La noción y la práctica de la
estética se han ido transformando a lo largo de los siglos. Su concepto ha
sufrido modificaciones sustanciales, especialmente en la modernidad en donde se
produce el colapso de la estética con el arte y con la belleza,
Diversos fenómenos transforman
esta situación, especialmente desde las últimas décadas del siglo XX: la
aparición del arte posmoderno, la disolución de la esfera del arte moderno, las
nuevas tecnologías de la información y comunicación y, de manera especial, la gigantesca
ampliación de la esfera del diseño y la publicidad, vinculadas a la invasión
sin límites de la sociedad de consumo y del espectáculo. (Consumo
espectacular.)
No se trata en este lugar de
realizar una revisión, ni siquiera somera de estos fenómenos. Lo que nos
interesa como introducción a la estética del diseño, es mostrar de qué modo se ha
conformado el ámbito de la estética, que nos permita, a su vez, mostrar su
interrelación con el diseño.
Como punto de partida, digamos
que la estética en su sentido moderno ha entrado en crisis y que, al mismo
tiempo, muchos de sus elementos persisten aunque fueran redefinidos. Queremos
decir que la estética todavía tiene que ver con el arte y con la belleza; sin
embargo, “arte” y “belleza” han dejado de tener un significado preciso, una
referencia canónica reconocible. Más aún, una de las tareas centrales del arte
posmoderno ha sido expulsar a la belleza de su ámbito.
Es difícil de decir si este
exilio de la belleza moderna, clásica, es definitivo y que el arte posmoderno
se ha divorciado completamente de la belleza; o si, por el contrario, ha
cambiado la noción de la belleza, con otros parámetros, con otros enfoques, con
otras valoraciones. (Este es un debate abierto.)
Si bien se ha producido esa
separación –absoluta o parcial, no lo sabemos- entre estética y belleza,
todavía está incluida la esfera del arte. Así que la estética trata del arte y
no de la belleza; por eso, se mantienen los debates en torno a los componentes
políticos, sociológicos, filosóficos, económicos del arte, incluso a la
posibilidad de su desaparición completa, augurio una y otra vez repetido que
jamás llega.
La belleza tiene un destino
extraño en nuestras sociedades. Expulsada de la esfera del arte, se convierte
en el centro del mundo del consumo y, por lo tanto, del diseño, a tal que
extremo de valor agregado se convierte en valor, en aquello que compramos por
sí mismo y a lo que le adherimos un uso. La función queda supeditada a la
estética del objeto.
Se ha producido una migración de la
belleza y del arte en su sentido moderno hacia el campo del diseño, que han
salido de los museos y de las galerías para encontrar su nuevo hogar en los
centros comerciales, en la publicidad, en las marcas, en el turismo. (Michaud)
Quizás la moda es el fenómeno
extremo, que lleva este proceso hacia límites antes no imaginados, porque
realiza por primera vez la exaltación de la forma como como aquello que se
compra por sí mismo y que lleva al valor de uso –del que depende toda
funcionalidad- a su cuasi desaparición. O, si se prefiere, que transforma la
moda en aquello que debe usarse por sí misma.
Así que la estética se traslada
del ámbito del arte hacia el diseño, llevándose consigo los ideales de la
modernidad, que en este campo también continúa como un proyecto inacabado. Por
eso, pone de nuevo en obra a la belleza e incluso produce un nuevo “sublime”,
como sería el caso de la alta costura. Desde luego, es preciso un análisis
detallado del conjunto de transformaciones que llevan de la modernidad a la posmodernidad,
y de esta al high-tech o la estética ciborg.
La imagen resultante de la
posmodernidad en el campo de la estética del diseño es harto distinta de la que
hemos visto hasta el cansancio en las artes plásticas, porque como hemos dicho,
aquí posmodernidad significa la realización paradójica de la modernidad.
Paradójica porque al mismo tiempo que la completa, la disuelve. (Ironías
hegelianas.)
El paso de la estética de la
esfera del arte a la del diseño, significa que elementos que estaban antes de
la modernidad incluidos en la estética o que se encontraban subsumidos en esta,
salen a la luz y adquieran nuevamente
toda su relevancia. Nos referimos a la estética tal como está entendida en
Kant: la experiencia de lo sensible, el mundo de la sensibilidad.
Y luego, junto a esta
sensibilidad, recuperando los aspectos expresivos de dicha sensibilidad, el
regreso de lo imaginario, de la imaginación, de la imagen al mundo de la
estética; así, pasamos de la época de la imagen del mundo a la época del mundo
como imagen.
Por lo tanto, la estética del
diseño cubre tres ámbitos ahora plenamente interrelacionados: arte,
sensibilidad e imaginación.
En el caso del arte, se trata de
las relaciones que se establece con el diseño: las influencias mutuas, los
puntos de pasajes, las contaminaciones, los pasos subterráneos, los conflictos
y oposiciones, la competencia desigual en el ámbito del mercado, los tipos de
mercado claramente diferenciados.
La sensibilidad se refiere a los
modos de constitución de regímenes de la sensibilidad que se colocan entre los
diseñadores y sus productos, y que dependen tanto de los contextos sociales,
culturales y políticos.
La imaginación que nos permite
ampliar el sentido de la realidad, reproducir
y rehacer el mundo al que le damos nuestras propias significaciones,
proyectar mundos posibles con que se desplazan en mayor o menor grado del
actualmente existente.
Con estos elementos desembocamos
en el diseño como una manera de hacer el mundo y de apropiarnos de él. Diseño
que le da forma al mundo, sin la cual no podría subsistir. Objetos, imágenes,
interiores, moda, vienen con un régimen de la sensibilidad que se nos impone –jamás
completamente- y que se convierten en conceptos con los que pensamos la
realidad: objeto-concepto, imagen-concepto, interior-concepto, moda-concepto.
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