El debate en las artes, incluido el teatro, acerca de la forma es realmente interminable, así como la oposición entre un enfoque que privilegia el contenido y otro que insiste en los aspectos formales. Pero, esta es una contraposición y una dualidad insostenibles. Hay que escapar del falso dilema que se nos ha puesto delante de nosotros. Discuto este tema partiendo del libro editado por Michael Shane Boyle, Matt Cornish y Brandon Woolf, Postdramatic Theatre and Form[1].
El punto de
partida de estos autores está en la relación estrecha que se establece entre
teatro y forma:
“Para entender el teatro,
debemos entender la forma. De hecho, es
imposible pensar en el teatro sin pensar también en términos de forma. El teatro no es
solo un lugar para ver, como sugiere su etimología. El teatro es
también un lugar de performance, un lugar para dar forma. Pero ¿a qué le
da forma el teatro? ¿Y quién o qué,
a su vez, da forma al teatro?”. (18)
Cabe resaltar tres aspectos que están contenidos
apretadamente en esta cita y que el libro desarrolla: primero, regresar al
origen del término performance, esto es, a aquello que se hace a través de la
forma, aunque en nuestra época haya adquirido otro significado que muchas veces
se asocia a una pérdida de forma, lo cual ciertamente es imposible; segundo, el
teatro confiere forma, con-forma, provee de forma a todo este ámbito de lo
dramatúrgico que se desprende de él; tercero, a su vez la forma teatral ha sido
formada, constituida desde otro ámbito que le es exterior.
Teatro es aquello que se hace a través de la forma y que
es tanto formador de su propio campo en cuanto le da forma a las obras
teatrales, como recibe una forma que le viene desde fuera de su campo.
Por lo tanto, independientemente de los estilos,
técnicas, dramaturgias, experiencias, que se han desarrollado a través de los
siglos, el teatro siempre tiene este doble lado: dar forma y ser formado (19),
que le es inherente y del que no puede prescindir, y que permite, esta es una
tesis fundamental, superar la dualidad entre forma y contenido, entre enfoque
formal y politicidad.
Así, la forma es el eje en torno al cual gira la
interrelación entre sociedad y teatro: “La forma es el entrelazamiento
simultáneo de las mediaciones sociales superpuestas que dan forma al teatro y
que el teatro da forma a su vez.” (19) Pero, al parecer, estaríamos de regreso
a la relación entre forma y contenido, el teatro sería un recipiente en donde
se representa lo que sucede en la sociedad, o, en el otro extremo, el teatro
simplemente se dedicaría a expresarse dentro de su propia dinámica sin que
importe mucho lo que pasa fuera.
Entonces, la cuestión radical que permite dar un paso
adelante está en que la relación no se establece directamente entre teatro y
sociedad como podría pensarse y se sostiene a menudo; sino que tenemos una
mediación que es precisamente la forma; de tal manera que la relación efectivamente
se da entre la forma teatral, una determinada forma teatral que se adopta en
cada caso, y las formaciones sociales; lo que lleva a la relación entre forma
de la expresión y forma del contenido.
El fenómeno de la forma es dual: de una parte, la
consolidación de los procesos sociales, políticos, económicos e ideológicos, en
unas estructuras y patrones de comportamiento, que van a dar lugar al surgimiento
de formaciones sociales y discursivas concretas para cada época; y, de otra
parte, las formas teatrales, con sus estilos, dramaturgias, textualidades, que
se funden en el montaje.
Desde luego, no solamente las formaciones sociales son
históricas; también las formas teatrales tienen su profunda historicidad; así,
la tragedia adquiere significados diversos en Grecia y nuestro mundo actual; y
la Antígona de Eurípides está diciendo algo harto distinto de la de Anouilh.
El nexo que une sociedad y teatro, con su consiguiente
bucle: teatro-sociedad, se origina en las formas sociales: estructuras,
patrones, procesos articulados, regularidades del tipo que fueren, y las formas
teatrales: las diferentes corrientes, estilos, dramaturgias. La pregunta central
estaría en interrogarse acerca de la manera en que las formas discursivas,
espaciales, las temporalidades, las corporalidades, los aparatos ideológicos, que
están determinadas por los procesos sociales y políticos, se mimetizan,
transforman, alteran, contradicen, en las formas teatrales, por ejemplo, a
través de los procedimientos brechtianos o barbianos.
El análisis de una obra de teatro tendría que dilucidar
los ritmos de la obra que expresan su particular manera de concebir la temporalidad;
y luego correlacionar esta forma de la temporalidad teatral con las
temporalidades fragmentadas que viajan a distintas velocidades en la sociedad,
incluso con los conflictos entre el tiempo de los mundos virtuales y el tiempo
real.
O la relación entre los modos de subjetivación tal como
se dan en la sociedad como los personajes-sujetos, además de incluir aquellas
subjetividades que no están contenidas del todo en la sociedad y que la obra de
teatro construye. El teatro tiene esa capacidad de subjetivar, de ser espacio y
espejo de subjetivación.
La forma teatral en cuanto construcción de personajes tiene
como referente a los sujetos sociales, por ejemplo, sumidos en medios digitales
como el espacio privilegiado de la subjetivación; y al mismo tiempo muestra
cómo la obra teatral no se queda en estas determinaciones, en este plano
representacional, sino que elabora su propia versión de los sujetos sociales
allí sobre el escenario con todos los elementos del montaje; esto es, con el
grado 0 y el grado 1 del teatro.
