¿Cómo hablar de metafísica?
¿Cómo hablar de metafísica? ¿Cómo hacerlo cuando la corriente principal
se inclina hacia la disolución o superación de la esta? ¿Cómo enunciar el ser
cuando ha sido colocado bajo la clausura de la onto-teo-teleo-logía? Somos
llevados constantemente a navegar en las aporías que se manifiestan en el
programa: ¿cómo no hablar del ser? Se llega rápidamente a la conclusión de que
solo es posible algún tipo de vía negativa: no se puede decir nada del ser.
Sin embargo, las metafísicas pululan por todos lados, invaden los campos
del saber desde la física hasta las ciencias sociales; incluso se muestran en
su versión más distorsionada en las variantes esotéricas que prometen el acceso
a una esfera superior que arrastraría a la consciencia hasta esas esferas
inalcanzables de otra manera.
También cabe la cuestión de la pertinencia de una metafísica en medio de
una realidad que exige de manera urgente respuestas inmediatas ante la magnitud
de la crisis civilizatoria, ecológica, económica, sanitaria. ¿Será la
metafísica solamente un saber abstracto que huye de la confrontación con el
mundo? ¿Hacer metafísica se habría convertido en una forma de ideología?
Aquí se sostendrá, por el contrario, que los debates metafísicos se han
vuelto indispensables, tanto para discutir la multiplicidad de enfoques como
para efectivamente hablar del ser, aunque sea bajo la forma paradójica de decir
nada o quizás decir la nada. Y esto solo es posible, si se quiere
evitar un sinsentido, si esa nada que ha sido equiparada con el ser, o si se
prefiere, que oculta el ser para evitar que se confunda con el ente, es una
nada bien parlanchina, no puede dejar de hablar, aunque diga incoherencias.
Algo se puede decir del ser y lo que se alcance a decir será la
metafísica. Desembocamos en una situación que tendrá enormes consecuencias,
porque se está afirmando que algo puede decirse del ser y que, por lo
tanto, está lejos de quedar excluido de la palabra, sin que quede reducido a un
ente particular, aunque este adopte la forma o imagen de un dios. Algo podemos
decir del ser sin caer en una teología ni positiva ni negativa.
Un giro antikantiano que vuelve la metafísica posible y necesaria, que
no la excluye del campo del conocimiento, sino que funda todo posible
conocimiento; y coloca la epistemología en el horizonte de la metafísica. Es el
ser el que permite el acceso a la cosa en sí. Para esto hará falta deshacer el
embrollo kantiano de la separación entre fenómeno y cosa en sí.
¿De qué manera predicar algo acerca del ser sin convertirlo en un ente
más como cualquier otro y ni siquiera en una especie de ente especial, supremo
o trascedente? He ahí la tarea, he aquí el desafío. Entonces, ¿cómo hablar del
ser?, ¿de qué manera mostrar que la metafísica regresa siempre y no puede ser
disuelta, clausurada, deconstruida? La metafísica está allí y se nos impone. O
bien podemos negar su existencia y estará determinando lo que pensamos sin que
nos demos cuenta; o bien la hacemos explícita y asumimos sus consecuencias.
Tenemos que romper el sello de clausura impuesto sobre lo onto-teo-teleo-lógico.
La metafísica está ligada estrechamente con la ontología, el ser con los modos
de ser; la teleología permite saber hacia dónde vamos, qué metas nos ponemos,
qué metas tenemos que evitar, insistiendo en el carácter no teleológico del
mundo; y, particularmente en el mundo en el que vivimos en donde la verdad
tiende a desaparecer, hay que reafirmarse en la razón, tomando en cuenta que hará
falta precisar de qué tipo de racionalidad estamos hablando.
Una metafísica que sustente a la ontología, teleología y logos; y que se
sostenga a su vez en estos. Mostrar la continuidad ontológica entre el ser y
cada uno de estos modos de ser. La metafísica no puede ser superada; nada hay
más allá de ella, pertenece por entero al más acá y no al más allá, remarcando
que no es equivalente a la descripción de las cosas en su máxima generalidad.
Hacer metafísica no puede consistir en proponerse hallar una reducción
absoluta de las largas discusiones metafísicas que se han dado a lo largo de la
historia ni proponer consecuentemente su superación completa y el reinicio de
un pensamiento que no fuera metafísico; y que estaría en la capacidad de hablar
sin nombrar al ser. Tampoco se trata de embarcarse en algunas de las corrientes
metafísicas de moda; por ejemplo, en el realismo especulativo.
