Agamben, en El uso de los cuerpos,
enuncia la proposición que liga indisolublemente la vida con la forma-de-vida: “Una
vida inseparable de su forma”. (Agamben 264)
Por lo tanto, no es posible que se dé una vida y luego esta adquiera una forma;
o que la vida sea independiente de su forma.
Esta indisolubilidad mantiene a las dos como correlatos, en donde
ninguna puede existir sin la otra, lo que permite evitar un dualismo
insostenible y al mismo tiempo, diferenciar al interior de un solo evento, esos
dos componentes, oscilando de un extremo a otro en una lógica de doble vínculo
–en el sentido que Spivak le da a este concepto). La forma-de-vida sería nada
sin su expresión, sin su concreción, sin su existencia específica como vida;
pero, la vida ni siquiera podría existir sino partiera de la forma-de-vida.
La vida humana se origina en la forma, se genera a partir de ella, se da
mientras se vive. La vida proviene de la forma-de-vida, es su hábito: “La vida,
de hecho, es un hábito del vivir y casi una cierta forma o estado generado
viviendo… una forma del viviente producida por aquello mismo de lo cual es forma…” (Agamben 292-293)
Aquí Agamben introduce la noción de ontología modal; esto es, la
existencia humana jamás es simplemente existencia, sino se existe de este modo,
de esta manera. La pregunta ontológica central no se refiere a qué sea el ser,
sino cómo es el ser, de qué modo esa forma-de-vida se lanza a la existencia: “La
forma-de-vida es, en este sentido, una “manera emergente”, no un ser que
tiene esta o aquella propiedad o cualidad, sino que un ser en su modo de ser,
que en su surgir genera continuamente su modo de ser.” (Agamben 286)
Por eso: “como vida y vivir, así ser y forma coinciden sin residuo.” (Agamben
290)
Hay que evitar pensar cualquiera de los dos términos separados uno de otro. Una
forma-de-vida se comprende y se explica a través de los modos de vida; y los
modos de vida se disolverían en singularidades incapaces de existir si no
fueran por la forma que les sostiene en la existencia.
En el caso de la vida humana, esta existencia de correlatos inseparables
que su ubica en el plano ontológico, esta forma-de-vida le es inherente a la
vida, constituye su ser y su esencia; más aún, en todos los aspectos de la vida
humana siempre está en juego su modo
de vivir, que es lo que realmente importa, por ejemplo, desde la perspectiva
ética, económica o política: “La ontología modal, la ontología del cómo
coincide con una ética.” (Agamben 295)
Utilizando un giro heideggeriano, Agamben lo enuncia así: “Una vida, que
no puede ser separada de su forma, y una vida por la cual, en su modo de vivir,
le va el vivir mismo y, en su vivir, le va sobre todo su modo de vivir.” (Agamben
264)
Lo que importa en la vida no es vivir por vivir, en las condiciones que
fueran, sino el modo en que se vive, el cómo se existe. Esto es lo decisivo;
por eso, ser y modo se identifican sin distinción alguna; el modo de vivir es
el ser de la vida; de allí que la única ontología posible solo puede ser modal.
La primera y fundamental modalidad de la existencia humana, que es
inherente a la forma-de-vida, es su carácter de posibilidad, su condición de
abierto hacia muchas direcciones, el estar pro-yectado hacia el futuro: “Eso
define una vida –la vida humana- en la que de manera singular, acto y proceso
de vivir no son más simplemente hechos,
sino siempre y sobre todo posibilidad
de vida, siempre y sobre todo potencia.” (Agamben 264)
El ser humano todavía no es plenamente humano; por el contrario,
parecería que en las condiciones actuales camina hacia atrás, empujado por una
voluntad perversa de auto-destrucción. Agamben insiste en esta condición de
incompleto del ser humano: “Esto significa que aquello que llamamos
forma-de-vida es un vita en donde el evento de la antropogénesis –el devenir
humano del ser humano- está todavía en curso.” (Agamben 265)
Sin embargo, esta situación en donde tenemos vida y forma-de-vida,
coloca la posibilidad de su ruptura, de su escisión. El capitalismo entra de
lleno a aprovecharse de esta situación y rompe los vínculos entre los dos correlatos.
