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viernes, 4 de noviembre de 2022

LA FORMA NÓMADA DEL ALMA CONTEMPORÁNEA

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



UNA MIRADA CONCEPTUAL A LA BIENAL NÓMADE

Carlos Rojas Reyes

 

Más acá del nomadismo deleuziano.

 

Leímos, anotamos, volvimos a leer; discutimos, aprendimos, enseñamos; durante muchos meses lo llevamos en la mochila y en los momentos libres abríamos en ese pasaje difícil que iba a iluminarnos definitivamente arrojándonos a los brazos de la verdad. Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura de Mil mesetas de Deleuze y Guattari quedaba la impresión de que algo le pasaba al volumen que teníamos entre manos.

Por alguna razón, en ese momento desconocida, parecía que alguien le había añadido hojas innecesarias o, quizás, que algunas habían sido arrancadas y la numeración trucada para que nadie se diera cuenta. Había allí una insuficiencia, una especie de obra de teatro con actores sobreactuando.

¡Qué lejos se siente esa experiencia! Ahora abro nuevamente el libro y lo recomiendo como una maravillosa obra de ficción filosófica, de construcción de un aparato conceptual difícilmente relacionado con la realidad. Creíamos profundamente en sus enseñanzas, pero nos cansamos de ellas y buscamos otras.

Este fue el caso de sus reflexiones sobre los pueblos nómadas.

Ni flujos informes ni máquinas de guerra. Repensar el nomadismo antes de Deleuze y Guattari. Mostrar sus insuficiencias, sesgos, elecciones arbitrarias, con el fin de construir una imagen del nómada al asalto del estado. Despegar el nomadismo de la imagen de bárbaros guerreros arrasando con todo a su paso, para luego marcharse y solamente dejar la tierra asolada.

Distanciarse de la errancia, la divagación, la deriva. Huir de los flujos de las masas anónimas deambulando sin sentido en las calles o en los espacios virtuales. Flujos fácilmente apropiables por caudillos altisonantes que atraen a la turba con su griterío pseudoprofético, anunciando la siguiente catástrofe, enunciando la próxima conspiración.

Sin embargo, no renunciar al nómada. Mantenernos firmemente en su modo de vida y en las manifestaciones dejadas pasar rápidamente.

Ser nómada simplemente es una cuestión distinta del paradigma convertido en lugar común. ¿Qué está más allá de las afirmaciones ya banalizadas, sin sustancia? ¿Qué otra cosa existe aparte de hombres huecos caminantes en espacios esquizofrénicos? ¿Cuál es la sustancia del nómada que aún queda en su transcurrir? ¿Qué mundos dibuja el nómada?

Ahora somos beduinos: desierto, oasis, desierto. Lejos de la imagen de la horda desestructurada, formada por una masa informe, las sociedades nómadas están bien organizadas. Arte, música, cultura, valores nómadas como ellos. Y sobre todo una muy precisa idea del mundo como una sucesión de mundos a ser habitados.

 

Nunca hemos sido monoteístas.

 

Hacemos como los tzeltales: adoptamos las teorías, ellos las religiones, que se nos presentan.

La conversión de los tzeltales es efectiva; no hay trucos cínicos ni eclécticos. Cada religión que adoptan la siguen lo más fielmente posible, con sus mandamientos, liturgias, restricciones. Esta adhesión duró un tiempo no muy largo. Luego, se mudan a otra creencia y así sucesivamente. A lo pregunta por esta volubilidad se responde: “Por conocer”.

Creemos profundamente en la teoría que nos llega: la aprendemos, aplicamos, desplegamos, la entendemos y la malentendemos; después llega otra y con el mismo entusiasmo nos entregamos a ella. Así, hemos sido deleuzianos, deconstructivos, posmodernos, posestructuralistas, neorrealistas, neomaterialistas, lacanianos, zizekianos.

Una vez que agotamos las teorías y que terminamos de devorarlas, vamos a la siguiente. Siempre volvemos a nuestra matriz original, aquella que subyace a todas las divagaciones conceptuales, a la que nos afirma y nos sostiene firmemente en el suelo. A veces nos preguntamos si este transcurrir incansable, muchas veces de entrada y salida de la academia, no será simplemente una estrategia de supervivencia o quizás el ejercicio de la fase recolectora.

Exprimimos los conceptos hasta que digan lo que queremos que digan y luego los dejamos atrás.

