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jueves, 30 de septiembre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 6

Parecería que deconstrucción y teología caminan en dirección opuesta. Por una parte, la deconstrucción batalla contra las grandes narraciones onto-teo-teleo-lógicas; por otra parte, la teología está asociada con la más grande las narraciones, aquella que se refiere a lo trascendente y se ubica de lleno en la perspectiva de la escatología.

Entonces, ¿de qué manera la posmodernidad originó teologías que se sustentan en ella? ¿Hay algo en su núcleo que se abre al hecho religioso? ¿Conduce inevitablemente la deconstrucción a la aparición en su seno de una teología? ¿Se trata de una interpretación forzada de un pensamiento que se ha presentado a sí mismo como secular?

Hay al menos tres elementos inherentes a la deconstrucción que posibilitan de manera efectiva esa transición a la teología y que la prolongan de manera coherente con sus principales planteamientos: la clausura de la metafísica entendida como onto-teo-teleo-logía, la constitución del ser humano en la falla y la pérdida, y la huella.

En el primer punto, daría la impresión de que la clausura de la onto-teología está eliminando del todo cualquier apelación a lo trascendente, quitando de manera definitiva la cuestión de dios del panorama del pensamiento, eliminando por esto mismo la posibilidad de una teología. Sin embargo, a pesar de lo paradójico que puede parecer, en vez de eliminar la cuestión de dios crea una nueva perspectiva; esto es, el dios muerto vuelve a entrar con más fuerza.

De la mano del neoplatonismo, como es el caso sobre todo de Derrida, se produce el rechazo de la onto-teología, especialmente por la exigencia de que el ser no sea confundido con ente alguno, ni siquiera con el ente supremo, dios, que se transformaría en este caso en ser supremo. Pero, es esto lo que permite que se formule una teodicea en la que dios escapa a la esfera del ser y del no ser, y se convierte en lo inefable, en aquello acerca de lo cual nada puede decirse, rehuyendo incluso a la teología negativa.

Afirmación de la trascendencia absoluta que no significa el alejamiento de dios, sino que postula vínculos que provienen de la palabra y de la experiencia; aquello que se pierde en el nivel conceptual se recupera a través de la práctica, en donde tendrá un lugar privilegiado la liturgia y la oración, como modos que escapan al registro opresor de la escritura y a la cuestión del significado.

En segundo lugar, la insistencia de la deconstrucción en la pérdida irreparable y en la falta que nada puede llenar, que provienen de la finitud radical del ser humano quizás es el elemento que conecta más directamente con la teología. Aunque la filosofía no puede postular la existencia del pecado original, esta falla constitutiva, este olvido del ser como diría Heidegger que le conduce a la inautenticidad, en realidad puede tener una continuación orgánica con el pecado original.

En tercer lugar, desaparece la metafísica entendida como onto-teología, que se expresa en las diferentes variantes de la muerte de dios. ¿Qué queda después de la muerte de dios? La clausura de la onto-teología deja paso a una huella que no es sino huella de huella, huella de sí misma, que no remite a una entidad que las habría dejado y a la que tendríamos que buscar.

Pero, es esta huella la que se convierte en la teología posmoderna en la experiencia de dios. Se insiste en que no se trata de encontrar las manifestaciones de dios en el mundo. Por el contrario, es el lugar en donde experimentamos lo misterioso y amenazador -uncanny- que nos aniquila y a lo que tenemos que hablarle. Se produce un deslizamiento desde el hablar de dios, teología, hasta un hablar a dios; o mejor aún, dejar que ese dios nos hable; nuevamente aparece aquí la oración que escapa al lenguaje entendido como representación.

No se trata, con estos aspectos, de pronunciarse sobre la validez o no tanto de la deconstrucción como de la teología posmoderna, sino de mostrar su profunda articulación, en el sentido de que el primero contiene los elementos que permiten el paso al segundo. Se muestra que, a pesar suyo en muchos casos, la deconstrucción termina por ser una metafísica en el sentido más estricto del término en la medida en que se la formula como onto-teología.


Derrida, J. (1971). De la gramatología (Primera ed.). México: Siglo XXI.

Derrida, J. (1997). Cómo no hablar. Denegaciones. In J. Derrida, Cómo no hablar y otros textos (pp. 13-58). Barcelona: Proyecto a.

Taylor, M. C. (1984). Erring: a postmodern A/theology. Chicago: The University of Chicago Press.

 

 

miércoles, 29 de septiembre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 5

 

Estas reflexiones equivalen a indagaciones teológicas especulativas y prácticas por derecho propio, de modo que atenderlas cambia los términos del juego de la ciencia y la religión. En lugar de preguntarse qué tipo de Dios un descubrimiento científico dado todavía da espacio para que un teísta crea, los estudiosos de los estudios religiosos pueden cambiar las mesas críticas para preguntar qué tipo de dioses y monstruos están produciendo tales teorías científicas, y qué tipo de valores éticos y formaciones sociales reflejan y refuerzan. Y abrumadoramente, las ciencias naturales y sociales están produciendo actualmente una gran cantidad de lo que provisionalmente he llamado panteologías. A pesar de su autoidentificación constantemente secular, estas ciencias están generando relatos rigurosos, asombrados e incluso reverenciales de la creación, el sustento y la transformación, procesos que son totalmente inmanentes para el universo mismo. (Rubenstein, 2018, pág. xix)

La onto-teología está lejos de ser un movimiento que se da únicamente en el paso de la posmodernidad a las teologías, mostrando que en su interior ya las contienen, aunque sea embrionariamente. Este giro onto-teológico también se genera en la producción científica y teológica. Rubenstein hace referencia precisamente a la secularización incompleta del conocimiento racional que en su comprensión de la naturaleza y de la sociedad termina por abrir paso a nociones trascendentes.

La ciencia misma termina por cuestionar sus límites, por ignorar hasta dónde debe llegar y tiende constantemente puentes hacia los ámbitos religiosos; por ejemplo, las verdades que deberían ser siempre provisionales, falsables, objeto de crítica permanente, fácilmente se vuelven dogmáticas y se exige que se tenga acerca de ellos no una aceptación racional, sino una fe o una creencia.

Una ciencia que se pone en riesgo y que difícilmente puede soportar los embates de las corrientes que la combaten a nombre de cualquier otro dogma, porque están enfrentando creencia contra creencia y a un dogma se le combate con otro. El irracionalismo penetra en todos los ámbitos de la existencia y del saber, como se ha podido ver en esta época y que tiene consecuencias trágicas para las sociedades.

