Más adelante, sobre todo Husserl,
indicará el camino a seguir: la conciencia intencional encuentra que no existe la
conciencia sin los objetos, sin la realidad que le es externa e independiente
de su subjetividad. Además, como una parte fundamental del movimiento de la
conciencia propia, encontramos a otros que nos hacen frente de un modo distinto
que las cosas. Descubrimos que hay otros que son como nosotros y desde allí,
emprendemos el viaje hacia la intersubjetividad, con los enormes problemas que
esto trae.
Ian Bogost, en Alien Phenomenology, da un paso más e
introduce la fenomenología de las cosas, de un modo no antropocéntrico: tenemos
que descubrir el punto de vista de las cosas, sus modos de acción, la manera
cómo aprehenden el mundo, que precisamente no es reducible a la experiencia de la conciencia.
Entonces hay un ego que se
constituye y que puede decir: yo con las cosas, yo con los otros, en las
innumerables variantes que esto ha tenido en el pensamiento occidental. Se forma
un ego intencional e intersubjetivo.
Lo que quiero poner en cuestión
aquí es el primer movimiento de la fenomenología y, como su consecuencia, la
apertura a una serie de fenomenologías, no solo las teorizadas por el realismo especulativo,
que se dirige a entender las cosas por ellas mismas sin referencia a los seres
humanos.
¿Es válido sostener que la
experiencia fundamentante de la conciencia es esta capacidad de decir yo,
aunque diga inmediatamente yo con las cosas, yo con los otros? ¿Es cierto que
siempre partimos de la constitución y de los modos de conformación de nuestra
propia conciencia? ¿Se debe admitir este narcisismo o, por el contrario, hace
falta un pensamiento radicalmente antinarcisista?
Eduardo Viveiros de Castro señala,
en Metafísicas caníbales, con toda
claridad la magnitud de la tarea del desarrollo de una metafísica que no sea
tanto anti-edípica sino anti-Narciso.
Comencemos por una serie de
fenómenos, en los cuales podemos encontrar una serie de sujetos que están
impedidos de decir yo, de alguna manera o de muchas maneras. Está, en primer
lugar, el que decir: “yo; yo con las cosas; yo con los otros” es, ante todo, un
hecho lingüístico. Tenemos que usar el lenguaje para poder pensar esa conciencia,
esa experiencia fundamental de la conciencia.
Sin embargo, como decía
Wittgenstein en las Investigaciones
filosóficas, no hay lenguajes privados, todos son públicos. Por lo tanto,
desde el inicio mismo, para decir lo más íntimo acerca de mí mismo, tengo que
hacerlo con las palabras de los otros, de los que están allá afuera. Enunciar
esto ego es un hecho lingüístico y por lo tanto, cultural.
Lacan insistirá en esta
exterioridad del origen del inconsciente que no sería otra cosa que las
palabras de los otros dentro de mí, organizando mi estructura psíquica,
permitiendo que exista como ser humano. Solo porque hay otros que dicen “yo”,
de modos distintos, me está permitido decir: “yo”.
Lejos de ser un fenómeno que
estaría únicamente en el plano del inconsciente, esto de estar trabados en la
posibilidad de decir “yo”, como fenómeno originario, en primer plano, es muy
frecuente.
Mirando un concierto de
Land-Lang, cuando este entra en el escenario, al fondo se podía ver un músico,
vestido de traje formalísimo, rígido, inmóvil, con el violín sostenido por la
mano izquierda, como si se hubiese quedado congelado, sin la menor expresión en
su rostro. En este momento, a este músico, cuyo nombre desconocemos, cuya
historia no importa, que está ahí para apoyar la destreza de la estrella del
momento. ¿Se puede decir que este individuo, en este preciso momento, está en
capacidad de decir yo? Y si lo hiciera, ¿alguien le oiría?
En cualquier aula, en la
experiencia educativa de todos los días, hay alguien que está allí adelante, el
profesor, que dice todo el tiempo: “yo, yo, yo….” Y un conjunto de alumnos que
solo de manera secundaria, cuando el profesor se lo pide o se lo permite,
alcanza a decir: “yo creo, yo pienso, yo opino”. Y aunque el alumno diga “yo”,
tiene un estatuto ontológico menor; sus enunciaciones son secundarias en el
hecho educativo, no constituyen conocimiento riguroso, están plagados de errores,
no pueden acreditarse como válidas, no pueden auto evaluarse.
En las familias, cuando el padre
habla: “yo he decidido que lo mejor para ti, hijo mío, al que quiero tanto, es
que sigas esta carrera.” “Yo decido lo que puedes hacer y lo que no puedes
hacer. ”¿Acaso el hijo está en capacidad de decir yo y si lo hace, es oído por
el padre? ¿Escucha el padre al hijo, realmente? Pareciera que el hijo habla un
idioma extraño, extraterrestre, que dice cosas incomprensibles, fuera de toda
lógica. El padre siempre pretende que garantiza al sujeto –al hijo- más allá y
por encima de sí mismo.
Cuando un gobernante y su equipo
salen en los medios, hasta el cansancio, para decirle al pueblo –como ha
sucedido tantas e innumerables veces en la historia-, que están haciendo la
revolución, que la hacen en nuestro nombre, para nosotros; que nosotros somos
objetos de la revolución y no los sujetos. ¿Puede ese pueblo, esa masa, esos
oprimidos, decir: nosotros? En todo caso, dice: “nosotros quedamos
profundamente agradecimos por lo que están haciendo en nuestro nombre y para
nosotros.” Este es el mecanismo de los procesos de salvación.
Más bien deberíamos preguntarnos
en todas las situaciones personales, sociales, políticas, en donde estamos
trabados de decir “yo”, como experiencia primaria de la conciencia. Este “yo”
se enuncia de manera constante, pero en tono menor, en voz baja, esperando que
el poder, cualquiera que este sea, no
nos oiga.
La experiencia de decir “yo”
depende de que otro diga primero y originariamente “yo” y solo entonces,
alguien puede decir “yo”, que luego descubro que soy yo.
Introduzcamos aquí la hipótesis
central, que será desarrollada más adelante: hay al menos dos formas de
experiencia de la conciencia: aquella que está en capacidad de decir “yo”. Y
aquella que primero se conforma como otro: “Yo, Lang-Lang”. Y el músico que
está al fondo, mirándose a sí mismo: “Aquí hay otro.” Ese músico tendría que
decir: “Hay un yo. Hay un otro.” Y solo entonces, el movimiento final: “Otro es
yo.” Ese músico es el otro de Lang-Lang, trabado es su posibilidad de decir: “yo.”
Fenomenologías y no
fenomenología. Una que proviene de toda la tradición occidental, en su génesis
cartesiana: medito en la manera en que tengo experiencia de mi conciencia. Otra que va en dirección
contraria a la tradición cartesiana y narcisista: fenomenología de aquellos que
dicen de modo originario: otro es yo. También esta es una fenomenología alien.