Más aún, ejercemos echamos sobre las teorías una cierta sonrisa, un dejo de ironía. Marcamos una distancia. Jamás nos entregamos completamente a los conceptos y a las elucubraciones. Por ejemplo, este es el caso de la lectura que hicimos de Heidegger. ¿Desde dónde sería lo correcto aproximarse a su metafísica? ¿Cómo evitar caer en la trampa de la pseudoprofundidad? ¿De qué modo evitar que el caminar por las sendas perdidas en el bosque no se convierta en un encuentro con el fascismo como fue la experiencia de Heidegger?

Acudimos a Hanna Arendt, profunda conocedora del alma heideggeriana y dejarnos guiar por su frase definitoria de su pensamiento y persona: “Cuando puede, miente; y lo hace a menudo…” Entonces al leerlo, cabe cuestionarse si no se trata de un engaño, de algún tipo de artificio muy bien elaborado, de una red que nos captura con mucha facilidad. En cada momento me pregunté: ¿Estará mintiendo una vez más? 

Por estos motivos, es preciso adoptar una hipótesis bárbara sobre toda clase de religiones y fundamentalismos y decir parafraseando a Latour: Nunca hemos sido monoteístas. Ciertamente no se trata de Moisés interpretando el supuesto monoteísmo egipcio y haciéndolo suyo, articulándolo a través de la ley. Se trata de Moisés como padre de la horda que, según sugiere Oseas, habría sido asesinado por ellos.

Este dios cristiano se muestra inquieto. Mira dentro de sí mismo y ve que en su interior habitan otros dioses que le miran de manera burlona. Multiplicado en la trinidad comienza un juego interminable de perseguir la imposible unidad. La multiplicidad originaria habita dentro de lo divino: en el principio fuimos tres. Los teólogos encontraron el lugar perfecto para toda clase de disquisiciones: un solo dios, tres personas; las personas son fruto de la emanación; una sola substancia, tres modos de ser de la substancia. Hay tanto alegría en sus reflexiones. Pueden darse el gusto de elucubrar sin límite.

Los dioses nómadas viajan dentro de su propia divinidad: el padre se vuelve hijo, el hijo regresa al padre y para poder ejecutar este retorno, atraviesa por otro dios llamado espíritu santo. En un círculo incesante de este uroboro divino. ¿Cómo salir del solipsismo de la substancia divina? ¿Qué hacer para romper el círculo de las personas divinas?

El hijo, el más nómada de los tres, siente una terrible ansiedad de otras sensaciones. Miran allá abajo esas creaturas que se revuelcan en sus pasiones, se aman, se matan, se traicionan y hasta se atreven a teorizar, es decir, a llevar como los teóforos a los dioses especulativos de un lado para otro. Pero, él no puede ni pensar ni sentir nada de esto. Es inmutable y ya sabe todo desde la eternidad.

Entonces, en una muestra de audacia se despoja de su vestidura divina y se convierte en humano. Se dice que conservaba las dos sustancias dentro de sí. Es decir, la encarnación tenía truco, no era completa. Vaga por un tiempo entre los humanos. Les deja pensar en la salvación, cuando saben que con la muerte todo termina para los humanos. Y luego de este paso por el desierto de la realidad humana regresa de la mano del espíritu santo a contar su historia al padre. El padre envidioso se limita a hacer una mueca de desprecio.

De fondo está la imposibilidad de un solo dios verdadero y, consecuentemente, solo se puede tener una fe en estos dioses que saltan de uno a otro por toda la eternidad y que, ocasionalmente, caen como meteoritos aniquiladores sobre la humanidad.

Tenemos que repetir: Nunca fuimos monoteístas.

 

Cito el texto nómada de Liz Quiroga:

 

Esta cosa extraña, el pensamiento en su traducción metafrásica esta cosa extraña el pensamiento que se me aparece en las entrañas cuando pienso no digo qué raro y cuando pienso que pienso me digo qué raro claro que resulta caro como una gracia gostosa abundosa que me hubiera dado ¡saqué seis! repita de nuevo ¿hacia dónde me muevo cuando pienso? mastico el pienso ¿me vuelvo bovino? rebobino estaba sentado en la banca del parque y entonces pensé que pensé equivocación qué extraño solo era una leve punzada su recuerdo me cose punteorzando al viento

 

 

Por un nomadismo ontológico.

