El deseo me constituye como sujeto
y al mismo me aniquila como tal; me hace y me deshace. La existencia sin el
deseo, sin su presencia, queda como una vida desnuda, sin más: “…la existencia
reducida a sí misma, la existencia más allá de todo lo que puede sostenerla, la
existencia sostenida en la abolición del deseo”. (Lacan, 2014, pág. 112)
¿Cómo puede suceder esto? ¿Cuál
es la “la dialéctica de las relaciones del sujeto con su deseo”? (Lacan,
2014, pág. 115)
Para comprender esta dualidad que
nos enfrenta al deseo, tenemos que colocar a ese sujeto frente al objeto de su
deseo. Tenemos que ponernos frente a este objeto del deseo y confrontarnos con
él, dar la cara ante esa presencia que se vuelve inevitable, ineludible:
“Para
interrogar con más detalle lo que ese deseo humano quiere decir, lo que significa,
henos aquí pues llevados a tomar la cuestión por la otra punta, una punta que
no se presenta en los sueños, a saber, por nuestro algoritmo, en el cual la S
tachada es confrontada, puesta en presencia, puesta delante, de a minúscula, el objeto”. (Lacan,
2014, pág. 114)
Pero, el deseo puede perderse, no
realizarse, fallar. Sabemos que el deseo puede faltar. Más aún, la manera cómo
ese deseo está estructurado, cómo se presenta, dependiendo del deseo del otro
-que es efectivamente mi deseo-, está en suspenso. Podría ser que lo busquemos
y no esté; podría suceder que ese deseo que espero que se dé y me satisfaga en
un futuro más o menos definido, cuando llegue el momento, no esté.
El hecho de que coloquemos
nuestro deseo como “promesa, anticipación”, que lo pongamos en un “signo”, hace
que el deseo nos amenace con desaparecer. Esta desaparición nos llena de temor,
porque el deseo está en el núcleo de nuestra existencia, en el inconsciente que
nos hace ser lo que somos:
“El sujeto
aliena siempre su deseo en un signo, una promesa, una anticipación, algo que
conlleva como tal una pérdida posible. Debido a esa pérdida posible, el deseo
se ve ligado a la dialéctica de una falta. Es subsumido en un tiempo que, como
tal, no está allí -al igual que el signo no es el deseo-, un tiempo que en
parte está por venir. En otros términos, el deseo ha de confrontarse con el
temor de no mantenerse en el tiempo bajo su forma actual y, artifex, de perecer, si puedo expresarme
así”. (Lacan, 2014, pág. 117)
Este riesgo de la desaparición del
deseo, también significa el riesgo de abolición del sujeto, su tachadura, su
abolición; porque el sujeto “cuenta” y hace cuentas con su deseo, organiza su
existencia en torno a este, le recubre constantemente de signos, es la fuente
de sus esperanzas y le hace todo el tiempo, promesas. El sujeto a cada paso se
anticipa a su deseo y trabaja con él: “Esto no solo quiere decir que la
vivencia humana está sostenida por el deseo -lo sospechamos, desde ya- sino que
el sujeto humano tiene en cuenta ese deseo, cuenta con este”. (Lacan,
2014, pág. 118)
Sin embargo, aquí se abre una
dimensión en la relación del sujeto con su deseo. Me pregunto, ¿qué pasa si mi
deseo se realiza, se satisface?, ¿qué sucede si al fin llega y nos interpela
directamente?
Cuando esto sucede, nos colocamos
en las manos del otro, porque nuestro deseo solo puede ser satisfecho por el
deseo del otro. Entonces, surge un nuevo temor: ¿quedaré en sus manos?, ¿estaré
preso de lo que el otro quiera hacer de mí y conmigo?: “En esos casos tan
notables en los cuales el sujeto teme la satisfacción de su deseo se dan
demasiado a menudo. Ocurre que esa satisfacción hace que en lo sucesivo él
dependa del otro que va a satisfacerlo”. (Lacan, 2014, pág. 118)
Esta amenaza de quedar en manos
del otro, hace que el sujeto postergue la satisfacción del deseo, prefiere
dejarlo para más tarde, para otra oportunidad, en mejores condiciones o quizá
esperar el deseo de otro “otro”, no el que tengo aquí conmigo, en este momento.
Al detener la satisfacción del
deseo, también me alejo del objeto del deseo y dejo ese fantasma sin formarse,
sin constituirse, deja de establecerse la relación entre el sujeto y el objeto
del deseo -que es el deseo del otro-; y así, al no contar con mi deseo, mi
propia subjetividad queda en entredicho, su propia formación queda postergada:
“El sujeto pasa su tiempo evitando
una tras otra las ocasiones que se le presentan de encontrarse con lo que en su
vida siempre fue acentuando como el deseo más apremiante. Ocurre que aquí también
está lo que él teme: esa dependencia -que yo evocaba- para con el otro. De
hecho, la dependencia respecto del otro es la forma bajo la cual se presenta en
el fantasma lo que el sujeto teme y lo que lo hace apartarse de la satisfacción
de su deseo”. ”. (Lacan, 2014, pág. 119)
Lacan introduce un nivel
adicional en esta dialéctica de la relación entre el sujeto y su deseo. Leemos
lo que dice:
“Lo que el sujeto teme cuando se
representa al otro no es, en lo esencial, depender de su capricho, sino que el
otro selle ese capricho como signo. He aquí lo que está velado. No hay signo
suficiente de la buena voluntad del sujeto, a no ser la totalidad de los signos
en que él subsiste. En verdad, no hay otro signo del sujeto que el signo de su
abolición como sujeto, ese signo que se escribe -S- [S tachada]” ”. (Lacan,
2014, pág. 119)
Tenemos que preguntarnos, ¿qué significa
que el otro “selle ese capricho como signo”? ¿Y por qué la introducción del
signo lleva a su “abolición como sujeto”? Como se ve, las consecuencias son
fundamentales, porque no hay simplemente sujeto -S- sino que tenemos un sujeto
que solo puede enunciarse como -S- [S tachada]
¿Qué sucede cuando el otro sella
el capricho con un signo, cualquiera que sea el que elija? Como digo, sin
importar el signo que elija, el deseo del otro no satisface mi deseo
directamente, sin más; el otro no puede darse de este modo, enteramente, sin
residuo. El otro en realidad responde a mi demanda por su deseo, a través de un
signo, que es, ante todo, lenguaje. Quizás el otro me escribe un mensaje, envía
un emoticon, llama demasiadas veces, compra un regalo.
Y ese signo, al mismo tiempo que
transporta su deseo, también lo distancia, porque no es el deseo del otro, sino
el signo del deseo del otro. A su vez, la relación del sujeto con el objeto del
deseo, solo puede darse a través de signos. Esta estructuración del sujeto como
lenguaje, del inconsciente como lenguaje, se expresa en esta S tachada.
Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario
6. Buenos Aires: Paidós .
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