Habría como aproximarse a los simulacros, en
su fase del desierto de lo real –nombre que tomo de Zizek (Zizek)
porque enuncia bien esta parte del pensamiento de Baudrillard-, con una
película y un libro: Prometeo de
Ridley Scott y 3001 La odisea final
de Arthur C. Clark. (Scott) (Clarke)
Me interesa resaltar en Prometeo la escena en donde la expedición despierta al “creador” en
busca de respuestas y desde luego, de los secretos de la vida eterna, de aquel
sueño utópico de escapar de la muerte. Se espera que el alienígena tenga las
respuestas a los grandes interrogantes de la humanidad.
La sorpresa que se llevan es simplemente
brutal. El “creador” se levanta y comienza a matarlos, sin explicaciones, sin
discursos. Más aún, ahora comprendemos que los “aliens” han sido creados como
arma de destrucción masiva de la especie humana.
Aquí impera el sinsentido en su plena
dimensión. La pregunta de por qué nos quieren eliminar a toda la humanidad se
queda flotando en el aire. Aquellos que pensábamos que nos darían respuestas,
quieren hacernos desaparecer del universo definitivamente. ¿Qué habremos hecho
para merecernos tal destino? ¿O se trata simplemente de la violencia gratuita
de los alienígenas contra nosotros, tal como nosotros mismos la aplicamos sobre
nuestros congéneres?
Prometeo
nos deja un sabor amargo en
la boca, aunque las últimas escenas tengan un final abierto, más estrategia de
la industria del cine para anunciar la secuela que otra cosa, Prometeo 2. Esa mirada aniquiladora del “creador”,
esa constatación de la inminencia de nuestra desaparición absoluta, esa
percepción de que el mal no necesita justificación, deshace nuestras
convicciones, nos pone de cara a lo que realmente somos, porque queda abierta
la interpretación: a lo mejor nos merecemos ese final.
La última novela de la saga de Odisea del espacio 2001 (Clarke, 2001, Una Odisea Espacial) , de Arthur C.
Clarke, también nos trae sorpresas de una magnitud similar a Prometeo. La primera novela, y sobre
todo la película (Kubrick) , nos llevan a un
universo que no entendíamos pero que estaba lleno de promesas maravillosas. El
monolito como la promesa de los “dioses” creadores, que dieron origen a la
vida, a la inteligencia y que esperamos que nos conduzca a un futuro
esplendoroso.
3001
La odisea final investiga qué está causando una serie de
alteraciones del planeta que están poniendo en riesgo la vida entera y con
ello, la desaparición de la especie humana. Desde luego, acuden al monolito
porque si allí estuvo la fuente de la vida, probablemente las respuestas a
nuestros problemas desesperados, también los hallaremos allí. El descubrimiento
que realizan es abrumador: el monolito solo es un objeto tecnológico dejado por
alguna especie superior que seguramente ya habrá desaparecido, hace muchos
miles de años, dañado por el tiempo, funcionando ahora de manera destructiva.
La humanidad no encontrará aquello que
busca, ni las respuestas a sus interrogantes fundamentales, peor aún el sentido
de su existencia, apelando a algo o alguien exterior a ella, trascendente, que
nos permita liberarnos de nosotros mismos. Lo que está fuera se nos presenta
como destructivo y sinsentido, tanto en 3001
como en Prometeo.
Las grandes metáforas de 2001 Odisea del espacio y de Alien (Scott) no funcionan más.
Las narraciones utópicas de una humanidad heroica luchando contra los otros,
los extraños, siempre violentos y sobreviviendo a pesar de todo, la especie
humana conducida por extraterrestres o dioses benévolos, se muestra como una
ilusión ahora insostenible. Vivimos en la época del monolito dañado, del objeto
tecnológico convertido en amenaza; estamos en una era en donde impera la
destrucción sinsentido, inexplicable, injustificable, de aquellos que
consideramos como enemigos, o simplemente de aquellos que piensan de un modo
diferente.
Nos vemos obligados a volver la mirada sobre
nosotros mismos. Las amenazas y las promesas
provienen de nosotros mismos y las perspectivas son altamente preocupantes. La
destrucción de la especie humana será obra de la especie humana. El único
sentido que le demos a la existencia de la especie provendrá de la misma
especie. Por ahora, el sentido vaga sinsentido por el mundo.
Una última inversión de una metáfora tan
paradigmática que encontramos en 2001
Odisea del espacio: en una de las escenas mejor logradas de la película,
cuando se descubre que la computadora les está matando, se procede a
desconectarla. Oímos cómo Hal 9000 suplica, pide perdón, ofrece
disculpas, promete no volver a hacerlo; a medida que se desconectan los módulos
de memoria, Hal retrocede hacia su
pasado, hasta que su voz finalmente se apaga. El hombre ha triunfado sobre la máquina.
La hipótesis de Baudrillard le daría la
vuelta a la escena: imaginémonos a una máquina miniaturizada entrando en el
nuestro cerebro y desconectando una a una nuestras neuronas, para que no seamos
capaces de hacer daño a otros ni a nosotros mismos. Y vayamos más lejos, la
lenta producción del ciborg que empezamos a ser, provocaría en nosotros este
apagado de nuestra inteligencia, la desaparición de nuestra memoria.
2001
Odisea espacial. Dir. Stanley
Kubrick. Int. Keir Dullea. 1968.
Alien.
Dir. Ridley Scott. Int. Sigourney Weaver. 1979.
Clarke, Arthur C. 2001, Una Odisea Espacial.
Barcelona: Plaza & Janés Editores, 1998.
—. 3001 Odisea final. Buenos Aires: Emecé,
1997.
Prometeo.
Dir. Ridley Scott. Int. Noomi Rapace. 2012.
Zizek, Slavoj. Bienvenidos al desierto de lo real.
Madrid: Akal, 2005.