Este es el nombre intrigante del libro Eugenie Brinkema, The forms of affects[1], y de aquí tomó la denominación que utilizaré para definir la propuesta de una teoría de la forma, que demanda precisiones en cuanto a qué entender por forma, cómo diferenciarla de las diversas corrientes formalistas, qué tomar de ellas, en qué medida exige que, como punto de partida, se deje en suspenso la separación, la dualidad, la escisión entre forma y contenido.
Y esta denominación lleva el título de formalismo radical que es,
ante todo, un determinado posicionamiento dentro del campo del formalismo y
que, llevado hasta sus últimas consecuencias, esperamos que sea capaz de
expresar el modo de ser del mundo que lo subyace. ¿Qué significa adoptar el
formalismo radical? ¿Qué consecuencias tiene? ¿Cuáles son las primeras
lecciones que vemos aparecer? ¿Puede servirnos de guía de viaje a través de las
innumerables teorías, de los debates dispersos, de las áreas del conocimiento que
adoptan una perspectiva formal?
Como una presencia que salta desde la oscuridad y nos sorprende Brinkema
nos restriega en la cara esta primera y fundamental afirmación: los afectos son
formas; y, a pesar de que parezca igual es totalmente diferente, no quiere
decir que los afectos adoptan unas formas, que una vez dados se manifiestan en
la realidad con una gran capacidad de metamorfosis. Es preciso detenerse, no
dejar pasar tan rápido esto de que los afectos son formas, antes de tomar
unos contenidos, son formas. Incluso sería preferible escribir forma-afecto, o
la forma afecto. Solo a partir de este momento, de este fundamento, los afectos
efectivamente se convierten en determinadas formas.
Se ha instalado como corriente hegemónica la idea de que los afectos son
aquellos que escapan a la razón, que solo pueden sentirse y vivirse, que no son
objetos de teorización; y que, además, están ligados a los cuerpos que son por
ellos mismos verdaderos y a los que tenemos que acudir en este momento de crisis
tan profunda de la racionalidad occidental. Desde luego, en torno a esta idea central
se tejen una multitud de variaciones sobre el mismo tema:
Este concepto de “afecto” que es totalmente
sentimiento-sin-forma, que no-es-estructura así ha llegado a ser un término
general para cualquier resistencia a la sistematicidad, una promesa de recuperar
contingencia, sorpresa, juego, placer y posibilidad. (30)
Afecto es seria flujo permanente que no se concreta en estructuras,
regularidades, reglas, leyes, sino que vaga siempre en espacios amorfos
produciendo una riqueza interior en la nos refugiamos huyendo de nuestros
pensamientos. En este momento Brinkema salta al escenario y nos dice que algo
no funciona en estas aseveraciones, que hay aquí un malestar que oculta otro
malestar igualmente profundo:
La cosa es: El afecto no es el lugar en donde
una resistencia inmediata y automáticamente se da fuera del lenguaje. El giro
hacia el afecto de las humanidades no oblitera el problema de la forma y la
representación. El afecto no es en donde la lectura no se requiere más. (xiv)
El giro afectivo de las humanidades convierte en urgente la discusión
sobre forma y representación, exige un riguroso debate conceptual que
lastimosamente choca con prejuicios fuertemente establecidos y que se suelen
asociar con posiciones críticas. Solo el análisis formalista nos permitirá
acceder a los afectos, insiste Brinkema, y de este modo evitar la teología
negativa, la ontología negativa, de los afectos en las humanidades, porque se
conciben como el origen de todo que no puede ser entendido. Al tratarse de cuerpos
y afectos solo cabría hacer silencio y dejar que esa corporalidad invadida por
flujos pasionales hable por sí sola. Llegamos a una teoría de los zombis afectuosos.
¿Acaso el zombi no es la encarnación del sujeto puramente sensorial,
instintivo, mostrado en su completa negatividad de su pulsión de muerte que es,
al mismo tiempo, una pulsión erótica? ¿No será por este motivo que nos fascinan
este tipo de películas?
