El proyecto Teoría
de la Forma ha entrado en su fase final, que tiene que ver con una reflexión
sobre sus teorizaciones y sus productos. Creemos que se ha logrado, con todas
las limitaciones de las que somos conscientes, conformar una marca especial,
una suerte de duplicación de sí misma, como proyecto y como “estilo”; por eso,
hemos decidido colocar, en vez de TM -Trade Mark- esta redundancia como aquello
que lo identifique visualmente: TEORÍA DE LA FORMATF
En el debate sobre la existencia
de unas ciertas tendencias, estilo, corriente, escuela, o como se quiera
llamar, a donde habríamos arribado luego de cinco años de investigación
estética y práctica artística, consideramos que hay dos componentes que nos
atraviesan y que pueden dar cuenta tanto de las proximidades como de las
diferencias dentro del grupo, de los hallazgos colectivos como de las
creaciones individuales, de aquellas distinciones que introdujimos y de las
diferencias consecuentes.
Proponemos que esos componentes
son al menos dos nucleares sobre los que tenemos que reflexionar y ver si
efectivamente tienen una capacidad heurística sobre los productos realizados en
este trayecto.
Primero, el pathos-formal que
recupera la doble dimensión de nuestro trabajo: el cuidado por la forma y la
pasión por la experiencia.
Segundo, la estética del gesto
que atraviesa la serie de obras a pesar de la diversidad de sus campos: danza,
teatro, escultura y pintura, música y que, de alguna manera, termina por
contaminar a la teoría.
Ahora se trata de precisar el
sentido que le damos a estos términos, la acepción precisa sobre estos, al
igual que los desplazamientos en sus significaciones a través de una actitud predatoria
sobre estos; esto es, en qué dirección se deslizan estos conceptos para
encontrarse con nuestras reflexiones y producciones.
Comencemos con el pathos-formal: desplazamiento
el pathosformeln de Aby Warburg, fórmulas estéticas que cada época de la
historia del arte repite para construir su identidad y que producen tanto en el
artista como en el espectador una determinada experiencia, con una cierta intensidad.
Desde este punto de partida,
transformamos esta noción de Warburg en pathosformal, de la mano de Didi-Huberman,
para indicar las constantes figurales de un estilo artístico o de un artista,
que pueden o no ser figurativas o representacionales. (Lyotard)
Así desembocamos en este matiz
especial que le damos a la idea de pathos-formal: estamos en el reino de la
forma y de las formas; y nos interesa la experiencia que tenemos de ella, como
núcleo del arte y de la estética, y no solo de los contenidos que estos puedan transmitir.
El arte como preocupación por la forma, que se desdobla permanente en su plano
figural y en su plano representacional.
Más aún, un arte que únicamente
alcanza a representar adecuadamente en la medida en la que esta representación
sea mediada, conducida, llevada por las figuraciones, que corresponden de lleno
al orden de la forma.
Sobre esta forma, con sus
desplazamientos figurales y sus concreciones, se vuelca nuestra experiencia estética,
con tal grado de intensidad que termina por ser un pathos. Una pasión por la
forma, que creemos que caracteriza la Teoría de la Forma™.
Entonces, más allá de las
diferencias que son evidentes en las producciones de danza, teatro, música,
escultura, pintura, literatura, de nuestro grupo, subyacería, casi siempre
anunciada y no enunciada, una pasión por la forma, un cuidado preciso,
redundante, insistente, obsesivo, sobre las formas que cada quien ha
encontrado. Pasión por la forma e inmediatamente, pasión por nuestras propias
formas.
Y, en segundo lugar, una estética
del gesto formal, que rueda para convertirse en gestualidad específica en la
obra de arte concreta, solo porque ha partido de este nivel de abstracción. Por
eso, es un gesto figural, que inaugura espacios en donde las obras pueden
parecerse y diferenciarse, cambiar yendo en otra dirección y, sin embargo,
mantener un cierto aire de familia que los hace reconocibles, no tanto en el
contenido o en la representación, sino en ese gesto que explicita la pasión por
la forma.
Partimos de las reflexiones de Eisenstein
sobre la forma del filme, en donde en la cadena de montaje hay una puesta en
escena, que pone en juego un poner en gesto. Aunque, como en el caso anterior, introducimos
variaciones, que en este amplían los significados, de esta noción de gesto, que
sería consustancial a toda forma de arte.
Pero, ¿qué es un gesto? Un gesto
es una mediación de la mediación, que no conduce a un fin determinado, sino que
se agota en sí mismo. Como es el caso de la danza: “…Y como, por su ausencia de
intención, la danza es la perfecta exhibición de la pura potencia del cuerpo
humano, de tal manera que se puede
decir, en el gesto, cualquier miembro, una vez liberado de su relación
funcional -orgánica o social-, puede por la primera vez explorar, sondear y
mostrar sin agotarlas todas las posibilidades de que es capaz.” (135)
Así el gesto tiene que ver una especial
relación del “agente respecto de la acción” (137), en el cual el medio carece
de fin, suspende el fin, lo torna ineficaz y por lo tanto, puede ser ante todo
gesto formal, sin lo cual después de todo, no es arte.
La acción cotidiana, aquella
orientada hacia fines, queda convertida en “acción teatral”: “en el acto mismo
en el que se cumple la acción, juntos la detienen, la expone y la coloca a una
distancia de sí misma”. (137) Un gesto formal que suspende, que convierte en
inoperativo el gesto cotidiano, el gesto que solo busca una finalidad.
En esta suspensión, en este volver
inoperativa la acción tal como normalmente la entendemos, el gesto artístico se
desplaza hacia su propia medialidad, se torna figural, como fundamento de
cualquier posibilidad de representación:
“Si llamamos ´gesto´ a este tercer modo de la actividad humana, podemos
decir ahora que el gesto, como medio puro, interrumpe la falsa alternativa
entre el hace que siempre es un medio revuelto con un fin -la producción- y la
acción que tiene en sí misma su propio fin-la praxis-“ (138)
En esta gestualidad, gesto de la
forma y forma gestual que va de lo figural a lo figurativo, de lo figural a la
representación, hay un nihilismo, una actitud predatoria que deja en suspenso también
algún aspecto crucial de las tendencias modernas o posmodernas del arte, que se
niega a sumarme completamente a una moda, a un paradigma, a una escuela establecida.
Un nihilismo que, al contrario
del de Nietzsche, no se supera, sino que se mantiene dentro de los polos
irrebasables, que se resiste constantemente a ser desbordado por alguna solución
que provenga del predominio del contenido aislado de su figural o de la preeminencia
de aquello que sea mera “forma”, gesticulación de los cuerpos que no exprese los
subtextos, los códigos ocultos, las sustancias que le subyacen.
Desde luego, en cada obra de arte
se establecerá ese doble nivel; de una parte, el gesto formal que le permite
existir, que introduce la distinción constitutiva de tal o cual propuesta, y luego
la puesta en escena, en donde se juega la explicitación de lo que había sido
elidido, de ese subtexto que es la “verdad” de la obra, si seguimos a Eisenstein.
Puesta en juego permanente que se
desplaza, con una inquietud que no cesa, de abstracciones formales, de dispositivos
en movimiento y productos concretos de estas máquinas en plena acción.