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viernes, 31 de enero de 2014

ESTÉTICA PERSPECTIVISTA



Las estéticas caníbales son perspectivistas. Esta primera afirmación que sirve como base y punto de partida requiere de una serie de clarificaciones y desarrollos para su plena comprensión. No se trata de un enfoque cognoscitivo, sino de ubicarnos en el plano ontológico. Es una perspectiva ontológica; esto es, realmente existente y no solo un artificio de los procesos del conocimiento. Por lo tanto, la denominación de estética perspectivista no se refiere a un modo de representación sino a su forma de ser. Se quiere enfatizar en que no pertenece a la esfera del conocimiento sino que es un modo de darse de lo real.
Tampoco tiene que ver con las teorías expresivas del arte, como en Deleuze y Guattari. El arte no es una expresión que se vuelca sobre la realidad; sino que la subjetividad puede expresarse en la medida en que aprehende el mundo de una determinada manera. El arte muestra la forma de expresión posible o imposible de las subjetividades. La forma posibilita la existencia misma del afecto y por tanto, de la expresión.
¿Qué cosa es una estética perspectivista? Entendemos por perspectiva la manera relacional de darse la real, en donde los términos de la relación son deícticos o pronominales; existen en la medida en que son apuntados por el otro, señalados por el otro extremo, sin el cual carecerían de significado. (Siguen un patrón similar al parentesco o a la teoría de la relatividad.)
El esquema aRb aplicado a este contexto sería el siguiente:
                estética ------------------ sensibilidad ------------------- arte
                     a                                             R                                              b
Las relaciones que se establecen entre estos dos campos siguen las reglas del multinaturalismo: hay una sola alma, existe una multiplicidad de naturalezas. Y de aquí una afirmación central: hay una sola estética, existe una multiplicad de artes. Desde luego: una infinidad de obras de arte.
Todos los seres humanos percibimos de la misma manera, nuestras sensaciones son similares, la imaginación funciona del mismo modo. Lo que cambia es la realidad; en este caso: la diferencia está en el arte, que es el lugar de las diferencias. Todo parte, desde luego, de la sensibilidad y sus diversos regímenes, que conducen a la proliferación de las obras de arte y a la especificación de la estética.
Desde “las intuiciones” occidentales esto es contra-intuitivo, choca contra lo que estamos acostumbrados a pensar y a creer: hay una estética, que determina los regímenes de sensibilidad, de lo que se desprenden las artes en su variedad. La verdad de la obra de arte estaría en su estética.
Así esta estética perspectivista es una estética relativista, porque sus dos extremos son funciones de la sensibilidad, del modo de aprehensión de la realidad, que es lo que constituye lo social –y uno de sus productos: el arte- Lo que somos se define por el modo de aprehensión de lo real; y a esto le denominamos perspectiva.
Como elementos deícticos y no sustanciales que son tanto la estética como el arte, intercambian. El arte está hecho de intercambios. No hay por un lado la producción de la obra de arte y por otra, su recepción pública. La producción artística es la producción de un intercambio.
La obra de arte es la objetivación de este intercambio. Por ejemplo, la puesta en obra del régimen de la sensibilidad de un grupo humano, bien sea para profundizarlo o para criticarlo. Plano de la aparición dela obra de arte que siempre es metonímico. La obra de arte es un tropo en todos los casos.
Ese intercambio en este proceso la forma. Por eso, la estética es la estética de la forma.

