1.
El pensamiento dialéctico implica
el nihilismo, como uno de los aspectos de los cuales no puede prescindir y que
le es inherente. La palabra nihilismo resuena en nuestros oídos de muchas
maneras, trae consigo muchas cargas semánticas y debates de muchos siglos, que
suelen tener una connotación negativa.
Por esto, es preciso delimitar con claridad
a qué se refiere este nihilismo que emerge del pensamiento dialéctico,
especialmente en aquellos aspectos que le diferencian de la tradición y, sobre
todo, de las posiciones nietzschianas.
En primer lugar, hay que alejarse
de los debates metafísicos en torno al nihilismo. No se trata del ser, que en
su máxima abstracción sería igual a la nada; menos aún, un camino para superar
el conjunto de la filosofía occidental.
El nihilismo dialéctico es
histórico: los valores y las formas de vida correspondientes de las que la
humanidad se ha dotado no han sido incapaces de resolver sus problemas
cruciales; por ahora, ningún principio, sistema, afirmación, ideología,
religión, ciencia o lo que fuere, ha demostrado que esté en capacidad de
encontrar una vía de salida que detenga a la humanidad de su auto-destrucción.
Por el contrario, cada idea que surge, cada teoría y práctica que se propone y
se aplica, o bien conduce al efecto opuesto de lo que se propone o termina por
ser marginal a los problemas planetarios. Y, como vemos a cada paso, no tardan en
convertirse en ideologías que alimentan máquinas de matar, que reintroducen el
fascismo en el mundo.
En segundo lugar, si bien
comparte con el nihilismo la negación de la civilización judeo-cristiana, no
convierte al nihilismo en un momento que es superado por otra cosa; por
ejemplo, la voluntad de poder, por medio de la afirmación de otros valores
distintos de los negados. Tampoco eleva el nihilismo a un estatuto que lo
convierta a él mismo en una entidad metafísica, en un “valor negativo”
igualmente fundamentalista.
Con todo lo importante que puedan
ser esas posiciones, el nihilismo dialéctico está lejos de ser un momento
necesario para evolucionar, crecer, mejorar o acceder a la verdad. No es un
lugar de paso amargo y terrible, que luego nos arroja a una playa paradisíaca
o, simplemente, al crudo ejercicio del poder sobre los demás, a la voluntad de
poder.
El nihilismo dialéctico es un
lugar en donde se permanece, en donde es preciso quedarse, que ahora carece de
una puerta de salida que afirma otros valores como verdades a creerse, a seguirse con algún tipo de fe. Y
si uno se aleja provisionalmente de él, se tiene que volver.
Por esto, se considera que tiene
la estructura del doble vínculo: adopción de unos valores por cuales se lucha
en la sociedad y negación de estos para evitar que se conviertan en
fundamentalismo, para mostrar su caducidad. Adoptar unos valores que tarde o
temprano tienen que ser desechados, a los nos aproximamos con un “esencialismo
estratégico”, pero que al final día, lo cuestionamos desde esa perspectiva
nihilista.
Y esta actitud se torna
indispensable porque vivimos en un mundo en donde cualquier idea, creencia,
práctica, se transforma rápidamente en un principio o valor absoluto, que
siempre va más lejos que lo que propone. Esto sucede incluso en aquellos casos
en donde esos valores que se predican sean justos: democracia, ecología, paz,
animalismo. Basta mencionar los crímenes monstruosos que se han dado a nombre
de la democracia o de cualquier otra ideología.
No se trata de negar la validez
de esas batallas, sino de tener frente a ellas una actitud nihilista, porque
solo eso impedirá que se conviertan en feroces ideologías que terminen con
todos los demás. Más aún, si alguno de esos grupos accediera al poder, lo más
probable es que terminaran en feroces dictaduras.
Este nihilismo dialéctico muestra
las limitaciones esenciales, estructurales, de cualquier valor, en una doble
dimensión: las que provienen de fuera, en la medida en que ningún está en la
capacidad de representar al conjunto de la humanidad, en la gigantesca
diversidad de sus manifestaciones, reivindicaciones, desafíos. La defensa del
valor, insisto por más justo que pretenda ser, deja fuera otros valores
igualmente justos.
