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viernes, 26 de octubre de 2018
martes, 17 de julio de 2018
ABSTRACCIONES
En la Teoría General de la Forma
nos hemos encontrado constantemente con las formas abstractas, las máquinas
abstractas formales, las abstracciones reales del capital y el valor, entre
otras tantas. A lo largo de la dilucidación se insistió en establecer el
significado de la forma, con sus correspondientes indexaciones. Sin embargo, al
parecer la noción de abstracción, si bien profusamente utilizada, no ha quedado
suficientemente elucidada y, por eso, constituyendo un elemento crucial, se
torna indispensable emprender un tratamiento detallado.
Como la noción de forma, lo
abstracto es un término utilizado en una variedad amplia de campos, que van
desde la matemática hasta la metafísica, incluyendo el vasto desarrollo de la
informática, que la coloca en el centro de la programación orientada hacia
objetos, en donde se establecen objetos abstractos.
Por otra parte, tenemos el campo,
también inmenso, del arte abstracto, que se dan en los períodos más distantes
de la historia del arte, en momento, situaciones, época distantes y que, con
seguridad, tienen sentidos distintos aunque compartan precisamente la forma
abstracta.
Por estos motivos, será
conveniente recurrir tanto a las reflexiones más “abstractas” como a sus usos
específicos, para que esta doble fuente nos permita hacernos una imagen precisa
de sus significados y enfrentar, especialmente, el tema del modo de existencia
de lo abstracto, de los objetos abstractos, de las abstracciones que serían no
solo procedimientos y procesos mentales, sino fenómenos efectivamente
existentes.
Ciertamente, nos estamos
confrontando con un término que es usado con toda “naturalidad”, en cualquier
campo de la vida cotidiana o de la ciencia, sin que nos preocupemos ni nos
problematicemos, como cuando trabajamos con números, en procesos
computacionales o nos referimos sin más al paso del type al token.
Un ámbito tan extenso tiene la
dificultad de que no permitirá una aproximación simple y directa; y que
tendremos que recorrer diversos caminos, muchas veces tortuosos; en donde nos
encontraremos con interpretaciones opuestas, con tesis contradictorias, con
posiciones metafísicas incompatibles. Esto mismo nos exigirá que se desarrolle
una conceptualización suficientemente amplia que dé cuenta del campo semántico
de lo abstracto, en aquello que lo hace un términos con una multiplicidad de
matices, desviaciones, sesgos, acepciones.
Por ahora, una primera
bibliografía.
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domingo, 17 de junio de 2018
FORMAS DEL INCONSCIENTE ESTÉTICO
Esta indagación sobre las formas
del inconsciente estético se centra en responder a varias cuestiones que son
cruciales a fin de dilucidar un tema en donde las cosas suelen estar harto
oscuras, quizás porque se unen aspectos muy debatidos, como son el inconsciente
y la estética.
Se procederá, como punto de
partida, a establecer un significado, aunque sea provisional, para el
inconsciente colectivo; y con esta dilucidación, revisar diversos
planteamientos que se han hecho sobre el tema, que desembocan en modos
concretos de su funcionamiento. Desde luego, todo esto vinculado a aquello que
se ha desarrollado con la Teoría General de la Forma y una serie de estudios
sobre formas específicas. (Rojas, Estéticas caníbales. Vol.II. Máquinas
formales abstractas, 2015) (Rojas,
Estéticas caníbales. Del ethos barroco al ethos caníbal., 2016)
Como se verá a lo largo de este
análisis, el inconsciente colectivo es tratado como una forma que se indexa en
diversas manifestaciones, incluida su primera derivación en forma y contenido.
Se trata, de hecho, de superar esta contraposición artificial entre las dos y
mostrar que son correlatos, que no existen sino en la medida en que están
vinculados inseparablemente uno con el otro; y que cualquier movimiento en el
plano de la forma significa un cambio en el plano del contenido y viceversa.
Para una correcta comprensión de
los fenómenos que aparecerán en el inconsciente colectivo y sus explicitaciones
en las obras de arte, se debe introducir el tiempo; esto es, se han puesto en funcionamiento
dos temporalidades: la larga duración de las formas y la duración corta, específica,
de los contenidos, siempre particular –como insistía con toda razón Lukács- (Lukács, 1969) , de la obra de arte.
Dualidad que desencadenará una serie de desencuentros, desplazamientos,
velocidades, muchas veces difíciles de entender.
¿Qué es el inconsciente estético?
¿En qué sentido el inconsciente estético es un inconsciente colectivo? La
cuestión del inconsciente colectivo tiene varias aristas hirientes, porque
rápidamente puede conducir a toda clase de interpretaciones metafísicas o new
age, a la constitución de entidades flotando en una especie de plano ontológico
indefinido, por encima de los individuos. Sin embargo, la negación de su
existencia conduce, igualmente, a dificultades grandes, especialmente al
predominio de los sujetos aislados que luego no encuentran manera de resolver
los temas de la intersubjetividad y terminan aislados en el solipsismo.
Inconsciente colectivo que, a mi
manera de ver, adquiere diversos tipos de nombres en campos que aparentemente
no tienen relación; denominaciones tales como intelecto general, consciencia de
clase, conocimiento distribuido, alma colectiva, ánima, animismo, entendimiento
agente e incluso la propia noción de dispositivo, máquina esquizoanalítica,
máquina abstracta, remiten al fin de cuentas al mismo fenómeno.
Curiosamente también se debería
incluir aquí a la tecnología, en la medida en que expresa una concreción de un
estado de desarrollo del intelecto general. Por el momento, a pesar de sus
diferencias, sostendré que son variantes de una misma realidad y adoptaré el
nombre de Forma Intelecto General para denominar a esa “entidad” que las
subyace.
Si bien el modo de existencia de
la sociedad por encima de los individuos está clara, en cambio el estatuto
ontológico de la técnica, especialmente vinculadas a las nuevas tecnologías que
han tomado el mando en nuestro siglo, y del orden simbólico, en sus variadas
manifestaciones, todavía requiere de una adecuada dilucidación. Cabe
preguntarse por el modo de existencia de los objetos virtuales, de los
videojuegos, de aquello que queda conformado en las redes sociales o del sinnúmero
de máquinas abstractas que están en funcionamiento en cada aspecto de la vida
social. Por ahora, el interés se centra en aproximarse con la suficiente
consistencia a este fenómeno particular que se denomina inconsciente estético.
1. 1. Formas
del inconsciente estético.
Revisemos ahora las diversas
manifestaciones de esta Forma Intelecto General, que se presentan y han sido
estudiadas como formas del inconsciente estético, con las especificaciones que
encontraremos en los autores a mencionarse.
Un punto de partida lo
encontramos en el inconsciente constructivo de Giedion, retomado por Walter
Benjamin, para el que los “museos forman parte señaladísima de las
construcciones oníricas”, de los mundos soñados del “mal gusto” de la época (Déotte,
Walter Benjamin y el inconsciente constructivo de Sigfried Giedion, 2013, pág.
55) .
Este inconsciente constructivo surge de la confluencia entre las técnicas de
construcción y la cultura, en este caso del flaneur.
