Aproximarse a la obra de Avet
Terterian es una tarea difícil; al parecer tendríamos los núcleos hermenéuticos
claramente establecidos, tanto por sus propias declaraciones como por los
análisis que se realizan en torno a su música; sin embargo, cuando se contrasta
esta con el marco analítico producido, queda un sentimiento de insatisfacción,
de insuficiencia.
Para decirlo de manera
esquemática, la hipótesis central sería que su música, huyendo del realismo
socialista y afirmando su carácter profundamente armenio, se inclinaría hacia
la espiritualidad oriental como crítica a Occidente, que retoma motivos de la
música eclesiástica armenia de los inicios de su cristianismo. Estos elementos
están presentes en su música, pero no bastarían para su comprensión.
Quizás lo primero sobre lo que
hay que insistir es en la distancia entre el autor y su obra; si bien es
necesario tomar en cuenta lo que el artista dice de su música, esto no
significa que haya una suerte de privilegio epistemológico en el acceso a su
producción; por el contrario, hay mucho más en las obras de arte que aquello
que se declara por parte de los artistas. Y creo que este es el caso de
Terterian.
Pero, ¿en qué dirección iría una
aproximación a la música de Terterian más allá de la interpretación “estándar”
y de sus propias aseveraciones? El punto
de partida, en el cual todos estamos de acuerdo, es el carácter armenio de su
música, cuestión que él reivindicaba constantemente. ¿Cuál es el significado de
este ser armenio?
Fenomenológicamente está la
introducción de instrumentos como el duduk y la zurna, los elementos de la
música coral cristiana, que se pondrían al servicio de lo espiritual y lo
religioso, tal como sucede en Kancheli, Gubaidulina, Arvo Part; pero esta es la
hipótesis que debería ser cuestionada:
“¿Cómo llega a esto
él? ¿Cómo podemos explicar una influencia tan fuerte? Me parece que
la cualidad más importante de este artista es su capacidad de evocar la sonoridad viva,
perceptible a las esferas gigantes del alma humana. La valentía, proveniente de la certeza
de que el camino al subconsciente pasa por la vía al superconsciente.” (Terterian 48)
la cualidad más importante de este artista es su capacidad de evocar la sonoridad viva,
perceptible a las esferas gigantes del alma humana. La valentía, proveniente de la certeza
de que el camino al subconsciente pasa por la vía al superconsciente.”
¿Qué yace detrás de estos
fenómenos de superficie?, ¿qué “dice” efectivamente su música?, ¿cómo prolongar
hacia otros espacios su música, hacia otras temporalidades? Entonces, hay que
acudir a otra hipótesis de trabajo, que tendrá que ser confrontada con su
música en sus aspectos filosóficos y técnicos.
Esta hipótesis se enunciaría de
la siguiente manera: su música intenta “narrar” la nación armenia, pero esta
narración, como lo muestra la historia del pueblo armenio, es “imposible”. Una
“nación imposible” por los genocidios, el sometimiento al estado soviético y
ahora, al capitalismo tardío; una nación existiendo siempre al borde, al filo
de la historia, en peligro permanente de desaparecer.
Su música, antes que ir en
dirección de un espiritualismo oriental, se instala de lleno en este doble
vínculo que lo aprisiona: de una parte, la insistencia en “narrar y cantar la
nación” armenia y de otra la imposibilidad de llevar a cabo esta tarea
histórica.[1]
Terterian no resuelve la tensión,
no se entrega a una suerte de utopía de lo armenio; por ejemplo, huye de
cualquier folclor o de la exaltación de lo armenio; pero, tampoco se somete sin
más al opresor que no ha dejado de triunfar. Terterian resiste una y otra vez;
y esta sería la secuencia tortuosa y torturante de sus sinfonías, que deberían
ser escuchadas desde este “clave.” La temporalidad como aspecto inherente a sus
sinfonías tendría que analizada en este registro, como esa batalla de
“subtemporalidades” enunciadas en el doble vínculo: “La organización temporal
de la forma sinfónica muestra el resultado de la interpretación de Terterian de
los sonidos como la fuerza dominante en la construcción de un sistema complejo
interactivo de subtemporalidades”. (Reece)
Así que su respuesta, en su
música, no sería: acudamos a una suerte de espiritualidad oriental, quedémonos
en la meditación; sino: hay que resistir, porque “mientras hay vida, hay
esperanza” –Dum spiro, spero-, sin concesiones fáciles, sin resolución de las
tensiones, sin escapar de las contradicciones.
