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lunes, 5 de agosto de 2024

REPRESENTACIÓN DEL DESEO / DESEO DE LA REPRESENTACIÓN: JORGE DÁVILA VÁZQUEZ, MARIA JOAQUINA EN LA VIDA Y LA MUERTE.

 



Volver a María Joaquina en la vida y la muerte como el lugar al que siempre se regresa, como un punto de partida indispensable, efectuando el mismo movimiento iterativo que la obra realiza, insistiendo en palabras, frases, gestos. Sin lugar a duda se trata de un uroboro literario: palabras masticando palabras y arrojándolas después al rostro de los transeúntes. (Dávila Vázquez, (1976) 2015)

Una nueva lectura nos hace comprender su desplazamiento histórico: es el mismo texto escrito allá en 1977 y, sin embargo, es otro. Se ha movido con el tiempo. Ha sufrido una serie de transformaciones típicas de una verdadera obra de arte que permanece en el tiempo y va ganando en universalidad capaz de encarnarse en cada época, en cada momento histórico.

Su adhesión al boom latinoamericano o la experimentalidad de ese momento pareciera quedar atrás. Con todo lo válida que pueda ser ahora parece insuficiente para leer la obra en toda su dimensión. En general, la crítica la redujo a un conjunto de recursos técnicos utilizados con suficiente maestría. Pero, la crítica se negó a preguntarse por el contenido de la forma, o, en otros términos, por el significado propio de las formas articuladoras de la novela.

Por esto, es preciso saldar cuentas con mi primera lectura del texto publicada en la Revista Pucara (Rojas, La palabra como instrumento de dominación, 1977). Esta aproximación contiene un error sustantivo, injusto y distorsionador de la novela. Guiado por una lectura maoísta bajo la influencia de Michael Foucault obliga al texto a revelar su nexo con un poder y confunde la ideología de los personajes con la de la novela y la del autor. Como es típico de la influencia de la Revolución Cultural la literatura es sometida a una lectura desde su inmediatez, sin reconocer el conjunto de mediaciones complejas que vinculan a la novela con la realidad social y política.

Por otra parte, la crítica de aquella época se quedó en la descripción de las técnicas y del modo de reconstrucción histórica; su sentido profundo también se escapó en estos ejercicios meramente formalistas, esquivando una comprensión de las formas movilizadoras internas a la novela de Jorge Dávila; es decir, el despliegue infinito del lenguaje en las serialización, los contrapuntos que crean la tensión interna y la temporalidad, ese efecto de alejamiento del presente precisamente para poder hablar del presente.

Esta invitación a releer esta novela de Jorge Dávila, que está cerca de cumplir 50 años, probablemente comenzó a escribirla en 1974 y la terminaría en 1975; recibe el premio Aurelio Espinoza Pólit en 1976, propone la articulación entre dos planos que se entrecruzan de manera permanente en el texto: en primer lugar, la representación del deseo: las pasiones sin límites, especialmente el poder, el dinero y la sexualidad, muestran su ansiedad de ser representadas, dichas, teatralizadas en el escenario del mundo, formando parte de esos mecanismos del poder, enredándose en la irresoluble dicotomía de pecado y perdón, de pecar con el único afán de ser perdonadas.

En segundo lugar, superponiéndose a la primera esfera, el deseo de representación se cuela por todas partes; y si ponemos atención se encuentra que ya no se trata de la historia del dictador y de su séquito, sino que entramos de lleno en el plano del lenguaje. Son las palabras que se deslizan entre la historia y reclaman su protagonismo. En este sentido, detrás de la brutalidad de lo que se narra, está el ejercicio preciso, cuidado, controlado a veces, espontáneo y caótico en otras ocasiones, el manejo desbordante de la lengua entre recuperación de la oralidad y escritura sometida al férreo puño del autor.

Así la novela avanza negociando constantemente entre la representación del deseo y el deseo de la representación:

… tiemblan ante la cercanía de su mano cuando les da la comunión, se estremecen al ser absueltas por él, invisible tras la cortinilla y la reja del confesionario, sueñan en pecar para ser por él perdonadas, hacen largas colas para confesar nimiedades con tal de oír su voz encantadora, de sentir su aliento oloroso a bizcochuelo, horneado por manos monjiles, y a vino de consagrar, mienten pequeñas mentiras con tal de sentir su mano alzándose dentro de la caja misteriosa, especie de eliminador de culpas, en la que él se instala después de la misa… (89)

 

Dávila Vázquez, J. ((1976) 2015). María Joaquina entre la vida y la muerte. Quito: Libresa.

Rojas, C. (1977). La palabra como instrumento de dominación. Pucara, 93-106.

 

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