miércoles, 22 de enero de 2014

EL DESIERTO DE LO REAL


Habría como aproximarse a los simulacros, en su fase del desierto de lo real –nombre que tomo de Zizek (Zizek) porque enuncia bien esta parte del pensamiento de Baudrillard-, con una película y un libro: Prometeo de Ridley Scott y 3001 La odisea final de Arthur C. Clark. (Scott) (Clarke) 
Me interesa resaltar en Prometeo la escena en donde la expedición despierta al “creador” en busca de respuestas y desde luego, de los secretos de la vida eterna, de aquel sueño utópico de escapar de la muerte. Se espera que el alienígena tenga las respuestas a los grandes interrogantes de la humanidad. 
La sorpresa que se llevan es simplemente brutal. El “creador” se levanta y comienza a matarlos, sin explicaciones, sin discursos. Más aún, ahora comprendemos que los “aliens” han sido creados como arma de destrucción masiva de la especie humana. 
Aquí impera el sinsentido en su plena dimensión. La pregunta de por qué nos quieren eliminar a toda la humanidad se queda flotando en el aire. Aquellos que pensábamos que nos darían respuestas, quieren hacernos desaparecer del universo definitivamente. ¿Qué habremos hecho para merecernos tal destino? ¿O se trata simplemente de la violencia gratuita de los alienígenas contra nosotros, tal como nosotros mismos la aplicamos sobre nuestros congéneres? 
Prometeo nos deja un sabor amargo en la boca, aunque las últimas escenas tengan un final abierto, más estrategia de la industria del cine para anunciar la secuela que otra cosa, Prometeo 2. Esa mirada aniquiladora del “creador”, esa constatación de la inminencia de nuestra desaparición absoluta, esa percepción de que el mal no necesita justificación, deshace nuestras convicciones, nos pone de cara a lo que realmente somos, porque queda abierta la interpretación: a lo mejor nos merecemos ese final. 
La última novela de la saga de Odisea del espacio 2001 (Clarke, 2001, Una Odisea Espacial), de Arthur C. Clarke, también nos trae sorpresas de una magnitud similar a Prometeo. La primera novela, y sobre todo la película (Kubrick), nos llevan a un universo que no entendíamos pero que estaba lleno de promesas maravillosas. El monolito como la promesa de los “dioses” creadores, que dieron origen a la vida, a la inteligencia y que esperamos que nos conduzca a un futuro esplendoroso. 
3001 La odisea final  investiga qué está causando una serie de alteraciones del planeta que están poniendo en riesgo la vida entera y con ello, la desaparición de la especie humana. Desde luego, acuden al monolito porque si allí estuvo la fuente de la vida, probablemente las respuestas a nuestros problemas desesperados, también los hallaremos allí. El descubrimiento que realizan es abrumador: el monolito solo es un objeto tecnológico dejado por alguna especie superior que seguramente ya habrá desaparecido, hace muchos miles de años, dañado por el tiempo, funcionando ahora de manera destructiva. 
La humanidad no encontrará aquello que busca, ni las respuestas a sus interrogantes fundamentales, peor aún el sentido de su existencia, apelando a algo o alguien exterior a ella, trascendente, que nos permita liberarnos de nosotros mismos. Lo que está fuera se nos presenta como destructivo y sinsentido, tanto en 3001 como en Prometeo. 
Las grandes metáforas de 2001 Odisea del espacio y de Alien (Scott) no funcionan más. Las narraciones utópicas de una humanidad heroica luchando contra los otros, los extraños, siempre violentos y sobreviviendo a pesar de todo, la especie humana conducida por extraterrestres o dioses benévolos, se muestra como una ilusión ahora insostenible. Vivimos en la época del monolito dañado, del objeto tecnológico convertido en amenaza; estamos en una era en donde impera la destrucción sinsentido, inexplicable, injustificable, de aquellos que consideramos como enemigos, o simplemente de aquellos que piensan de un modo diferente. 
Nos vemos obligados a volver la mirada sobre nosotros mismos. Las amenazas y  las promesas provienen de nosotros mismos y las perspectivas son altamente preocupantes. La destrucción de la especie humana será obra de la especie humana. El único sentido que le demos a la existencia de la especie provendrá de la misma especie. Por ahora, el sentido vaga sinsentido por el mundo. 
Una última inversión de una metáfora tan paradigmática que encontramos en 2001 Odisea del espacio: en una de las escenas mejor logradas de la película, cuando se descubre que la computadora les está matando, se procede a desconectarla. Oímos cómo Hal 9000 suplica, pide perdón, ofrece disculpas, promete no volver a hacerlo; a medida que se desconectan los módulos de memoria, Hal retrocede hacia su pasado, hasta que su voz finalmente se apaga. El hombre ha triunfado sobre la máquina. 
La hipótesis de Baudrillard le daría la vuelta a la escena: imaginémonos a una máquina miniaturizada entrando en el nuestro cerebro y desconectando una a una nuestras neuronas, para que no seamos capaces de hacer daño a otros ni a nosotros mismos. Y vayamos más lejos, la lenta producción del ciborg que empezamos a ser, provocaría en nosotros este apagado de nuestra inteligencia, la desaparición de nuestra memoria. 