Las limitaciones que se le son
inherentes y que terminan por manifestarse desde su mismo inicio; como señala
Fredric Jameson, no solo existe aquello que se opone, que se confronta, que
contradice un fenómeno, como parte del momento negativo de la dialéctica, sino
que existe esa otra negatividad al interior de cualquier realidad o valor, que
proviene de dentro, que le es constitutiva y que le llevará a su destrucción. (Jameson)
Nihilismo dialéctico que, además,
se extiende al orden planetario, que cuestiona las formas de vida no solo de
Occidente sino de Oriente, del norte y del sur, de los movimientos
emancipatorios sea cuales fueran estos. Insisto en que no trata de renunciar a
las luchas liberadoras contra toda forma de poder, sino de sacar a la luz lo
intrínsecamente negativo que contienen y que una vez llegado al poder, han
tomado la conducción del proceso, convirtiéndose en lo opuesto.
Esta es una posición histórica,
antes que una posición absoluta sobre la condición humana. Hasta ahora ningún
valor llevado a la práctica ha logrado resolver los problemas de la humanidad;
por el contrario, se han demostrado como máquinas de matar.
La perspectiva dialéctica
transparenta en el nihilismo su doble negatividad: de una parte, aquella que le
es externa y de otra, la que le es inherente. Todo fenómeno tiene frente a si
unas condiciones exteriores que atentan contra su existencia, contra su
desarrollo.
En esta exterioridad se pueden
distinguir dos modos: aquella que proviene de otro fenómeno sin una relación
directa con la realidad en cuestión; y aquella que se origina en el propio
fenómeno, que lo excreta y lo coloca allí afuera, como su opuesto, como su
contradicción. El trabajo de lo dialéctico en el nihilismo se lanza al
develamiento de esa otra negatividad inherente, interior, al fenómeno que,
tarde o temprano, terminará por destruirlo, independientemente de las acciones
que realice o deje de realizar la contradicción externa. (Jameson)
(Žižek, Contragolpe absoluto) (Žižek, Less
than nothing. Hegel and the shadow of dialectic materialism)
De este núcleo provienen las
limitaciones de las formas de vida, de su destino que les conduce a la
caducidad, a la imposibilidad de convertirse en principios generales que
resuelvan los problemas de la humanidad.
Esta segunda negatividad que el
pensamiento dialéctico muestra, no es el momento negativo de una positividad
que regresa superada y realizada en un tercer momento, en una suerte de la negación
de la negación, que arroja una positividad inédita que habría resuelto las
contradicciones de los momentos anteriores. Esa negación no conduce a una
solución, sino a la destrucción, a la descomposición, a la barbarie.
Ninguna realidad puede escapar a
este principio de auto-destrucción que lleva dentro, que lo conforma y lo
constituye, del cual ni siquiera alcanza a prescindir. El nihilismo dialéctico
tiene como tarea explicitar, respecto de todas las formas de vida, sus valores
y sus creencias, este principio destructivo que habita en el núcleo de lo
existente.
Una vez sacada a la luz este
grado cero de la negatividad hay que enfrentarlo. Caben diversas posibilidades
que tienen que ser resueltas de acuerdo a las situaciones concretas; sin
embargo, algunos cursos de acción se podrían seguir:
Insistir en esa negatividad
inherente y llevarla hasta las últimas consecuencias a fin de hacerla estallar
por medio de sus destitución; conducir hasta su cumplimiento pleno para que
quede exhausta y desaparezca; este puede ser el caso, por ejemplo, de la
relación a establecerse con el arte posmoderno y con otros cánones en
Occidente. Llevar las tendencias artísticas canónicas o de moda hasta su
cumplimiento; allí se podrá ver que no dan más de sí, que hora de desecharlas.
Aquí podrían jugar un papel importante la parodia o el pastiche. (Schurmann)
Luchar contra esas negatividades
auto-destructivas para evitar que contaminen a todo el resto de la sociedad,
para deconstruirlas adecuadamente exteriorizando los principios de su
funcionamiento o las consecuencias a las que llevaría en caso de completarse su
movimiento. Por ejemplo, analizar cómo la teoría decolonial de los estudios
culturales si alcanzara a ser poder en algún país, rápidamente adquiriría una
dimensión distópica, dictatorial. Esto es, si se extrajeran los presupuestos
políticos de la teoría decolonial – que contienen esa negatividad
auto-destructiva- tendríamos una salvaje dictadura.