 

Como en la trinidad, de la cual somos hechos a su imagen y semejanza, llevamos incrustada en nuestra alma individual y colectiva el nomadismo ontológico. Está lejos de ser una opción que puede tomarse o desecharse. A lo mucho podemos ocultarla o aplacarla detrás de una sólida capa de cemento banal y cotidiano.

Nos desdoblamos. No cabe otra opción. Tomamos una parte de nosotros mismos y la colocamos allí afuera. Contemplamos esa nueva substancia como una entidad ajena, separada, opuesta a los seres humanos. Somos mirados por una inteligencia artificial cada día más poderosa. Esa parte nómada expulsada del inconsciente colectivo regresa sobre nosotros aniquilándonos, reduciéndonos.

Ya no son únicamente los fantasmas de la cosificación del espíritu enredado en el consumo desenfrenado. Es la esquizofrenia de esta otra parte que somos nosotros mismos de otro modo y la imposibilidad de reconocernos en ella.

Existencias reales, vidas virtuales. Y una oleada de metaflujos que pasan de un mundo a otro creando zonas de indeterminación e indecisión. Muchas veces quedamos atrapados en esos espacios intermedios sin poder regresar a lo real, sin alcanzar a existir ni real ni virtualmente.

Ser nómada no implica huir de esta condición ahora inevitable. Quiere decir convertirse profundamente a la virtualidad como única posibilidad de ser reales. Pensar a través de la inteligencia artificial. Hacer arte mediado por ella. Dejar que ella sea la que diga la primera palabra y sobre ella, organizar nuestra creatividad, discurso, voluntad.

 

El operador trans* del nomadismo.

 

En el núcleo del nomadismo habita de manera inherente el operador trans* que atraviesa y configura el conjunto de los espacios del mundo de la vida, aunque se haya originado como su caso más relevante en el transgénero. Así establecemos que lo trans* en el nomadismo provoca la entrada en funcionamiento de una serie de procedimientos: prefijación, prefijo re-, procedimiento de corte, refracción, metaplasma y ondulaciones. 

Prefijación:

El primer elemento que atraviesa enteramente este campo es el carácter de prefijo que tiene trans*; esto es, se antepone a un morfema para modificarlo, lo que significa que siempre que lo trans* toma contacto con cualquier fenómeno lo modifica, en este caso, sustancialmente. Desde luego no se está hablando exclusivamente del prefijo trans-; aquí se trata de este otro trans* que se refiere al estallido del orden clasificatorio del género y a la aparición de otros fenómenos. Precisamente queremos saber cuáles son las consecuencias de esta prefijación trans* sobre una esfera determinada.

Re- de repetición:

Este prefijo especifica el modo de existencia de lo trans* en el sentido en que indica aquellos procesos que tienen que ver con repetición, intensificación, resistencia o rechazo. Digamos que, en este caso concreto, cuando pensamos re- como formando parte de lo trans*, estamos introduciendo en un fenómeno dado procesos y estructuraciones que tienen que ver con su duplicación, pero que va ligada a la intensificación negativa o positiva de los hechos y los discursos. Lo trans* repite e intensifica; esto es, una repetición ligada a trans-formaciones de diverso tipo, porque lo que nunca es idéntica a sí misma, sino que es metonímica: implica un desplazamiento intensificador en una dirección dada.

Procedimientos de corte:

Lo trans* es un corte real o simbólico. Un corte en la carne para producir transformaciones, una cirugía que te lleva a otro terreno, a otro espacio clasificatorio; un corte simbólico, como el que se produce en la ingesta de un cóctel químico, que lleva por unas horas o por un tiempo más o menos definido hacia ese otro campo al que se retorna después. Implica una escisión dolorosa en el sujeto y en la subjetividad, una invasión de un sitio desconocido, un penetrar en lugar que ha estado prohibido.

La adopción de una ontología, una forma de vida, y una epistemología trans* presupone este corte simbólico que incorpora el trabajo de lo negativo, que corta y se corta y que no deja nada indemne. Por esto, en el corte se involucra por entero el plano sensorial, sensible e imaginativo, y quedan particularmente afectados lo visual y lo háptico, que forman un modo de vida:

Lo que hay que decir no es el sistema sensorial está visual y hápticamente encarnado; más bien su verdadero ser es un aparato visual-háptico-sensorial.