Huyendo de los dogmatismos, de las formulaciones fundamentalistas, será
preciso dialogar con diversas metafísicas y ontologías, sin la intención de
construir un sistema ecléctico. Encontrar en cada metafísica que se debate sus
preocupaciones, dudas, callejones sin salida. Hacer metafísica reflexionando
sobre la manera en que se ha hecho y se hace metafísica.
Recorriendo estos caminos intrincados es posible que se encuentre una
vía que conduzca hacia alguna parte, un oasis en el cual detenerse y comprender
que cualquier punto de llegada es provisional, que las afirmaciones que se
lancen deberán ser sometidas una y otra vez al debate, confrontadas con otros
puntos de vista, cuestionados en sus fundamentos.
Una metafísica que muestre el camino para hacer metafísica, que tenga en
su interior los elementos para su propia representación, que la manera en que
se conciba el ser de las cosas incluya la orientación adecuada para la adopción
de un lenguaje, de una manera de decir, incluso en el caso extremo de que se
tenga que decir nada, que formaría parte del hablar del ser.
La elección de los debates metafísicos que se tomarán en cuenta está
guiada por razones de afinidad con aquellas proposiciones que podrían
mostrarnos direcciones que no representen inmediatamente callejones sin salida;
en otros casos, se refiere a aquellos puntos de vista que han sido nucleares en
estas discusiones en el siglo XX y XXI.
Retrocederemos en la historia y nos toparemos con algunas metafísicas
que, a nuestro parecer, se elaboran en contextos especialmente significativos y
que constituyeron -y constituyen- una ruptura con las corrientes hegemónicas de
sus respectivos momentos. Este es el caso de Damascio escribiendo desde fuera
del cristianismo cuando este se estaba convirtiendo en hegemónico, dogmático y
ponía las bases de lo que iba a ser Occidente; también incluimos a Achard de
Saint Victor porque no renuncia a una comprensión estrictamente filosófica de
la Trinidad que le exige un despliegue conceptual que apenas puede ser
contenido en la ortodoxia.
Atravesaremos por las nociones tan recurrentes de Heidegger y de la
deconstrucción de Derrida; echaremos una mirada a las tesis de la ontología
plana de Tristan García, especialmente en sus primeros presupuestos
metafísicos. Giraremos hacia la crítica a Heidegger elaborada por Teresa Oñate
y Zubía, junto con la reivindicación de los entes que somos por parte de María
Antonia González Valerio que, además, proporcionarán una mirada de género a
estos debates metafísicos.
Y no dejaremos de lado las metafísicas que tienen una gran influencia en
América Latina: las tesis de Rodolfo Kusch tal como son leídas por Matías
Ahumada y el núcleo metafísico que se encuentra en Boaventura de Sousa Santos y
que es común al pensamiento llamada decolonial y a los estudios culturales; en
este último caso enfatizaremos en aquello que comparten con el movimiento de
clausura total de todo lo anterior y la postulación de algo completamente nuevo
y diferente, centrados en una otredad constitutiva.
El raro texto sobre el ser de Umberto Eco nos servirá en muchas
ocasiones de guía para no perdernos en los círculos infernales de las
reflexiones metafísicas; es posible que al final nos demos que cuenta que la
única forma posible que puede adoptar una metafísica en la época actual es la
de un ornitorrinco; podríamos forzar el título de su libro y decir que Kant es
un ornitorrinco.
Sin embargo, no se trata de una historia de la metafísica occidental ni
siquiera en sus corrientes contemporáneas; tampoco de una visión sistemática
que propusiera una metafísica que partiera de unos grandes principios y que
desarrollara a partir de ellos unas ontologías regionales. No se renunciará a
encontrar en medio de estos recorridos algunas afirmaciones que se consideren
pertinentes para hablar del ser, esto es, para hacer metafísica.
Aunque no se trate de una ontología de la física, una metafísica tiene
que tomar en cuenta los últimos hallazgos científicos, debe ser enteramente
compatible con la imagen que tenemos ahora del universo, esto es, de la teoría
de la relatividad y la mecánica cuántica. Por ejemplo, la noción de nada, en
cuanto imposibilidad del vacío absoluto, deberá servir de referencia
indispensable; más aún tomando en cuenta que la interpretación de la realidad
desde la física ha entrado de lleno en los debates metafísicos.
Con todos estos elementos será una deriva en su doble sentido: una
variación lenta y continúa de este quehacer metafísico y un desvío de las
nociones usuales que están a la moda. Entonces, iremos a la deriva dejándonos
arrastrar por algunas corrientes sin saber de antemano hacia dónde nos
llevarán, corriendo el riesgo de naufragar o de arribar a destinos inesperados.