La negativa a tratar rigurosa y explícitamente los fundamentos metafísicos conduce a la proliferación de las onto-teologías de todo tipo, a la emergencia de panteologías como señala Rubenstein. Si la modernidad siempre fue un proceso de secularización insuficiente, tanto en el plano político como cognoscitivo, la posmodernidad constituye un retroceso de la secularización del mundo y la proliferación de creencias sin mayor fundamento que, como se ha dicho, tienden a volverse dogmas.

Así deja de ser una tesis válida que la ciencia y la tecnología conduzcan necesariamente a un mundo más secular; por el contrario, no solo conviven con las religiones, sino que las alimentan de muchas maneras, empezando por los innumerables procesos de fetichización con los nos topamos a cada paso. Y no se trata de dejar de lado la metafísica; por el contrario, esta tendría que mostrar, a través de sus ontologías regionales, qué ciencia y qué tecnologías podrían llevarnos a una secularización efectiva del mundo.

De lo contrario, malas metafísicas animarán subterráneamente los campos del saber convirtiéndolos en formas de religión, por el predominio de la actitud dogmática en ambos campos. Cuestión en la que las universidades tienen una gran responsabilidad. El conocimiento que se produce en las universidades nunca ha estado tan alejado de una apertura hacia las opiniones múltiples y cada corriente termina por adoptar una actitud dogmática, con sus pastores, iglesias, profetas.

Rubenstein, M.-J. (2018). Pantheologies. Gods, Worlds, Monsters. New York: Columbia University Press.

 

martes, 28 de septiembre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 4

Teologías por todo lado.

La persistencia de la metafísica puede ver, con un cierto asombro, en la proliferación de teologías que se desprenden precisamente de aquellas filosofías que se presentaron a sí mismas como aquellas que la superan de manera definitiva. Esas teologías encuentran, sin mayor esfuerzo, el núcleo teológico de la posmodernidad y el posestructuralismo; hasta se podría decir que no hay una sola corriente de la filosofía continental que escape a este fenómeno.

Así podemos encontrar una teología posmoderna con nombre propio; y junta a esta que es la corriente principal, una multiplicidad de teologías con enfoques que se pueden elegir a gusto: teologías deconstructivas, deleuzianas, seguidoras de Badiou; incluso propuestas que ya incluyen un debate teológico en su interior, como es el caso de Derrida o Jean-Luc Marion. Además, se deben incluir nuevas propuestas como la teología radical y la ortodoxia radical. Un aire de familia neoplatónico les atraviesa a todas.

A pesar de los esfuerzos manifiestos o implícitos la onto-teología se ha filtrado en estos sistemas filosóficos. No se trata de una casualidad o de una distorsión que los teólogos introducen en esos pensamientos. Por el contrario, las teologías se desprenden orgánicamente de la posmodernidad y del posestructuralismo; solo ha hecho falta sacar las consecuencias de sus razonamientos, llevar hasta el final los argumentos, develar las tensiones ocultas y mal resueltas.

Su pretensión de haber escapado de la metafísica se viene abajo y, a través de la teología, se muestran cómo lo que realmente son. Pero, no se debe considerar como algo negativo, sino que la lectura como lo que son, metafísicas, aplicada a diversos campos sería mucho más productiva.

La metafísica regresa porque es necesaria, ya que tiene que ver con los entes, con el mundo como totalidad, con la producción de igualdades y diferencias, el juego interminable de lo uno y lo múltiple, el entendimiento de lo que consideramos la existencia y sus modos.

 

CAVILACIONES METAFÍSICAS 3

 

Provisionalmente, como todas las reflexiones aquí contenidas, ¿qué entendemos por metafísica? Antes que intentar una definición se puede decir que hay cuestiones que son claramente metafísicas que las tratamos de manera negativa o positiva, pero que están allí y son las que simulan desaparecer únicamente para presentarse con otro rostro.

Las cosas que nos rodean existen; ciertamente lo hacen de manera diferente: no es lo mismo la existencia material de un libro que la de los personajes de ficción contenidos dentro de él; las matemáticas tienen un modo de ser distinto de las nubes. Las cosas existen según sus propios modos de ser. Al campo que analiza estos modos le denominamos ontología regional.

Tratamos todo el tiempo de comprender la realidad que nos rodea, desde la ciencia o desde cualquier otro saber. Nos es indispensable para sobrevivir. Generalmente, nos enfocamos en una esfera determinada desde una perspectiva. Esto da como resultado la emergencia de la ciencia. Pero, es posible que dirijamos nuestra mirada a la totalidad de la realidad, a todas las cosas que existen o son susceptibles de existir sin importar el modo en el que lo hagan. Nos topamos, entonces, con la metafísica.

Sin embargo, cabe interrogarse por la ontología general; esto es, ¿qué es un modo de ser? Y esta es una cuestión estrictamente metafísica. Así la ontología general coincide con la metafísica. Desde luego, esto sigue dejándonos a oscuras.

En las corrientes de pensamiento, que en realidad son mayoritarias, que propugnan la clausura de la metafísica, con cualquier matiz que se le quiera dar, se colocan de lleno en esta consideración: los entes, las cosas, aquello que pertenece al mundo, debe dejarse de lado, para evitar convertir el ser en un ente, sin importar de qué clase de ente se trate. Como se ve, aquí asoma claramente la crítica a la onto-teología, cuando se concibe algún tipo de ser supremo.

Desde luego, también hacen su aparición propuestas que se niegan a seguir este camino y reivindican la concreción de los entes, las experiencias específicas de los seres humanos, los fenómenos de opresión y explotación, el dolor de los excluidos, de los condenados de la tierra, como diría Fanon. Aquí también se esquiva a la metafísica, pero en sentido contrario: queremos implicarnos de lleno en la realidad, aferrarnos a los entes, tratar de entenderlos a cabalidad, especialmente a aquellos entes que somos nosotros mismos.

Un rasgo que está presente, por ejemplo, en la teología de la liberación: dejar los debates acerca de cómo hablar, comprender, pensar, lo absoluto y entender que el camino de acceso privilegiado a dios son los pobres. La comprensión metafísica de la trascendencia no es necesaria y se resuelve con un acto de fe. Si bien se puede comprender el enorme valor e influencia que tuvo la teología de la liberación, haría falta analizar las consecuencias de dejar la comprensión de ese objeto de la metafísica, la trascendencia, intocado. (Esto no implica ninguna toma de posición acerca del modo de ser de dicha trascendencia ni se discute, todavía, si hay algo que no se puede nombrar como algo que escapa al ser y al no ser y que, por lo mismo, cae fuera de la metafísica).

lunes, 27 de septiembre de 2021

CAVILACIONES METAFÍSICAS 2

 ¿De dónde proviene la insistencia de la metafísica? ¿Por qué una vez expulsada regresa por todos los medios posibles? ¿Qué hay detrás de esa necia permanencia? ¿Por qué se habla y escribe tanto de metafísica, aunque sea bajo la forma de su superación o desaparición? ¿Por qué es un tema recurrente: abolición y surgimiento de nuevas manifestaciones metafísicas?

