Esta introducción trata de proporcionar un acercamiento inicial a una cuestión
harto sencilla: ¿por qué necesitamos de la forma?, ¿por qué no podemos
prescindir de ella?, ¿cómo entenderla adecuadamente sin reducirla a mero
contenedor?
Las concepciones que oponen forma a contenido están tan fuertemente
enraizadas en nuestro modo de aprehender el mundo que es muy difícil liberarse
de ellas y acceder a una comprensión adecuada de estos elementos. Como sucede
con la física contemporánea, la imagen acerca del mundo que nos presenta es
contra-intuitiva, va en dirección opuesta a lo que nuestro “sentido común” nos
dice.
La tarea de mostrar un enfoque alternativo sobre forma y contenido requiere
de mucha paciencia, para ir avanzando lentamente sobre los diversos aspectos,
hasta que alcancemos esa percepción que da cuenta del mundo de mejor manera que
los enfoques dualistas o aquellos que o bien tienden a abolir los contenidos en
privilegio de la forma –formalismos en sus diversas corrientes- o bien
privilegian los contenidos, en donde la forma se vuelve un mero continente que,
en muchos casos, puede ser despreciado para efectos de un análisis concreto y
eficaz.
Se tiene que insistir que no se trata de un debate intelectual, más o
menos abstracto, sino que tiene consecuencias en todos los ámbitos de la
realidad y de su adecuado conocimiento. Sus implicaciones las encontraremos
prácticamente en todos los ámbitos. Por este motivo, el estudio si bien parte
de una teoría general de la forma, muestra algunas esferas en donde la forma se
especifica de un cierto modo, como es el caso de la economía política, la
política o el arte.
1. Un experimento mental.
Hagamos un
experimento mental que nos aproximará al lugar que ocupa la forma en el mundo.
Imaginemos por un momento que por un curioso efecto de una magia poderosa,
todas las formas desaparecieran del mundo.
Veríamos, en
una curiosa película de ciencia ficción, como el agua se derrama al no tener un
vaso que la contenga, no podríamos tener imágenes en la pantalla porque no
habría una forma que la sostenga, los libros desaparecerían, las letras que son
formas se disolverían sin que podamos finalmente escribir.
Más aún,
fenómenos que ahora sabemos que son similares, nos parecerían extraños, como
los estados, las políticas económicas, las recetas de cocina, los estilos
literarios, las diferentes artes. Y no tendríamos en donde habitar, porque las
viviendas carecerían de forma. Hay que tener en cuenta que aquellos que
llamamos “informe” no equivale a decir “carente de toda forma”, sino que tiene
una forma irregular. La teoría del caos ha mostrado como ciertas realidad se
colapsan siguiendo determinados patrones.
Sin
determinadas formas ni siquiera lograríamos reconocernos a nosotros mismos
de un momento a otro, sin la persistencia de algunos elementos que no son
necesariamente de los contenidos, y que son de hecho
independientes de estos. Tenemos una forma de ser que hace que los demás nos reconozcan.
¿Qué rostro
tendríamos si no hubiera una forma de las facciones, del cuerpo, de la voz, de
la mirada, del comportamiento?
Ni siquiera la
ciencia sería posible, porque no puede haber ciencia de los singulares
absolutos, que al carecer de formas determinadas, no se organizarían en
conjuntos, clases, grupos, que son los que se analizan en el conocimiento
científico.
Este
experimento nos muestra que la forma, lejos de ser un mero contenedor exterior a
la realidad, le es constitutiva, aunque no sepamos claramente cómo actúa, qué
lugar le tenemos que dar, cuál es su estatuto como realidad –su ontología-
Entonces, para
que haya realidad tiene que haber forma, no solo como contenedor material, sino
en cualquier ámbito en el que estemos, desde las cosas concretas hasta las
abstracciones más elevadas, desde la física hasta la lógica, porque la forma
pertenece tanto a lo real como al conocimiento.
Disolver la
forma llevaría a deshacer la realidad, que no podría sostenerse en la
existencia. La forma es, así, un modo de existir; o más bien, la infinidad de
modos de existir que tienen las cosas en el mundo.
2.
Distinciones: identidades y
diferencias.
Si miramos a
nuestro alrededor constatamos fácilmente que hay cosas que son similares y
otras que son diferentes. Si lo decimos en términos de conjuntos: los elementos
de la realidad se reparten en diversas clases a las que pertenecen. Por
ejemplo, la clase de los patos blancos, grandes y sabrosos, que difiere, de la
clase de los pavos insípidos.
Más aún, si
profundizamos un poco, encontramos que hay cosas que son idénticas, como los
electrones, que no se pueden distinguir entre ellos; y ciertamente, cosas
radicalmente diferentes como los unicornios y los autos.
Si nos atenemos
exclusivamente a los contenidos, tendríamos que ir comparando de uno en uno
para establecer qué es similar o que es diferente; ninguna ciencia podría darse
y nuestra comprensión del mundo se volvería imposible.
Estaríamos
impedidos de clasificar las cosas y sin las taxonomías la realidad se mostraría
enteramente caótica. Además, hay que insistir, que las clasificaciones no se
dan con el recuento exhaustivo de los miembros que caben dentro de estas, sino
que primero se dan las clases o conjuntos, aunque tengan una primera base
empírica, y luego colocamos los miembros que le pertenecen.
