Comencemos con un ejemplo bastante conocido: el
paso del habla a la escritura, que representa uno de los más grandes cambios
producidos en la humanidad, porque se traslada desde la memoria como la única
que guarda la cultura y la escritura que coloca sobre el papel aquello que debe
permanecer en el recuerdo de la humanidad.
Derrida en De
la Gramatología ha estudiado largamente las implicaciones del cambio de
superficie de inscripción, especialmente la introducción de lo
onto-teo-teleo-lógico que viene implicado en el paso del habla a la escritura.
Más allá de los debates incluidos en este tema, interesa en este momento
mostrar a lo que se refiere esta noción: superficie de inscripción.
El papel ha sido durante muchos siglos la
superficie de inscripción privilegiada, sobre todo en Occidente. Como tal es
una técnica: escribir, que altera radicalmente los regímenes discursivos y
visuales. Allí se graba de modo permanente, se dibuja aquellas imágenes que
representan la ideología del momento, se trasmite unos conocimientos y otros se
dejan fuera, se forman figuras del mundo.
Digamos, entonces, que una superficie de
inscripción está conformada por una determinada tecnología junto con el régimen
–o los regímenes- que se desprenden de la emergencia de esta tecnología así
como los modos en que el poder escribe en dicha superficie, así como aunque sea
marginalmente los oprimidos alcanzan a colocar allí sus propios signos o
proponer fragmentariamente otros regímenes, que son tanto discursivos como
imaginarios.
No se trata
de hacer la historia de estas superficies de inscripción, sino únicamente
clarificar su significado. Los procesos que se dieron en la modernidad con la
perspectiva, o el impacto de la fotografía y luego con el cine, han sido bien
documentados.
La cuestión que nos atañe tiene que ver con el
surgimiento de la pantalla como superficie de inscripción: una tecnología
digital, hardware y software, que desemboca en la proliferación de pantallas y
la producción de regímenes de lo virtual marcados por lo que se conoce con el
nombre de efecto de superficie. (André Nusselder)
El largo y profundo predominio de las pantallas
interroga a otras superficies de inscripción que sobreviven desde muy atrás,
como es el caso de las artes escénicas, teatro y danza especialmente. Aunque
estas manifestaciones no incluyan directamente esos elementos tecnológicos, por
ejemplo, que no tengamos pantallas en una obra de teatro, esto no quiere decir
que los regímenes de lo virtual –discursivos y figurales- se queden fuera, sino
que su lógica redefine el carácter del teatro como superficie de inscripción.
Los ojos con los que miramos el teatro son los
mismos que se pasan todo el día pegados a una pantalla digital. Nosotros que
miramos una obra de danza, estamos siendo mirados por las pantallas. Cuando
construimos una dramaturgia no podemos escapar a los efectos de superficie.
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