2001 Odisea espacial. Dir. Stanley Kubrick. Int. Keir Dullea. 1968.
Alien. Dir. Ridley Scott. Int. Sigourney Weaver. 1979.
Clarke, Arthur C. 2001, Una Odisea Espacial. Barcelona: Plaza & Janés Editores, 1998.
—. 3001 Odisea final. Buenos Aires: Emecé, 1997.
Prometeo. Dir. Ridley Scott. Int. Noomi Rapace. 2012.
Zizek, Slavoj. Bienvenidos al desierto de lo real. Madrid: Akal, 2005.



TRANSESTÉTICA


Parecería que desde el inicio Baudrillard se suma a la tendencia que sostiene la desaparición del arte, porque su afirmación es explícita: “…digo el Arte ha desaparecido.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)  Podría aproximarse a las tesis de Arthur Danto. Sin embargo, de manera inmediata gira en otra dirección. Ciertamente que el arte ha desaparecido, pero no significa su abolición sino la pérdida de su sentido originario y moderno, en cuanto forma de representación o de cuestionamiento de esta por parte de las vanguardias. 
En dicha disolución juegan dos factores: no hay más significación ni intercambio simbólico, ni proceso de interpretación, ni hermenéutica del arte. Y, por otra parte, el correlato de este primer movimiento: el principio de proliferación.  Si el arte ha desaparecido, ha sido porque los signos –de la mano de los significantes- se han extendido al conjunto de la cultura:
“Ha desaparecido como pacto simbólico por el cual se diferencia de la pura y simple producción de valores estéticos que conocemos bajo el nombre de cultura: proliferación hacia el infinito de los signos, reciclaje de formas pasadas y actuales. Ya no existe regla fundamental, criterio de juicio ni de placer.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)
No solo prolifera la estética sino que también los hacen las curadurías, las presentaciones, los comentarios, los análisis específicos, los reportajes periodísticos, los documentales. Nunca se ha hablado tanto de arte: “Vemos proliferar el Arte por todas partes, y más rápidamente aún el discurso sobre el Arte.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)
Esta multiplicación sin límites de la estética –nuevamente- estaría aproximándose a las tesis de Michaud; esto es, del arte en su estado gaseoso, que le lleva a penetrar en todo los rincones al mismo tiempo que se deshace en el aire. Otra vez Baudrillard gira en dirección contrario, alejándose de Michaud. Regresa la mirada hacia las posiciones sostenidas en la crítica de la economía del signo y los textos sobre el intercambio imposible.
¿Qué significado tiene ahora el intercambio imposible para la esfera del arte? El arte entra de lleno en el mercado y allí se siente perdido, porque las reglas de la equivalencia han desaparecido, los cálculos en lo que se fundamentaba su valorización no están más. Su capacidad de intercambio se ha disuelto, ahuecada por la pérdida de significado, de valor simbólico.
“El arte se halla en la misma situación: en la fase de una circulación superrápida y de un intercambio imposible. La «obras» ya no se intercambian, ni entre sí ni en valor referencial. Ya no tienen la complicidad secreta que constituye la fuerza de una cultura. Ya no las leemos, sólo las descodificamos de acuerdo con unos criterios cada vez más contradictorios.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)
La estética penetra en todas las esferas del mundo y de la vida. Estetización como arma fundamental del diseño y esta, a su vez, como aquello que permite que se venda, muchas veces como factor más importante que su funcionalidad. O, si se prefiere, el precio no se eleva por su utilidad; lo hace por su carácter de signo.
Signo de qué, cuál es el significado y el referente del arte? El significante remite a sí mismo y se devora como un uroboro. La imagen del signo no es otro que el propio signo. Una semiótica del significante, en donde los otros elementos han desaparecido o han dejado de tener importancia, sometidos a su completa indiferencia.