Cortar también significa abrir un mundo frente a nosotros: “El corte es una posibilidad” de apertura hacia otras regiones, que materializan nuevos fenómenos, que permite que lo nuevo llegue a ser a través de una serie de mutaciones.

Refracción:

Lo trans* es la crítica de los procesos habituales de la representación y del reflejo especular. Esto no significa que haya desaparecido la representación; permanece allí, pero sometida a la refracción. Se podría decir que la representación, en su triple nivel: político, cognoscitivo y dramático, al llegar a lo trans* cambia de dirección y de velocidad, se distorsiona y se ve obligada a transportar otras significaciones que antes no estaban incluidas. También aquí funciona la metonimia.

Metaplasma:

Lo trans* es un metaplasma; este término tomado de la biología hace referencia a la transformación de los tejidos que forman otro tipo de células especializándose, como es el caso de los tejidos embrionarios y que producen otros órganos y que, incluso, puede malignizarse produciendo una metaplasia. Lo trans* como material formativo no hace referencia únicamente a su plasticidad, sino a una plasticidad que va más allá y que crea otras formas que se han desprendido de este fenómeno original. El mismo paso de los términos de lo trans* a otros campos se torna posible en la medida en que lo trans* tiene este carácter de metaplasma. Quizás se podría llamar: hiperplasticidad.

 

Cito el texto nómada de Liz Quiroga:

Was heisst denken? pensar es un denim percudido en un tambor

    el látigo percutía sobre la piel y la piel le respondía: más más más

¿se puede pensar cualquier cosa? Pienso cualquier cosa hilvan a hilvan silban las palabras en mis circovoluciones ¿te gustó mi voltereta? si especialmente las que tienen cascabeles crótala qhuerida ovovivípara diamante del este cualesquiera cosas son prensadas y me preguntas cuál es quiera quién es quiero delirio martagón con su aroma liliáceo penenne bulboso róseo purpúreo pensaltivo Heliogábalo abandonado a los goces grosellas de la carne en su búsqueda del pájaro azul

 

Ruido.

 

Stefano Harney nos recuerda que el camino del éxodo de Moisés pasa por Etiopía. Desde allí, de manera imperceptible, la tez del profeta se va oscureciendo. Será el sol del desierto, se dicen los miembros de la tribu. Otros aprovechan para insinuar que es el inicio del castigo divino por haberlos sacado de Egipto, en donde se vivía tan bien.

Cuando sube al Monte Sinaí, Moisés ya es un hombre negro. El dios de siempre no lo reconoce y se esconde en su zarza ardiente. Moisés se lanza a las brazas sin importarle quemarse. Aterriza en el suelo. Allí no hay fuego. Queda, nada más, la ceniza de los dioses ausentes. No puede regresar con las manos vacías. La multitud sediente de sangre está lista para lincharle, un destino que perseguirá a los negros por muchos siglos.

Graba fervorosamente los mandamientos en la piedra. Siente que dios le dicta. Él hubiera puesto otros. Pero ¿quién puede adivinar los designios divinos? Oye muchas voces en su interior. ¿Se habrá equivocado con el monoteísmo? Un pulular de tábanos le atormenta. Hasta la voz aguda de Yocasta se oye a lo lejos. Mas esa es otra historia.

Desciende Moisés, ciertamente todavía no de la mano de Faulkner. Se limpia la ceniza sagrada de la túnica. Abajo asoman las tiendas. La masa al verlo bajar se arremolina. ¿Habrá encontrado la tierra prometida, aquella que mana leche y miel?

Las Tablas de la Ley pesan demasiado. Moisés tropieza y da varias volteretas. En cada una de ellas sufre una transformación. Primero, se convierte en KRS-One, profeta del rap y el hip hop. Aprovecha los instantes de suspensión en el aire y cambia los mandamientos. La tercera persona de la trinidad se convierte en el Espíritu del Hip Hop.

He aquí una muestra:

              Yo soy el DJ que ofrece justicia, mientras que corto, mezclo y scratcheo con la vida.

              Arrenpetíos, dios está más cercan de ti que tu nariz.

Este Evangelio es un desinfectante fuere, que se vierte sobre nuestros trapos (ropa de moda), las escobas (los bailes), los ambientadores (los micrófonos) … Durante la limpieza, hacemos nuestra propia música con nuestros propios cuerpos.