Debe corresponde a alguna cuestión real que impide que desaparezca y que vuelve como un reflujo: parece que se aleja, solamente para regresar con mayor fuerza. Con seguridad hay situaciones irresueltas que de manera subterránea exigen respuestas y a las que nos enfrentamos tratando de reducirlas o controlarlas.

Quizás debamos volver sobre la disquisición kantiana que separa la razón pura teórica de la práctica y que expulsa del ámbito de la razón pura a los objetos de la metafísica: dios, alma, mundo. No se trata en este momento de debatir sobre dichos objetos, sino acerca de lo que implica excluirlos de la razón y someterles únicamente a imperativos que provienen de la práctica, a exigencias de la moral pura.

Entonces, habría que recolocar los objetos de la metafísica bajo la razón pura y romper la barrera que impide el acceso a la cosa en sí, para mostrar la transición fluida entre esta y los fenómenos. Un sistema kantiano que empezara por caracterizar a esa cosa en sí; esto es, que se propusiera como una metafísica antes de ser una teoría del conocimiento.

Iluminados de este modo los objetos de la metafísica no tendrían que regresar por la vía de la práctica, de la ética y de la moral, sino que estarían adecuadamente fundamentados por la razón. Tampoco se tendría división salvaje, ahora naturalizada, entre teoría y práctica, pensamiento y experiencia, razón y afecto.

Bajo diversas modalidades, con distintos matices, la separación entre la esfera de la cosa en sí y la experiencia práctica, fenoménica, se repite sin cesar en el pensamiento contemporáneo, en la posmodernidad y el posestructuralismo; es decir, entre una esfera que se vive como fundamento, aunque no sea accesible por parte de la razón, y una esfera caracterizada por su insuficiencia ontológica radical en donde habitan los entes, entre ellos los seres humanos.

En este sentido, Heidegger no deja de ser la radicalización del pensamiento kantiano invertido, en donde el entendimiento se ha olvidado de la cosa en sí y vaga sin encontrar un asidero para la producción de la verdad.

CAVILACIONES METAFÍSICAS 1

Nada hay que aborrezca tanto el pensamiento posmoderno, en cualquiera de sus variantes, como la metafísica. Siguiendo el rastro de Heidegger, Derrida, Deleuze y tantos otros, la condición para pensar está directamente vinculada a la clausura de la onto-teo-teleo-logía, a una perspectiva desesencializante que parecería haber dejado atrás los rastros de la trascendencia volviéndose enteramente inmanente.

Pero, la metafísica, cada vez que se la echa, regresa con más fuerza. Mientras más profunda es la elaboración de un discurso que la deja atrás, retorna con más violencia. Son precisamente las formas más radicales de la antimetafísica las que finalmente se convierten en poderosas metafísicas.

¿Qué explicación podemos dar a este fenómeno tan paradójico? ¿Cómo debemos entenderlo? ¿Será que se tiene que inventar una nueva aproximación que nos lleve fuera de la metafísica como onto-teología? ¿Cuál será ese comienzo absoluto que refundará la historia entera del pensamiento occidental?

A cada paso vemos emerger una nueva propuesta que, esta vez sí, disolverá de una vez y por todas, este enredo que dura tantos siglos y así tendremos un pensar, sistemático o no, que ha dejado atrás la metafísica y que ha disuelto definitivamente el oscuro fundamento de un ser inaprensible. Así, se puede nombrar a Tristán García, Forma y objeto, y a Manuel De Landa, Ensamblajes. Y cuando uno termina de leerlos no puede sino concluir que son preciosas metafísicas en sentido estricto.

Entonces, ¿a qué se debe la persistencia de la metafísica? ¿Por qué no hay cómo evitar la recaída en la onto-teología? ¿Por qué nos persigue sin cesar tanto lo teleológico como el logos en cuanto razón y representación? ¿Por qué detrás de esa máquina de afectos silenciosos deleuzianos hay una palabrería que no cesa de expresarse? ¿Por qué se escriben libros enteros para hablar de aquello de lo que no podemos hablar?

viernes, 16 de julio de 2021

FORMA Y DISTINCIÓN

 

FORMA Y DISTINCIÓN 

Una interpretación ontológica de Las leyes de la forma de George Spencer Brown
 

Carlos Rojas Reyes

 

La teoría de la forma de Spencer-Brown pasa a las ciencias sociales por la vía de Niklas Luhmann y que la convierte en el fundamento de una sociología basada en un enfoque sistémico. A partir de esto se desarrolla ampliamente una teoría de los sistemas sociales. Esta cuestión no se discutirá aquí. Se trata de preguntarse si es posible una lectura de la forma que no se quede reducida a este enfoque; de esta manera, mostrar que el texto Leyes de la forma pueden sustentar un enfoque crítico y es aplicable a campos tan diversos como el de la economía política o el arte. 

Para lograr este objetivo vamos a releer este libro y a medida que avancemos se señalarán los desacuerdos, reinterpretaciones, cambios de matiz, precisiones, que permitirán una lectura alternativa a la que se realiza desde la teoría de sistemas.

Digamos de inicio que el libro de Spencer-Brown es estrictamente matemático y lógico; como tal no hace referencia ni es inmediatamente trasladable a otros campos como el del ser social sin que se introduzcan modificaciones importantes, considerando que el paso del orden lógico al ontológico siempre es difícil y problemático, un buen ejemplo de esto lo podemos ver en las dificultades insuperables de los trabajos de Badiou. Esta lectura se aleja de las interpretaciones lógico-matemáticas, sistémicas y míticas de Leyes de la Forma.

Esta lectura de Leyes de la forma se centra en primer lugar en dilucidar de la manera más cercana al texto el sentido que se desprende de él, insistiendo en conservar al máximo la terminología que usa y el sentido que le da Spencer Brown. Así se evitarán los equívocos que una aproximación poco precisa pueda provocar. Me guiaré por el estudio que considero el más riguroso, suficientemente contextualizado, que realizan Schönwalder, Willie y Hölscher. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009)

Con este punto de partida se presentan una serie de consideraciones propias destinadas a realizar el paso desde la esfera matemática a la filosófica, específicamente a la ontología. En este momento teniendo siempre como referencia las Leyes de la forma, se irá mucho más lejos en la elaboración de una teoría general de la forma que, si bien se asienta en sus postulados, los despliega adecuadamente a fin de que funcionen como una ontología.

