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jueves, 20 de abril de 2017

Leer a Lacan. Seminario 6. El deseo y su interpretación. 6.

En esa relación que se establece con el otro, a través del deseo, se produce esa duplicación entre el yo y el Ideal del yo; esto es, entre el sujeto empírico que cada uno es y esa proyección imaginaria que hago sobre mí mismo, que está articulada al deseo del otro. Es con este deseo con la que se produce el Ideal del yo:

“A la inversa, ¿en qué se convierte el sujeto? ¡Cómo se estructura? ¡Por qué se estructura como yo y como Ideal del yo? Ustedes no podrán percibir esto en su necesidad estructural absolutamente rigurosa más que como aquello que constituye el retorno, el regreso, de la delegación de afecto que el sujeto envió a ese objeto, el a”. (Lacan, 2014, pág. 127)

Porque esta imagen estructurante proviene del otro, pero del otro como imagen. La letra a  designa a este otro en cuanto imagen, que se funde con mi yo, que permite que haya un yo

“De esta a en verdad todavía no hemos hablado nunca, en el sentido de que aún no les mostré que necesariamente debe plantearse, no en calidad de a, sino en calidad de imagen de a, imagen del otro que, con el yo, son una sola y la misma cosa”. (Lacan, 2014, pág. 127)

Ahora bien, dentro de esa economía del deseo es indispensable distinguir entre la función de este deseo y la función de la demanda, porque se abre aquí una brecha que impide la coincidencia plena, sin más, entre deseo y demanda. ¿Acaso demandamos lo que deseamos?:

“Nuestra experiencia nos confronta con la necesidad de hacer una distinción esencial entre dos funciones. Hay en el sujeto algo que debemos denominar deseo. No obstante, la constitución de ese deseo, su manifestación, las contradicciones que en curso de los tratamientos estallan entre el discurso del sujeto y su comportamiento, obligan a distinguir de aquél la función de la demanda.” (Lacan, 2014, pág. 129)

Si nos preguntamos por la demanda, si indagamos y nos interrogamos acerca de aquello que demandamos, deberíamos reconocer que hay algo que va más allá de esta, algo que la rebasa, que junto con la demanda se coloca otra cosa. Cuando exigimos felicidad, placer o simplemente algo material, ropa, un auto, detrás de estos pedidos, hay algo más que imploramos, que suplicamos y que, desde luego, no reconocemos.

Porque una demanda siempre está dirigida al otro, a aquel que puede hacer posible la satisfacción de esa demanda o que así lo creemos. Cuando pedimos algo, en realidad estamos exigiendo la presencia del otro, la permanencia del otro a mi lado, para mí que, además, haga el gesto de que puede cumplir con la exigencia que le hemos puesto.

Y cuando el otro está presente le llamamos amor; no lo que haga o diga o deje de hacer o deje de decir, ni los gestos ni los aspavientos, sino su sola presencia; aunque el otro crea que está entregando sus “sentimientos”, cuando lo único que puede hacer es estar allí, porque no tiene más que dar que su presencia. El amor es el otro como don, pero el otro es siempre alguien imaginado, alguien desplazado, que tampoco coincide consigo mismo; en este sentido, el otro es una metonimia, un tropo, un juego del lenguaje:

“El asunto es que la demanda nunca es pura y simplemente demanda de algo, en la medida en que en el trasfondo de toda demanda precisa, de toda demanda de satisfacción, está, por la acción del lenguaje, la simbolización del Otro, el Otro como presencia y como ausencia, el Otro que puede ser el sujeto del don de amor. Lo que él da está más allá´ de todo lo que puede dar. Lo que es justamente esa nada, que es todo, de la determinación presencia-ausencia”. (Lacan, 2014, pág. 131)