Y en la siguiente maroma, el rostro se KRS-One en una metamorfosis ovideana se convierte en John Cage. Las Tablas de la Ley descienden raudas y cuando la multitud alcanza a verlas también ellas se han transformado. Ahora son una miríada de discos de vinilo. Las Variaciones se suceden una a otras. El ruido se vuelve música.

Y la música regresa incesante al rudio.

John Cage desorientado ante la masa que chilla. Graba cada uno los sonidos. Luego escribirá 4´33´´ en su homenaje,

De pronto una almeja subió   

directamente hasta la superficie, se quedó allí' un
momento, luego descendió lentamente,
como una hoja, inclinándose de un lado, luego
de otro, y al llegar al fondo desencadenó
un movimiento análogo, de tal manera que una almeja tras otra
repetían sus movimientos, a veces varias al mismo tiempo, a veces
muchas, a veces ninguna,
produciendo una danza que nos tenía

arrobados.  (Haciendo todo lo que nosotros necesitábamos hacer).

(Cage, Del lunes en un año).

 

 

La única posibilidad de bienal de arte es ser nómada.

 

Aquí estamos en la Bienal Nómade.

Esta bienal expresa el nomadismo de una doble manera: muestra la esencia nómada de toda bienal y se estructura sobre los metaflujos.

Toda bienal es una combinación extraña de persistencia y cambio. No deja de haber un núcleo permanente, una persistencia de la memoria diferenciadora entre las distintas bienales. Pero, cada edición es un desplazamiento hacia tierras inhóspitas, desconocidas. Territorios, al menos en principio, novedosos en donde se esperan obras de arte que rompen los límites y proponen experiencias hasta ahora inexistentes. (Desde luego, hay bienales que simplemente le dan la espalda a su esencia).

Por otra parte, la Bienal Nómade expresa con nitidez este carácter nómada del alma contemporánea: nos trasladamos de un territorio a otro. En cada lugar al que llegamos armamos las tiendas, desplegamos nuestra forma de vida, instalamos nuestro modo de ver el mundo, levantamos estructuras efímeras.

Ante la destrucción como modelo de vida el proyecto nómada toma posición:

Es por ello por lo que nosotros como proyecto nómade; volvemos a preguntarnos en la actualidad que ha significado estos miles de años de civilización: contaminación, guerras, ojivas nucleares, discriminación, capitalismo depredador, radicalización tanto de la pobreza como de las riquezas, afloramientos de nacionalismos, xenofobias y odios a todo tipo de diferencia, etc. etc. (Hernán Pacurucu, Proyecto Nómade)

Y frente a este panorama desolador el nuevo nómada se muestra como el bárbaro civilizador, el inuit entrando a Harvard, el wayú en la Javeriana de Bogotá, para inaugurar el nuevo gesto civilizatorio:

Nosotros en un giro antropológico pensamos que la salida posible a este tipo de “nueva barbarie” o “barbarie civilizatoria” podría ser un retorno a un posible neo-nomadismo… (Hernán Pacurucu, Proyecto Nómade)

Todo esto nos lleva directamente a preguntarnos si detrás de las almas múltiples que conviven no siempre pacíficamente dentro de Hernán Pacurucu yace un tzeltal con su espíritu nómada. Así los vemos ocupar distintos territorios, desplazarse sin tener en cuenta los límites entre espacios y gente de la más diversa.

En cada uno de los lugares Hernán Pacurucu ejecuta con precisión su tarea de elaborar un site specific conceptual que toma forma en la Bienal Nómade. Y cuando el evento ha concluido, sin rastros de nostalgia o melancolía, se desplaza al siguiente lugar en donde levanta su carpa y organiza a la tribu correspondiente.

Allí ejerce plenamente su tarea histórica:

Hernán Pacurucu, BC - Bárbaro Civilizador.

 

Cito el texto nómada de Liz Quiroga:

las amargas lágrimas de Ludwig von Genstein intenta decir una oración “el tiempo está muy bonito hoy” ahora piensa el pensamiento de esta oración, puro, sin oración elevemos una plagaría por Ludwig plaga de mangostas salidas del mar profiriendo el altabox dada dada solamente hoy 21 horas 21 minutos día 21 año 21 siglo 21, el pensamiento lame con la lengua impura, las edulcoradas lágrimas de Laura von Álvaro ahora trenza el tensamiento peco contra el décimo tercer mandamiento, intenta decir intento decir morir en el intento estoy indentando aplaste el tab tres veces el pensamiento no nos parece misterioso sino menesteroso

