Ubiquemos provisionalmente en ese
lugar de enunciación que Echeverría escoge, aquel de la desactivación de la
sociedad capitalista por medio de la resistencia. Y desde aquí preguntémonos
por las condiciones de posibilidad de ese ethos barroco que cumpliría esa
función desactivadora. O lo que es igual: por la posibilidad de prefigurar una
nueva forma de vida basada en un ethos
de resistencia generalizada a la forma de vida del capital.
Si el barroco puede colocarse
como ese otros ethos que buscamos, entonces debe contener en su interior los
principios de su propia fractura, de su rebasamiento más allá de la institución
de la contrarreforma que la trae a América Latina. ¿Cuáles serían esos
elementos de resistencia?, ¿en qué consisten los mecanismos de desactivación de
su lógica occidental y colonizadora?, ¿en qué medida y de qué modos concretos
el barroco se altera al cruzar el Atlántico y se vuelve lo opuesto a sí mismo?,
¿mediante qué procedimientos se alcanzaría a leer entre líneas el discurso
barroco para mostrar sus fisuras?
¿Puede el ethos barroco ir más
allá de la lógica barroca y si es así, en qué dirección lo haría?
Responder a estas preguntas no
será fácil ni inmediato. Por el contrario, requerirá de diversas aproximaciones
para vislumbrar una respuesta o al menos, la dirección que esta debería tomar.
Como inicio, como puerta de entrada, propongo hace un ejercicio similar al que
realiza Reiner Schurmann al juntar Lutero con Kant –que recuerda al ejercicio
lacaniano de leer Sade con Kant, pero esta vez aproximando Echeverría a Ignacio
de Loyola. (Schurmann, 2003)
La diferencia radical con
Schurmann consiste en que en vez de encontrar los momentos
constituyentes-destituyentes como separados lo encontramos en el mismo
fenómeno. En este caso la institución la realizan Lutero y Kant, cada cual a su
modo; y la destitución la haría Heidegger. Aquí se sostiene que los dos
momentos están dentro del barroco latinoamericano, que adquiriría la estructura
del doble vínculo.
Con esto se quiere mostrar cómo
en Ignacio de Loyola tenemos ya, más allá de su proyecto o voluntad, un doble
vínculo que va desde un modo de institución de la subjetividad –y de una forma
de vida- contrarreformada a el otro polo en donde quizás se encuentren
elementos destitutivos, desactivadores de aquello que precisamente está
proponiendo. Serían estos elementos los que retomaría Echeverría para elevarlos
a la categoría de ethos, de forma de vida de resistencia al capital.
A esta lectura de Ignacio de
Loyola con Echeverría le incorporamos otro discurso, que es el barroco quiteño,
especialmente aquel que encontramos en la Iglesia de la Compañía de Jesús, como
expresión harto completa de la forma de vida ignaciana, como manifestación
acabada de la contrarreforma.
Desde luego no entraré a los
largos debates sobre la Escuela quiteña, sino exclusivamente a su carácter
barroco. Igualmente allí, como una mediación entre Ignacio de Loyola y
Echeverría, nos interrogaremos por la conformación colonial de lo barroco, como
documento de cultura y barbarie a la vez y, sobre todo, por las fisuras que
dejen entrever los elementos de su propia destitución.
Es decir, que allí en la Iglesia
de la Compañía de Jesús tendríamos la institución de la vida católica al modo
ignaciano y al mismo tiempo, la plenitud de sus mecanismos desactivadores de la
vida que proponen; esto es, su positividad y la fractura de esta. Una máquina
dual que funciona en este doble vínculo: la mayor parte de veces como máquina
opresora y en algunas ocasiones como máquina liberadora.
Bibliografía
Echeverría,
B. (1998). La modernidad de lo barroco. México: Era.
Schurmann, R.
(2003). The broken hegemonies. Bloomington, In.: Indiana University
Press.
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