El primer paso que dar: romper con la hipótesis expresiva de los afectos.
Segundo paso: descentrar el afecto respecto del espectador. Luego, caer
directamente en la forma-afecto. Más aún, repensar, redefinir, alterar los
enfoques formalistas y acceder a un formalismo radical. He aquí el programa y
el desafío, que asumimos a cabalidad como una consigna que hacemos nuestra: “No
neo-formalismo sino formalismo radical”. (37)
Brinkema conduce el asalto a la crítica del cine como lugar en el que
veremos aparecer, luego de derribadas las murallas, la forma-afecto. Y las
armas de este asalto son “…la metodología de la lectura orientada a las formas
y la lectura de los afectos como teniendo formas como intervención teorética”.
(37)
Escapamos tanto de la interioridad subjetiva y de su expresión y
desembocamos en el territorio de las estructuras afectivas, que son formas y
que, a su vez, “…trabajan a través de medios formales, que consisten en sus
dimensiones formales (como líneas, luz, color, ritmo y otros) de las
estructuras apasionadas”. (37)
En la ferviente convicción de Brinkema hay una pasión formal de y en las
estructuras; un pathos formal atraviesa toda la línea de montaje, cinematográfico
o teatral. Estas estructuras apasionadas introducen una distinción en el mundo
y llevan en su interior un cúmulo de significaciones que, ahora sí, el
espectador tiene que descifrar. La ruptura del código que cada espectador
realiza es posible únicamente si descifra las formas. El afecto ha dejado de
ser puro flujo irracional que no puede pensarse sino solo vivirse. Digamos utilizando
a Schopenhauer que aquí los afectos desencadenan una voluntad de pensar. Y, por
su supuesto, no hay voluntad de pensar que no sea simultáneamente afecto.
“Así el afecto deja de ser mero escalofrío,
cosquilleo, capacidad bruta de responder a los destellos de luz, ruidos
fuertes, sorpresas sorprendentes”. (37)
Se podría decir que tenemos que utilizar el método de la lectura
orientada hacia la forma que nos muestra que estas formas que vemos, tocamos,
sentimos, se desprenden de una forma primera, que viene dada por la elección
del montaje que hagamos, un montaje que ya es pasión, que contiene dentro de sí
los afectos, al mismo tiempo que abre la puerta de las significaciones. Se pone
en escena la forma de los afectos.
El formalismo radical une aquello que la modernidad separó y que la
posmodernidad llevó a su escisión total: la forma y el contenido:
Si el afecto como área conceptual de
investigación consiste en tener el potencial radical de abrirse a las avenidas éticas,
políticas y estéticas para su indagación teorética, entonces, muy simplemente,
tenemos que hacer algo mejor que documentar los estremecimientos de la piel. (38)
El formalismo radical no se queda en las meras formas, como color, luz,
escenarios, actuaciones, construcción de personajes, performances o lo que
fuere, sino que se inicia en la forma de la estructura o mejor en la pasión
formal de la estructura. Regresemos nuestra mirada hacia la forma, comprendamos
que, a pesar de los innumerables estudios, teorías, debates, análisis, “…todavía
no le hemos preguntado lo suficiente a la forma”. (40)
Interroguemos a la forma y saquemos a la luz aquello de lo que es capaz,
especialmente los afectos que puede desencadenar. Más aún, afectos que desaparecerían
en caso de perder la forma o se transformarían cuando adopten una forma
diferente. Estructuras que producen afectos, afectos que se convierten en un
deseo de pensar.