¿considera su obra hamorística? ¡oh, sí, claro, por supuesto!  ho.ci.co.cla.ro ella era mi madre yo su acerico, no podemos vernos ir de aquí para allá ¿se extraería un ojo para verse verse? ¿qué di.versión aparecería? yo veo que me voy tú ves que te vas ¿consideral su obra nebulosa?, la primera aguja en el fondo del oído la segunda en la glotis, lo siento no podemos vernos ¿y vernos vernos? tampoco pido una cita en qué formato, el rasgamiento menesteroso de la fuente el anuncio previó el nacimiento te reciben de golpe con una palabra te talabran a fuerza de morfenfermas te declinan

 

 

lunes, 26 de septiembre de 2022

DE LA POSVERDAD A LA VERDAD

 

La posmodernidad nos arrojó de lleno a la posverdad como una de las necesarias consecuencias de sus presupuestos, especialmente el descrédito del conocimiento científico y la relatividad de todo saber, a más de su fragmentación. Así desembocamos en la era de la posverdad que coloca ante nosotros la tarea indispensable y urgente de reintroducir la cuestión de la verdad. Y todo esto acompañado del fundamentalismo que invade prácticamente todos los campos de la vida social.

Entonces ¿cómo regresar a la cuestión de la verdad?, ¿desde qué lugar teórico y práctico retomar estos debates necesarios?, ¿de qué modo enfrentar la oleada de irracionalismo que se apoya en la negación de la verdad?, ¿cómo evitar los dilemas a los que somos conducidos con tanta frecuencia en este tema?

Artículo completo en:

   https://mega.nz/file/Ik9zEaLL#8_pOiZ7rXJIVG0wC9q75Vq8dEDlJVfQPyj6qswVikAc





jueves, 18 de agosto de 2022

PARTICIPACIÓN ESTÉTICA

 En el campo de la estética tenemos la cuestión de la recepción; esto es, la manera cómo las obras una vez producidas llegan a un determinado público, los efectos que causa sobre este, las retroalimentaciones, los circuitos institucionales, entre tantos otros aspectos. Algunas corrientes estéticas señalan las limitaciones de la recepción que generalmente incluyen una crítica a los procesos de representación y propugnan ir más allá de estas acudiendo a una estética de la participación. Esto permitiría una incorporación directa de los espectadores no solo como personas que miran pasivamente, sino que pasan a formar parte de la producción de la obra de arte en alguna medida o en determinados aspectos. (Sánchez Vázquez, 2005)

Estas reflexiones que se presentan aquí, aunque considera importantes estos temas, se separa de ellos y se dirige a los sus fundamentos, que posibilitan indagar sobre aquello que tanto en la recepción como en la estética participativa constituyen aquello que la conforman y la vuelven efectiva. Esto es, ¿cómo es posible una recepción de la obra de arte?, ¿de qué manera se integran los espectadores a la obra?, ¿se puede considerar a toda obra como participativa y no solo por la integración del público en la obra, sino por su propia estructura?

La meta de este segmento está en mostrar las relaciones de la teoría de la participación, en su sentido filosófico, con la estética; de tal manera que se afirmará que toda estética es participativa y, complementariamente, que la participación incluye un componente estético. Pero ¿en qué sentido se dice que toda estética es participativa?, ¿qué consecuencias tiene esta aseveración?, ¿contribuye a clarificar las cuestiones de la recepción y de la participación de los espectadores en la obra?

Por esto, el título escogido no se refiere a la característica participativa de determinados ejercicios artísticos; y no se refiere a las cuestiones específicas de una estética participativa. Toma como punto de partida la participación y a partir de aquí indaga por la constitución estética de esta; por esto, se denomina participación estética que funciona como uno de los fundamentos de los fenómenos estéticos.

A partir de las consideraciones realizadas sobre la ontología de la participación en los acápites anteriores podemos extraer orientaciones para la comprensión de la participación estética. Se puede partir del siguiente esquema:

              Primer esquema:

              obra de arte      --------------    participación     ------------       público

Este primer esquema debe leerse en la doble dirección tal como se señala: la obra de arte se dirige hacia el público y esta orientación hacia el exterior en donde es recibida le es inherente; esto es, le caracteriza por ser uno de sus atributos. Y el público accede a la obra de arte a través de participar en ella. A pesar de su aparente simplicidad el primer esquema tiene consecuencias notables para la definición de la esfera de la estética y del arte.

