Uno de los presupuestos claves de la posmodernidad era el enunciado por
Lyotard, La condición postmoderna:
las grandes narraciones habían terminado su recorrido y eran sustituidas por
los pequeños relatos. Junto con este proceso, los poderosos sujetos
teleológicos autores de las revoluciones, no existían más. Sujetos minimalistas
contando historias personales, en medio de un presente que se negaba a
dirigirse hacia algún lado. La belleza como esencial al arte, cedió paso a las
estrategias y productos performativos. La razón tecnológica guiada por la
eficacia reinaba ahora sin oposición –y creo que todavía lo hace-
La modernidad había inaugurado la era de representación, cuyo centro era
el discurso que, a su vez, era el elemento nuclear de las narraciones
políticas, sociales, teóricas, entre tantas otras. El sujeto se representaba la
realidad y pretendía hacerse con la verdad y la objetividad. La posmodernidad
reinó sobre el predominio de la presentación sobre la representación, del
performance sobre el habla, de la acción sobre la palabra. Más aún, lo que
importaba eran aquellos enunciados que hacían cosas, que actuaban. El texto ¿Cómo hacer cosas con palabras? de
Austin, circulaba por todas partes y era citado interminablemente.
Pero, ¿a dónde ha ido a parar la representación? ¿Se ha disuelto como todo
el sólido en el aire o simplemente ha desaparecido sin dejar rastro? Si la
esfera de la representación ya no existe más, ¿quiere decir que es el triunfo
definitivo del performance, de la presencia, de la efectividad sobre el
significado? Se habría abolido la pregunta por el sentido, sin importar cuál
hubiera sido la o las respuestas.
Como la belleza que se trasladó del arte al diseño, a la mercancía, a
los nuevos objetos tecnológicos, la representación se exiliado en algún sitio;
y no hablo solamente de los pequeños discursos, de las anotaciones breves y
fragmentarias sobre el mundo, sino de las grandes narraciones que pretendían
comprender el mundo en su totalidad.
Ciertamente que tenemos el regreso de los fundamentalismos, como los
religiosos cristianos, musulmanes, new age o de cualquier otra clase, que son
cada vez más feroces; igualmente, encuentran su refugio en algunas teorías como
los estudios culturales latinoamericanos en su auto-exotismo extremo.
Sin embargo, hay otra esfera extendida a lo largo del globo, que se nos
presenta como cotidiana, real, eficaz y que penetra en la trama social
intentando llenar esa ansiedad de sentido, esa necesidad de hablar, esa
expectativa de futuro que a pesar de todo nos queda, especialmente en América
Latina en donde la modernización capitalista está al orden del día.
Y ese mundo en el que ahora habitan las grandes narraciones no es otro
que el de las grandes marcas, que absorbieron las promesas modernas incumplidas
y los afanes de igualdad de un socialismo real fracasado, convirtiéndolos en
estrategias de marketing eficaces tanto para vender como para rellenar el vacío,
para poblar de ilusiones el desierto de lo real.
Como un ejemplo relevante citemos el Instituto Coca-Cola de la felicidad,
(http://www.institutodelafelicidad.com/):
como punto de partida, todos sabemos
que la Coca-cola es sinónimo de felicidad, se nos ha dicho hasta el cansancio,
por todos los medios posibles; cuando abrimos una botella, salta la chispa de
la vida que nos hace existir.
La cuestión se complica cuando la Coca-cola pretende convertirse en el
referente ético de la construcción de la felicidad, que nos orienta y nos guía
en su búsqueda insaciable. En su página web podemos conocer la felicidad, leer
la opinión de los expertos, acceder a los estudios sobre el tema, medir nuestra
felicidad o tomar nuestra dosis diaria de felicidad que viene en píldoras.
He aquí una de ellas: “Como bien muestran los resultados del estudio del Instituto de la
Felicidad, la felicidad es un gran antídoto contra la crisis, pues las personas
con puntos de vista más positivos son significativamente más felices. Un
satisfactorio 67% de los encuestados cree que su situación personal será igual
o mejor en los próximos 12 meses. Además, a nivel general, un aplastante 74% de
la gente feliz cree que el futuro le traerá más cosas buenas que malas.” (http://www.institutodelafelicidad.com/)
O de este otro ejemplo de Nike, en donde nos enteramos que la ligereza,
la levedad, ya no está en las Seis
propuestas para el próximo milenio de Ítalo Calvino, sino en Nike SB Lunar
One Shot.
¿No es hora de dejar atrás la posmodernidad y colocar sobre nuestros
hombros las grandes narraciones que necesitamos, que nos permitan dejar atrás
el capitalismo, la destrucción del planeta, la desigualdad, el racismo…?