Máxima conciencia y control de
las propias tendencias negativas inherentes a los discursos y prácticas que
cada quien sostiene; tarde o temprano, las posiciones que se mantienen,
terminarán por evidenciar la barbarie que les subyace. En algún momento habrá
que estar en “desacuerdo con uno mismo”, probablemente en el momento en que los
demás comienzan a estar de acuerdo con uno.
La forma de vida dialéctica, que
se origina en el pensamiento caníbal, implica el paso por el otro para llegar a
ser uno mismo; pero, no solo se trata de atravesar un territorio conflictivo
para llegar a nuestra meta. Supone, ante todo, que nos convertimos en otros
para ser nosotros mismos. Por ejemplo, el único modo de ser indígena ahora,
como ellos lo han mostrado hasta la saciedad, es volverse plenamente modernos:
entrar el mundo académico occidental y jugar con sus reglas, integrarse al
mundo tecnológico, entre otros tantos aspectos. No fingen ser modernos, sino
que son modernos. Y con esta transformación son plenamente indígenas, en su
permanente proceso de etnogénesis. (Sánchez-Parga) (Viveiros de Castro, A inconstancia da alma selvagem) (Viveiros de
Castro, Metafísicas caníbales)
Para que este proceso sea
posible, hay que preguntarse por esos modos de transformación que se dan cuando
nos convertimos en otros, sin perder la posibilidad de llegar a ser nosotros
mismos al final del camino. También puede suceder que una cultura se convierta
en otra -voluntariamente o no- y se pierda completamente, lo que ha sucedido
tantas veces. En el ejemplo, ¿cómo ser modernos sin dejar de ser indígenas? O,
con más precisión, ¿de qué manera el volverse modernos permite la continuidad
de la identidad indígena?
El nihilismo dialéctico trata de
mostrar este movimiento de transformación en otro que, sin embargo, permite ser
uno mismo. Subyacen aquí cuestiones ontológicas y metodológicas que tienen que
sacarse a la luz.
Si dejamos que esas
transformaciones que en la casi totalidad de los casos se nos imponen, actúen
sin más, si las dejamos libradas a su propia dinámica, el mundo al que
ingresamos destruirá el nuestro, esa otra cultura consumirá sin residuo al
nuestro; por ejemplo, convirtiéndole en objeto multicultural de consumo masivo.
Dos secuencias se alcanzan a
distinguir dentro de la transformación dialéctica: en primer lugar, nos
convertimos en otros, nos volvemos occidentales y modernos, de mejor manera que
ellos mismos, plenamente; asumimos la modernidad tardía como nuestra tarea:
batallamos por la democracia, por los derechos humanos, contra el hambre, por
la paz, contra la destrucción del planeta, más radicalmente que ellos mismos.
En segundo lugar -y este es el
gesto nihilista-, sacamos las consecuencias prácticas y discursivas de la
insuficiencia de ese modo de vida moderno tardío, de sus valores caducos, de la
incapacidad de esta “civilización” para resolver los problemas cruciales que
ella misma ha creado. Así, la democracia -sin ningún añadido-, aun las mejores,
terminan en el autoritarismo; los elementos dictatoriales ya viven dentro de la
propia democracia; incluso, como lo hemos visto en estas décadas, se produce un
continuo entre esas democracias y los elementos fascistas. Luchamos por la
democracia, pero no es suficiente, no nos dará las respuestas que necesitamos.
Este nihilismo dialéctico como
acción política y representación del mundo, permitirá reconocer en la acción de
las masas esas prefiguraciones de otra forma de vida que inventan, siempre
provisional y precariamente, esas partículas efímeras que sacan de la nada y
que vuelven a sumergirse en la nada; nos toca reflexionar sobre ellas,
teorizarlas, encontrar los modos de su continuidad. Tenemos que guiarnos por
esos destellos, que prontos son desplazados por otras “luces”: las grandes
movilizaciones de masas de nuestro siglo que fueron “traicionadas” y que
desembocaron en gobiernos autoritarios, dictaduras, guerras civiles.
Esta es una estrategia de doble
vínculo, en la oscilamos entre la defensa de esos valores modernos y, al mismo
tiempo, sabemos que tenemos que dejarla atrás, que reemplazarla por otra cosa.
Mientras esto sucede, vamos de un extremo a otro, negociando las formas y los
tiempos de nuestras prácticas y de nuestros discursos.
Sin embargo, otro gran tema tiene
que ser tratado adecuadamente. Ese gesto nihilista, que niega una forma de vida
junto con sus valores, ¿de qué manera es reemplazada? ¿Qué carácter tienen esos
otros valores que se inventan o se proponen?