              Segundo esquema.                                      

              obra de arte      ---------------            participación

                                             forma

Como se puede ver la relación entre obra de arte y participación tiene dos movimientos. La obra de arte señalando hacia la participación que se puede interpretar como la direccionalidad inherente de la obra de arte hacia la participación. Desde la primera idea de lo que será una obra de arte hasta su producción y exhibición está habitada por este atributo cuyo significado es mostrar que la obra de arte presupone, desde su inicio hasta el final, un proceso de exteriorización, unos procedimientos de exteriorización sin los cuales no puede existir. De hecho, la obra de arte es siempre este proceso concreto de exteriorización, de atrapamiento de elementos materiales y concretos en una red simbólica que transportan un conjunto específico de significaciones a través de una semiosis limitada dirigida hacia un público posible.

La obra de arte es un darse, una donación de ella misma que se vuelca sobre la realidad y solo existe en la medida en que ella participa de lo real a su manera, con sus propias modalidades de existencia que apuntan a enunciar, de muchas maneras, las posibilidades de lo real en cuanto posibilidades, la apertura de mundos que rebasan a los actuales y efectivos.

En la obra de arte coinciden el donador y lo donado como fenómeno único de lo que podría denominarse el don estético; y está expresando, siempre con sus propios medios, la potencialidad de toda realidad de darse, transferirse, trasladarse, traspasar y traspasarse, en cuanto mostración de dicha potencialidad y no como evidencia o efectuación del darse. Por esta razón se introduce aquí la forma, ya que esa donación es un darse de la forma a través de la forma, en donde queda atrapado un contenido plenamente sometido al trabajo de la forma.

Si consideramos que la participación de la obra de arte es cooriginaria con ella no puede ser cierto que se da primera la obra de arte y solo de manera derivada su inclinación hacia la participación; sino que el inicio de la producción de la obra también es el comienzo de la participación. Desde luego, esta no es, en la gran mayoría de casos, una elección consciente del artista, al pertenecer más bien al inconsciente estético colectivo.

No hay dos fenómenos: es una misma realidad que se escinde en dos, la producción y la dación de la obra de arte y que buscan incesantes la unidad perdida a la que no podrán volver completamente. Sin embargo, se mantiene entre estos dos polos de la misma esfera la continuidad ontológica permitiendo el paso de la una a la otra, aunque mediado por reglas y ritos de pasaje. A partir de aquí, los estudios empíricos muestran las modalidades específicas de los procesos de dación de la obra de arte en cuanto participación estética.

Es posible que el segundo movimiento, aquel que lleva de la participación a la obra de arte, no quede explicitada; basta decir para clarificar que una vez dada cooriginariamente la participación, esta incide en la producción de la obra de arte modelándola, haciéndola participar en las formas que adopta el inconsciente estético colectivo.

              Tercer esquema.

              participación        ------------------      público

Una vez dada la obra de arte esta se dirige efectivamente al público. Nuevamente la simplicidad del esquema esconde aspectos ontológicos de fondo. El público potencial, o si se prefiere el interpretante de la obra de arte, que debe distinguirse del cúmulo de intérpretes empíricos, es formado por los procesos de participación que contiene la obra de arte.

La obra de arte contiene en su interior las orientaciones, mecanismos, procedimientos, distribuciones de lo sensible, campos de representaciones posibles, que dan forma al interpretante, que postulan un espectador ideal para dicha obra. Por supuesto, entre el espectador ideal y los espectadores reales hay una brecha que incluso puede ser de desencuentro violento.

Si bien el público preexiste a la obra de arte, no lo hace como público de esa obra de arte; para ser tal tiene que transformarse y aproximarse, en diversos grados, al interpretante postulado por la participación de la obra de arte en el espectador.

Es en este momento, y en este marco preciso, en que entran la recepción, representación y estéticas de la participación, como fenómenos derivados de estos procesos de dación que van desde la obra de arte hasta el público.

              Cuarto esquema.

              Trans*

                             obra de arte      ----------------   participación   --------------     público

                                                           Trans*                                             Trans*

La introducción del operador Trans -Trans*- sobre el esquema completo de la participación de la obra de arte tiene como propósito visibilizar la dinámica general de la donación de la obra de arte, en cuanto participación al darse a sí misma y a un determinado contenido formado. Este operador general significa que, en cada paso, de ida o de vuelta en el esquema, se producen constantemente trans*formaciones de diversa índole que tienen que ver con los desplazamientos, deslices, cortes, segmentaciones, simbolizaciones, totalizaciones, etc., de la obra de arte en su secuencia de producirse y darse postulando un interpretante y llegando al intérprete, esto es, al público.

