trata de una reflexión filosófica sobre la palabra de las
huacas, entendidas estas como mediadores, objetos y lugares a través de los
cuales hablan los dioses y los ancestros. Es decir, ¿cuál es la función y el
sentido de la palabra de huaca?, ¿de qué modo se produce una articulación muy
precisa entre el habla de los dioses y ancestros y las decisiones políticas del
imperio, las comunidades, los linajes, las familias e incluso los individuos?
La palabra clave
a introducirse en este contexto es hermenéutica; y no tanto porque se
utilice este método para la dilucidación del sentido de la religión oracular
inkásica, sino porque en el núcleo sagrado yace una hermenéutica: determinación
de los significados del habla de la huaca y apropiación, conflicto o rechazo
por parte de aquellos que consultan. Esto es, se trata de una hermenéutica
inkásica, practicada por ellos con una enorme frecuencia.
Religión
oracular metida de lleno en un permanente conflicto de interpretaciones, en una
permanente negociación de los sentidos de la palabra de huaca, inmiscuida en la
vida diaria de los diversos segmentos del imperio y de la cual dependía en gran
medida la continuidad de la dominación imperial y la posibilidad abrir brechas,
incluso fracturas, en esta.
Una
reconstrucción sintética de la religión oracular inkásica será útil como punto
de partida para la reflexión filosófica; de tal manera, que se procederá a
señalar sus características más importantes, sobre las cuales hay un cierto
consenso entre los investigadores:
El principal
atributo de los dioses es su capacidad de hablar; si no lo hacen, son falsos
dioses o huacas que tiene que ser destruidos. Un dios es dios solo en la medida
en que se comunica a través de la palabra:
Esta idea de que las deidades andinas tenían
que «dar respuestas» a los fieles se halla por lo demás expresada en forma
bastante explícita en unas solemnes oraciones al dios Viracocha y a todas las huacas, que los
sacerdotes incas entonaban durante la gran fiesta apotropaica de la Citua. En
efecto, en dichas plegarias, transcritas alrededor de 1575 por Cristóbal de
Molina, párroco del Hospital de Naturales del Cuzco y uno de los mayores
conocedores de la lengua quechua de su tiempo, se encuentra la invocación «Uyariway Hay niway,
Iniway», que es
traducida por el mismo autor como «Óyeme, respóndeme y concede conmigo».
Los
espíritus hablan y se comunican con los seres humanos. Así, en el caso de
Pachacamac adquiere su plena dimensión de dios cuando es interrogado y se le
exige que responda; a partir de aquí el dios penetra en algún objeto, como
piedras, montañas, lagunas, momias, para expresarse a través de ellas, aunque
es los templos en donde realmente viven a plenitud. Si la característica
esencial del dios es la de hablar, los seres humanos comparten esta misma
esencia, porque hay un principio de continuidad ontológica.
Más aún, los
demás espacios y manifestaciones sagradas de la religión inkásica al provenir
de Pachamacac adquieren sus mismas características: “… y si todas las demás huacas eran
concebidas como descendientes en línea directa de Pachacamac, entonces se tiene
que deducir que estas últimas debían necesariamente poseer la misma naturaleza
de su progenitor y, en particular, tener sus mismas características básicas, o
sea, la facultad del «habla», una manifestación física (un «ídolo») y templo
(un lugar de culto regido por sacerdotes)”.
En
este contexto, aparece un aspecto al menos sorprendente, muchas veces expresado
de manera ambigua en la reconstrucción de los cronistas españoles: son los
sacerdotes, hechiceros, o simplemente los miembros del ayllu, aquellos que al
interrogar a las huacas permiten que estas hablen. Es decir, es como si ese
atributo abstracto de tener la capacidad de hablar de los espíritus se hiciera
realmente única y exclusivamente en el momento en el son interrogados:
“Pachacamac al inicio solo es una “voz”, que dimana
primero de un ser todavía no nacido y, luego, de una piedra; y, finalmente, la
divinidad adquiere plena identidad y presencia cuando Tupac Yupanqui le hace
sacrificios y ofrendas y le erige un santuario”.
El
devenir dios del dios, incluso en el caso de alguien tan poderoso como
Pachacamac, es el lento proceso de ser interrogado por los seres humanos,
habitar un objeto que le identifique, y lograr el pleno desarrollo en el
santuario oracular; antes de todo esto, los espíritus solo son voces vagas como
de “niños no nacidos”. Digamos con mucha más fuerza todavía: ser dios es ser
interrogado y estar obligado a responder.
