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jueves, 22 de agosto de 2024

AZZUL / SANTIAGO ESPINOZZA

 




Cuando nos aproximamos a una obra de arte ponemos en primer plano su contenido, aquello de lo que esta habla o quizás lo que quiere decir y el modo en que llega hasta los espectadores. Solo en un segundo momento apoyados por alguna indicación textual nos percatamos de los aspectos técnicos como aquello que está detrás de los cuadros y que, junto con el material, dan forma a la obra.

Sin embargo, estos aspectos técnicos no son secundarios, sino que se encuentran en el núcleo duro de la obra de arte, a pesar de que sea difícil de acceder a su significado. En este caso, la utilización de un bolígrafo con tinta azul nos lleva directamente a una estética y coloca bajo su fuerza visual a todo el resto de los elementos.

¿Cuál es, entonces, el valor plástico del bolígrafo azul? ¿De qué manera las historias surrealistas, kafkianas, psicoanalíticas, incluso a la Magritte, quedan subsumidas bajo su capacidad de construir un mundo propio, con sus específicas reglas artísticas? ¿Qué transformaciones se provocan cuando se deja de lado las técnicas tradicionales y, al mismo tiempo, se aleja de cualquier tratamiento posmoderno que desprecia estos aspectos?

El bolígrafo es un invento maravilloso en su simplicidad y que logró la universalización de la escritura manual, permitiendo el control de la tinta. Como todo buen inventó entró en la vida diaria sin ruido para quedarse de esta manera por largo tiempo. Está allí todo el tiempo frente a nosotros y es difícil imaginar que en algún momento no estaba a la disposición inmediata.

De este modo, el bolígrafo azul se levanta desde lo cotidiano para hablar de cuestiones trascendentales, como es el paso del tiempo. Una cosa es la reflexión sobre el transcurrir imparable del tiempo desde una perspectiva conceptual o teórica, y otra, harto diferente, desde la vida diaria, en la cual, aunque no pase nada, el tiempo pasa.

Así estos cuadros, con una cierta sonrisa, ponen delante de los espectadores las preguntas que se quedan latiendo en las mentes sin encontrar respuestas: ¿es el tiempo la sucesión de infinitos presentes que son representados en los cuadros como la repetición incansable de rostros? ¿Es la existencia una colección de objetos persistentes tal como se puede ver en Efímero 42?

Y la obra que lleva como título Azzul que reúne un conjunto de objetos y reconstruye por su sencilla yuxtaposición una época y una cultura, marcada por el desgaste que el tiempo provoca en todas las cosas, incluida el mundo de lo simbólico: cámara, casete, tocadiscos, audífonos, teclado, guitarra, amplificador, y dentro de uno de ellos la marca indeleble de la su caducidad: Entropía 42.

Por su parte, las alusiones a un mundo kafkiano y surrealista están allí para recordarnos que tanto el absurdo como lo extraordinario habitan en la vida cotidiana, que no tenemos que viajar a mundos excepcionales para encontrarlos. Al final de cuentas, la existencia de Kafka se puede resumir en una máquina de escribir, un portafolio, una taza de café, unas letras que ascienden por sus piernas, el rostro que se duplica y que muestra cómo pasa el tiempo, y todo coronado por el sombrero de Magritte.

La obra Azzul logra con mucha sutileza el encuentro preciso entre la existencia efímera y hasta banal por la que atravesamos sin darnos cuenta, con preguntas filosóficas que se elevan desde ella sin perder su asidero terrenal. La apenas perceptible duplicación de la letra Z en Azzul que dice que estamos sumidos en el aquí y ahora, pero que es en el instante siempre repetido en donde nos sentamos a interrogarnos por el sentido de las cosas, en caso de que tuvieran alguno.