Una de las cuestiones más difíciles será
teorizar lo que son los objetos en su materialidad y en su virtualidad,
tratando de evitar considerarlas como meros útiles que están frente a nosotros
y que nos servimos de ellos para apropiarnos del mundo. Y, por otro lado, como
consecuencia de este primer punto, ver las cosas únicamente desde la
perspectiva de los sujetos.
Discutiré a Daniel Miller con cierto
detalle, lo que nos permitirá entrar en una serie de precisiones sobre qué son
los objetos, en qué consiste su materialidad y su virtualidad, qué debemos
entender por cosa o por artefacto.
“Esta introducción comenzará con dos intentos por teorizar la
materialidad: el primero, una teoría vulgar de las meras cosas como artefactos;
el segundo, una teoría que pretende trascender el dualismo de sujetos y objetos.”
(Miller, 2005, pág. 2)
Miller insistirá, como un núcleo duro de
su paradigma, que para entender a cabalidad lo que es la materialidad tenemos
que superar la dualidad tan fuerte entre sujetos y objetos, que coloca siempre
al primero en una posición de privilegio:
“Esto culmina en una sección sobre la “tiranía del sujeto” que busca enterrar
la sociedad y el sujeto como la premisa privilegiada por una disciplina llamada
Antropología.” (Miller, 2005, pág. 2)
Esta tendencia se ve fortalecida por “la humildad de las cosas” (Miller, 2005,
pág. 3) ,
que es más aparente que real. Ese ocultamiento de la cosas, de su capacidad de
agenciamiento, de su intervención decidida en el mundo, en el entorno en el que
vivimos, lo único que hace es fortalecer su capacidad de darle forma a la
realidad en la que habitamos:
“La conclusión sorprendente es que los objetos son importantes no
debido a que son evidentes y físicamente limitan o posibilitan, sino usualmente
porque precisamente no los “vemos”. Cuanto menos conscientes somos de ellos,
más poderosamente pueden determinar nuestras expectativas a través del establecimiento
de la escena y asegurando una conducta normativa, sin ser objeto de impugnación.
Ellos determinan qué tiene lugar en la medida en que somos inconscientes de su capacidad
para hacerlo.” (Miller, 2005, pág. 3)
Es por demás conocido el fenómeno que
hace que las cosas mientras más cercanas y cotidianas son más, más difícil se
hace pensarlas y conceptualizarlas. Están tan pegadas a nosotros, dependen en
tan alto grado de su funcionamiento fiable y constante, que solo cuando fallan
nos percatamos de que están allí, de que solo a través de los objetos podemos
habitar el mundo.
A esto debemos añadir nuestra pertenencia
a una cultura determinada que es, ante todo, una cultura material, en la que
estamos sumergidos desde que nacemos, que forma parte de lo que somos
indisolublemente en todas las etapas de nuestra existencia:
“Somos educados con las expectativas características de nuestro grupo social
particular, en gran parte a través de lo que aprendemos en nuestro
involucramiento con las relaciones encontradas entre las cosas de todos los
días. Bourdieu enfatizó las categorías, órdenes y ubicaciones de los objetos –
por ejemplo, las oposiciones espaciales en el hogar, o la relación entre los
implementos agrícolas y las estaciones.” (Miller, 2005, pág. 4)
La primera y la más importante
consecuencia de esto es que las cosas lejos de ser entes pasivos, sordos,
mudos, son activos. Digamos que los objetos hacen, ciertamente en un rango de
lo más amplio de acciones e intervenciones en el mundo, dando forma y alterando
la realidad.
Ahora bien, estas acciones son diferentes
de las que realizamos los seres humanos. Los objetos actúan de un modo distinto
y diverso, dependiendo precisamente de su objetualidad, de su particular
carácter de cosas que les hacen idénticas a unas y diferentes de otras. (A esto
le llamaremos el plano ontológico.)
Para diferenciar las acciones humanas de la
actividad de las cosas, introduciremos el término de agenciamiento; de esta
manera nos alejamos de cualquier equívoco y nos alejamos de una mirada
excesivamente antropocéntrica, para dar paso a que las cosas hablen por ellas
mismas.
Así que hablaremos del agenciamiento de
los objetos; esto es, de la manera cómo introducen una perspectiva sobre el
mundo, que lanzan una mirada sobre el espacio en el que ubican y al que distorsionarán, creando algún tipo
de gravedad que atrae tanto a personas como a otros objetos.
Se tiene que resaltar, como afirmación
central, que los objetos son activos, que contienen dentro de sí procesos y
procedimientos que desencadenan otros procesos y procedimientos, en secuencias,
cascadas, contagios, epidemias, clonaciones, de entre tantos modos de penetrar
en lo existente y construirlo a su imagen y semejanza.
Habrá que reconstruir minuciosamente el
agenciamiento de los objetos desde su propia perspectiva, desde su propio punto
de vista, en los contextos específicos en los que este se esté dando. (A esto
le llamaremos plano fenomenológico y hablaremos de fenomenología alien para
describir los agenciamientos de las cosas en los diversos mundos reales,
posibles, virtuales.)
Se trata de una ampliación significativa
de nuestro modo de entender el mundo, porque la agencia sale del campo
específico de los seres humanos y se traslada hacia afuera, hace el viaje desde
el interior al exterior, quizás para volver de muchos modos como si se tratara
de una cinta de Moebius:
“Una de sus estrategias más influyentes en la guerra en contra de la
purificación ha sido tomar el concepto de agencia, en otro tiempo sacralizado
como la propiedad esencial y definitoria de las personas, y aplicar este
concepto al mundo no humano, sea éste organismos tales como bacterias o el
sistema de transporte putativo de París.” (Miller, 2005, pág. 7)
A este campo, le añadimos el de los
objetos en su materialidad y en su virtualidad, que siempre ha tenido esta
característica de hacer cosas; podemos decir que las cosas hacen cosas, que las
cosas hacen mundos, muchos mundos de modos diversos y variados.
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