Tomemos como punto de partida la
afirmación de que no hay personas y cosas de manera aislada, existiendo cada
una por su cuenta; sino que siempre encontramos en el mundo en el que vivimos:
personas con cosas:
“En su Fenomenología
del espíritu, Hegel
(1977) propone que no puede haber una separación fundamental entre humanidad y
materialidad – .” (Miller, 2005, pág. 5)
Y, además, en una particular relación
entre los sujetos y las cosas: “Deberemos retornar a las poblaciones en masa que
se consideran a sí mismas, de hecho, gente usando objetos.” (Miller, 2005, pág. 6)
Sin embargo, hay que ir más lejos y más
adelante de este lado puramente utilitario de las cosas, en donde las cosas
quedan reducidas a meras cosas al servicio de una racionalidad instrumental,
que intenta conseguir unos determinados fines o metas.
Establezcamos, entonces, que en esa relación
entre sujetos y cosas, los sujetos existen en la medida en que se objetivan;
esto es, solamente cuando se vuelcan hacia el exterior y crean toda clase de
formas, que van desde las instituciones, las leyes, hasta las innumerables
cosas materiales y virtuales que pueblan nuestra realidad.
Estos actos creativos regresan sobre
nosotros mismos y se convierten en parte de nuestra conciencia, la llevan a
otro nivel, nos permiten darnos cuenta de lo que somos y de los podemos –somos lo
que podemos hacer-. La conciencia –y la percepción- que tenemos de lo que está
allí afuera cambia radicalmente así como la conciencia de nosotros mismos: nuestros
modos de sentir, de ser afectados, nuestras estructuras cognitivas, nuestras
formas de relacionamiento con los demás, la particular relación que tenemos con
la naturaleza a la que hemos puesto en riesgo:
“En la objetivación todo lo que tenemos es un proceso en el tiempo
mediante el cual el propio acto de creación de formas crea conciencia o
capacidad, tal como habilidad, y de este modo transforma a ambas, a la forma y
la auto-conciencia de aquello que tiene conciencia, o la capacidad de aquello
que ahora tiene habilidad.” (Miller, 2005, pág. 6)
El acto creativo se ha duplicado: de una
parte, los sujetos creando el mundo a su imagen y semejanza a través de
objetivarse, de encarnarse y construir unos mundos múltiples y diversos; de
otra parte, los objetos unas vez dados, producidos, diseñados, regresando sobre
las personas para recrearlas, para transformarlas por dentro, para cambiar su
interior, para alterar su modo de ver y habitar.
“No podemos comprehender nada, incluso a nosotros mismos, excepto como
forma, un cuerpo, una categoría, o inclusive un sueño. A medida que esas formas
se desarrollan en su sofisticación, somos capaces de ver en ellas posibilidades
más complejas para nosotros. A medida que creamos leyes, nos entendemos a
nosotros mismos como gente con derechos y limitaciones. A medida que creamos arte
podemos vernos a nosotros mismos como un genio o como no sofisticados. No
podemos saber quiénes somos, o llegar a ser lo que somos, más que mirando en un
espejo material, que es el mundo histórico creado por aquellos que vivieron antes
que nosotros. Este mundo nos enfrenta como cultura material y continúa
evolucionando a través de nosotros.” (Miller, 2005, pág. 6)
No hay cultura que no sea inmediatamente cultura
material, proceso de objetivación de los sujetos y procesos de subjetivación de
los objetos. Es en este ir y venir que existimos, que nos socializamos, que nos
soñamos, que imaginamos, que nos proyectamos hacia el futuro y, desde luego,
que diseñamos.
De esta manera, el proceso de diseño lejos
de enfrentar a unos “sujetos autónomos” versus unos “objetos autónomos”,
tendría que preguntarse de qué modo esos objetos del diseño son una objetivación
de la cultura material globalizada o de un grupo social en particular.
Con igual fuerza, debería interrogarse
sobre las transformaciones en la percepción, el afecto, los procesos
cognitivos, que sufren los diseñadores y posteriormente las personas que usamos
esas cosas, porque somos personas con cosas, inseparablemente.
Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke
University Press.
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