En ningún momento se entrará en contradicción con las formulaciones de Spencer Brown y se espera que los diferentes desarrollos propuestos tengan una continuidad con su pensamiento y que más bien representen la elaboración de una perspectiva diferente a las usuales, especialmente la de la teoría de los sistemas de Luhmann, de la cual me distancio. Por el contrario, se indaga por la posibilidad de una lectura desde la teoría crítica y con la capacidad de aplicarse a ejemplos como el de la economía política y que se pueda echar nuevas luces sobre la noción de forma en Marx. 

De tal manera que se provocará un desplazamiento respecto de las interpretaciones canónicas que sirven como referentes casi obligatorios. Sin embargo, no significa dejar de lado aquellas contribuciones de estos campos que se consideren útiles o acertadas. Espero que se abra un nuevo campo de reflexiones y aplicaciones de una teoría general de la forma que tiene su punto de partida en Spencer Brown, aunque se alimenta de muchos otros referentes.

Spencer Brown introduce desde el inicio las nociones de forma, distinción e indicación: 

Tomamos como dada la idea de distinción y la idea de indicación, y que no podemos hacer una indicación sin dibujar una distinción. Tomamos, por lo tanto, la forma de la distinción como la forma.[1] (Spencer Brown, 1972, pág. 1)

Estas tres nociones, que sirven de postulados iniciales y que se consideran como dados, están interrelacionados de tal manera que son siempre co-dados y co-producidos, de tal manera que no puede existir el uno sin los otros. Las indicaciones presuponen las distinciones y la forma es de manera inmediata forma de la distinción.

El énfasis de los análisis suele estar en las dos nociones: distinción e indicación; la forma se presenta como derivada y secundaria; de hecho, en las teorías sistémicas hay un privilegio de la distinción y la indicación que suele confundirse con descripción. La forma queda relegada a elementos operativos, al cálculo que se realiza utilizando determinadas formas. Sin embargo, como se puede leer en Spencer Brown, el concepto de forma es central. El libro no se titula Leyes de la distinción, sino Leyes de la forma.

Según Schönwalder, Willie y Hölscher caben aquí dos interpretaciones: la dependencia de la indicación respecto de la distinción y estos dos conceptos “…dos momentos de un solo proceso que no se pueden separar, en la medida en que cada indicación es siempre al mismo tiempo y 'en sí mismo' también una distinción: como indicación se distingue de otra”, produciendo distinciones indicativas e indicaciones distintivas. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 67)

Haría falta añadir a esta consideración que los tres aspectos son momentos de un solo proceso; lo que quiere decir que se dan simultáneamente; esto es, cuando se introduce una distinción nos permite indicar aquello se distingue y que es una forma. La distinción indica la forma de la distinción que tenemos delante de nosotros.

Se insiste, y este es un tema crucial, que no se puede identificar distinción y diferencia. Esta teoría de la forma no es un diferencialismo, al estilo deleuziano. La distinción precede a la diferencia y tiene también dos aspectos: el acto de distinguir y de producir distinciones, y las diferencias que son resultados arrojados por las distinciones. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 68)

La distinción permite escapar de los dilemas del diferencialismo que termina por llevar a una disolución de todo lo real, tal como lo ha mostrado Lyotard en El diferendo. Todo fenómeno es diferente de otro; pero, a su interior también se dan nuevos procesos de diferenciación y en estos otra vez podemos establecer diferencias y así hasta el infinito. Ciertamente hay diferencias, pero con igual fuerza se tiene que establecer que se dan fenómenos iguales o similares, precisamente en la medida en que provienen de la misma distinción introducida.

La indicación es entendida como “…el sentido del signo… un significante apunta a un significado o como un indicador de algo”. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 68) Si bien este enfoque es válido, parece insuficiente para dar cuenta de todo lo que contiene la indicación. Como se ha dicho, la indicación proviene de la distinción. Se ha hecho una distinción y como producto de esta algo aparece; este ente que se muestra sea del tipo que fuere, desde una cosa hasta una idea, es aquello que ahora podemos indicar: “Miren, un árbol”, “Vean, cuánta elegancia”.

Este proceso contiene otros elementos que son fundamentales. Aquello que ha introducido la distinción y que se indica es la forma. No se puede distinguir a menos que sea una forma. De tal manera que tenemos la forma de la distinción, la forma introducida y la indicación de esta forma. La distinción es una forma que hace formas. La distinción se pone a sí misma como forma, aunque ella misma no es otra cosa que forma.

Pero, la noción de indicación no puede ser reducida a un componente semiótico, equiparándola como al signo. La operación matemática “indicar” se convierte en un elemento semiótico y luego comunicacional. Tampoco se reduce a una relación de los elementos implicados, en donde todo se explica por la interrelación: “El resultado, la "idea de distinción", no debe entenderse como una entidad mental, sino como una relación… Esto no debe entenderse como una entidad abstracta, sino más bien como el proceso de generar una estructura de relación”. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 69)

Tiene que ver con un hecho existencial; esto es, se vuelve necesario acudir a la ontología. Entender el “proceso puro de la distinción, sin atribuirle ciertas cualidades, así como a lo que este proceso conduce: la “forma de la distinción”, exige no referir de manera inmediata al plano social o individual. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 69)

El giro ontológico consiste en considerar que todo lo que existe es producto de que se ha introducido una distinción; esto incluye cualquier fenómeno independientemente de las acciones humanas. Por ejemplo, lo que hace el campo de Higgs es introducir una determinada distinción que permite que las partículas adquieran una determinada masa. Las características de este campo que actúa en el ámbito de todo el universo se corresponden con lo que podría denominarse la forma del campo de Higgs. En este contexto, indicar significa que aparecen en la realidad estos elementos con masa. Solamente a partir de esta realidad dada, la indicación se convierte en un signo o en un indicador: la masa de las partículas indica que hay un campo de Higgs.

Trasladándose al plano de la ontología del ser social se debe conservar estas características: la realidad social existe en la medida en que se introducen distinciones que permiten la aparición de fenómenos que, a su vez, son indicados. Estas distinciones siempre son formas de las distinciones. Las formas son el modo de ser de las distinciones. Se visualiza un doble aspecto: ontológico y epistemológico.

Spencer Brown a partir de estos elementos define lo que es la distinción:

La distinción es continencia perfecta.

Es decir, una distinción es dibujada por el arreglo de un límite que separa lados, de tal manera que un punto de un lado no puede alcanzar el otro lado sin cruzar el límite. Por ejemplo, en un espacio plano un círculo dibuja una distinción.