Y aquí la conciencia y la actitud
nihilista no cesan de actuar. El nihilismo desde la perspectiva dialéctica no
es algo de lo que se pueda salir o dejar atrás. No hay un momento dialéctico de
superación, sino que implica una negatividad en la que es preciso quedarse,
habitar en ella. Y esta no es una elección. Simplemente es el hecho histórico
de vivir en la época del capitalismo tardío y de que la humanidad no ha
encontrado una vía para salir de ella. En este sentido, el nihilismo dialéctico
no es metafísico, una suerte de relación de la nada con el ser que se oculta.
De tal manera que un valor que
reemplaza a otro -o que pretende hacerlo- tiene que ser sometido a esta misma
máquina nihilista dialéctico: entramos en ese valor, luchamos por él, nos
representamos el mundo a través de él; y, simultáneamente, mostramos el grado
cero de la negación que exterioriza aquellos elementos que lo hacen
auto-destructivo independientemente de los factores externos que se le opongan.
No hay una voluntad de poder que
afirme “la vida” y que permita el reemplazo del hombre por el superhombre; sino
una voluntad de poder que se ejerce siempre sobre otros. Aun afirmando la vida
la voluntad de poder es, siempre, voluntad que exige la obediencia de otros, una
máquina de opresión. No hay una exterioridad de esta máquina; no existe una
situación ni una teoría que se coloque fuera de ella, no importa de dónde
provenga, aunque lo haga desde sur, los movimientos antiglobalización o las
epistemologías alternativas.
2. Nihilismo
y melancolía
En este oscuro momento de la
historia, en donde no sabemos cómo serán las revoluciones futuras ni cuando
vendrán, ¿qué sentido tiene la frase de Marx y Engels: “Un fantasma recorre
Europa: el fantasma del comunismo? Ciertamente que el fantasma del comunismo ya
no recorre ningún lugar del mundo; más bien, es el comunismo es el que se
convertido en espectral. (Marx y
Engels)
Ahora nos enfrentamos a la
presencia brutal del fascismo que asciende y de nuevas corrientes
socialdemócratas y populistas que han ocupado el lugar de la izquierda
revolucionaria, a veces con el mismo nombre.
Marx y Engels ahora habitan en
Comala, aunque Pedro Páramo no lo sepa. ¿Se habrá imaginado algo así Juan
Rulfo? Sus muertos, como estos dos, pertenecen a aquellos que no descansan en
paz, porque la historia sigue siendo contada por los vencedores y estos no han
dejado de triunfar. (Rulfo)
(Benjamin)
Y no descansarán en paz hasta que
los vencidos logren decir su historia, a su manera, con sus palabras, con sus
hechos.
“Era ese
tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por
el olor podrido de la saponarias.
El camino subía y
bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él
que viene, baja."
-¿Cómo dice
usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
-Comala, señor.
-¿Está seguro de
que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se
ve esto tan triste?
-Son los
tiempos, señor.” (Rulfo 6)
Como en Comala, vivimos una época
triste, quemados bajo el sol del capitalismo tardío, sin lugar para
guarecernos, arrojados a la intemperie. Por eso, hemos sido convertidos a la
nostalgia, al comunismo melancólico: “Yo imaginaba ver aquello a través de los
recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros”. (Rulfo 6)
Aquí en Comala, los comunistas
melancólicos nos topamos en “Los Encuentros” y esperamos juntos sin saber qué
esperamos: “Todo parecía estar como en espera de algo”. Entonces, estallamos en
“un rencor vivo”, de la pura rabia contra el destino que nos ha tocado. (Rulfo 7)
¿Qué guardamos de Marx y de las
revoluciones sino ese “retrato viejo, carcomido por los bordes”, al cual aún nos
aferramos todavía? ¿Todavía? ¿Seguimos tras ese “pueblo solitario buscando a
alguien que no existe”? (Rulfo 7)
Pero, esta nostalgia, esta
melancolía de Marx -y de las revoluciones- esperando sin saber qué en el pueblo
fantasmal de Comala, no es un llamado al desánimo, a la desesperación, al
abandono de nuestras convicciones, sino el reconocimiento desnudo de los
fracasos de los oprimidos, de los condenados de la tierra y, simultáneamente,
la renovada fuerza que nos impulsa a seguir, partiendo de la memoria de los
muertos, de aquello que debemos continuar y de lo que tenemos que dejar atrás.