Son los aparatos técnicos, como
la fotografía, los que se convierten en mediadores simbólicos. De allí que la
emergencia de los aparatos técnicos es, simultáneamente, el inicio de la
configuración de este inconsciente. En este sentido es fundamental remarcar que
no existe inconsciente constructivo sin su respectiva técnica; o, mejor aún, el
inconsciente estético está encarnado en un determinado nivel de desarrollo
técnico y en ciertos aparatos simbólicos y reales.
Así que el modo de existencia de
los objetos técnicos se transforma en el modo de existencia del alma colectiva,
del intelecto general. Por eso, la época de la reproducibilidad técnica no se
refiere solo a las transformaciones en este campo, sino a la producción de la
cultura burguesa y de unas subjetividades modernas. (Simondon, 1989) Las nuevas tecnologías son, en este
sentido, el núcleo del alma colectivo de la cultura en la época del capitalismo
tardío. Por cierto, no solo hay que tomar en cuenta las NTICs, sino las
biotecnologías y las derivadas de los nuevos materiales.
Inconsciente constructivo que se
entiende como inconsciente técnico, que también es simbólico, y que desemboca
para Benjamin en “esas arquitecturas que son, como el museo, concentraciones de
inclusión, estuches de estuches, esto que él llama “casas del sueño colectivo”.
(Déotte, Walter Benjamin y el inconsciente constructivo de Sigfried
Giedion, 2013, pág. 57) .
Inconsciente constructivo que se
diferencia del inconsciente individual, que mira las casas y edificios como
exteriores a su subjetividad, mientras que para las masas, esas construcciones
significan la expresión de su inconsciente colectivo:
“La paradoja
es entonces la siguiente: para el individuo, una arquitectura está al exterior
de él, como lo está el fenómeno atmosférico, y si él se desplaza en un Pasaje
cubierto, todo ello estará al interior como en el caso de todas las casas del
sueño colectivo. Pero para el colectivo, son las casas de sueño las que están
al interior, como los fenómenos cinestésicos lo están para el individuo”. (Déotte,
Walter Benjamin y el inconsciente constructivo de Sigfried Giedion, 2013, pág.
59) .
Con estos elementos provenientes
de Benjamin es posible aproximarse a las formulaciones de Jacques Rancière sobre
el inconsciente estético. Su primera tarea consiste en alejarse de una
perspectiva psicopatológica, que indaga al arte como expresión del malestar del
sujeto o de la cultura, por medio de “desligar al psicoanálisis de la filosofía
que la lógica del inconsciente estético le presta espontáneamente, aflojar el
lazo “nihilista” entre arte y síntoma de la civilización”. (Ranciére, 2006, pág. 11) Y, con esto, se
quiere ir más allá del inconsciente freudiano y delimitar con claridad en qué
consiste este inconsciente estético, si no se lo reduce a su función de síntoma
de un malestar.
Aproximándose más a Lacan aunque
sin mencionarlo, Rancière postula que ese
inconsciente estético consiste en “la existencia de cierta relación entre
pensamiento y el no-pensamiento, de cierto modo de presencia del pensamiento en
la materialidad sensible, de lo involuntario en el pensamiento consciente y del
sentido de lo insignificante”. (Ranciére, 2006, pág. 21) De tal manera que
hay un vínculo, que siempre ha estado presente de una y otra manera en los
análisis de la obra de arte, entre el inconsciente y el arte, en cuanto el arte
le da forma, volviéndolo visible, a ese inconsciente estético que está allí
afuera.
Rancière acude
a sus noción de régimen de lo sensible, en este caso para mostrar cómo el
“régimen de pensamiento del arte” y la producción artística se entrelazan,
permitiendo la entrada en el arte de ese régimen bajo la forma de lo que no es
pensado en la obra. (Ranciére, 2006, pág. 48) Un vínculo estrecho
liga al arte y al pensamiento, de tal manera que el régimen del arte convierte
“a las cosas del arte en cosas del pensamiento, en cuanto testimonios de un
pensamiento inmanente”. (Ranciére, 2006, pág. 50) Aunque aquí los
planteamientos se tornan algo confusos, creo que lo importante es resaltar con
claridad que se trata de la penetración de ese régimen estético –que es
inconsciente, que se coloca allá afuera del sujeto artista- en el campo del
arte y que es “la oposición de un orden con otro: el figural bajo lo figurativo o lo visual
bajo lo visible representado”. (Ranciére, 2006, pág. 32)
Reformulemos esta proposición a
fin de que nos diga expresamente aquello en lo que consiste el inconsciente
colectivo: penetración de lo figural
que se convierte en figurativo, ingreso de lo visual que se vuelve visible; por
lo tanto, paso del inconsciente estético –bajo la modalidad de un régimen
estético y artístico- que se hace obra de arte. Están aquí incluido un conjunto
de pares correlativos que se mueven siguiendo una estrategia de doble vínculo:
“…la manera cómo el arte y el pensamiento del arte juegan con estas relaciones
de saber y no-saber, de sentido y sinsentido, de logos y pathos, de real y
fantástico. (Ranciére, 2006, pág. 27) Entonces, paso de
aquello que no es pensado al plano del pathos formal, en el sentido de Warburg;
movimiento lógico que se convierte en pasión formal, en arte. (Didi-Huberman, 2009)
Inconsciente estético que en el
plano del logos es ese no-pensado del
régimen estético que se convierte en pathos
formal, en una pasión por la forma; un logos que se vuelve obra de arte en su
ansiedad de ser visible, un figural
que no puede existir a menos que se vuelque en figuras. El inconsciente
estético penetra en el arte llevado por la forma.
Para Déotte el inconsciente
estético se transforma en inconsciente museológico, en donde unas formas se
institucionalizan, se fijan y se hace canon, creando el espacio en donde las
obras adquieren el estatuto de obras de arte, al incorporarse a ese campo
constitutivo. Más aún, el inconsciente estético da lugar a la creación de la
estética en el sentido moderno del término:
“En efecto, el
museo es esta institución que tiene el poder de hacer aparecer un nuevo objeto:
la obra de arte; un nuevo sujeto: el sujeto estético: entre ellos dos, una
nueva relación: la contemplación desinteresada. De ahí que, su poder es
realmente significativo del lado del aparecer: el museo configura de modo
diferente el aparecimiento, le da otra definición al acontecimiento de lo que
aparece”. (Déotte, Le passage du musée, 2017, pág. 15)
El museo no solo como el lugar en
donde se muestran las obras, sino como todo el entramado que el rodea, un campo
compuesto de artistas, curadores, críticos, administradores, marchands,
públicos, discursos, teorías, etc. Elementos que redefinen el régimen de
sensibilidad, produciendo fenómenos tales como el de la contemplación
desinteresada.
Un inconsciente museológico que
es una “suerte de “trascendental impuro”…, necesariamente técnico e
institucional, pero que abre el campo de la cuestión del arte y que está por lo
tanto en el corazón del “régimen estético” del arte tal como lo entiende Rancière”. (Déotte, Le passage du musée, 2017, pág. 18)
Ciertamente habría que ampliar
esta tesis de Déotte y decir que el inconsciente museológico no solo se refiere
a los museos, aunque son las instituciones centrales hasta ahora, sino a todo
el entramado institucional del arte, hasta los espacios y redes informales,
reales y virtuales, junto con el conjunto de aspectos técnicos que hacen parte
de un régimen estético determinado en un momento histórico dado. La
posmodernidad no escapa a esta lógica, a pesar de los discursos que van en sentido
contrario; incluso se puede afirmar a estas alturas de la historia del arte, que
un canon posmoderno se ha constituido claramente. (Rojas, 2011)
Aparatos “museísticos” que
configuran una “sensibilidad común”, respecto de la que el público se apropia para
conformar su propia sensibilidad específica, desplazándose de ella en algún
grado, que hasta puede ser la oposición extrema que tampoco logra escapar a ese
campo estético del arte actual tal como ha quedado establecido.
