Pedido y anhelo.
La distinción entre deseo y
demanda nos lleva a la necesidad de diferenciar entre pedido y anhelo. El pedido
se ubica en el plano de la conciencia, de lo que exigimos del otro o de la
existencia y respecto de lo cual esperamos una respuesta directa, concreta,
inmediata. En este momento el sujeto se entrega a la enunciación de su
necesidad, tal como la percibe y la siente en ese momento. El sujeto cree que
esto expresa su deseo, que incluso lo agota, pero hay mucho más detrás:
“El plano del
pedido es primero, inmediato, manifiesto, espontáneo. En el pedido ¡Socorro! O ¡Pan!,
que a fin de cuentas es un grito, por un momento el sujeto es idéntico, de la
manera más integral a su necesidad.” (Lacan, 2014, pág. 136)
En anhelo está en el inconsciente.
La característica fundamental del inconsciente es ser anhelante, dirige su
mirada no solo a la demanda inmediata, a la necesidad tal como la sentimos en este
momento; sino, se ubica allá muy dentro de cada uno y se proyecta hacia
adelante, posiblemente a la vida entera o durante toda la existencia.
“En cambio, la
articulación del plano anhelante está en el segundo nivel. Esa es la dimensión
en la cual el sujeto, en el curso de su vida, ha de orientarse, es decir hallar
lo que se le ha escapado por estar fuera y más allá de todo lo que filtra la
horma del lenguaje. A medida que se desarrolla, ese filtrado rechaza, reprime
cada vez más, lo que al principio tendría a expresarse de la necesidad del
sujeto.” (Lacan, 2014, pág. 136)
El anhelo me permite orientarme en la vida, establecer lo que
en el fondo quiero, establecer cuál es mi deseo. Sin este anhelo estoy perdido,
vago sin rumbo, saltando de demanda en demanda, de pedido en pedido, de
exigencia en exigencia.
La relación entre pedido y anhelo
les lleva a cada uno en dirección contraria; mientras más fuertemente expreso
mis necesidades, más de oculta mi anhelo, más se pierde en la profundidad del
inconsciente. Mientras más dejo que hable mi deseo, mi anhelo, las demandas se
aplacan, las necesidades cobran sentido y se someten a este anhelo profundo que
me dirige en la vida.
Este es finalmente el dilema al
cual constantemente nos vemos abocados; de una parte, esa terrible maquinaria
de lo que pedimos, de lo que exigimos, de nuestro grito contra todo incluidos
nosotros mismos; de otra parte, el anhelo que receloso se niega a dejarse ver y
que, por el contrario, viaja a nuestras zonas más oscuras, pero que sin el cual
es imposible que sepamos a dónde vamos, qué queremos de la existencia, que
deberíamos demandar al otro.
El centro de la terapia y del
autoanálisis está en viajar con el sujeto hacia el encuentro con su deseo, con
su anhelo, a reconocer detrás de las demandas, de los pedidos, de las necesidades
aquello que efectivamente se anhela y, por lo tanto, a encontrarse con su
inconsciente:
“Precisamente
en este punto debe bascular, oscilar, vacilar, la acentuación de nuestra
interpretación. Si sabemos acentuarla de cierta manera, enseñamos al sujeto a
reconocer en el nivel superior -que es el nivel anhelante, el nivel de lo que
él anhela, el nivel de sus anhelos en la medida en que son inconscientes -los
soportes significantes escondidos, inconscientes, en su demanda”. (Lacan,
2014, pág. 137)
Si evitamos este recorrido, se
preferimos quedarnos en la superficie, si no reconocemos esos “significantes”
que muestran mi anhelo, entonces estoy perdido en la maraña de exigencias que
nunca logran satisfacernos, porque cuando alguna de ellas se cumple, siempre
hay otra que surge. Este es un camino interminable que no nos orienta.
Por esto, hay que ir detrás del
deseo, descubrir en dónde se oculta, develar cómo habla, saber cómo se expresa,
apartar el síntoma para mirar directamente a mi deseo: “Si el deseo parte [de]
lo que constituye el síntoma, a saber, el fenómeno metafórico, es decir, la
interferencia de significante reprimido en un significante patente, es un craso
error no intentar situar, organizar, estructurar, el lugar de ese deseo”. (Lacan,
2014, pág. 130)
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