Una vez que la distinción es dibujada, los espacios, estados, o contenidos de cada lado de los límites, siendo distintos, pueden ser indicados. (Spencer Brown, 1972, pág. 1)

Desde luego, el término continencia no tiene que ver con la noción de abstinencia, sino con el hecho de contener. Así que debería interpretarse como: la distinción contiene perfectamente, aclarando que no es un mero contenedor, porque ella misma ha creado aquello que contiene. Con esto se llega a la siguiente precisión:

Por lo tanto, las posibles traducciones podrían decir: “…la distinción es continencia completa o la distinción es coherencia completa. A primera vista, la definición parece contradictoria: distinción es ... contexto, ya que distinción significa algo que separa y, por el contrario, conexión significa algo que conecta y une. Si usamos estas traducciones preliminares, entonces la definición es: La separación es (su opuesto) conexión”. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 71)

De aquí emergen los siguientes aspectos: todas las formas que se han introducido con la distinción pertenecen a dicha distinción; esto puede parecer redundante, pero es indispensable señalarlo. Las formas que se hacen a partir de una distinción dependen enteramente de dicha distinción, se desprenden de la distinción que las ha puesto allí.

En este sentido, “…una conexión interna también forma un límite con el mundo exterior. A través de una distinción algo queda fuera, se excluye en un sentido”. Es decir, se distingue aquello que queda contenido en la distinción y aquella que queda excluido de ella. De esta manera surge un nuevo aspecto que es la conexión de los elementos internos de la distinción y la conexión con el exterior.  (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 71)

Esta definición de distinción nos ha llevado a la existencia de unas formas que quedan incluidas dentro de la distinción que las ha producido y que se presentan fenoménicamente como tales; de aquí el doble sentido de indicación: están allí dadas las formas y por eso podemos mirarlas como indicadores:

Una vez que la distinción es dibujada, espacios, estados, o contenidos de cada lado del límite, que son distintos, pueden ser indicados. (Spencer Brown, 1972, pág. 1)

Spencer Brown continúa:

No hay distinción sin motivo, y no puede haber motivo a menos que los contenidos sean vistos como que difieren en valor. (Spencer Brown, 1972, pág. 1)

Esta es una afirmación particularmente difícil de entender. Motivo y motivación pareciera que se refieren a procesos psicológicos o a razones para que algo se dé de una manera específica. Volvamos a la consideración de que se trata de un texto matemático. Aquí no cabe una interpretación subjetiva de lo que se está diciendo.

Entonces, ¿cómo entender motivo (motive)? La noción de motivo tiene que ver en este contexto lógico con el hecho de que la distinción se convierte en algún tipo de entidad, por ejemplo, una figura determinada, con sus propias características y, por esto, se diferencian de otras entidades, que aquí se enuncia como “diferir en valor”. Son estos motivos los que se indican, los que se señalan: he ahí un objeto.

En este momento entra en juego el lenguaje, porque únicamente cuando la distinción ha tomado forma, la puedo llamar por un nombre que, precisamente, se identifica con el valor que ha tomado en el proceso de diferenciación:

              Si un contenido es de valor, el nombre puede ser tomado para indicar este valor.

Así la llamada del nombre puede ser identificado con el valor del contenido.  (Spencer Brown, 1972, pág. 1)

Lo que implica que el lenguaje se da cuando se ha producido una distinción y puede nombrar aquellas formas que tanto han producido como han sido producidas por dicha distinción. A su, como es evidente, hablar es indicar distinciones. Y, como dirá más adelante, conocer significa conocer distinciones.

Spencer Brown introduce su primer axioma:

Axioma 1. La ley de la llamada.

              El valor de una llamada hecha de nuevo es el valor de la llamada…

              Es decir, para cualquier nombre, re-llamar es llamar.

Este axioma es fundamental, ya que permite la continuidad de una distinción que se sostiene como la misma durante todo el proceso; además, muestra con claridad que la acción de la distinción no se agota en su darse inmediato, sino que su acción es continúa, de tal manera que sostiene el campo marcado con su persistencia. Si se pide que se dibuje un círculo y luego se pide que se dibuje un círculo, estamos ante la misma distinción, sin importar cuántas veces se lo haga; los círculos introducidos son ocasiones o tokens de la distinción círculo. Por esto, re-llamar es llamar.

El resto del Axioma 1 y el Axioma 2 se refieren a la ley del cruce. Aquí más que los aspectos estrictamente lógico-matemáticos es indispensable analizar lo que significa el cruce por sí mismo:

Igualmente, si el contenido es de valor, un motivo o una intención o instrucción de cruzar el límite en el contenido puede ser tomado para indicar este valor.

Así, también, cruzar el límite puede ser identificado con el valor del contenido. (Spencer Brown, 1972, pág. 2)

El primer aspecto que resaltar que se desprende de la noción de cruce consiste en que la introducción de la distinción separa dos campos que se muestran como diferentes; este es un requisito indispensable. No se puede llamar cruce a menos que se esté abandonando la esfera de la distinción introducida y traspasemos a otra esfera que, por el momento, está allí sin que sepamos qué distinción le caracteriza. Solo conocemos que es diferente.

Los dos textos en los que se introducen dos tipos de referencias se disponen en paralelo. Ambos tipos, la indicación mediante la mención de un nombre y la indicación de la intención de cruzar la frontera, tienen el requisito previo de que los contenidos diferenciados sean de valor. Esto, a su vez, requiere toda la forma de distinción, y se supone que la posibilidad de señalar requiere de todo el proceso de distinción. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 78)

Justamente el cruce implica que una vez que introduce una distinción quedan conformados dos espacios: el campo que se ha formado por el efecto de la distinción que se ha introducido; y el campo que queda fuera y que no ha sido tocado por dicha distinción. En todo caso, desde una perspectiva ontológica con sus consecuencias epistemológicas, habrá que analizar en cada caso los procesos que se producen y despliegan en el momento en el que se da un cruce; esto es, las reglas de paso que nos permiten ir desde un campo marcado por la distinción hacia un campo no marcado, y viceversa.

Digamos que el tipo de distinción, que Spencer Brown lo denomina valor, establece las modalidades del cruce, el conjunto de relaciones con el campo no marcado, las reglas de paso que las condiciones para transitar de una esfera a otra, las consecuencias del cruce. Significa que el cruce también está determinado por la distinción; o, de otra manera, a cada distinción le corresponde un tipo de cruce con sus correspondientes reglas.

