La imagen pertenece al orden de la repetición: vuelve
a mostrar aquello que ya teníamos delante, como realidad o como pura
imaginación; por este motivo, le es imposible coincidir completamente con
aquello que repite, sin importar el grado de figuración o de mímesis. Hay
siempre un espacio, una distancia, un lapso que media entre la imagen y aquello
de lo que es imagen.
Desnuda, si podemos decirlo así, el carácter de
medio-real de lo real, porque tenemos lo real y su imagen, sin la cual no llega
a ser plenamente tal, al menos cuando hablamos de la humanidad. La imagen nos
dice que aquello que llamamos real está incompleto, no terminado, jamás cerrado
ni concluido.
La imagen muestra el “estado de abierto” de lo real,
que era una de las características del ser humano resaltadas por Heidegger y
que intentaba señalar tanto su precariedad temporal como su apertura hacia el
mundo.
Tomemos, por ejemplo, el caso de las imágenes
cinematográficas. El cine es enteramente un “efecto especial”, que se
manifiesta por ese hecho que ha dejado de sorprendernos: existe. ¿Y de qué
manera hay cine? El cine se ubica en el orden de los espejos, de la observación
atenta, de la realidad duplicada.
Partiendo de esa realidad, se desplaza, se mueve
hacia la esfera de lo imaginario, de lo ilusorio. Y lo hace para interrogarse
sobre los hechos, sobre los acontecimientos de todos los días. El cine muestra
de qué manera lo que vivimos está incompleto, inacabado y por eso, muchas veces
ser más real que lo real. Un simulacro que nos resulta más vivo que la vida
misma.
Y esto corresponde a la estructura de la
subjetividad, de la superposición de los significados que volcamos sobre la
realidad: “Entre la sensación habitante del mundo y la elaboración del
significado, hay la etapa necesaria en que el mundo es “vuelto otro”, “objetualizado”,
su categorización fluida en objetos identificables es lanzado fuera de
cualquier conciencia de ellos.” (Sean
Cubitt, The cinema effect, p.2)
Por eso, el cine siempre tiene una relación
problemática con la realidad, porque se desarrolla, en el plano de ilusión, de
aquello que pretende ser pero no es, de aquello que nos muestra lo real sin ser
real. Así que lo que está en juego en el cine es, nada menos, que el porvenir
de la ilusión, el destino de la ilusión, en una sociedad que ha perdido la
esperanza, que se deja llevar sin oponer resistencia:
“El movimiento cinemático es una desafío fundamental
para el concepto de totalidad e integridad, su devenir un test de la primacía
de la existencia. En particular, surge la cuestión de la temporalidad: cuándo
es el objeto del cine? Cuando, efectivamente, se está moviendo la imagen?” (Sean
Cubitt, The cinema effect, p. 5)
Se hace cine en una época en la que la ilusión es
imposible; de aquí que en el cine o bien termina por destruirse ese porvenir
que anhelamos o nos abre una puerta para reconstruirla, para rehacerla.
Así que el cine saca a la
luz la “esencia” de lo que somos: de una parte realidades afincadas en un
presente continuo; y de otra, radicalmente contingentes porque somos de este
modo, pero podríamos ser de otro.
El cine expresa lo que toda
imagen contiene fundamentalmente: ahueca la realidad al duplicarla y permitir
que se vea cómo está vacía por dentro al cuestionar la relación entre verdad y
realidad. “Ficcionaliza la verdad” y al mismo tiempo es el lugar en donde se “verifica
la ilusión”, en donde ponemos a prueba la posibilidad de que haya ilusión, el
modo en que esta se da efectivamente y, especialmente, qué futuro le espera a
la ilusión.
La imagen es una ilusión que
nos confronta con el futuro de la ilusión, que es lo que finalmente está en
juego en la existencia de la especie humana.
“Las distinciones entre el
realismo y la ilusión no tiene sentido en una época en la que no hay ni la
ilusión de la vida ni la ilusión de la ilusión que fascina sino más bien el
espectáculo en su hacerse. La fascinación de estos experimentos sobre la
materia prima del tiempo no es la colusión del cinema en la hegemonía de la
mercancía capitalista y el consumismo emergente, sino el hecho de que este
nuevo dispositivo toma de una vez un alma por sí misma, aspirando a “más y
mejor libertad”, que es la libertad del libre comercio. “ (Sean Cubitt, The cinema
effect, p.11)