Sola la forma
posibilita que podamos movernos en un mundo de similitudes y diferencias, que organiza la realidad
no solo por razones científicas sino pragmáticas. La forma introduce las
distinciones en el mundo; de hecho, una forma es una distinción.
Sin las
distinciones, que van desde las identidades hasta las diferencias en cualquier
grado que sea, estaríamos sumidos en un torbellino inestable, en donde cualquier
referencia se habría perdido; dejaríamos de movernos, de pensar, de actuar.
Porque las
formas están colocadas en el inicio de los procesos de clasificación,
generalización, ejemplificación; si solo hubiera contenidos, esto no sería
posible. Desde luego, al definir una clase o conjunto se le otorga
características que ciertos individuos deben cumplir y que pueden ser
considerados como los contenidos de una determinada forma.
Pero, lo que
estamos tratando de resaltar que no podrían haber simplemente esas
características sin referencia a un ámbito de la realidad. Así que primero
tenemos la clase “patos”, a la cual le pertenecen unas características:
blancos, gordos, sabrosos. En cambio, si solo tenemos las propiedades “blancos,
gordos, sabrosos” no sabríamos a qué nos estamos refiriendo y no podríamos
distinguir los patos de los pavos.
Por supuesto,
esto se torno mucho más claro cuando nos dirigimos a otras realidad mucho más complejas, como los
estados o las clase sociales. Sin la forma estado, la forma capital, la forma
clase social, nos veríamos reducidos a una descripción harto empírica de las
realidades sociales que ahora llamamos estados. Sin la forma capital, ¿cómo
entender los distintos tipos de capital o las variantes históricas que se han
dado?
3.
La imagen actual del mundo.
Cualquier filosofía que se pretenda como suficientemente general debe
tomar en cuenta la imagen del mundo que la ciencia arroja en ese determinado
momento, no puede prescindir de ella ni darle la espalda. Su obligación es
entrar en un diálogo crítico con los hallazgos que la ciencia y la tecnología
produzcan. En cuanto a una teoría general de la forma podemos mirar en dos
direcciones, como ejemplos relevantes de la necesidad de su elaboración: la
imagen que la física del universo y el software.
La teoría cuántica de campos y la teoría de la relatividad chocan
directamente con nuestro modo de percibir y entender el mundo; cuestiones que
el cambio en la noción de espacio-tiempo, la existencia de campos cuánticos,
los temas de la no localidad, la imposibilidad de articular adecuadamente el
mundo macroscópico con el mundo atómico.
Incluso penetrando levemente en este ámbito, nos damos cuenta que cada
día, con cada descubrimiento, el universo en el que habitamos y del cual somos
parte, se aleja de la realidad cotidiana, aunque, por otro lado, la sustente
por la vía de la tecnología, tal como sucede con el descubrimiento del boson de
Higgs o de las ondas gravitacionales.
Una comprensión menos tradicional de la forma ayudaría a desbloquear la
aproximación a estos ámbitos de la realidad, de la que todos deberíamos tener
al menos un conocimiento mínimo; podríamos tratar de mejor manera las relaciones
entre física y matemática o abrirnos a los fenómenos y leyes contra intuitivas
de las que está poblada la física actual.
Comprender la realidad desde una perspectiva más abierta permitirá
acercarse sin prejuicios a esos nuevos hechos científicos que desafían nuestro
modo estándar de ver las cosas; así, dejaremos atrás la intuición, el sentido común,
a la hora de enfrentarnos con cosas que rebasan la manera qué tenemos de mirar
el mundo. Y a esto es a lo que una teoría general de la forma puede contribuir
de manera decisiva.
Si nos desplazamos desde la física actual hacia las cuestiones
tecnológicas, especialmente con el software, encontraremos que los debates
sobre la forma adquieren una nueva dimensión. Digamos que la eficacia del
software proviene de su actuación en un segundo plano, por detrás de sus
manifestaciones evidentes, fenomenológicas; por ejemplo, cuando escribimos
utilizando el Word, toda la maquinaria tecnológica y lógica que subyace
permanece invisible.
Sin embargo, toda los programas en los cuales creemos que colocamos
libremente cualquier contenido de cualquier manera, está estructurada por lo
que el software nos permite hacer, especialmente en términos lógicos.
Así el software es una forma conformadora, que estructura invisiblemente
el mundo en el que vivimos a cada paso, en cada aspecto, sin dejar nada fuera.
La forma del software no es una mera forma, sino todo un aparato lógico de programación
que condiciona y crea espacios en los que terminamos por habitar y que nos
transforman radicalmente. Basta mencionar los cambios en la socialización y en
la comunicación que se derivan de las redes sociales, que han sido programadas
de esa manera, pero podría haber sido de otro modo; o mirar el mundo de los
videojuegos para saber de qué modo han sido programados y han introducido
fuertes restricciones en nuestro entorno lúdico, como es esa lógica de guerra y
competencia generalizada.
El contenido de los mensajes queda encapsulado en el formato del
programa que le lleva en una dirección de la cual no puede –y seguramente- no
quiere escapar.
Finalmente hay otras áreas en las que una adecuada noción de forma es
indispensable para su existencia y su comprensión. Hay que mencionar la
economía política, la que sería inaccesible sin la forma capital, la ciencia política
que exige que coloquemos en su centro la forma estado; y qué decir del arte que
se mueve en el mundo de las formas.
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