Por tanto, el traspaso del límite se puede identificar con el valor del contenido: porque la posibilidad de traspasar el límite deja clara la limitación, lo que en definitiva hace diferente el contenido, es decir, el contenido de valor. La intención de traspasar fronteras indica así la pura diferencia entre los dos contenidos, es decir, que un contenido es diferente del otro… (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 80)

Si bien desde el punto de vista lógico-matemático el límite es absoluto y separa dos espacios totalmente diferentes, desde una mirada ontológica cabe preguntarse por las características de este límite. Se puede introducir la hipótesis, no contenida en la Spencer Brown, de que, si bien siempre hay un límite que la distinción coloca para separarse del ámbito que queda marcado por esta, se puede conformar zonas de indistinción en el espacio entre los dos campos, en donde se vuelve difícil saber en qué lado estamos: si hemos abandonado el campo marcado por la distinción o si no lo hemos hecho todavía, si hemos salido a ese exterior y ya estamos fuera de la influencia de la distinción.

A continuación, pasamos a la segunda parte de Las leyes de la forma:

              2. Formas que se extraen de la forma. (Spencer Brown, 1972, pág. 3)

El contenido de este capítulo pone en movimiento los hallazgos realizados en el primer capítulo y abre paso al despliegue de los diferentes postulados y demostraciones de las leyes de la forma:

En la transición del primer capítulo 'La Forma' al segundo capítulo 'Formas sacadas de la Forma', el modo de representación cambia. En el primer capítulo se describen los procesos de formación y mantenimiento de una distinción, en el segundo capítulo se realiza un proceso de construcción, que construye los requisitos del primer capítulo, los determina y los implementa en su propio lenguaje formal. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 87)

 

Antes de entrar en el análisis de la segunda parte ya el título es por sí mismo bastante significativo: “Formas que se extraen de la forma”: podemos decir que la forma, llevada por la distinción, tiene un carácter productivo. Toda forma se despliega en un abanico de formas siguiendo determinadas reglas. Más aún, desde una perspectiva ontológica, esta actividad de la forma es necesaria; una forma que no produjera nuevas formas simplemente desaparecería. Además, se debe tomar en cuenta que es una secuencia prácticamente inacabada de forma, distinción, forma, y así sucesivamente. Cada distinción introduce una forma, cada forma introduce una distinción.

 

El título del segundo capítulo da una dirección para esto. La forma se construye para luego extraer formas de esta forma: Formas sacadas de la forma. Por un lado, la relación entre singular y plural en el encabezamiento es importante: de la forma (una) son posibles (varias) formas. Por otro lado, la frase 'sacado' se refiere al proceso de tomar o retirar varios de uno. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 87)

 

El siguiente paso que da Spencer Brown es iniciar el desarrollo del sistema matemático basado en las distinciones:

 

Construcción.

                                           Dibuje una distinción. (Draw a distinction). (Spencer Brown, 1972, pág. 3)

En este inicio de las distinciones el draw se refiere claramente a un tipo de actividad que es lo realmente importante. De hecho, se podría traducir como, y desde la mirada ontológica sería más preciso, “Haga una distinción”. Si bien se puede establecer que los grupos sociales y los individuos somos los que introducimos las distinciones, esta construcción debe ser tomada como un principio ontológico general, válido tanto para el ámbito del ser social como de la naturaleza.

Como Spencer Brown señala en las notas a este capítulo:

              Reconsiderado la primera orden,

                             dibuje una distinción,

              notamos que igualmente bien podría expresarse de las siguientes maneras;

                             deje que haya una distinción

                             encuentre una distinción

                             mire una distinción

                             describa una distinción

                             defina una distinción

              o

                             permita que una distinción sea dibujada,

de tal manera que aquí se alcanza un lugar más primitivo que las formas activa y pasiva, tanto como un nombre de otros opuestos más periféricos, que han sido condensados juntos, y casi cualquier forma de palabras podrán sugerir más categorías de las que realmente existen. (Spencer Brown, 1972, pág. 84)

Aquí se hace referencia al carácter primario de la distinción, que está en el origen de todo.

De tal manera que cualquier fenómeno lo que hace efectivamente es introducir una distinción; y, concomitantemente, solo lo entenderemos si visualizamos a cabalidad la distinción introducida y las formas originadas. Así, un campo físico del tipo que sea introduce una distinción en el espacio-tiempo, como es el caso del electromagnetismo o del campo de Higgs. El campo biológico, ¿qué es la vida sino la proliferación de distinciones que permite la aparición de las distintas especies?

Este “Haga una distinción” puede ser entendido, a partir de lo que se ha dicho, como una instrucción que, además de ser un principio ontológico, se convierte en un generador de teorías y de conceptualizaciones:

Dibuje una distinción: en el primer paso, la instrucción está formulada para hacer una distinción. Según Spencer Brown, la forma matemática elemental no es la de la descripción de una estructura teórica, sino la de las instrucciones para una estructura teórica y su uso. Hacer teoría (y para Spencer Brown especialmente teoría matemática) significa dar una serie de instrucciones que crean la teoría. Lo importante aquí es la modalidad de la instrucción como una solicitud de una acción, no tanto la secuencia exacta de las diversas instrucciones, que pueden ser variadas. Aquí Spencer Brown incluso fomenta la acción independiente animando al lector en las notas del segundo capítulo a emprender sus propias caminatas a través del texto y encontrar sus propias ilustraciones, estén de acuerdo con el texto o no. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 88)

 

La teoría de la forma es primero la colocación de instrucciones generadoras de campos marcados, la realización de acciones que siguen determinadas reglas, que es como debe entenderse una instrucción; y una vez dadas estas acciones se procede a las descripciones correspondientes. Toda teoría parte de hacer una distinción, de seccionar la esfera indeterminada de lo real y marcar un campo; de allí su carácter disciplinario y segmentado.

Spencer Brown utiliza el término inyucción para nombrar a las órdenes o comandos que hacen distinciones. (El español conserva el verbo: inyungir, pero no el sustantivo: inyucción, en el sentido de mandato). Y esto puede ser leído ontológicamente: “Aquí se trata de una instrucción mediante el cual algo se crea” y que se coloca antes de cualquier consideración activa o pasiva, porque vale para ambas ya les es previa: haga una distinción o deje que se haga una distinción. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, págs. 88, nota 2)

Ahora bien, esta primera construcción Haga una distinción se dota de un contenido:

Contenido.

                             Llámela la primera distinción.

Llame al espacio en el que es dibujado, el espacio separado o dividido por la distinción.

Llame a las partes del espacio formado (shaped) por la separación o división, los lados de la distinción o, alternativamente, los espacios, estados o contenidos distinguidos por la distinción. (Spencer Brown, 1972, pág. 3)

Como se puede ver la cuestión del contenido no aparece desde el inicio de la distinción y de la forma de la distinción, que sostienen sin necesidad de referirse todavía a algún contenido. Esto evita la tan debatida y contrapuesta relación entre forma y contenido. Se hace una distinción, una forma conforma el espacio marcado por dicha distinción. Una vez dado este proceso cabe interrogarse por el contenido.

