A su lado colocamos los
pensamientos, las ideas, que se convierten en los conceptos con los que
comprendemos el mundo. Tenemos claro lo que es el concepto de bueno, malo,
hermoso, feo; y separamos claramente la idea del mundo del propio mundo. Aquí
está el concepto de “software” y en este momento estoy usando uno específico
llamado Word. No cabe confusión alguna.
Sin embargo, la separación que
establecemos entre los conceptos y las cosas efectivamente no es tan radical. Comencemos
por decir que esas cosas de las que hablamos están vinculadas desde antes de
que existieran a una idea que fue tomando forma: la idea del celular y el celular,
la idea del martillo y el martillo. Hay un constante paso de las ideas a las
cosas, porque para producirlas tenemos que imaginarlas, diseñarlas,
construirlas y colocarlas en el mundo real.
Desde luego que los materiales
que usamos para construir las cosas se
resisten a nuestra acción; quiero decir, que debemos tomar en cuenta sus
características, sus propiedades químicas o físicas, sus elementos estéticos y
hasta su precio.
También sabemos muy bien que las
cosas transportan nuestros deseos y nuestras emociones. Nos expresamos con las
cosas: le damos a alguien un regalo, que va más allá de lo que la cosa es y
transporta un sentimiento que va de una persona a otra: “te regalo este libro
en agradecimiento por…”
Y vivimos todos los días, aunque
sea de modo inconsciente, una relación estrecha con la ropa que usamos, que se
vuelve parte de nuestra identidad, de lo que somos y de la manera cómo nos
mostramos ante los demás. Así podríamos acudir a miles de ejemplos porque somos
personas con cosas y no solo personas.
Cuando diseñamos un objeto,
partimos de unos conceptos, de una estética, de unos afectos y tomamos en
cuenta la estructura de las cosas a las que tenemos que someternos. Por otra
parte, esperamos que, a la gente que posee ese objeto, le sirva como instrumento,
como medio de expresión de sus afectos o como parte de la conformación de su
sensibilidad.
Hasta aquí, todo esto es harto
conocido; forma parte de la manera en que nos han enseñado a pensar y a actuar,
profundamente involucrados en la dualidad de las palabras y las cosas, de las
ideas y el mundo, del interior y el exterior.
Se trata, entonces, de ir más
lejos, de rebasar este paradigma dualista que opone las cosas a los conceptos,
de mostrar que su separación no se sostiene y que en la vida diaria, la distinción
está lejos de ser precisa y que la una tiende a colapsar en la otra,
especialmente cuando se introducen nuevos materiales, tecnologías electrónicas,
biotecnologías, espacios virtuales.
Tomemos el caso de un celular
inteligente, de un smartphone.
Ciertamente que se puede decir que es un instrumento de comunicación y que
encarna una serie de conceptos que provienen del trasfondo cultural y que
transporta innumerables significados que hemos puesto en ellos; por ejemplo, el
gusto, el prestigio, el mecanismo indispensable de sociabilidad.
Pero un smartphone es mucho más que esto: es un concepto con el cual
pensamos, constituimos y nos apropiamos del mundo. Nos lleva directamente a una
realidad que antes no existía: la inmediatez del acceso a la información, la
manipulabilidad del mundo, la continuidad casi sin ruptura entre el yo y la red
a la que pertenezca, la presencia que no desaparece jamás porque siempre estás
conectado, la imposibilidad de desaparecer, porque aunque lo hagas, la imagen
virtual que has elaborado sigue allí, después de ti, a pesar de ti.
Es el concepto de un mundo que
añade elementos reales que antes no estaban allí –un enriquecimiento
ontológico, una pérdida ontológica, una alteración de la realidad en el sentido
que sea-
No hay concepto y cosa, sino
concepto-cosa: smartphone. Esto podría dar lugar a que hubiera un privilegio en
uno de los dos términos; en este caso, como si el concepto fuera más importante
que la cosa; por eso, hay que insistir en su simetría: cosa-concepto, que
explica de mejor manera lo que es ese teléfono inteligente.
Cuando diseñamos no solo estamos
fabricando instrumentos a partir de ideas, estética, mercados, sino que estamos
realizando una producción intelectual. Los diseñadores son trabajadores
intelectuales en la medida en que hacen cosas, que son cosas-conceptos que le
dan forma al mundo, que hacen que el mundo sea lo que es.
(Para ampliar la discusión hay
como remitirse a esta bibliografía básica.)
Bibliografía.
Clarke, A. (2001). The aesthetics of social
aspirations. En D. Miller, Home Possessions (págs. 23-41). Oxford: Berg.
Henare, Holbraad, Wastel. (2007). Thinking through
things. Theorising artefacts etnographically. London : Routledge.
Holbraad, M. (2010). Can the things speak?
London: Open Anthropology Cooperative Press.
Horst, Heather and Miller, Daniel. (2006). Cell
phone. An anthropology of communication. Oxford: Berg.
Miller, D. (2001). Home Possessions. Oxford:
Berg.
Miller, D. (2001). Possessions. En D. Miller, Home
possessions (págs. 107-121). Oxford: Berg.
Miller, D. (2005). Materiality. Durham: Duke
University Press.
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