“Lo que estamos presenciando más allá del materialismo mercantil es una semiurgia de todas las cosas a través de la publicidad, los media, las imágenes. Hasta lo más marginal y lo más banal, incluso lo más obsceno, se estetiza, se culturaliza, se museifica. Todo se dice, todo se expresa,' todo adquiere fuerza o manera de signo.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 22) 
Baudrillard choca constantemente con las interpretaciones posmodernas; entonces, en este caso, no se trata de adherir a las tesis de la desmaterialización del arte. El arte como nunca se materializa, se objetualiza, aunque fuera bajo la forma de acción, de gesto, de performance. El arte, siguiendo el principal paradigma de la cultura occidental, se torna operativo. Deja de importar la significación, no puede cambiarse porque las reglas de equivalencia han desaparecido, no existen criterios para elaborar un juicio estético, el gusto es cualquier cosa y lo sublime se encarna en las marcas –un sublime banal, a pesar de que suene paradójico- Las obras de arte adquieren la misma lógica que los objetos técnicos.
Operación que es en primer lugar performance, la realización no importa de qué, sino el proceso; y más que el proceso, los mecanismos de funcionamiento, la máquina cuyos engranajes se mueven, las tecnologías convertidas en el objetivo, en aquello que se muestra por sí mismo, sin que tengamos algo que buscar detrás de ellas. Operación que rebasa los principios del viejo funcionalismo y que lo reemplaza por la articulación, por el ensamblaje de pasos, sin que llegue a importar a dónde conducen, qué es lo que producen, qué sentido introducen en el mundo.
Ahora se cumple a cabalidad la frase de Wittgenstein, que señala que el sentido del mundo está fuera del mundo: “Con el minimal art, el arte conceptual, el arte efímero, el antiarte, se habla de  desmaterialización del arte, de toda una estética de la transparencia, de la desaparición y de la desencarnación, pero en realidad es la estética la que se ha materializado en todas partes bajo forma operacional.” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 20)
La secuencia de la relación entre mundo e imagen termina en su aislamiento, en su ruptura, en la escisión irremediable y banal del mundo y sus formas de representación. Comenzamos con el paso de la representación moderna –vinculada a la producción de la verdad y de la hegemonía burguesa-, a la “época de la imagen del mundo.”(Heidegger)
 El siguiente paso, conduce a la inversión de esta fenómeno: el mundo como imagen; tal como ha sido descrito por McLuhan, Gubern, Didi-Huberman: imágenes que miramos pero que ante todo nos miran. Finalmente, la imagen que se desprende de la duplicidad, de la repetición, de los espejos y se torna pantalla. Imagen de la imagen. El mundo puede ser visto únicamente se entra en la rueda de circulación de las imágenes.
Las imágenes están allí y como dice Baudrillard, en ellas no tenemos qué, qué observar, ni cabe la pregunta: ¿imágenes de que son?  Tenemos que ser capaces de ver las imágenes como imágenes de imágenes, y dejar de interrogarnos sobre la posibilidad de encontrar algo detrás de ellas. En el arte posmoderno se alcanza el máximo de su realización, en el momento en que el artista en capaz de producir estas imágenes sin más, que han dejado de repetir el mundo a su manera:
 “…una profusión de imágenes donde no hay nada que ver. La mayoría de las imágenes contemporáneas, vídeo, pintura, artes plásticas, audiovisual, imágenes de síntesis, son literalmente imágenes en las que no hay nada que ver, imágenes sin huella, sin sombra, sin consecuencias. Lo máximo que se presiente es que detrás de cada una de ellas ha desaparecido algo. Y sólo son eso: la huella de algo que ha desaparecido. Lo que nos fascina en un cuadro monocromo es la maravillosa ausencia…” (J. Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. 23)