Consecuente con este punto de partida, el contenido no es algo externo a la forma, sino que, al hacer una distinción, esta es ya inmediatamente contenido. El contenido no es otra cosa que la distinción específica que se ha introducido, la forma en su aparición que crea un campo marcado. Se impide la contraposición irresoluble entre forma y contenido. El contenido es la forma de la distinción introducida.

Por esto, el contenido puede ser nombrado la primera distinción, insistiendo en que toda distinción es forma. Una distinción que ya puede separar el espacio marcado por la distinción, que le provee de contenido que es la propia distinción, de lo que fuera, de ese exterior no marcado por la distinción.

Esta distinción se llama espacio, estado o contenido que, precisamente, han sido introducidos por la distinción; y, más aún, que están sometidos continuamente al trabajo de la distinción, que permite separar los “contenidos distinguidos por la distinción”. Así la distinción en simultáneamente forma y contenido. Forma en cuanto es la distinción que marca el espacio; contenido en cuanto es aquello que resulta de haber introducida una distinción.

Luego Spencer Brown introduce la noción de intención:

Intención.

Deje que sean tomados cualquier marca, token, o signo, de cualquier manera, con o con respecto a la distinción como una señal.

Llame al uso de cualquier señal su intención. (Spencer Brown, 1972, pág. 3)

Como en el caso del motivo, también aquí intención no se refiere a alguna direccionalidad de una voluntad en el proceso de las distinciones. Spencer Brown muestra que aquí hay dos aspectos que tienen que tomarse en consideración: primero, la introducción de distinciones deja marcas que podemos interpretarlas como señales de estas, por medio de las cuales decimos: allí hay una distinción. Se está indicando una distinción a través de sus marcas.

Segundo, el uso que se dé a esas marcas, por ejemplo, si sirven para una adecuada explicación del espacio marcado, también forma parte de la intención. De otra manera, los signos de la distinción nos indican la dirección de su uso; estas marcas funcionan pragmáticamente, además de contener información acerca de la distinción.

Ahora viene lo que Spencer Brown denomina el primer canon:

              Deje que la intención de la señal se limite al uso permitido por ella.

Llame a esto la convención de la intención. En general, aquello que no está permitido, está prohibido. (Spencer Brown, 1972, pág. 3)

Más allá del significado estrictamente lógico-matemático de este primer canon, como una metainstrucción que garantiza el rigor de su construcción en donde todos los elementos son definidos explícitamente, se entiende que la intención es un delimitador del campo que define aquello que puede darse en un campo marcado de acuerdo con la distinción introducida; y, por consiguiente, el uso que puede hacerse de esta intención.

Este es un aspecto fundamental como determinación del espacio marcado por parte de la distinción que la ha originado; en este espacio solo es posible que se den aquellos fenómenos que se desprenden de la distinción. Si bien la introducción de la distinción siempre es contingente, una vez dada la distinción, desencadena una serie de eventos que deben considerarse como necesarios. Ciertamente una necesidad derivada de un hecho contingente. Así aquello que no puede desprenderse de la distinción no puede darse dentro del campo marcado por dicha distinción.

Aunque hemos utilizado la noción de espacio marcado es en este momento cuando Spencer Brown introduce la noción de marca y la asocia con el conocimiento:

              Deje que un estado distinguido por una distinción sea marcado por una marca:

              de distinción.

              Deje que el estado sea conocido por la marca.

              Llame al estado el estado marcado. (Spencer Brown, 1972, pág. 4)

Aquí encontramos sintetizados los elementos que hemos encontrado en el recorrido realizado: indicación, intención, marca, introducción de un lenguaje. Desde luego, se está interpretando de una manera ontológica, en el sentido en que la marca que introduce la distinción es real y se corresponde con la aparición de entes y fenómenos. Todos los entes se han formado de esta manera, son producto de una distinción que ha sido introducida.

Igualmente, aunque ya se ha señalado la equivalencia entre distinción y forma, se la formula de manera explícita:

              Forma

Llame al espacio dividido por cualquier distinción, junto con el contenido completo del espacio, la forma de la distinción.

                             Llame la forma de la primera distinción la forma. (Spencer Brown, 1972, pág. 4)

De tal manera que cuando se introduce una distinción se tiene el efecto del surgimiento de una forma de la distinción. Distinguir es formar. O, no existe un proceso de distinción que sea informe. Introducir una distinción es colocar una forma que será aquella que marque el espacio. Se tiene que considerar que el espacio, el tiempo, o cualquier otro fenómeno, no preexisten a la distinción, sino que emergen con la distinción en el caso de que estemos en la primera distinción.

El conjunto de características y atributos del espacio marcado depende de la forma que haya sido introducida. La forma determina completamente el espacio que marca. A partir de allí queda definido un espacio marcado y un exterior no marcado por dicha distinción. Aquí ciertamente surge el concepto de diferencia, que es primario sino derivado de la distinción:

El nivel de forma (la primera distinción) significa el nivel en el que se han ignorado todas las cualidades espaciales como el tamaño, la forma, la distancia y todas las cualidades temporales como antes, después y todas las demás cualidades como el color o el valor. Con la primera distinción, sólo debe pensarse en la diferencia, la diferencia entre dos estados en un espacio dividido por la distinción. No es una distinción específica ni original, no hay un "qué" de una distinción, sino un "eso" vacío de una distinción. Estos diferentes estados no se distinguen por sí mismos, sino a través de la posibilidad de ser marcados. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 93)

 

Es la distinción la que permite que se den dos fenómenos: la diferencia entre el espacio marcado y lo que queda fuera; y el conjunto de atributos comunes a todos los elementos que se originan a partir de la distinción junto con sus relaciones. Por lo tanto, vía de escape del diferencialismo. La teoría de la distinción incluye a la diferencia como uno de sus productos; pero, también presupone la creación de procesos y entes iguales o similares, incluso de estructuras relativamente estables.

 

Lo que sigue en el texto de Spencer Brown es la construcción de la serie de postulados, axiomas, pruebas, de la teoría de la distinción como un sistema matemático, al cual no me referiré. Retomo el análisis en el capítulo 12, Reingreso a la forma, Re-entry into the form. Este capítulo es el que más ha servido para desprender de él una visión sistémica, especialmente aplicada a la biología y a la sociología.