Así
se marca con toda claridad la diferencia con el cristianismo, como se puede ver
en el levantamiento del Taki Onqoy. La principal objeción y crítica contra el
dios cristiano es que no habla y que no está en capacidad de responder cuando
se le pregunta, al contrario de las huacas:
Barriga refiere que los profetas del Taki Onqoy,
para demostrar a la gente la total inconsistencia de la religión profesada por
los invasores, arrancaban alguna cruz de las capillas cristianas y la colocaban
en lugares donde acostumbraban celebrar sus ritos tradicionales y comunicarse
con
sus dioses. Allí se ponían a hacer
preguntas a la cruz, mofándose de que ella no les contestara y se quedara como
un simple pedazo de madera inerte y mudo, para seguidamente proceder a invocar
e interrogar a alguna huaca que, al responder a sus preguntas, manifestaba
toda su vigencia y poder.
Si
el dios cristiano no responde cuando se le pregunta, entonces no es un
verdadero dios; la cruz solo son dos palos cruzados inertes, sin ninguna significación. Si un espíritu
enmudece deja de ser dios o ancestro; regresa a su estado de simple madera o
piedra. Como el texto señala, el poder de los dioses se expresa a través de las
palabras.
En
cambio, los dioses inkas están obligados a hablar, de lo contrario sus templos
pueden ser destruidos y algunas huacas corren el peligro de ser borradas del
panteón andino. Los espíritus están obligados a responder;
no tienen la alternativa de quedarse callados, porque esto significaba su
descrédito temporal o permanente, e incluso podría acarrear la destrucción de
la huaca. Como se ha dicho, un espíritu es tal en la medida en que habla y
responde a las preguntas específicas, por ejemplo, sobre el mejor tiempo para
sembrar, la guerra, el relevo de un inka por otro, etc.
Si bien la
palabra es la característica de todos los seres espirituales: dioses,
ancestros, seres humanos, animales superiores, por supuesto, cada uno habla con
su propio lenguaje. El lenguaje de los dioses toma prestado de la naturaleza y
los animales su forma de expresión; por esto, se requiere de una hermenéutica
para traducirlo a los seres humanos, ya que no puede ser entendido directamente.
Esta es
una vía de doble dirección: también los sacerdotes tienen que usar un lenguaje
especial cuando están transmitiendo las preguntas y han penetrado en territorio
sagrado: “Cuentan que los sacerdotes se
acercaban a las imágenes de las deidades con gran temor reverencial —postrados,
de bruces, con los ojos cerrados— y al momento de hablar con ellas, para
transmitirles las preguntas planteadas por los señores étnicos u otros
individuos, empleaban un lenguaje del todo incomprensible a los fieles”.
Las huacas
se expresan a través de los sonidos de la naturaleza y los animales, porque los
dioses tienen su propio lenguaje que debe ser interpretado por los sacerdotes: “…
para las cuales se brindan las glosas
«Llorar», en una, y «Mugir algunos animales; dar gritos o quejidos. Bramar las
fieras. Tronar los volcanes. Murmurar las corrientes de los ríos. Sonar
cualquiera otra cosa sea del modo que fuere. Todo ello es Huacana para los
indios, que carecen de palabras más apropiadas», en la otra”.
La relación de
los dioses y los ancestros con los seres humanos requiere de la mediación de
una capa de la población especializada en tratar con lo sagrado, que son los
sacerdotes. Esto tampoco es una novedad en las religiones. En el caso del mundo
inkásico los aspectos que no aparecen en otras experiencias acerca de lo
sagrado tienen que ver precisamente con la gran tarea hermenéutica que ellos
tienen que cumplir.