Uno de los mejores ejemplos de este
enfoque del inconsciente museológico, como forma del inconsciente estético,
versa sobre el arte ruso, tal como la ha mostrado Victor Tupitsyn. Retomando el
famoso desafío de Lenin, coloca la cuestión de la formación de este particular
inconsciente en el arte ruso:
“La eterna
cuestión rusa, que aparentemente no tiene respuesta, es “¿Qué hacer?” En este
caso la cuestión es: ¿Qué hacer con el arte que no haya realizado su “función
museológica” a tiempo, aunque no se encuentre una falta por sí mismo? La función
museológica tiene una dimensión comunicativa; ella genera la ilusión… de que
cada acto creativo es de propiedad común”. (Tupitsyn, 2009, pág. 230)
Pero, escapar de un inconsciente
museístico no es posible; no hay exterioridad a la que huir; más bien, como es
el caso de la posmodernidad, huyendo de la institución arte, solo se llega a
otro tipo de institucionalidad, a la conformación de un nuevo campo simbólico y
técnico, a una “recreación” del museo, aunque este quede transformado sin
perder aquello que le es esencial:
“Más bien que
resistirse al control institucional sobre la formación de significados, las
lecturas egocéntricas puede compensar la ausencia de las instituciones. El
punto importan para la mayoría de artistas no institucionales hoy día no es la
subversión de los mecanismos de significación ni su des-ensamblaje de la
función museológica, sino su renovación, actualización y re-creación”. (Tupitsyn,
2009, pág. 230)
Entonces, la pregunta no es cómo
el arte contemporáneo con sus prácticas y discursos en vez de escapar de la
función museológica –y de su correspondiente inconsciente estético-, lo
renuevan, lo rehacen, constituyendo otro campo artístico, otro régimen estético,
que no deja de ser tal. A tal extremo que en vez de romper con las industrias
culturales, se han levantado otras igualmente poderosas: “En tales lugares,
todo (incluyendo nuestras reflexiones sobre el pasado) pueden ser
instantáneamente objetivadas (objetivaciones museológicas). Aunque sean
compulsivas, esta actividad mnemónica es ya otra industria (coextensiva con la
industria cultural) que produce la memoria”. (Tupitsyn, 2009, pág. 231) Actividad mnemónica
que pertenece de lleno al inconsciente colectivo, como memoria cultural, de la
cual participan los individuos de diversas maneras y en distintos grados.
Memoria colectiva que cuenta el
pasado a su manera, que lo reinterpreta a la luz de las necesidades del
presente, que sirve para ubicar a la obra de arte en un determinado lugar de
esa cuenta larga del inconsciente estético y que luego es actualizada de modo
particular para cada obra y cada artista.
Así que toda función museológica,
tanto la moderna como la posmoderna, cuenta el pasado a su manera, colocándose
a sí misma como la meta a la cual necesariamente tenía que llegar, como si el
movimiento artístico desembocará obligatoriamente en las obras de arte que se
están presentando; aun las más secularizadas no dejan de tener un cierto cariz
escatológico, porque toman el conjunto de la historia del arte, lo realizan y
lo proyectan hacia el futuro como su momento fundador, como el origen y
principio de lo que vendrá.
Este inconsciente museológico es
difícilmente aprehensible porque no sabemos exactamente de dónde viene: “La
función museológica, sin embargo, es bastante vieja, como el “inconsciente
museológico”. Nadie ha estado presente en el momento de su nacimiento, y como
“ello” apareció permanece como un misterio. El hecho de que el inconsciente es
el discurso del otro no ayuda a menos que nos identifiquemos con “ello”. (Tupitsyn,
2009, pág. 234)
Inconsciente estético y
museológico que se presente en la historia a través de los mundos soñados, en
los que cabe una doble orientación ideológica: o bien se convierten en el modo
en que se sueña el mal gusto de las masas, especialmente a través del consumo,
incluida la cultura; o bien, pueden expresar, a su manera, una voluntad
utópica, un deseo de ir más allá de la función museológica como industria
cultural.
Este es el caso, que analiza muy
bien Susan Buck-Morss, del arte en el período de la Revolución Rusa,
especialmente en Malevich o Tatlin. (Buck-Morss, 2004) Aquí entra en juego la ruptura de la
larga duración capitalista y la posibilidad de su sustitución por un período
revolucionario. Es sobre esta nueva temporalidad que la vanguardia rusa actúa y
que se convierte, por unos pocos años, en la lenta emergencia de otro
inconsciente estético, desgraciadamente arrasado por el estalinismo y su
realismo socialista.
Para Buck-Morss ese mundo soñado
de la vanguardia, instituye su propia comprensión del tiempo revolucionario:
“El tiempo de la vanguardia (avant-garde)
cultural no es el mismo que el del partido de vanguardia (vanguard). Las prácticas de estos artistas irrumpieron la
continuidad de percepciones y alejaron lo familiar rompiendo la tradición
histórica a través de la fuerza de su fantasía”. (Buck-Morss, 2004, pág. 67)
Mundos soñados que no dejan de
tener incluso ahora una crítica al presente brutal que nos ha sido impuesto, al
canon posmoderno que sigue vigente, a la
nueva institucionalidad del arte que se pretende alternativo. Por eso,
lo fundamental será entender que:
“Ningún
estilo, ningún medio tiene siempre éxito y quizás la vanguardia no sea el
objetivo sino su interpretación crítica. Lo que cuenta es que la experiencia
estética nos enseñe algo nuevo acerca de nuestro mundo, que nos saque de la
complacencia moral y la resignación política y que nos llame la atención por la
irresistible falta de imaginación social que caracteriza a tanta producción
cultural en todas sus formas”. (Buck-Morss, 2004, pág. 82)
2. 2. El
inconsciente estético y los artistas.
Establezcamos algunas
proposiciones que nos permitan acercarnos a la relación entre el inconsciente
estético, que siempre es colectivo, y la manera cómo los artistas participan en
él, para desprender y concretar de manera particular la obra de arte.
2.1. Entre obra de arte y artista
hay una falla, un abismo, una imposibilidad de encuentro completo entre ellos;
una escisión constitutiva que al mismo tiempo que une, separa.
2.2. Un artista jamás está a la
altura de su obra, la que le rebasa, le excede. La obra de arte siempre es
excedentaria respecto del artista, de su entorno específico, de su conciencia y
de su inconsciente. La obra de arte viaje a una velocidad tal que el artista
siempre será dejado atrás.
2.3. Por esto, el artista no
comprende su obra a cabalidad; más bien, su aproximación es limitada; su
discurso, pobre. El artista siempre se queda corto de palabras al hablar de su
obra, mientras la obra de arte no para de hablar en su delirio por decir
exhaustivamente ese inconsciente estético del que proviene, sin lograrlo plenamente.
