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viernes, 11 de julio de 2014

TEATRO CANÍBAL. PROPOSICIONES. 7. DEL CONCEPTO-PERSONAJE AL PERSONAJE-CONCEPTO.

73. Los personajes conceptuales han estado presentes a lo largo de la historia de la filosofía. En el teatro, especialmente en la formación del canon, muchas obras terminan por definirse por los conceptos que encarnan: venganza, celos, avaricia, destino, entre tantos otros. Los personajes de esas obras estaban completamente penetrados por esas grandes nociones; Hamlet y Otelo son buenos ejemplos de esta situación.

Si seguimos a Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, todavía podremos ir más lejos y decir que no solo los personajes se definen por su nivel conceptual, sino que los propios autores son encarnaciones de la idea que mueve la obra. No es Shakespeare quien finalmente define el carácter de sus obras, sino que las grandes ideas son las que hablan a través de él.

La tipicidad, tal como la definía Lukács en su Estética, se convierte, de este modo, en el núcleo del canon. Aparece una pregunta que se vuele constante: ¿hasta qué punto el personaje que se ha construido en la obra algo ese rango de tipicidad?, ¿en qué medida muestra al migrante, al marginal, al sabio, al desesperado? El valor de la obra y de su representación se vincula a esta tipicidad.

El personaje-que-se-vuelve-concepto evita la vía clásica de “elevarse” a nivel de gran categoría: avaricia, venganza, deseo, muerte, esperanza, luz, que pueblan el teatro. Tampoco evoluciona en la dirección del máximo de singularidad, tanto que desbordaría dicha tipicidad, tan característico que se tornaría irrepetible desde esa actuación, ese actor, esos momentos de una presentación en un lugar y días específicos.

Uno de las vías para escapar al dilema del extremo de tipicidad o del máximo de singularidad de la representación –ambos recursos tradicionales de la sociedad del espectáculo-, es descender hacia los fenómenos gramaticales mucho más básicos, antes del nombre, antes del verbo.

Encuentro con esos otros elementos que son profundamente conceptuales aunque no de la misma manera que los que manejamos a diario. Podemos que comparar las dos series:

Espíritu                                                                              Algún
Venganza                                                                          Uno
Efímero                                                                             Cualquiera
Esperanza                                                                         Uno
Solidario                                                                           Varios
Avaricia                                                                            Alguien…

Ciertamente, dada la metafísica que anima nuestro tiempo, estamos acostumbrados a pensar solo la primera columna y damos en torno a esas ideas interminables debates. Por otra parte, muy ocasionalmente hay una reflexión sobre la segunda columna; por ejemplo, los textos de Agamben sobre cualquiera.

Coloquemos algunas frases:

“Este personaje también representa la venganza.”
“Este carácter enuncia ciertamente el deseo reprimido.”
“Quizás aquí vivimos el drama de la vejez.”
“Tampoco sucedió que Edipo pudo detenerse a tiempo.”

Dejamos de lado: venganza, deseo, represión, drama, vejez, suceso y nos quedamos con esos otros elementos igualmente conceptuales aunque de manera oculta: también, ciertamente, quizás, tampoco.

¿Cómo hablaría, cómo podría representarse un personaje que fuera Quizás, Algún, No, Uno, Cualquiera, También, Tampoco? ¿Qué fuerza de disolución del mundo introduciría este ejercicio? ¿Qué máquina abstracta se pone en movimiento? ¿Y qué otros mundos se abrirían a nuestra mirada? ¿Qué formas de vida aparecerían detrás del imperialismo de los grandes conceptos?

Más aún, podríamos introducir en esta máquina abstracta del teatro caníbal el teatro clásico para ver cuáles son los resultados que arroja: “Quizás Hamlet es la historia del venganza”, “También Macbeth trata del poder sin límites”, “Edipo Rey tampoco es una historia acerca de un incesto.” ¿Se podría contar otra historia del teatro, una que vaya en contra del que ha sido narrada por los vencedores? Hasta desembocar en: “Cualquiera es el infierno del otro”, “Por si acaso la Cantante Calva sea una obra sobre el absurdo”.

En “Edipo Rey tampoco es una historia de un incesto”, este adverbio transforma radicalmente nuestra lectura de Edipo, la desplaza agresivamente. Primero porque separa a Edipo Rey de su lectura clásica –incluido Freud-, porque niega que la obra pertenezca al campo en el cual se la ha colocado desde siempre, como parte de la constitución judeo-cristiana de Occidente. Segundo, porque nos está diciendo que esta obra, Edipo Rey, juntos con otras que no se nombran, cuya enunciación se deja en suspenso, están integradas a otra interpretación, han sido incluidas en otro conjunto que escapa al “complejo de Edipo”.

Así que el camino que lleva del concepto-personaje al personaje-concepto quiebra las grandes ideaciones de Occidente y le propone al personaje –al actor, a la obra, al dramaturgo-, hacer esta tarea deconstructiva introduciendo una “metafísica de lo cotidiano”, una que reflexiona sobre: todavía, tampoco, alguna, una, ninguno, quizás…

Se podría decir algo similar de la danza y del cuerpo, sobre los cuales volcamos con furia los conceptos a los que nos aferramos tanto. El cuerpo se convierte en la encarnación de nuestras ideas; el cuerpo se encuentra prisionero del alma, que lo atrapa en su deseo de permanencia, de eternidad.

Se trata de liberar al cuerpo de esta prisión, aunque cabe el peligro constante de someterlo a otro fundamentalismo, por ejemplo volverlo vegano. Y no se trata de las elecciones personales que cada quien haga, sino de la carga metafísica que colocamos sobre el cuerpo.

Un cuerpo que desciende hasta estas otras temporalidades visibilizadas en la base oculta de la lengua: “un cuerpo que tampoco quiere ser cuerpo”, “un cuerpo que aún respira”, “quizás te entregue mi cuerpo”, “algún un cuerpo”, “ningún cuerpo”, antes del nombre, antes del verbo.