Los atroces
límites de la experiencia personal hacen evidente que estamos atrapados en la
ínfima perspectiva de cada uno, sin posibilidad de escapar. Afuera, como
solución, se ofrece religión, fundamentalismos, poder, que se presentan como
egos gigantescos capaces de realizar lo que nuestro yo no puede hacerlo.
¿Cómo sería un
entendimiento agente, un intelecto general, una comunidad sin estas trampas que
convierten a la colectividad en el principio del totalitarismo? La disolución
del sujeto, especialmente en la posmodernidad nos lleva a individuos todavía
más fragmentados, más aislados, banalizados hasta el extremo.
En este
contexto, el teatro imagina otras formas de vida y las coloca frente a nuestros
ojos. Rompe la experiencia indidivual para trasladarla a otra esfera, a otro
mundo, quizás similar, pero que al menos nos dice que hay algo por fuera de
nosotros, puntos de vista que ni siquiera alcanzamos a comprender.
Por eso el
teatro tiene que incluir una ironía sobre el autor, sobre la perspectiva
propia, sobre el ridículo escritor que se concibe a sí mismo como la
subjetividad que da sentido a la obra. Una subjetividad potente y constitutiva,
a la imagen y semejanza de cualquier otro poder.
Necesitamos de
una subjetividad que sea entendida como máquina, como mecanismo automático, que
ocupe la superficie lingüística, que se haga desde fuera hacia dentro. En este
sitio, las didascalias pueden tener una función que no se reduzca a ser un
elemento subsidiario del texto o un mero instrumento del montaje; esto es, que
vaya más allá de las acotaciones.
Unas
didascalias que son el mecanismos interno de funcionamiento de la máquina
abstracta teatral y que conducen a una variedad de formas que adquiere una
dramaturgia. Estas didascalias parten de la estructura maquínica del teatro
caníbal, porque solo por medio de ellas son posibles las especificaciones de la
forma teatro, porque crean los modos de efectuación de la máquina.
Así se produce
un teatro ocasionalismo que establece en qué juego del lenguaje tendría sentido
este montaje, con este texto, en este mundo posible.
En el teatro
caníbal se hacen máquinas y junto con ellas, se desarrollan una serie de
diagramas, de esquemas formales, que establecen el la estética, el ritmo, los
modos de aparición de ese mundo que quiere imaginar a otro.
Pero esta
imaginación de otro se tiene que hacer sobre el otro por sí mismo, aproximarse
a la manera cómo el otro se mira, se ve, se percibe, se contradice. Esto es el
teatro caníbal y su máquina es un dispositivo para imaginar al otro en cuanto
otro.
Es
indispensable, para esto, en el teatro caníbal introducir una distancia
indispensable entre el autor y la obra, entre el autor y el montaje. El autor
no es tanto una subjetividad portadora de sentido, sino un dispositivo que
tiene como finalidad la fabricación de la máquina; en realidad machina ex
machina, una máquina que hace máquinas, una máquina que maquina.
La didascalia
son las reglas de funcionamiento de la máquinas, las normas de su operación,
los recorridos posibles dentro de los engranajes, las maneras de correr del
programa, el lenguaje máquina del teatro canibal, en el cual tienen que
traducirse todos los demás, desde el texto hasta las acotaciones, incluyendo
música, vestuario, sonido.