Dos diferencias
separan la religión inkásica del cristianismo, aunque después con la conquista
y la colonia se den procesos de sincretismo, que son los que ahora son más
visibles
Primero, no hay
una verdad revelada, como la contenida en la Biblia, que tiene que ser
comentada una y otra vez para los fieles; y segundo, la mezcla indiferenciada
de teología y política que lleva directamente a que en la palabra de la huaca
estén contenidos las demandas y los intereses de los inkas, señores étnicos y
de las comunidades. El sacerdote es al mismo tiempo una figura política de
primera importancia y un mediador con lo sagrado; o, de otra manera, la esfera
sagrada y la política colapsan hasta formar una sola unidad, hasta conformar un
“hecho social total”:
… los oráculos —a saber, santuarios
controlados por sacerdotes, a través de los cuales las divinidades del lugar
daban respuestas a quienes las consultaban— representaron en el mundo andino antiguo
un fenómeno extremadamente común y difundido y una institución de la más alta
transcendencia no solo religiosa, sino también social y política: esto es, un
verdadero «hecho social total» que abarcaba diferentes esferas (religiosa,
política, jurídica, económica, artística, etcétera) de la vida sociocultural y
tenía un influjo determinante sobre el funcionamiento y la dinámica de la
entera sociedad y sus instituciones.
En
la práctica ritual oracular las preguntas son
realizadas por los sacerdotes. Ellos escuchan la voz de los dioses que toma
forma de truenos, bramidos, silbidos u otros sonidos de animales o de la
naturaleza. Ese es su lenguaje y debe ser interpretado. Generalmente el
sacerdote entra en una fase de arrobamiento al ser poseído por un espíritu y
habla en un lenguaje que nadie entiende. Un ritual que va acompañado de la
ingesta de algún psicotrópico. Entonces, el sacerdote interpreta el discurso de
los dioses y lo transmite al inka o a aquellos que han venido al santuario
oracular para preguntar. Desde luego, este es un aspecto que no es específico
de la religión andina ancestral.
¿En qué aspectos
se encuentra la novedad?, ¿en dónde radica la diferencia?, ¿qué hermenéutica
está en juego?, ¿cuál es el trasfondo efectivo de la interpretación del
oráculo? Comencemos por el aspecto más externo: la extensión de la práctica de
la consulta a dioses y ancestros atraviesa prácticamente todos los aspectos y
momento de la sociedad imperial. El inka no viaja sin el sacerdote y cada paso
que da va precedido de la consulta a una huaca o de un viaje a uno de los
grandes santuarios, como el de Pachacamac, para averiguar por el destino de un
gran empresa económica, bélica, social. El diálogo con los espíritus es una
actitud permanente que caracteriza a la cultura inka y que se transmite a todos
los grupos étnicos que conforman el imperio.
Luego, nos topamos
con el núcleo de la interpretación. ¿Cómo se interpreta?, ¿cuál es la
hermenéutica que se pone en movimiento? Aunque se tienen pocos ejemplos del
contenido de las respuestas oraculares, se sabe hacia dónde se orientaban y qué
carácter tenían. Los sacerdotes no interpretan la palabra de los dioses desde
alguna verdad revelada, que es inexistente en el mundo inkásico; tampoco se
trata de un simple proceso de adivinación, que también era frecuente en el
inkario.
Dos grandes
fuentes de las que se desprende un conjunto muy definido de sentidos, y por
ende, de respuestas, son posibles en el rito oracular: la ideología y los
intereses específicos destinados a la mantención y ampliación del imperio, su
cultura, lengua, intereses económicos, administración, sucesión en el poder,
tipo de alianzas, guerras; y, por otra parte, estos mismos elementos pero
provenientes de grupos étnicos, ayllus, comunidades o linajes incorporados al
estado inka, que exigen ser oídos.
Estos no pueden
dirigirse al inka y cuestionarlo, porque pondría en riesgo a la legitimidad de
su dominio y poder; utilizan la mediación de los espíritus a los cuales el inka
está obligado a escuchar. Es el lugar de transacción social, en donde se
procesan desacuerdos, antagonismos, exigencias, derechos, bienes, etc.
En ciertos
momentos, esta dinámica llega a hacer crisis de una manera brutal; por ejemplo,
cuando el inka pregunta sobre el futuro de su gobierno y los dioses callan.
Esta es la peor tragedia posible. La furia del inka llega a destruir templos,
huacas y comunidades enteras, hasta obligar que el dios al que se le pregunta
hable. Y si no lo hace, se acude a otro dios.
Silencio de los
dioses que corresponde a cuestionamientos, de diverso grado, al poder del inka
y de los grupos familiares que le rodean; signo de interrogación que amenaza
con hacer estallar un estado poderoso, pero que funciona de manera
descentralizada, por medio de la permanente delegación del poder en los
funcionarios o a través de los caciques locales.