Por esto, tendemos a proteger al otro, a cargar con su dolor, con sus preocupaciones o con aquello que imaginamos que el otro quiere: “Esa suerte de protección brindada que en última instancia se encuentra, más o menos, en la raíz de toda comunicación entre los seres, en los cuales siempre se juega lo que uno puede o no puede hacer saber al otro.” (Lacan, 2014, pág. 133)

Mas, ¿qué sucede cuando ese deseo que ese esconde detrás de cada demanda, falla, desaparece? Entonces sentimos que nos hemos quedado vacíos, que la vida desnuda, sin más se ha hecho presente, porque es el deseo lo que me permite existir, me permite escapar a la confrontación con la mera existencia y con la fragilidad de esta. Cuando falta el deseo, entonces viene el dolor. Si falta completamente, el dolor se vuelve insoportable:

“Pero es también el dolor de la existencia como tal, en ese límite en el cual la existencia subsiste en un estado en que ya nada se aprehende de ella más que su carácter inextinguible y el dolor fundamental que la acompaña cuando todo deseo la abandona, cuando todo deseo se ha desvanecido de esa existencia”. (Lacan, 2014, pág. 133)

Cuando estamos en ese límite y parece que la existencia se disolverá finalmente, nos aferramos al deseo, que hace que soportemos lo insoportable, que es el riesgo de que la existencia se extinga. El deseo nos “tranquiliza”:

“Tal imagen lo separa de esa suerte de abismo o de vértigo que se abre para él cada vez que se ve confrontado con el último término de su existencia, y vuelve a unirlo a lo que tranquiliza al hombre, a saber, el deseo. Lo que necesita interponer entre él y la existencia insostenible es en este caso un deseo.” (Lacan, 2014, pág. 134)

Estamos llevados a creer que ya con este deseo y con la demanda que lo oculta, hemos alcanzado una cierta tranquilidad, hemos huido del dolor. Aquí se abre un nuevo proceso, porque una tensión se introduce, tan dolorosa como la anterior. Creíamos estar huyendo del dolor solo para encontrar con otro dolor.

Porque este deseo, que es el deseo del otro, se parte entre este otro y la imagen del otro; y los dos procesos no coinciden. El otro se “niega” a coincidir con la imagen del otro que tengo dentro de mí: “La tensión imaginaria a-a´entre el yo y el otro -que podemos denominar, dentro de ciertas relaciones, la tensión entre a minúscula e imagen de a -estructura de manera general la relación del sujeto con el objeto…” (Lacan, 2014, pág. 135)

¿Qué le pasa al sujeto como consecuencia de la separación entre el otro y el otro imaginario, que son objetos del deseo? El sujeto sufre una elisión; esto es, algo en él queda roto, incompleto; se encuentra dentro del sujeto una falla, una brecha que no puede cerrar, un abismo que no puede cruzar. Esta es la S tachada, el sujeto en la imposibilidad de constituirse plenamente, de ser totalmente él mismo: “En efecto, el deseo, como tal plantea al hombre, y con respecto a todo objeto posible, la cuestión de la elisión subjetiva, -S-“. (Lacan, 2014, pág. 135)

De tal manera que se enfrenta a su dilema más radical: o bien queda atrapado en el ese objeto del deseo, porque solo puede acceder al otro como otro imaginario y esto es posible únicamente a través del lenguaje; o bien, acepta a ese otro imaginario, a ese objeto del deseo que viene bajo la forma de un significante, que está allí como significante y no como significado:

“En la medida en que, como deseo, es decir, en la plenitud de un destino humano como lo es el de un sujeto hablante, se acerca a este objeto, el sujeto se ve atrapado en una suerte de atolladero. No podría alanzar este objeto sin verse, como sujeto de la palabra, borrado en esa elisión que lo deja en la noche del trauma, en aquello que en sentido estricto está más allá de la angustia misma. O, si no, resulta tener que tomar el lugar del objeto, sustituirlo, subsumirse bajo cierto significante”. (Lacan, 2014, pág. 135)


Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .

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