Porque sabemos, por conocimiento
y por experiencia, que el comunismo melancólico es como el agua que llena el
cántaro y que tarde o temprano, la desbordará y la historia volverá a comenzar,
tal como lo describe Juan Rulfo:
“En el
hidrante las gotas caen una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua
clara caer sobre el cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que
caminan, que van y vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se
desborda haciendo rodar el agua sobre un suelo mojado.” (Rulfo 16)
Una melancolía que proviene de
una particular relación con el pasado y con el fracaso, con el mundo de los
muertos, con aquellos que todavía no pueden descansar en paz, mientras la
historia siga siendo contada por los vencedores y que ha formado parte de la
tradición marxista: “Melancolía ha sido una dimensión escondida de la izquierda,
aun cuando solo ha aparecido en la superficie al final del siglo XX, con el
fracaso del comunismo”. (Traverso 158)
Sin embargo, esta melancolía de
izquierda tiene poco que ver con los fenómenos psicopatológicos, relacionados
con la pena, el duelo, el desánimo, la acedia: “Acedia significa tristeza, pena, desesperación, infelicidad y
desolación; en sus formas más agudas corresponde a la impotencia, pasividad,
torpor, pereza, pusilanimidad, y disgusto con la vida” (Traverso 160), a lo que añade el
duelo y la resignación.
Nada de esto se encuentra en la
melancolía de izquierda, porque no es un tema psicológico, sino un estado de
ánimo colectivo, de los militantes de izquierda, de los grupos radicales y que
surge al mirar atrás, al reconsiderar la historia, al reconsiderar los sucesos
de los cuales provenimos, en una época en donde la memoria de esos sucesos
revolucionarios fracasados se empieza a perder de la memoria colectiva.
Duelo y melancolía tienen que ver
“con la pérdida (o la ausencia) del objeto amado o de un objeto querido que
puede ser una persona o una categoría abstracta (un ideal, un país, la libertad
o cosas así)…” (Traverso 174) ¿Qué es lo que ha perdido la izquierda
revolucionaria? Y lo que ha fracasado son las revoluciones socialistas del
siglo XX, que han terminado en el triunfo del capitalismo tardío y en los
socialismos realmente inexistentes.
Entonces, ¿en qué consiste esta
melancolía de izquierda que le separa de sus versiones psicopatológicas y de
las conservadoras que paralizan a los colectivos y a los individuos? La
melancolía de izquierda es la particular manera de enfrentar ese pasado de
derrotas, en donde hasta la utopía se ha perdida borrada de la memoria.
Hay al menos dos maneras muy
conocidas de reaccionar frente a las derrotas del pasado y que las vemos en
nuestras sociedades y en la vida política día a día: una primera posición, que
simplemente reniega de esa pasado y se suma al triunfo del capitalismo, del
populismo o de cualquier otra corriente abandonando el campo de la lucha
emancipadora: “…el rechazo del socialismo real inevitablemente llega a ser una
desencantada aceptación del mercado capitalista y del neoliberalismo…”. (Traverso
177)
Una segunda posición, que no acepta darle la espalda a la historia de las
resistencias contra el capital, cae en el desánimo, abandona la lucha social,
se refugia en la vida privada y sostiene que simplemente no hay alternativa;
así se termina en el inmovilismo de una nostalgia paralizante.
La melancolía de izquierda es la
relación con los fracasos de las revoluciones, que las reconoce como tales, que
se niega a sumarse al capitalismo tardío y al neoliberalismo y que rechaza la resignación, el inmovilismo,
el derrotismo. Es la relación con la memoria, con las tradiciones, con las
luchas, que la izquierda se niega a abandonar, aun sabiendo que serán necesarias
grandes transformaciones en la comprensión de las revoluciones, en la
perspectiva de diseñar nuevas estrategias inéditas, que nos arroja a la
responsabilidad para con las batallas por la emancipación.