En este contexto
se ubica el fenómeno de la confesión en la religión inka. La confesión es un
fenómeno típico de la religión inka y que comparte con el cristianismo; sin
embargo, las diferencias son bastante importantes. La confesión inkásica se
centra en manifestar los incumplimientos respecto de los deberes de los
rituales para con los dioses, la fidelidad al poder e ideología imperial, el
cumplimiento de los requerimientos de cada comunidad; y tiene poco que ver con
una especie de examen de consciencia referido a unos mandamientos
preestablecidos como es el caso del cristianismo. Tampoco hay, en este sentido,
una soteriología: simplemente estás obligado a corregir tus errores. La
dinámica de pecado y perdón está ausente, y la perspectiva de salvación o vida
eterna faltan por completo.
De este modo, emerge
una metafísica inkásica caracterizada de la siguiente manera en cuanto se
refiere a la relación entre el mundo social y el orden simbólico en donde
habitan los espíritus, especialmente dioses, huacas y ancestros:
a.
Los seres espirituales, dioses,
huacas y ancestros del mundo andino, apenas si existen en un estado casi
vaporoso; son solos voces inentendibles, imprecisas, todavía no bien
constituidos. Es la palabra, la capacidad de hablar lo que termina por darles
una forma definida y de este modo logran comunicarse con los seres humanos.
Se establece una especie de gradualidad ontológica por medio de la
cual los dioses, huacas y ancestros adquieren una realidad plena; la secuencia
implicada, como se ha dicho antes, se desarrolla a través de un triple proceso:
los dioses toman forma cuando son interrogados y obligados a responder, animan
a seres inertes como los piedras para poder manifestarse adquiriendo un nivel
de objetividad y, finalmente, alcanzan su pleno esplendor en los grandes
templos oraculares como el destinado a Pachacamac, sostenidos por toda la
liturgia y sacrificios ofrecidos.
Este mismo hecho conduce a la fragilidad de los espíritus: sus
templos pueden ser destruidos, se deja de hacer ofrendas y sacrificios, ya no
se les consulta y terminan como dioses mudos, es decir, que pierden su calidad
de tales y desaparecen de la memoria.
b.
La palabra se constituye como
el atributo fundamental de los dioses, pero no como verdad revelada. Palabra
contingente utilizada para comunicarse con los inkas o los diversos grupos
étnicos. Se adquiere la calidad de espíritu cuando se es capaz de hablar y de
comunicarse; esta característica desciende desde los dioses hasta los seres
humanos y se introduce en algunos objetos privilegiado convirtiéndoles en
huacas con plena capacidad oracular. La esencia de lo humano es el lenguaje.
Cabe aquí una advertencia importancia: la palabra de los dioses no
es equivalente a logos entendido como razón, como sucede en la filosofía
griega y luego en el cristianismo. Esta palabra puede o no ser racional; muchas
veces se equivoca, toma el camino equivocado o simplemente se calla con todas
las consecuencias que esto provoca. No se trata tanto de un giro irracional o
del destino fatal como en Grecia transportado por los oráculos; es una voz
siempre contingente enredada en el juego político de cada momento histórico.
c.
El conflicto de las
interpretaciones: en este entramado teológico político la figura del sacerdote
es central. Como mediador lleva las preguntas de las élites y de las
comunidades a los dioses y ancestros; luego, escucha las respuestas en un
lenguaje incomprensible; finalmente, interpreta las palabras de los dioses y
las traduce a las personas agolpadas en peregrinación a los grandes templos o
reunidos en torno a una huaca en su localidad.
Se produce un conflicto de interpretaciones, porque la hermenéutica
del sacerdote carece de una verdad revelada con la cual contrastar cualquier
mensaje. Tiene frente a sí la ideología inkásica convertida en una suerte de
entendimiento agente que flota por sobre el imperio. Este es el marco
referencial para guiarse y dar la respuesta esperada por el inka y por las
élites.
Sin embargo, de manera subalterna, casi invisible, los discursos de
los subalternos le presionan. El sacerdote por medio de la interpretación del
oráculo hace oír al inka las exigencias de los pueblos, sus demandas e
inconformidades. El inka está constantemente presionado por la multiplicidad de
intereses expresados a través de las huacas y en un estado inka disperso y
difícil de mantener unidad, no tiene otra alternativa que la de escuchar esas
voces de los de abajo.
Bibliografía.
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