Así, como dice Echeverría, la vida se vuelve imposible y, a pesar de todo,
tenemos que vivirla:
“A la forma-de-vida parece pertenecerle una
doble tendencia. De una parte esa es una vida inseparable de su forma, unidad
inescindible en sí, de otra parte es separable de cada cosa y de cada contexto.
Lo que es evidente en la concepción clásica de la theoría, que, en sí una unidad, es, sin embargo separada y
separable de cualquier cosa, en perpetua fuga.” (Agamben 295)
Esa separación, que se creía imposible, aparece y da lugar al
surgimiento de la nuda: “Con el término forma-de-vida,
entendemos una vida que no puede más ser separada de su forma, una vida en la
cual no es posible más aislar y mantener separada una nuda vida.” (Agamben 264)
Aquí aparece la política, no como un aspecto externo al ser humano, sino
en el núcleo mismo de su existencia, en la explotación y efectivización de esa
escisión entre vida y forma-de-vida, cuando “hace girar en el vacío la máquina”
separando a estos dos elementos; y simultáneamente, como el lugar en donde los
correlatos pueden volver a juntarse –quizás como impolítica-:
“Si el pensamiento, el arte, la poesía y, en
general, la praxis humana tiene algún interés, es porque hacen girar en el
vacío la máquina y la obra de la vida,
del conocimiento, de la economía y de la sociedad para llevarlos al evento
antropogénico, porque en este el devenir humano de lo humano no está completo
de una vez para siempre, no cesa de ocurrir. La política nombra el lugar de
este evento, en cualquier ámbito que se produzca.” (Agamben 266)
La clásica separación entre sociedad civil y política, tan típica de las
sociedades capitalistas, muestra en lo que se ha convertido la política: “El poder
político que nosotros conocemos se funda siempre, en última instancia, sobre la
separación de una esfera de la nuda vida del contexto de la forma de vida.” (Agamben 266)
Ahora se puede establecer algunas líneas generales de la relación entre
forma-de-vida y vida. Hay que empezar por señalar la imposibilidad de que la
vida sea simplemente vida sin una forma y, por lo tanto, sin un modo en el que
se concreta esta forma.
La existencia de la forma –como es el caso de la forma-de-vida- no es un
mero contenedor de la vida, una exterioridad, un fenómeno de superficie. La
forma cumple una doble función: se encuentra al inicio de la vida a la cual de
la forma; esto es, posibilita su existencia; y se coloca como su horizonte de
sentido, hacia la cual la vida tiende; así se definiría como un ethos, en el sentido de Echeverría.
Sin su forma la vida se diluiría en nuda vida, en imposibilidad de
existir, tal como lo vemos en el capitalismo –nuevamente como la ha expresado
Echeverría- Y cada vida concreta permanecería aislada, individualizada,
encerrada como una mónada sin poder tomar contacto con las otras vidas. Lo que
tienen de común los diversos estilos de existencia proviene de la forma. Por
esto, sin forma-de-vida no existiría el ser social.
Vittorino -citado por Agamben- lo expresa bien: “Lo que significa que no
hay allí cualquier cosa como una nuda vida, una vida sin forma que funge de
fundamento negativo a una vida superior y más perfecta: la vida corpórea está
siempre formada, y ya es siempre inseparable de su forma.” (Agamben 201)
La vida tiene siempre este doble lado: ha sido formada por una
forma-de-vida y es imaginada, en donde el orden imaginario está referido
permanentemente a esa forma-de-vida que se coloca delante, como su ethos.
Agamben, Giorgio. L´uso
dei corpi. Vicenza: Neri Pozza Editore, 2015.
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