Entonces, es una melancolía que
pertenece de lleno al nihilismo dialéctico, que se reconoce los fracasos como
fracasos, sin falsos argumentos que lleven a pensar que los estos conducen
deterministamente a triunfos, que vivimos en una época en donde hasta la
memoria de las revoluciones se está perdiendo y que, por eso mismo, insiste en
seguir reclamándose de esas tradiciones en una época en donde los vencedores no
han dejado de triunfar:
“El secreto de
este metabolismo de la derrota –melancolía pero sin desmotivación o
desmovilización, exhausto pero no oscuro- yace precisamente en la fusión entre
el sufrimiento de experiencia catastróficas (derrota, represión, humillación,
persecución, exilio) y la persistencia de la utopía vivida como horizonte de
expectativas y de una perspectiva histórica”. (Traverso 192)
6. Por qué y cómo ser nihilistas ahora.
Después de este recorrido parcial
por el nihilismo, desde la perspectiva dialéctica, se pueden sintetizar sus
principales hallazgos que nos permitan responder a la pregunta: ¿por qué y cómo
ser nihilistas ahora?
6.1. El nihilismo dialéctico es
una respuesta histórica, que hace un gesto inmanente y que evita cualquier
postulado que lleve hacia una salida trascendente, más allá de este mundo, de
esta realidad y se instala en lo que se denomina una “política profana”, en
donde las respuestas no podrán encontrarse a menos que recurramos, en alguna
medida, a Marx y a las mejores tradiciones revolucionarias. (Bensaid, Elogio de la política profana, 2009) (Bensaid, Le
sourire du Spectre, 2000)
Movimiento inmanente que se niega
a adoptar cualquier tipo de actitudes “colmadoras” del vacío y, por el
contrario, se instala de lleno en este, que es el único lugar que está
permitido habitar con total desapego. (Weil)
6.2. Un nihilismo que va en
dirección opuesta a sus modelos occidentales, especialmente a aquellos que
apelan a Nietzsche y que, en su base, niegan la posibilidad de que esos valores
negados sean superados por positividades, que finalmente solo encubren otro
modo de manifestar su voluntad de poder. (Sjöstedt-H.)
6.3. La nada ha sido
desustancializada y se ha convertido en el lugar en donde todo se produce, se
da y es allí en donde sucede la experiencia que, a su vez, es conformadora de
sujetos y subjetividades. Los sujetos provienen de la experiencia que está
antes y primero que ellos. (Nishida, La experiencia pura)
Una nada que permite replantear
las viejas preguntas metafísicas y transformarlas. Diríamos ahora: ¿por qué
existe nada?, ¿por qué existe un ser que proviene de la nada?, ¿por qué el ser
finalmente vuelve a la nada? Y que altera la formulación hegeliana de la
siguiente manera:
Nada
------- ser ------- nada1…
Que dibuja un bucle infinito, que
no cesa de repetirse indefinidamente.
Nihilismo khorológico – la
vacuidad como lugar- que adopta la forma quiasmática, en donde los opuestos se
entrecruzan sin resolverse, en un juego constante entre nada y ser, que impide
cualquier síntesis superadora de esos opuestos en una suerte de positividad que
los rebase. Y que desemboca en un habitar en ese lugar que es el doble vínculo,
la doble prescripción.
6.3. Nihilismo dialéctico que
recoge los aspectos señalados más arriba y que hace de la negación el eje sobre
el cual gira el mundo entero. Una negación doble: aquella que proviene de las
limitaciones, restricciones, oposiciones externas que todo fenómeno tiene; y
otra que yace en el propio interior de todos los fenómenos y que, tarde o
temprano, llevará a su destrucción, aun dejados a su sola dinámica.
Nihilismo dialéctico como doble
vínculo y doble prescripción, en el cual hay que quedarse, mantenerse,
sostenerse, habitar, en donde no hay un afuera al que escapar, a donde huir y
respecto del cual tenemos que ser responsables de la batalla por resolver,
siempre parcial y provisionalmente, la doble prescripción desde la perspectiva
de las luchas por la emancipación y contra toda forma de opresión.
6.4. La melancolía de izquierda
es el estado de ánimo que se corresponde con el nihilismo dialéctico. No se
trata de psicopatología, de trastornos de los individuos, sometidos a la
desesperación y al desánimo, sino del estado de ánimo colectivo, de segmentos
de las masas, que estructuran de ese modo su memoria.
La melancolía de izquierda es esa
actitud, más allá de los razonamientos y argumentos, que adoptamos ante la
historia del fracaso de las revoluciones, que impide que nos sumemos al
capitalismo tardío y al neoliberalismo dándole la espalda a la memoria de los
oprimidos; y, que por otra parte, nos exige actuar, ser responsables de
mantener la memoria y de encontrar caminos para encontrar la utopía y las
revoluciones perdidas.
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