Por esta misma razón, su
conceptualización, su entendimiento pleno, se vuelve tan difícil. Es un
fenómeno tan cercano y diario que nos envuelve y que nos deja poco espacio para
tomar una adecuada distancia. Se podría decir que es como la luz que ilumina
los objetos para que puedan ser vistos pero que no podemos mirarla directamente
sin deslumbrarnos.
He dicho, en otro lugar, que es
conveniente comenzar con una aproximación generalísima a la forma, que
posibilite avanzar desde allí, sin cerrar caminos ni tomar decisiones apresuradas
ni adherirse a algún paradigma que luego se demuestre limitado en la
comprensión de un aspecto que abarca la realidad entera.
Entonces, digamos que forma es
todo aquello que introduce una distinción. Ahora bien, se proponen las
siguientes características de este proceso de generación de distinciones:
1. 1. Doble
historicidad de lo real.
Lo real es histórico, deviene
siguiendo un determinado proceso y, además, las causas le son internas,
inmanentes. No hay una exterioridad de lo real que se ubique por fuera de su
historia. Dicha historicidad, sin embargo, se desdobla inmediatamente, en el
mismo momento de su aparición.
Por una parte, tenemos la
historia de las cosas, de los entes, de lo que existe. Por otra parte, nos
encontramos con la historicidad de las formas con cuales las cosas devienen
reales, que son reglas de conformación, que hacen que una cosa sea esta cosa y
no otra, que nos permite distinguir una realidad de otra. En este sentido, la
distinción depende directamente de la forma.
Esto posibilita que elementos dispersos
de la realidad pertenezcan a una misma clase, conjunto, fenómeno. Por ejemplo,
todos los electrones son iguales y están sometidos a las mismas leyes; los
estados cumplen unas funciones similares y tienen características comunes; la
gran variedad de seres vivos se clasifican en especies; los triángulos cumplen
con los mismos axiomas.
2. 2. El
carácter ontológico de la forma.
La forma, en su generalidad como
distinta de las formas concretas que existen en el mundo, está lejos de ser
únicamente un artificio de la razón, en cualquier de sus modalidades: deductiva
o inductiva. Podemos conocerla y aplicarla en cuanto es real: tiene un carácter
ontológico.
Diríamos, entonces, que en el
volcarse a la existencia las cosas lo hacen como tales –en su concreción, en su
especificidad- y que esta emergencia tiene una co-ocurrencia, un correlato
necesario que es la forma con la que aparecen.
Las cosas se vuelven cosas
siguiendo unas reglas de conformación, adecuándose a una forma determinada o
específica. Por eso, la forma no se reduce a las formas, sino que las sustenta,
las fundamenta.
3. 3. Formación
y formas.
La existencia de una cosa como “esta
cosa” ha sufrido un proceso de formación. La forma la regla de formación como
el camino que sigue una cosa para formarse, para devenir real. La forma
contiene a la formación.
O, si se prefiere, dada una forma
podemos preguntarnos cómo llegó a ser. Como decía Whitehead, ser es llegar a
ser (becoming). Lo que es una cosa es, tiene su equivalente en el proceso que
le llevó a ser. La forma es, de esta manera, procesual.
4. 4. .Transformación.
Siguiendo el rastro del último
punto, hay que añadir que una vez dada una cosa, una vez concluido
relativamente un proceso –por ejemplo, esta mesa que tengo frente a mí-,
también se encuentra contenida en la forma los elementos, los principios, las
reglas de su transformación.
Esto es, cabe constantemente la
pregunta acerca de qué cambios sufrirá la realidad que tenemos delante de
nosotros y la pregunta por los modos que seguirá en este proceso de
transformación. La estabilidad de la cosas es provisional. Tarde o temprano se
volverán otras. El universo entero terminará y quizás otro comience; o tal vez
no.