La obra de arte se torna problemática, inaccesible. El artista sabe que ha
producido la obra, que es el autor y lo reclama con insistencia; pero, en
realidad, no sabe lo que ha hecho, o lo sabe muy parcialmente. El artista no es
el mejor intérprete de su obra.
2.4. La obra proviene del
inconsciente estético de la época, del momento en que vive. Allí el artista
hace sus elecciones conscientes o inconscientes. Elegir significa dejarse
penetrar por ese “intelecto general artístico” o, por el contrario, resistirse
y hace que la obra fracase y el artista triunfe. La plena realización del
artista es la muerte de la obra de arte.
2.5. Ese espíritu estético toma
al individuo, lo sacude, lo estremece, lo revienta, alterando todo lo que es.
Frente a esto solo cabe la honestidad de reconocerlo. Y se produce un choque
entre el inconsciente estético que atrapa al sujeto y este que se resiste a
desaparecer detrás de la obra. Se niega a ser aniquilado, porque quiere
mantenerse como productor, como creador y desea ser reconocido como tal. La
obra de arte exige un cierto nihilismo.
2.6. Elecciones son, primero y
fundamentalmente, formales; se escoge un lenguaje, una técnica, unos tropos,
una composición, un estilo. El inconsciente entra en el mundo de la mano del
significante; el inconsciente estético ingresa llevado por la forma.
2.7. Dejarse convertirse en otro
–estética caníbal- por la obra de arte. Estar abierto a que ese espíritu
estético penetre en el sujeto, en la subjetividad, que deshaga el ego, que
disuelva el yo y que se quede allí a morar. El espíritu estético hace su morada
dentro del alma del artista.
2.8. Un heterónimo no es otra
cosa que el reconocimiento de este hecho: un inconsciente estético que se dota
de un nombre. Al contrario de lo que pudiera creerse, no es el yo del artista
que se escinde para proyectarse fuera de sí en otro sujeto con otro nombre;
sino que es el espíritu estético que se vuelve sujeto.
2.9. El inconsciente estético
habla y es ese lenguaje el que penetra dentro del orden imaginario del yo,
superponiéndose al plano imaginario propio. Son estos nuevos significantes los
que transportan los significados del mundo.
2.10. ¿Qué es el inconsciente
estético? Primero son las formas artísticas colocadas allí en el campo estético
de una sociedad, con estructuras, tendencias, fracturas, tensiones,
diversidades. Formas producidas históricamente, cambiantes, variables. Una
deriva formal, un conjunto de formaciones “geológicas” con su propia
temporalidad de larga duración, que secuestra la historia personal del artista y
del espectador, imprimiéndole una velocidad distinta.
2.12. El artista oscila entre dos
temporalidad: la del inconsciente estético, que marca tiempos extendidos, que
construye marcos de referencia amplios, de una época entera, que incluso pueden
trasladarse a varias sociedades; y el tiempo biográfico, sumergido en
condiciones concretas de existencia limitada y efímera. Dos tiempos, cada uno
con su propia velocidad. Aquí hay un doble vínculo: la voluntad del artista
tratando de detener el tiempo del espíritu estético o, por el contrario, un
desistir, un volver inoperativa a esa voluntad, para dejarse arrastrar por ese
flujo temporal que lo arrasa todo a su paso.
2.13. La ansiedad de la obra es
alcanzar su destino: regresar a su alma colectiva, sumergirse en el
inconsciente colectivo y así poder incorporarse nuevamente a la corriente de la
historia, ubicarse en un momento de esa cuenta larga del tiempo de una
civilización.
2.14. Respecto de su obra el
artista siempre falla, lleva retraso, es un reloj que no acierta a dar la hora
precisa y que tampoco puede igualarse. Momentáneamente se pone al día,
cronometra su reloj, sincroniza los tiempos, quizás mientras la obra se hace.
Luego, la obra cobra su propio ritmo, marca su propio paso, se libera del
artista. Esa voz que le ha atravesado está lista para volver al mundo.
3.15. La mano que mueve a la
marioneta, que solo puede existir si se deja llevar, apenas sin ofrecer
resistencia. Hay que ser honesto con el alma colectiva y reconocer que no es
otra cosa que esa profundidad que encontramos que nos habita.
2.16. Los modos de la experiencia
preceden a la experiencia. La experiencia concreta del artista y del espectador
se hace a partir de la experiencia del espíritu estético. Aquí hay una
fenomenología del espíritu estético. La experiencia artística está dentro del
campo marcado por ese inconsciente estético –introduce una distinción en el
mundo del arte-, que es forma y del que se desprenden las formas artísticas y
las obras. Régimen de la sensibilidad que le pertenece al espíritu estético
antes, previamente, a que sea aprehendido por el artista.
2.17. El artista y la obra se
encuentran secuestrados dentro del inconsciente museológico y solo pueden
escapar en la medida en que construyan un mundo soñado, rompiendo la hegemonía
insolente del presente, disolviendo las concreciones del canon.
2.18. Los significantes, que son
formas, del inconsciente estético penetran en la obra de arte a través
precisamente de estos significantes y más allá de los significados explícitos
de la obra de arte, en su particularidad, traen sus propias significaciones.
2.19. El arte es forma; si no lo
es, falla, deja de existir. Y esta forma es la que contiene las significaciones
propias, que rearticulan y resignifican a los demás contenidos elegidos
consciente o inconscientemente por el artista. Formas que son ellas mismas históricas,
aunque su temporalidad sea de largo alcance.
2.19. Y estas formas,
constitutivas del arte, tienden a volverse constantes a pesar de las
variaciones que se den dentro de una época, al interior de un campo artístico y
que definen escuelas, estilos, tendencias, transformándose en ideología
estética. El arte es forma y en cada época el arte adopta formas determinadas.
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Rojas, C. (2016). Estéticas
caníbales. Del ethos barroco al ethos caníbal. (Vol. 3). Cuenca:
Universidad de Cuenca (En prensa).
Simondon, G. (1989). Du
mode d´existence des objets techniques. Paris: Aubier.
Tupitsyn, V. (2009). The
museological unconscious. Cambridge, MA: MIT Press.
lunes, 4 de junio de 2018
Spivak, Una educación estética
El libro de Spivak, Una educación estética en la era de la globalización
Su traducción al español ha tardado una década.
El link:
https://mega.nz/#!JhMy1YYb!HcTjBEUW-3UYoeEVb9-SRq0jfVp4UPshxqSMfqsv2no
Su traducción al español ha tardado una década.
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domingo, 27 de mayo de 2018
ARTE Y PSICOANÁLISIS. 1
¿Qué es un cuadro?
En el Seminario, clase 11, Lacan
se pregunta: ¿qué es un cuadro? El punto
de partida es la relación entre la mirada y el sujeto, porque un sujeto se da
en la medida en que entra dentro de ese espacio de la mirada –campo escópico:
“para empezar, es preciso que insista en lo siguiente –en el campo escópico la
mirada está afuera, es decir, soy cuadro”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario
11, 1964, pág. 85)
Solo por la mirada del otro, que viene
junto con la luz, el sujeto se instituye, comienza a existir como tal, en la
medida en que es foto-grafiado: imagen produce una signatura en el mundo, a la
que llamamos sujeto.