Podemos leer sus declaraciones
siguiendo esta hipótesis de trabajo: la Tercera
Sinfonía muestra este “insano, insano mundo” que imposibilita la existencia
del ser armenio, que saca a la luz “algún poder desenfrenado, el cual es imposible de parar,
precepto espantoso del tiempo, que domina todo, que todo lo absorbe, crea y
destruye”, que es tanto el socialismo real como el capitalismo tardío, como “la
histeria de nuestro siglo”.
No hay triunfo ni alegría
posibles, sino “absurdo” y “vacío”, que provienen de esa imposibilidad de ser
de la nación y de “narrar y cantar” la nación armenia, en donde no alcanzamos a
darnos una explicación racional: “no se puede percibir claramente por qué”. (Sánchez) [2]
Hace falta añadir un aspecto
más la hipótesis de trabajo, que tiene que ver con la “universalización” de su
música, que desprendiéndose del carácter armenio, es la metáfora de toda nación
oprimida; o, si se prefiere, de la imposibilidad
es estas naciones que no pueden existir ni en la esfera rusa ni en la
incorporación del capitalismo tardío.
La condición trágica del pueblo
armenio es la condición trágica de las naciones oprimidas. Por este motivo,
también puede servir de guía interpretativa para la música académica
contemporánea ecuatoriana. En el caso del Ecuador, esta música también diría acerca
de la “nación” y de las “naciones” oprimidas que la conforman; su carácter
altamente abstracto y atonal haría referencia a la manera en que compositores
como Rodas, Juan Campoverde o Diego Uyana, entre otros, “cantan a la nación”,
huyendo de cualquier estrategia cercana al folclor.
Una música abstracta que ironiza
y que expresa el malestar de una “nación” que lleva el nombre de una línea
imaginaria y que se levanta sobre una
pirámide de formaciones imaginarias. Contra estas abstracciones salvajes
de su “identidad”, la música académica contemporánea levanta su propuesta que,
como en el caso de Terterian, no puede sino instalarse en la imposibilidad de
“narrar” la nación.
Bibliografía.
Bhabha, Homi. El lugar de la cultura. Buenos Aires:
Manantial, 1994.
Butler y Spivak. Who
sings the nation-state. Language, politics, belonging. New York: Seagull
Books, 2007.
Reece, Elena. Discovering Avet Terterian.
s.f. 20 de Mayo de 2016.
<http://ams-sw.org/Proceedings/AMS-SW_V3Spring2014Reece.pdf>.
Sánchez, Angelita. «Pensamiento estético en el
compositor armenio Avet Terterian.» (2014).
Terterian, Rubén. «La sinfonía del gran silencio.» Disputatio
Philosophical Research (2012): 39-55. Digital. <www.disputatio.eu>.
[1] Provisionalmente
introduzco estos elementos de la “narración” de la nación que retomo de Homi
Bhabha y de “cantar” la nación de Butler y Spivak. (Bhabha) (Butler y Spivak)
[2]
Avet Terterian, citado por: Sánchez, Angelita, Pensamiento estético en el compositor armenio Avet Terterián,
(inédito). Transcribo la cita completa: “Insano, insano mundo” de la tercera parte... aquí hay un
poco de triunfo y domina una atmósfera de baile cósmico. “Esto es el baile
insano” - si hablamos con palabras de Charents... Está presente algún poder
desenfrenado, el cual es imposible de parar, precepto espantoso del tiempo, que
domina todo, que todo lo absorbe, crea y destruye... En la tercera parte hay
algo de la histeria de nuestro siglo, en la unidad en la unificación del
pasado, presente y futuro. Y de repente, nuevamente la “salida” a mayor, parece
que el triunfo es firme y quizás uno puede sentir alegría allí, pero
personalmente no creo en ello. Aunque el mayor se corrobore esencialmente no
hay alegría en el absurdo, se vislumbra un vacío. Golpean los platillos y parece
que ellos desprenden alegría, pero no se puede percibir claramente por qué. Hay
algo falso a propósito ahí. Y no es por casualidad que en la ruptura de la
culminación, otra vez aparezcan reminiscencias del “diálogo” entre los
trombones y el monólogo del Duduk. Esto brinda a la gente un tiempo para
comprender la verdad de la existencia, la idea de la vida y la muerte…”
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