En el mundo actual hay dos esferas privilegiadas de la estética: la del arte y la de los objetos de consumo. Son dos mundos que se presentan como opuestos e irreconciliables, de tal manera que si un objeto viaja de un lugar a otro se transforma a tal extremo de ser irreconocible. Este es el caso de Duchamp o de Warhol.
Se propone para esta muestra un gesto caníbal sobre los objetos de consumo para llevarlos a la esfera del arte.
Sin embargo, ¿cómo evitar repetir el movimiento del urinario entrando en el museo o la serialización de la sopa Campbell? ¿Hay que alguna alternativa por la que podamos hacer el recorrido de una estética a otra?
Gesto caníbal en la medida en que se entregue al máximo a la belleza del objeto hipermoderno o decorativo y que provoque en este las necesarias transformaciones para que se introduzca en el mundo del arte como un objeto sensual más.
Seguramente este movimiento ha sido realizado un número indefinido de ocasiones de muchísimas maneras y con las más diversas variaciones. Por eso, el gesto predatorio de la estética caníbal se propone hacer estallar esos límites entre los mundos y así provocar también el estallido o la transformación de la esfera del consumo. Y quizás para esto tiene que ir de regreso.
Como si el Duchamp hubiera vuelto para llevarse el urinario y devolverle a la ferretería, aunque en el proceso sin saber ni cómo ni por qué ese urinario se hubiera convertido en otra cosa. Así una persona cualquiera entra a la ferretería y pregunta: "¿Tiene urinarios Duchamp? Quiero uno." Solo así el movimiento está completo, el círculo se cierra, las esferas colapsan la una en la otra.
Y esto también es algo que sucede a menudo, como apropiación del arte para convertirlo en objeto de consumo. Únicamente que en este caso se trata de una actitud predatoria que lleva hace los dos movimientos como parte de la obra.
Cabe preguntarse si esto no es Warhol en el momento en que produce su obra para el mercado; por ejemplo, camisetas como las sopas Campbell.
¿Cuál es aquí la novedad? Vivimos en una época post-Duchamp, post-Warhol, sobre todo porque los cambios en el mundo del arte han sido profundos y radicales. Y los cambios en la estética hipermoderna de los objetos de consumo están bastante lejos de la simpleza de las sopas Campbell o de la caja de brillo.
La estética de los objetos de consumo –especialmente en su variante hipermoderna de las nuevas tecnologías- se resistirá con todas sus fuerzas. Imaginemos que alguien toda una sofisticada laptop Asus y la coloca en un museo. Nadie tendría la misma reacción que con las sopas o con el urinario. Parecería que por su estética esa computadora tiene todo el derecho de estar en el museo, como tarde o temprano lo hará.
Se perdería, sin lugar a dudas, la lógica del pastiche o del kitsch. El poderoso efecto fetichista aplastaría cualquier intención irónica y terminaría en un acto celebratorio: la belleza de la laptop colocada como pieza de museo.
La parte esencial de la propuesta consistiría en poner en contacto la violente estética hipermoderna de las nuevas tecnologías con la posmoderna de las artes plástico visuales y averiguar el efecto que provocan en los dos lados: del arte y del consumo.
En el otro extremo se podría empezar por invertir a Duchamp: llevar una obra de arte a la ferretería. Alguien entra al almacén a comprar clavos y se topa con el David o con el Balzac ce Rodin. Y aún se puede ir más lejos: allí en la ferretería construimos una instalación o realizamos un performance.
¿Y qué si hacemos obra posmoderna en un entorno hipermoderno? ¿Un happenings en medio de un almacén de laptops, celulares, tablets?
¿Qué pasaría, cuáles serían los efectos? ¿Se produciría un cambio en los dispositivos de la sensibilidad? ¿Se volverían evidentes los regímenes predominantes de la sensibilidad?
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