En el cuadro, como en el sujeto,
no se trata de la representación. Ciertamente esta se hace presente siempre: de
alguna manera representan el mundo, lo repiten a su modo y hablan acerca de él,
porque “en presencia de la representación estoy seguro de mí mismo, en tanto
estoy seguro de que, en suma, sé un rato largo”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 86)
Pero, la representación se
quiebra, se fractura, se escinde, se divide entre lo real y la representación;
y más aún, “entre su ser y su semblante”, entre su ser y la manera cómo se
muestra a los demás, empujado por el deseo que le lleva más allá de la
representación, por debajo de esta, penetrándola por todos lados.
De tal manera que mientras en la
superficie del cuadro está la representación, lo que está detrás, lo que lo
soporta, lo que le confiere algún sentido, es el deseo; solo este permite que
“no quede enteramente atrapado en la captura imaginaria”, en la mera
reproducción de la realidad por más desplazada o metonímica que sea esta: “A
nivel perceptivo, es la manifestación de una relación que ha de ser inscrita en
una función más esencial, a saber, que en su relación con el deseo la realidad
solo aparece como marginal”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario
11, 1964, pág. 87)
Y se trata de encontrar en el
cuadro, ese juego de fuerzas que se le escapa, que provienen del deseo y que se
están allí, en una primera mirada como ausencia. Doble plano que se articula a
través de una doble mirada: aquella de las cosas que me miran y mi propia
mirada que responde: “En el campo escópico, todo se articula entre dos términos
que funcionan, de manera antinómica-del lado de las cosas está la mirada, es
decir, las cosas me miran, y no obstante, las veo”. (Lacan, Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis. Seminario 11, 1964, pág. 88)
Cuando vemos una pintura, esta
nos mira, nos obliga a dejar atrás nuestra mirada sobre ella y estamos exigidos
a entrar en el campo de ese otro modo de ver que me interroga, que me
cuestiona, que me dice que no se trata de mi representación del mundo y tampoco
de la representación contenida en el cuadro, sino de otra cosa que aparece allí
como pincelada, luz, color, movimiento.
Esta estrategia de fascinación
que ejerce sobre nosotros el cuadro, proviene de ese deseo que contiene y con
el que pretende darme sosiego, placer, incomodidad, disgusto. Esto es, que
negocia permanentemente con mi deseo, introduciendo otro deseo; más aún, el
cuadro no es otra cosa que “el deseo del Otro –diré que se trata de una especie
de deseo del Otro, en cuyo extremo
está el dar-a-ver”.
Lacan, J. (1964). Los cuatro conceptos fundamentales
del psicoanálisis. Seminario 11.
Lacan, J. (2014). El
deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires: Paidós .
jueves, 24 de mayo de 2018
NIHILISMO DIALÉCTICO. Segunda parte
1.
El pensamiento dialéctico implica
el nihilismo, como uno de los aspectos de los cuales no puede prescindir y que
le es inherente. La palabra nihilismo resuena en nuestros oídos de muchas
maneras, trae consigo muchas cargas semánticas y debates de muchos siglos, que
suelen tener una connotación negativa.
Por esto, es preciso delimitar con claridad
a qué se refiere este nihilismo que emerge del pensamiento dialéctico,
especialmente en aquellos aspectos que le diferencian de la tradición y, sobre
todo, de las posiciones nietzschianas.
En primer lugar, hay que alejarse
de los debates metafísicos en torno al nihilismo. No se trata del ser, que en
su máxima abstracción sería igual a la nada; menos aún, un camino para superar
el conjunto de la filosofía occidental.
El nihilismo dialéctico es
histórico: los valores y las formas de vida correspondientes de las que la
humanidad se ha dotado no han sido incapaces de resolver sus problemas
cruciales; por ahora, ningún principio, sistema, afirmación, ideología,
religión, ciencia o lo que fuere, ha demostrado que esté en capacidad de
encontrar una vía de salida que detenga a la humanidad de su auto-destrucción.
Por el contrario, cada idea que surge, cada teoría y práctica que se propone y
se aplica, o bien conduce al efecto opuesto de lo que se propone o termina por
ser marginal a los problemas planetarios. Y, como vemos a cada paso, no tardan en
convertirse en ideologías que alimentan máquinas de matar, que reintroducen el
fascismo en el mundo.
En segundo lugar, si bien
comparte con el nihilismo la negación de la civilización judeo-cristiana, no
convierte al nihilismo en un momento que es superado por otra cosa; por
ejemplo, la voluntad de poder, por medio de la afirmación de otros valores
distintos de los negados. Tampoco eleva el nihilismo a un estatuto que lo
convierta a él mismo en una entidad metafísica, en un “valor negativo”
igualmente fundamentalista.
Con todo lo importante que puedan
ser esas posiciones, el nihilismo dialéctico está lejos de ser un momento
necesario para evolucionar, crecer, mejorar o acceder a la verdad. No es un
lugar de paso amargo y terrible, que luego nos arroja a una playa paradisíaca
o, simplemente, al crudo ejercicio del poder sobre los demás, a la voluntad de
poder.
El nihilismo dialéctico es un
lugar en donde se permanece, en donde es preciso quedarse, que ahora carece de
una puerta de salida que afirma otros valores como verdades a creerse, a seguirse con algún tipo de fe. Y
si uno se aleja provisionalmente de él, se tiene que volver.
Por esto, se considera que tiene
la estructura del doble vínculo: adopción de unos valores por cuales se lucha
en la sociedad y negación de estos para evitar que se conviertan en
fundamentalismo, para mostrar su caducidad. Adoptar unos valores que tarde o
temprano tienen que ser desechados, a los nos aproximamos con un “esencialismo
estratégico”, pero que al final día, lo cuestionamos desde esa perspectiva
nihilista.
Y esta actitud se torna
indispensable porque vivimos en un mundo en donde cualquier idea, creencia,
práctica, se transforma rápidamente en un principio o valor absoluto, que
siempre va más lejos que lo que propone. Esto sucede incluso en aquellos casos
en donde esos valores que se predican sean justos: democracia, ecología, paz,
animalismo. Basta mencionar los crímenes monstruosos que se han dado a nombre
de la democracia o de cualquier otra ideología.
No se trata de negar la validez
de esas batallas, sino de tener frente a ellas una actitud nihilista, porque
solo eso impedirá que se conviertan en feroces ideologías que terminen con
todos los demás. Más aún, si alguno de esos grupos accediera al poder, lo más
probable es que terminaran en feroces dictaduras.
Este nihilismo dialéctico muestra
las limitaciones esenciales, estructurales, de cualquier valor, en una doble
dimensión: las que provienen de fuera, en la medida en que ningún está en la
capacidad de representar al conjunto de la humanidad, en la gigantesca
diversidad de sus manifestaciones, reivindicaciones, desafíos. La defensa del
valor, insisto por más justo que pretenda ser, deja fuera otros valores
igualmente justos.