 

Sin embargo, es posible otro tipo de lectura de las leyes de la forma más allá del enfoque sistémico y esta es la hipótesis central de esta aproximación ontológica. Empecemos por lo que enuncia el título del capítulo: reingreso de la forma. ¿Qué significa tiene?, ¿está sosteniendo únicamente la posibilidad de una autopoiesis y de fenómenos de autorregulación?, ¿qué implicaciones tiene que la forma reingrese, que la distinción se repita una y otra vez?

 

El reingreso de la forma tiene los siguientes significados:

 

1.       En la medida en que la distinción, que introduce formas y que luego ellas mismas ponen distinciones, es el modo de ser de todo lo que existe, la forma no se da de una vez y por todas, como un origen que pusiera el mundo en movimiento, como algo externo a este. Por el contrario, es necesario que la forma se reintroduzca una y otra vez para que la realidad pueda persistir y para que el campo marcado por la distinción se mantenga como tal. La distinción está actuando de manera permanente en el campo marcado por ella.

 

2.       El reingreso de la forma se refiere, además, a su capacidad de llamarse a sí misma, de convocarse, de tener un comportamiento recursivo; de tal manera que, y este es un término que no está en Spencer Brown, puede adquirir la dimensión de una reproducción ampliada por medio de la cual el campo marcado se amplía, introduciendo nuevas distinciones y formas. La forma que reingresa es por ella misma formadora. Pero, esto no significa que este reingreso de la forma sea autorregulador y que, por lo tanto, se comporte de manera sistémica creando una esfera ordenada y cerrada sobre sí misma. En cada caso, en cada reingreso de la forma hay que analizar de qué manera lo hace que, incluso, puede tener un carácter destructivo o autodestructivo.

 

3.       El título dice en inglés: “12. Re-entry into the form”: Re-entrar a la forma. Entonces no se puede interpretar únicamente como el reingreso de la forma, cuestión que está evidentemente en el desarrollo de este capítulo; sino que hay que incluir en este caso el papel del observador o si se prefiere del sujeto. ¿Qué significa este re-entrar a la forma? Como se verá inmediatamente esto tiene que ver con el conocimiento de la forma, que incluye el papel de dicho observador.

 

A partir de estas consideraciones se puede analizar el desarrollo de este capítulo. Spencer Brown coloca en primer lugar el carácter totalizante de la distinción: nada ni nadie puede escapar de la distinción y, por ende, de la forma, aunque esta adquiera una pluralidad infinita de manifestaciones:

 

              La concepción de la forma yace en el deseo de distinguir.

             

Dado este deseo, no podemos escapar de la forma, aunque podamos verla de la manera en que nos plazca… (Spencer Brown, 1972, pág. 69)

 

A partir de aquí entra a considerar el lugar del sujeto en el campo marcado por las distinciones. Dado el carácter inmanente de estas formulaciones, no hay algo que esté por fuera de las distinciones que lo englobe todo. Específicamente hablando, más allá de esta consideración ontológica particular, quiere decir que la distinción que crea un campo marcado también puede contener como producto de dicha distinción el sujeto del conocimiento de esa forma. O, el sujeto es la forma que adopta una determinada distinción.

 

Por este motivo puede el espacio marcado coincidir con el observador que es interno al campo marcado por la distinción. Más aún, el sujeto es parte de la expresión de la distinción en el campo marcado y se puede realizar sobre él las indicaciones que se crean pertinentes: “He ahí un observador”, “Estoy en la posición del observador”.

 

Un observador, puesto que distingue el espacio que ocupa, también es una marca. (Spencer Brown, 1972, pág. 76)

 

Vemos ahora que la primera distinción, la marca, y el observador no solo son intercambiables, sino, en la forma, idénticos. (Spencer Brown, 1972, pág. 76)

 

En los campos en donde la distinción crea ámbitos sociales, las formas ponen sujetos y subjetividades como efectos de la distinción que siempre será específica; es decir, este tipo de sujetos o estas subjetividades. A su vez son los sujetos, colectivos e individuales, una de las principales fuentes de las distinciones:

 

El acto básico, original de distinción es un acto constitutivo que acompaña al señalar y percibir el mundo. Entonces se podría decir que no hay acto puro de construcción haciendo distinciones Hay alternativas, y que con él y a través de él, junto con los actos concretos y significativos, surge la diversidad del mundo y, por supuesto, también a través de las diferentes posibilidades o formas de representación, es decir, lenguajes, signos, símbolos y expresiones en el sentido más amplio utilizado para indicar los resultados de distinciones. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 199)

 

Según esto, conocer significa conocer las distinciones y las formas de las distinciones que han permitido el surgimiento de campos marcados; y, además, tener presente que el sujeto del conocimiento es él mismo parte de los efectos que han producido las distinciones del campo marcado.

 

Nosotros, como espectadores, somos, en primer lugar, siempre una distinción nosotros mismos (en nuestra propia forma) y, en segundo lugar, somos indicios de una distinción cuando nos vemos como signos de marcado: señalamos la distinción entre el espectador y lo que nosotros consideramos distinguir como un observador del observador. (Schönwalder-Kuntze, Willie, & Hölscher, 2009, pág. 204)

 

A esto se refiere Spencer Brown cuando elimina cualquier referencia metafísica, en donde el problema no radica en la relación entre ser y aparecer, sino en la comprensión de la distinción que es ella misma una distinción:

 

Es solo por medio de detener o arreglar el uso de estos principios a cierto nivel que podemos manejar el universo en cualquier forma, y nuestro entendimiento de tal universo no viene del descubrimiento de su apariencia presente, sino de recordar lo que hicimos originalmente para lograrlo. (Spencer Brown, 1972, pág. 104)

 

Bibliografía

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Baecker, D. (2015). Working the form: Georg Spencer-Brown and Mark fo Distinction. The Future is Here, 42-47.

Kauffman, L. H. (n.d.). Laws of form. An exploration in Mathematics and Foundations .

Roberts, D. (1992). The paradox of form: Literature and self-reference. Poetics, 75-91.

Robertson. (n.d.). Some-thing from no-thing: G. Spencer-Brown´s Laws for form. sería chévere

Schönwalder-Kuntze, T., Willie, K., & Hölscher. (2009). Georg Spencer Brown. Heidelberg: Verlag.

Simner, J. (2021, enero 23). Georg Spencer-Brown and the foundations of social theory.

Spencer Brown, G. (1972). Laws of form. New York: E.P. Dutton.

 

 



[1] Utilizo la traducción de Juan Carlos Rojas, inédita, y coloco en las notas a pie de página el original inglés. We take as given the idea of distinction and the idea of indication, and that we cannot make an indication without
drawing a distinction. We take, therefore, the form of distinction for the form”.