Esta es solo la mitad del asunto, porque hay que
analizar la otra mitad; esto es, ¿de qué manera el teatro, a partir de la
formación social en la que esté inmerso, responde? Y esta respuesta no se
reduce a la representación o presentación de la realidad, sino que es, por sí
misma, una propuesta que rebasa el presente, un proyecto que va más allá de
cualquier fenómeno mimético, desde luego, incluyendo la posibilidad de una
hipermímesis teatral a través de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación.
En este contexto se sostiene que los postdramático “…pudo
ser así la señal del cambio en el teatro hacia la forma y el “alejarse
del” drama”. (20) Sin lugar a duda hay aquí un equívoco o, al menos, una
imprecisión, porque opone drama a forma, lo cual es inconsistente. Debería
formularse diciendo que el teatro postdramático se orienta hacia otro tipo de
forma que rompe con las corrientes tradicionales y que se dirige hacia el performance
como su principal lugar de realización; y que no deja del lado el drama, sino
que opta por un tipo diferentes de dramaturgia.
Con esta precisión se entiende que el teatro postdramático
haya respondido a su manera al estallido de los mass media y de las
redes sociales: “Es en ´respuesta´ a la comunicación social transformada bajo
condiciones de tecnologías de la información generalizadas que el teatro gira
hacia la forma”. (24) Como una suerte de mecanismo de defensa el teatro se
aferraría a la forma ante la invasión de las nuevas tecnologías.
Contrariamente a lo que se suele decir no se trata
exclusivamente de la penetración del performance en el teatro, con su consecuente
disolución, sino de un fenómeno igualmente poderoso, pero invisibilizado: “De acuerdo con Fuchs, el teatro postdramático no es sino la más
reciente arma en la ´guerra de subsunción”, en la que el teatro como agresor aspira
a absorber un amplio rango de formas del performance”. (26)
Con la
postmodernidad, y con el teatro postdramático, el teatro habría penetrado, de
mano del performance, en las formaciones sociales: política, ideología,
comunicación, que existen ahora a partir de su teatralidad con su propia
dramaturgia; el teatro arrinconado por el performance elabora su venganza
teatralizando al performance y con este a los diferentes ámbitos de aquello que
llamamos sociedad del espectáculo y que contiene en su interior esa huella del
simulacro y, por lo tanto, explican “… cómo teatro y mundo social se superponen”.
(38)
De este modo se
puede responder a las acusaciones que pesan sobre la forma de alejarse de las
cuestiones sociales y políticas, optando por el arte por el arte:
“…es el giro hacia la forma en el teatro postdramático más que el
contenido, que sostiene el potencial político: ya sea provocando discusiones
sin llevar al público a perspectivas preconcebidas, generando tipos alternativos
de socialidad o incluso negándose a comprometerse con la esfera despojada de la
política”.
Si volvemos al
tema central de la relación entre forma teatral y sociedad hay que partir de
preguntarse: “¿Qué queremos decir cuando hablamos de forma?”. (29) Ciertamente
es fundamental alejarse de las concepciones reduccionistas de la forma, porque se
quedan en los aspectos de construcción de personajes, escenografía,
iluminación, música, texto, dirección; todo esto, podríamos decir que es el
grado cero de la forma teatral.
Todos estos
aspectos ciertamente que corresponden al plano de la forma, estrictamente al
plano de la forma de expresión, pero están supeditados a orientaciones formales
de un nivel más alto. Hay que ir más allá de este grado cero de la forma
teatral:
“¿La forma se refiere a los elementos, estructuras o patrones
composicionales inherentes de una forma de arte? ¿De qué manera se refiere a
otros aspectos, como contenido y función? ¿Es la forma un simple contenedor o
elemento decorativo? ¿Y qué conexión, si hay alguna, tiene la forma con las
condiciones históricas y sociales en que la obra de arte emerge?”. (31)
La forma
teatral, en el sentido de montaje que usaba Eisenstein, va más lejos y, en su
grado 1, en su plano de encuentro con la significación, muestra en el hecho
teatral una particular aprehensión de las formaciones sociales, por ejemplo, de
los fenómenos ideológicos en un momento dado de una sociedad y tiene a partir
de sí misma esa capacidad utópica o distópica que piensa y propone un tipo de
futuro, un cierto rebasamiento del presente que no contiene al hecho teatral en
su totalidad, que incluye presentación, representación y prefiguración de una nueva
realidad.
En el debate
entre teatro representacional, que correspondería al teatro clásico, y el
teatro presentacional que sería postmoderno y que pretendería que el teatro no
dice y solo muestra, hay que añadir esta vía de escape que está en la capacidad
prefiguradora del teatro, en la potencialidad de futuro que la obra de teatro
tiene.
Entrelazamiento
de las formas sociales con las formas teatrales: “La forma nombra más que
solamente las prácticas de representación y significación en el teatro; también
engloba los modos de producción, consumo y circulación que dan forma y son
formados por el teatro”. (47)
Este tipo de
planteamiento provee de pistas para encontrar alternativas a la dualidad entre
forma y contenido, y mostrar que se trata siempre de la correlación entre la
forma de la expresión y la forma del contenido, en un teatro en donde jamás
puede faltar uno de los términos.
En caso de que
falle la forma del contenido, esto es, las formaciones sociales mostrándose en
el teatro, tendríamos un hecho dramático vacío, como desgraciadamente se ve en diversas
experiencias del teatro posmoderno; y si faltan las formaciones teatrales, no
reducidas solamente a aspectos decorativos o composicionales, no sería teatro,
quizás se quedaría como panfleto sociológico o político.
Es indispensable
remarcar la conclusión a la que se llega: “…la forma es lo que el teatro y la
sociedad comparten”. (47)
[1] Michael Shane Boyle, Matt Cornish
y Brandon Woolf (eds.), Postdramatic Theatre and Form, Bloomsbury,
Methuen Drama, London, 2019.