La noción de ethos barroco, conceptualizada por
Bolívar Echeverría, nos sirve para entender el barroco no solo como un conjunto
de unas determinadas formas que adopta la arquitectura o la escultura; sino
para aproximarnos a su plano estético en cuanto Forma Barroca Colonial, que es
preciso sacar a la luz más allá de la historia del arte o de la historiografía.
Como una introducción que nos posibilite
formular hipótesis de trabajo, nos aproximamos a las abstracciones barrocas
quiteñas, constituidas especialmente por aquellos elementos llamados
decorativos con una fuerte influencia mudéjar.
Será necesario formularse una serie de
preguntas que nos guiarán hacia una comprensión de la Forma Barroca Colonial y
nos permitirán la apropiación de los elementos estilísticos sin recurrir a una
mera estrategia de corta/pega, a una copia que efectivamente resultaría
folclórica o decorativa.
1.
En
primer lugar, hay que comenzar por discutir el término “decorativo”: ¿hasta qué
punto el arte mudéjar es decorativo? O, por el contrario, más bien está
expresando un aspecto central del arte árabe: la imposibilidad de la
figuración, porque dios no puede ser representado por este medio. Se torna
indispensable recurrir a las abstracciones geométricas que mejor se adecúan a
su teología, al carácter infinitivo, perfecto, ordenado, de su divinidad.
En este sentido, el arte mudéjar no
es decorativo, sino que su estilo es una manifestación de su teología
subyacente.
2.
En
el momento en que el mudéjar se traslada al espacio quiteño, ¿cómo este orden
geométrico, abstracto, se traslada? ¿Hay una mera copia o una serie de
modificaciones introducidas por los artesanos indígenas? ¿Puede reducirse a las
exigencias decorativas de la arquitectura y de la escultura barroca? ¿Tiene un
valor propio?
3.
Estos
dos aspectos nos llevan a preguntarnos por el significado de las abstracciones
barrocas quiteñas –o barrocas coloniales en general-. Aquí hay dos caminos que
habría que rastrear, aunque sus orígenes probablemente estén perdidos,
convirtiendo en extremadamente difícil su reconstrucción.
3.1. ¿Cuál es la relación entre las
abstracciones andinas; por ejemplo, Jama-Coaque o incásicas, y las
abstracciones provenientes del mudéjar? ¿Hay un sincretismo, una superposición,
un borramiento de la matriz ancestral? ¿Expresa este barroco otra teología que
no es la católica ni la árabe detrás de estas?
3.2. ¿Cuál es la función en la economía
teológica propia de San Ignacio, en donde el barroco es el camino que utiliza
la Contrarreforma para unir dios y pueblo, mediante instrumentos pedagógicos,
que apelan ante todo a los sentidos, sensibilidades e imaginación; pero que, en
último término, quieren transmitir “dogmas” arduos de comprender, como la
trinidad?
¿Acaso
el barroco no requiere de esta “decoración abstracta, colocado casi siempre en
segundo plano, para afirmar que aquello que conmueve los sentidos y la
imaginación tienen que llevarnos a otro plano, más conceptual, especialmente a
la necesidad de creer en aquello que no vemos, que no es inaccesible a la
experiencia cotidiana, que requiere, precisamente, de un acto de fe?
Entonces, requerimos de un trabajo desde la
historia del arte para realizar un estudio comparativo entre las abstracciones
mudéjar y las del barroco quiteño, que muestren la serie de continuidades y
transformaciones que los vinculan.
Y, por otra parte, un trabajo conceptual que
ubique con claridad la función de las abstracciones en el siglo XVII, como
parte del proyecto de la Contrarreforma.
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