El programa del arte posmoderno queda delineado de manera explícita: ya no se trata de únicamente del nihilismo que esconde, ni de le negación de las formas modernas, ni siquiera de la afirmación de que todo vale. Tampoco se trata de la simple disolución del arte en el mundo del consumo, de la mercancía, de la publicidad, del diseño.
Incluso el hecho de que el arte se vincule cada vez más a una perspectiva sociológica convencional es suficiente. Ciertamente que se puede decir que el arte es lo que producen los artistas y que los artistas producen arte. (Dick, El círculo del arte.) Más aún, nos queda claro que los circuitos del arte son fundamentales en la definición de lo que pertenece y de lo que no a la esfera estética.
Con Baudrillard se lleva las cosas a sus extremos, de la mano de sus estrategias fatales, hasta desembocar en un doble nihilismo. El primero, bastante conocido, que corresponde a la pérdida de sentido del arte posmoderno, a su ahuecamiento, a la ruptura de cualquier modelo o paradigma, a la quiebra de las cualquier narratividad y a la insistencia ilimitada en el performance, a la insistencia en los objetos técnicos. Este es el primer nihilismo.
El segundo nihilismo –que se parece mucho al tema de la doble predestinación de Calvino: estamos predestinados y sabemos que estamos predestinados-, duplica el gesto, le añade la plena conciencia del sinsentido y la reafirmación plena del arte como un fenómeno de superficie, sin profundidad alguna: «Toda la duplicidad del arte contemporáneo consiste en esto: en reivindicar la nulidad, la insignificancia, el sinsentido. Se es nulo, y se busca la nulidad; se es insignificante, y se busca el sinsentido. Aspirar a la superficialidad en términos superficiales.» (J. Baudrillard 49)
El arte se realiza en su plena banalidad y al hacerlo se anula como tal, aunque esto no es un hecho traumático: por el contrario, sirve como principio de afirmación, de identidad, de producción: «Cuando la Bagatela aflora en los signos, cuando la Nada emerge en el corazón mismo del sistema de signos: he aquí el acontecimiento fundamental del arte. Hacer surgir la Bagatela de la potencia del signo [.. J es propiamente la operación poética.» (J. Baudrillard 64)
Si el arte entra en la parte maldita de la cultura se debe a esta opción por la nada, por la nulidad, de la cual se desprende una pequeña partícula virtual, destinada a desaparecer inmediatamente. La energía que le permite existir está tomada de préstamo de la nada, como una oscilación de ella misma y que está destinada de regresar, como una deuda que tiene que pagarse. Así, el arte cumple enteramente con el teorema de la parte maldita (Bataille): el arte posmoderno se convierte en más arte que cualquier otra manifestación, se vuelve más real que lo real.
Todo arte alcanza la hiperrealidad, en la medida en que escapa de la realidad, de la representación, del desdoblamiento, de la repetición. No tanto una realidad llevada a su extremo, sino una realidad reemplazada por la virtualidad, que se coloca en vez de… y sin referencia a …: «Un último guiño paradójico, el de la realidad riéndose de sí misma bajo su forma más hiperrealista, el del sexo riéndose de sí mismo bajo su forma más exhibicionista, el del arte riéndose de sí mismo y de su propia desaparición bajo su forma más artificial: la ironía.» (J. Baudrillard 58) 
Baudrillard, Jean. La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos. s.f.
Baudrillard, Jean. El complot del arte. Ilusión y desilusión estética. Buenos Aires.: Amorrortu, 2006.