Las limitaciones que se le son
inherentes y que terminan por manifestarse desde su mismo inicio; como señala
Fredric Jameson, no solo existe aquello que se opone, que se confronta, que
contradice un fenómeno, como parte del momento negativo de la dialéctica, sino
que existe esa otra negatividad al interior de cualquier realidad o valor, que
proviene de dentro, que le es constitutiva y que le llevará a su destrucción. (Jameson)
Nihilismo dialéctico que, además,
se extiende al orden planetario, que cuestiona las formas de vida no solo de
Occidente sino de Oriente, del norte y del sur, de los movimientos
emancipatorios sea cuales fueran estos. Insisto en que no trata de renunciar a
las luchas liberadoras contra toda forma de poder, sino de sacar a la luz lo
intrínsecamente negativo que contienen y que una vez llegado al poder, han
tomado la conducción del proceso, convirtiéndose en lo opuesto.
Esta es una posición histórica,
antes que una posición absoluta sobre la condición humana. Hasta ahora ningún
valor llevado a la práctica ha logrado resolver los problemas de la humanidad;
por el contrario, se han demostrado como máquinas de matar.
La perspectiva dialéctica
transparenta en el nihilismo su doble negatividad: de una parte, aquella que le
es externa y de otra, la que le es inherente. Todo fenómeno tiene frente a si
unas condiciones exteriores que atentan contra su existencia, contra su
desarrollo.
En esta exterioridad se pueden
distinguir dos modos: aquella que proviene de otro fenómeno sin una relación
directa con la realidad en cuestión; y aquella que se origina en el propio
fenómeno, que lo excreta y lo coloca allí afuera, como su opuesto, como su
contradicción. El trabajo de lo dialéctico en el nihilismo se lanza al
develamiento de esa otra negatividad inherente, interior, al fenómeno que,
tarde o temprano, terminará por destruirlo, independientemente de las acciones
que realice o deje de realizar la contradicción externa. (Jameson)
(Žižek, Contragolpe absoluto) (Žižek, Less
than nothing. Hegel and the shadow of dialectic materialism)
De este núcleo provienen las
limitaciones de las formas de vida, de su destino que les conduce a la
caducidad, a la imposibilidad de convertirse en principios generales que
resuelvan los problemas de la humanidad.
Esta segunda negatividad que el
pensamiento dialéctico muestra, no es el momento negativo de una positividad
que regresa superada y realizada en un tercer momento, en una suerte de la negación
de la negación, que arroja una positividad inédita que habría resuelto las
contradicciones de los momentos anteriores. Esa negación no conduce a una
solución, sino a la destrucción, a la descomposición, a la barbarie.
Ninguna realidad puede escapar a
este principio de auto-destrucción que lleva dentro, que lo conforma y lo
constituye, del cual ni siquiera alcanza a prescindir. El nihilismo dialéctico
tiene como tarea explicitar, respecto de todas las formas de vida, sus valores
y sus creencias, este principio destructivo que habita en el núcleo de lo
existente.
Una vez sacada a la luz este
grado cero de la negatividad hay que enfrentarlo. Caben diversas posibilidades
que tienen que ser resueltas de acuerdo a las situaciones concretas; sin
embargo, algunos cursos de acción se podrían seguir:
Insistir en esa negatividad
inherente y llevarla hasta las últimas consecuencias a fin de hacerla estallar
por medio de sus destitución; conducir hasta su cumplimiento pleno para que
quede exhausta y desaparezca; este puede ser el caso, por ejemplo, de la
relación a establecerse con el arte posmoderno y con otros cánones en
Occidente. Llevar las tendencias artísticas canónicas o de moda hasta su
cumplimiento; allí se podrá ver que no dan más de sí, que hora de desecharlas.
Aquí podrían jugar un papel importante la parodia o el pastiche. (Schurmann)
Luchar contra esas negatividades
auto-destructivas para evitar que contaminen a todo el resto de la sociedad,
para deconstruirlas adecuadamente exteriorizando los principios de su
funcionamiento o las consecuencias a las que llevaría en caso de completarse su
movimiento. Por ejemplo, analizar cómo la teoría decolonial de los estudios
culturales si alcanzara a ser poder en algún país, rápidamente adquiriría una
dimensión distópica, dictatorial. Esto es, si se extrajeran los presupuestos
políticos de la teoría decolonial – que contienen esa negatividad
auto-destructiva- tendríamos una salvaje dictadura.
Máxima conciencia y control de
las propias tendencias negativas inherentes a los discursos y prácticas que
cada quien sostiene; tarde o temprano, las posiciones que se mantienen,
terminarán por evidenciar la barbarie que les subyace. En algún momento habrá
que estar en “desacuerdo con uno mismo”, probablemente en el momento en que los
demás comienzan a estar de acuerdo con uno.
La forma de vida dialéctica, que
se origina en el pensamiento caníbal, implica el paso por el otro para llegar a
ser uno mismo; pero, no solo se trata de atravesar un territorio conflictivo
para llegar a nuestra meta. Supone, ante todo, que nos convertimos en otros
para ser nosotros mismos. Por ejemplo, el único modo de ser indígena ahora,
como ellos lo han mostrado hasta la saciedad, es volverse plenamente modernos:
entrar el mundo académico occidental y jugar con sus reglas, integrarse al
mundo tecnológico, entre otros tantos aspectos. No fingen ser modernos, sino
que son modernos. Y con esta transformación son plenamente indígenas, en su
permanente proceso de etnogénesis. (Sánchez-Parga) (Viveiros de Castro, A inconstancia da alma selvagem) (Viveiros de
Castro, Metafísicas caníbales)
Para que este proceso sea
posible, hay que preguntarse por esos modos de transformación que se dan cuando
nos convertimos en otros, sin perder la posibilidad de llegar a ser nosotros
mismos al final del camino. También puede suceder que una cultura se convierta
en otra -voluntariamente o no- y se pierda completamente, lo que ha sucedido
tantas veces. En el ejemplo, ¿cómo ser modernos sin dejar de ser indígenas? O,
con más precisión, ¿de qué manera el volverse modernos permite la continuidad
de la identidad indígena?
El nihilismo dialéctico trata de
mostrar este movimiento de transformación en otro que, sin embargo, permite ser
uno mismo. Subyacen aquí cuestiones ontológicas y metodológicas que tienen que
sacarse a la luz.
Si dejamos que esas
transformaciones que en la casi totalidad de los casos se nos imponen, actúen
sin más, si las dejamos libradas a su propia dinámica, el mundo al que
ingresamos destruirá el nuestro, esa otra cultura consumirá sin residuo al
nuestro; por ejemplo, convirtiéndole en objeto multicultural de consumo masivo.
Dos secuencias se alcanzan a
distinguir dentro de la transformación dialéctica: en primer lugar, nos
convertimos en otros, nos volvemos occidentales y modernos, de mejor manera que
ellos mismos, plenamente; asumimos la modernidad tardía como nuestra tarea:
batallamos por la democracia, por los derechos humanos, contra el hambre, por
la paz, contra la destrucción del planeta, más radicalmente que ellos mismos.
En segundo lugar -y este es el
gesto nihilista-, sacamos las consecuencias prácticas y discursivas de la
insuficiencia de ese modo de vida moderno tardío, de sus valores caducos, de la
incapacidad de esta “civilización” para resolver los problemas cruciales que
ella misma ha creado. Así, la democracia -sin ningún añadido-, aun las mejores,
terminan en el autoritarismo; los elementos dictatoriales ya viven dentro de la
propia democracia; incluso, como lo hemos visto en estas décadas, se produce un
continuo entre esas democracias y los elementos fascistas. Luchamos por la
democracia, pero no es suficiente, no nos dará las respuestas que necesitamos.