Pensemos, nos dice Brinkema, en los montajes que se estructuran a través
de recurrencias, de elementos formales que se llaman a sí mismo, que vuelven sobre
ellos mismos como uroboros. Lo que vuelve es “…la forma del retorno o
recurrencia- que puede afirmarse sin recurrir a la especificidad de los
contenidos…” y que puede afirmarse como tal en la medida en que es “fundamentalmente
una forma” (246); de lo contrario sería una redundancia insoportable aquella
que repetiría el contenido una y otra vez. Aquí, por el contrario, hay una
estructura recurrente y en cada ciclo los contenidos pueden desplazarse suave o
bruscamente, pero siempre atrapados en el bucle.
Forma que nos enfrenta al gozo, a su búsqueda y la imposibilidad de su
encuentro, siguiendo a Lacan, que nos orienta en el camino de una lectura e
interpretación orientada hacia la forma: “… el afecto regresa en este libro
como pura noción de felicidad afectiva a través de presenciar y afirmar la lectura
orientada hacia el formalismo como tal -esto es la más pura forma del gozo es
la repetición formal”. (249)
En compañía de Brinkema ¿a dónde hemos llegado? ¿En qué consiste el
formalismo radical? ¿Qué hemos ganado de esta unión entre forma y afecto? ¿Vuelve
el alma al cuerpo zombi, a ese zombi afectuoso que nos persigue para
convertirnos en uno de ellos? Y un espíritu que es forma. Habría que imaginar
una película en la que los zombis pueden encontrar su alma perdida en un lugar
escondido. Ellos vagan sin descanso queriendo encontrar el lugar en donde se
les devolvería su categoría de seres humanos. Hurgan por todas partes,
interrogan a los “sanos” y al hacerlo los vuelven muertos vivientes.
¿De qué no se dan cuenta? ¿Por qué no pueden descubrir en dónde están
los espíritus esperándolos? Como el caso de la Carta Robada sus almas están
allí a su alcance, ante sus ojos, pero ellos buscan en lugares secretos. Los
espíritus son formas estructuradas, montajes en el sentido de Eisenstein, que
provocan la emergencia de afectos que, nuevamente, nos empujan, nos exigen, nos
demandan que pensemos y que están allí a la vista. Así se forman unidades
compactas de afectos-pensamientos, afectos-lenguajes, afectos-representaciones.
No existen afectos vagando en cuerpos que habrían perdido su capacidad de decir.
El formalismo radical muestra que los formalismos y neo-formalismo no
toman suficientemente en serie a la forma, porque terminan por reducirla a los
fenómenos o a las apariencias, se quedan en el nivel de la composición, el color,
las texturas, los materiales, pero el cuadro es mucho más que eso: es una forma
plástica que recrea enteramente unos afectos-pensamientos.
Formas que son estructuras que desencadenan procesos; o lo que es igual,
procesos que oscilan en el mismo campo y que por su repetición y recurrencia
crean patrones de comportamiento, modalidades de ser. Solo de esta manera se
puede explicar la existencia de las diferencias y la persistencia de las
igualdades y similitudes.
Con Brinkema damos este paso adelante respecto de los formalismos sin
caer en enfoque que privilegian únicamente el contenido, que terminan
acercándose al realismo y al naturalismo. Formalismo que rehúye su reducción a
meras formas, a simples figuraciones, a representaciones bidimensionales del
espacio tridimensional.
La forma radical vendría a ser el origen y el fundamento de lo existente
que se parte inmediatamente en estas formas específicas con la potencialidad de
los afectos que llevan dentro y que luego se despliegan en un gigantesco
abanico de contenidos, mensajes, mímesis y especialmente hipermímesis de lo
real como es el caso de los mundos virtuales.
Finalmente quisiera que conservemos en la mente uno de los hallazgos
centrales de Brinkema: es preciso utilizar una metodología orientada hacia las
formas, hacia su descubrimiento; detectar las modalidades en las que se
presenta, las articulaciones a las que da lugar, las secuencias que se
desprenden de ellas, los recorridos recurrentes y recursivos, los montajes a la
Eisenstein y las líneas de montaje específicas.