Ahora podemos configurar los diversos planos de la participación de la obra de arte en cuanto methexis y participare, como unidad que se desdobla y como entrar a formar parte de en su sentido latino; y de la manera cómo el participare depende enteramente de la methexis.

El inicio de la obra de arte presupone la existencia no desplegada del público. Toda obra de arte, desde su misma constitución, prefigura a su espectador ideal y, aunque no totalmente, también lo produce. La obra se hace y en este hacerse está incluido la invención del público. Pero, solo es posible en la medida en que la obra se forma en medio del inconsciente estético colectivo.

De hecho, se puede decir que es este inconsciente estético colectivo que se desdobla en obra de arte y en público; son una misma sustancia que deviene dual por el proceso de darse de la obra hacia aquello que ella misma ha formado: su público. Ahora bien, teniendo en cuenta estos elementos, hace falta indicar los aspectos estéticos de la participación o aquello que le hace pertenecer a este campo.

La dación de la obra de arte es la entrega de una sensibilidad mediada por la forma que se abre a un campo delimitado de representaciones como contenido del interpretante. Sensibilidad que se toma de la manera cómo ella está distribuida en el inconsciente estético colectivo y se la pone en obra. La participación estética no es solo cuestión de sensibilidad y afecto, ni tampoco unilateralmente operación hermenéutica. En la obra de arte colapsan los dos momentos fundiéndose en uno solo.

Es esta unidad percepto-idea particular de cada obra de arte la que toma modelos de espectadores y selecciona un tipo adoptándolo como su interpretante ideal; este, a su vez, se vuelca sobre el público cobijándole para que quede incluido en la sensibilidad presupuesta en la obra. Así, la obra de arte en cuanto participación no solo desencadena fenómenos sensibles y afectivos, sino que los produce en los espectadores, creando experiencias estéticas que antes no estaban allí.

La representación merece una clarificación adicional, puesto que si bien se despliega a partir de la unidad percepto-idea de la obra de arte en su semiosis limitada, su característica fundamental radica en que es una representación posible de lo posible; esto es, prefiguración como crítica del presente y apertura a futuros no contenidos en dicho presente como su prolongación natural. Como se ha dicho antes, estas prefiguraciones pueden tener diversos signos, desde utopías hasta distopías; incluso prefiguraciones que muestran que el futuro está clausurado.

El público participa de la obra de arte en estos dos niveles: en el plano del percepto-idea y en el de las representaciones; pero, esta participación no significa ponerse en contacto con una exterioridad extraña, sino dejarse crear, posibilitar la constitución de nuevos sujetos y subjetividades estéticas transportadas por la forma estética. El acto de creación comienza antes y después del artista, que se convierte en el portador momentáneo de sensibilidades y representaciones provenientes del inconsciente estético colectivo que postulan a sus propios públicos.

Sin embargo, hay que insistir en que el fenómeno descrito como participación estética no es de manera automática un fenómeno positivo que arroje la verdad de la obra de arte o que responda a un compromiso social. La donación de la obra de arte puede ser alienada ella misma o alienante del público que la recibe. En cada caso se tiene que determinar la capacidad liberadora de la obra de arte, en caso de que la tenga.

La estética de la participación deviene en este esquema como un momento derivado de los atributos ontológicos de la participación estética. Si se quiere incluir directamente al espectador en la producción o exhibición de la obra se tiene que tomar en cuenta que el público ya está presupuesto, ya está contenido dentro de la obra y no es una mera exterioridad a la cual le llega dicha obra. Muchas de las razones por las que la participación directa del público falla se debe al desconocimiento de este fenómeno, que lleva a que el espectador sea instrumentalizado por la lógica del artista que lo somete a su estética elegida, la cual no siempre es plenamente comprendida por el público. Aquí se ha dejado de lado la unidad del fenómeno estético, que ata obra de arte y público, y se los toma como realidades completamente separadas. La participación estética se convierte en un mero formar parte de una realidad extraña que se nos coloca frente a nosotros pidiéndonos que nos integremos a ella.