Este nihilismo dialéctico como
acción política y representación del mundo, permitirá reconocer en la acción de
las masas esas prefiguraciones de otra forma de vida que inventan, siempre
provisional y precariamente, esas partículas efímeras que sacan de la nada y
que vuelven a sumergirse en la nada; nos toca reflexionar sobre ellas,
teorizarlas, encontrar los modos de su continuidad. Tenemos que guiarnos por
esos destellos, que prontos son desplazados por otras “luces”: las grandes
movilizaciones de masas de nuestro siglo que fueron “traicionadas” y que
desembocaron en gobiernos autoritarios, dictaduras, guerras civiles.
Esta es una estrategia de doble
vínculo, en la oscilamos entre la defensa de esos valores modernos y, al mismo
tiempo, sabemos que tenemos que dejarla atrás, que reemplazarla por otra cosa.
Mientras esto sucede, vamos de un extremo a otro, negociando las formas y los
tiempos de nuestras prácticas y de nuestros discursos.
Sin embargo, otro gran tema tiene
que ser tratado adecuadamente. Ese gesto nihilista, que niega una forma de vida
junto con sus valores, ¿de qué manera es reemplazada? ¿Qué carácter tienen esos
otros valores que se inventan o se proponen?
Y aquí la conciencia y la actitud
nihilista no cesan de actuar. El nihilismo desde la perspectiva dialéctica no
es algo de lo que se pueda salir o dejar atrás. No hay un momento dialéctico de
superación, sino que implica una negatividad en la que es preciso quedarse,
habitar en ella. Y esta no es una elección. Simplemente es el hecho histórico
de vivir en la época del capitalismo tardío y de que la humanidad no ha
encontrado una vía para salir de ella. En este sentido, el nihilismo dialéctico
no es metafísico, una suerte de relación de la nada con el ser que se oculta.
De tal manera que un valor que
reemplaza a otro -o que pretende hacerlo- tiene que ser sometido a esta misma
máquina nihilista dialéctico: entramos en ese valor, luchamos por él, nos
representamos el mundo a través de él; y, simultáneamente, mostramos el grado
cero de la negación que exterioriza aquellos elementos que lo hacen
auto-destructivo independientemente de los factores externos que se le opongan.
No hay una voluntad de poder que
afirme “la vida” y que permita el reemplazo del hombre por el superhombre; sino
una voluntad de poder que se ejerce siempre sobre otros. Aun afirmando la vida
la voluntad de poder es, siempre, voluntad que exige la obediencia de otros, una
máquina de opresión. No hay una exterioridad de esta máquina; no existe una
situación ni una teoría que se coloque fuera de ella, no importa de dónde
provenga, aunque lo haga desde sur, los movimientos antiglobalización o las
epistemologías alternativas.
2. Nihilismo
y melancolía
En este oscuro momento de la
historia, en donde no sabemos cómo serán las revoluciones futuras ni cuando
vendrán, ¿qué sentido tiene la frase de Marx y Engels: “Un fantasma recorre
Europa: el fantasma del comunismo? Ciertamente que el fantasma del comunismo ya
no recorre ningún lugar del mundo; más bien, es el comunismo es el que se
convertido en espectral. (Marx y
Engels)
Ahora nos enfrentamos a la
presencia brutal del fascismo que asciende y de nuevas corrientes
socialdemócratas y populistas que han ocupado el lugar de la izquierda
revolucionaria, a veces con el mismo nombre.
Marx y Engels ahora habitan en
Comala, aunque Pedro Páramo no lo sepa. ¿Se habrá imaginado algo así Juan
Rulfo? Sus muertos, como estos dos, pertenecen a aquellos que no descansan en
paz, porque la historia sigue siendo contada por los vencedores y estos no han
dejado de triunfar. (Rulfo)
(Benjamin)
Y no descansarán en paz hasta que
los vencidos logren decir su historia, a su manera, con sus palabras, con sus
hechos.
“Era ese
tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por
el olor podrido de la saponarias.
El camino subía y
bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él
que viene, baja."
-¿Cómo dice
usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de
que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se
ve esto tan triste?
-Son los
tiempos, señor.” (Rulfo 6)
Como en Comala, vivimos una época
triste, quemados bajo el sol del capitalismo tardío, sin lugar para
guarecernos, arrojados a la intemperie. Por eso, hemos sido convertidos a la
nostalgia, al comunismo melancólico: “Yo imaginaba ver aquello a través de los
recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros”. (Rulfo 6)
Aquí en Comala, los comunistas
melancólicos nos topamos en “Los Encuentros” y esperamos juntos sin saber qué
esperamos: “Todo parecía estar como en espera de algo”. Entonces, estallamos en
“un rencor vivo”, de la pura rabia contra el destino que nos ha tocado. (Rulfo 7)
¿Qué guardamos de Marx y de las
revoluciones sino ese “retrato viejo, carcomido por los bordes”, al cual aún nos
aferramos todavía? ¿Todavía? ¿Seguimos tras ese “pueblo solitario buscando a
alguien que no existe”? (Rulfo 7)
Pero, esta nostalgia, esta
melancolía de Marx -y de las revoluciones- esperando sin saber qué en el pueblo
fantasmal de Comala, no es un llamado al desánimo, a la desesperación, al
abandono de nuestras convicciones, sino el reconocimiento desnudo de los
fracasos de los oprimidos, de los condenados de la tierra y, simultáneamente,
la renovada fuerza que nos impulsa a seguir, partiendo de la memoria de los
muertos, de aquello que debemos continuar y de lo que tenemos que dejar atrás.
Porque sabemos, por conocimiento
y por experiencia, que el comunismo melancólico es como el agua que llena el
cántaro y que tarde o temprano, la desbordará y la historia volverá a comenzar,
tal como lo describe Juan Rulfo:
“En el
hidrante las gotas caen una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua
clara caer sobre el cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que
caminan, que van y vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se
desborda haciendo rodar el agua sobre un suelo mojado.” (Rulfo 16)
Una melancolía que proviene de
una particular relación con el pasado y con el fracaso, con el mundo de los
muertos, con aquellos que todavía no pueden descansar en paz, mientras la
historia siga siendo contada por los vencedores y que ha formado parte de la
tradición marxista: “Melancolía ha sido una dimensión escondida de la izquierda,
aun cuando solo ha aparecido en la superficie al final del siglo XX, con el
fracaso del comunismo”. (Traverso 158)
Sin embargo, esta melancolía de
izquierda tiene poco que ver con los fenómenos psicopatológicos, relacionados
con la pena, el duelo, el desánimo, la acedia: “Acedia significa tristeza, pena, desesperación, infelicidad y
desolación; en sus formas más agudas corresponde a la impotencia, pasividad,
torpor, pereza, pusilanimidad, y disgusto con la vida” (Traverso 160) , a lo que añade el
duelo y la resignación.
Nada de esto se encuentra en la
melancolía de izquierda, porque no es un tema psicológico, sino un estado de
ánimo colectivo, de los militantes de izquierda, de los grupos radicales y que
surge al mirar atrás, al reconsiderar la historia, al reconsiderar los sucesos
de los cuales provenimos, en una época en donde la memoria de esos sucesos
revolucionarios fracasados se empieza a perder de la memoria colectiva.
Duelo y melancolía tienen que ver
“con la pérdida (o la ausencia) del objeto amado o de un objeto querido que
puede ser una persona o una categoría abstracta (un ideal, un país, la libertad
o cosas así)…” (Traverso 174) ¿Qué es lo que ha perdido la izquierda
revolucionaria? Y lo que ha fracasado son las revoluciones socialistas del
siglo XX, que han terminado en el triunfo del capitalismo tardío y en los
socialismos realmente inexistentes.
Entonces, ¿en qué consiste esta
melancolía de izquierda que le separa de sus versiones psicopatológicas y de
las conservadoras que paralizan a los colectivos y a los individuos? La
melancolía de izquierda es la particular manera de enfrentar ese pasado de
derrotas, en donde hasta la utopía se ha perdida borrada de la memoria.
Hay al menos dos maneras muy
conocidas de reaccionar frente a las derrotas del pasado y que las vemos en
nuestras sociedades y en la vida política día a día: una primera posición, que
simplemente reniega de esa pasado y se suma al triunfo del capitalismo, del
populismo o de cualquier otra corriente abandonando el campo de la lucha
emancipadora: “…el rechazo del socialismo real inevitablemente llega a ser una
desencantada aceptación del mercado capitalista y del neoliberalismo…”. (Traverso
177)
Una segunda posición, que no acepta darle la espalda a la historia de las
resistencias contra el capital, cae en el desánimo, abandona la lucha social,
se refugia en la vida privada y sostiene que simplemente no hay alternativa;
así se termina en el inmovilismo de una nostalgia paralizante.
La melancolía de izquierda es la
relación con los fracasos de las revoluciones, que las reconoce como tales, que
se niega a sumarse al capitalismo tardío y al neoliberalismo y que rechaza la resignación, el inmovilismo,
el derrotismo. Es la relación con la memoria, con las tradiciones, con las
luchas, que la izquierda se niega a abandonar, aun sabiendo que serán necesarias
grandes transformaciones en la comprensión de las revoluciones, en la
perspectiva de diseñar nuevas estrategias inéditas, que nos arroja a la
responsabilidad para con las batallas por la emancipación.
Entonces, es una melancolía que
pertenece de lleno al nihilismo dialéctico, que se reconoce los fracasos como
fracasos, sin falsos argumentos que lleven a pensar que los estos conducen
deterministamente a triunfos, que vivimos en una época en donde hasta la
memoria de las revoluciones se está perdiendo y que, por eso mismo, insiste en
seguir reclamándose de esas tradiciones en una época en donde los vencedores no
han dejado de triunfar:
“El secreto de
este metabolismo de la derrota –melancolía pero sin desmotivación o
desmovilización, exhausto pero no oscuro- yace precisamente en la fusión entre
el sufrimiento de experiencia catastróficas (derrota, represión, humillación,
persecución, exilio) y la persistencia de la utopía vivida como horizonte de
expectativas y de una perspectiva histórica”. (Traverso 192)
6. Por qué y cómo ser nihilistas ahora.
Después de este recorrido parcial
por el nihilismo, desde la perspectiva dialéctica, se pueden sintetizar sus
principales hallazgos que nos permitan responder a la pregunta: ¿por qué y cómo
ser nihilistas ahora?
6.1. El nihilismo dialéctico es
una respuesta histórica, que hace un gesto inmanente y que evita cualquier
postulado que lleve hacia una salida trascendente, más allá de este mundo, de
esta realidad y se instala en lo que se denomina una “política profana”, en
donde las respuestas no podrán encontrarse a menos que recurramos, en alguna
medida, a Marx y a las mejores tradiciones revolucionarias. (Bensaid, Elogio de la política profana, 2009) (Bensaid, Le
sourire du Spectre, 2000)
Movimiento inmanente que se niega
a adoptar cualquier tipo de actitudes “colmadoras” del vacío y, por el
contrario, se instala de lleno en este, que es el único lugar que está
permitido habitar con total desapego. (Weil)
6.2. Un nihilismo que va en
dirección opuesta a sus modelos occidentales, especialmente a aquellos que
apelan a Nietzsche y que, en su base, niegan la posibilidad de que esos valores
negados sean superados por positividades, que finalmente solo encubren otro
modo de manifestar su voluntad de poder. (Sjöstedt-H.)
6.3. La nada ha sido
desustancializada y se ha convertido en el lugar en donde todo se produce, se
da y es allí en donde sucede la experiencia que, a su vez, es conformadora de
sujetos y subjetividades. Los sujetos provienen de la experiencia que está
antes y primero que ellos. (Nishida, La experiencia pura)
Una nada que permite replantear
las viejas preguntas metafísicas y transformarlas. Diríamos ahora: ¿por qué
existe nada?, ¿por qué existe un ser que proviene de la nada?, ¿por qué el ser
finalmente vuelve a la nada? Y que altera la formulación hegeliana de la
siguiente manera:
Nada
------- ser ------- nada1…
Que dibuja un bucle infinito, que
no cesa de repetirse indefinidamente.
Nihilismo khorológico – la
vacuidad como lugar- que adopta la forma quiasmática, en donde los opuestos se
entrecruzan sin resolverse, en un juego constante entre nada y ser, que impide
cualquier síntesis superadora de esos opuestos en una suerte de positividad que
los rebase. Y que desemboca en un habitar en ese lugar que es el doble vínculo,
la doble prescripción.
6.3. Nihilismo dialéctico que
recoge los aspectos señalados más arriba y que hace de la negación el eje sobre
el cual gira el mundo entero. Una negación doble: aquella que proviene de las
limitaciones, restricciones, oposiciones externas que todo fenómeno tiene; y
otra que yace en el propio interior de todos los fenómenos y que, tarde o
temprano, llevará a su destrucción, aun dejados a su sola dinámica.
Nihilismo dialéctico como doble
vínculo y doble prescripción, en el cual hay que quedarse, mantenerse,
sostenerse, habitar, en donde no hay un afuera al que escapar, a donde huir y
respecto del cual tenemos que ser responsables de la batalla por resolver,
siempre parcial y provisionalmente, la doble prescripción desde la perspectiva
de las luchas por la emancipación y contra toda forma de opresión.
6.4. La melancolía de izquierda
es el estado de ánimo que se corresponde con el nihilismo dialéctico. No se
trata de psicopatología, de trastornos de los individuos, sometidos a la
desesperación y al desánimo, sino del estado de ánimo colectivo, de segmentos
de las masas, que estructuran de ese modo su memoria.
La melancolía de izquierda es esa
actitud, más allá de los razonamientos y argumentos, que adoptamos ante la
historia del fracaso de las revoluciones, que impide que nos sumemos al
capitalismo tardío y al neoliberalismo dándole la espalda a la memoria de los
oprimidos; y, que por otra parte, nos exige actuar, ser responsables de
mantener la memoria y de encontrar caminos para encontrar la utopía y las
revoluciones perdidas.
Bibliografía
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Pozza Editore, 2015.
—. Opus Dei.
Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2012.
Benjamin, Walter.
«Tesis de filosofía de la historia.» 31 de julio de 2009. 31 de julio de
2009. <http://www.revoltaglobal.net>.
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