Cuando nos
acercamos a un fenómeno que es fácilmente reconocible como es el caso de arte,
pero cuya definición, clasificación y límites se nos escapan, solemos usar una
frase muy latinoamericana: ¿Qué mismo es el arte? De esta manera,
aludimos a la dificultad de precisar el significado del término, que se nos
escapa a pesar de haberlo interrogado desde los más diversos puntos de vista a
lo largo de la historia.
Por esto,
en vez de entrar en las largas disputas y debates sobre el arte, su función,
las diversas modalidades y expresiones, tomo distancia y recurro a una
elaboración medieval sobre el tema de la forma y la imagen, para encontrar allí
algunos rasgos que las obras de arte seguramente comparten. De ninguna manera
se trata de dar cuenta de manera exhaustiva de un fenómeno de estas
dimensiones, sino seguir rastros, pistas, sugerencias útiles para su
comprensión.
En la
filosofía islámica clásica encontramos una poderosa reflexión sobre las
imágenes y los mundos imaginarios, ciertamente dentro de un contexto iluminista
y teológico que, en lo posible, lo dejaremos de lado, para quedarnos con su
núcleo filosófico. Haré referencia de manera especial a dos autores: Suhrawardi
y Shahrazuri.[1]
Si bien ha
sido Suhrawardi quien releyendo a Avicena reformula la teoría de la imagen,
será Shahrazuri quien la lleva a su plena formulación; es decir, postula la
existencia de las imágenes suspendidas y los mundos imaginable y se desprende
de los contextos teológicos para producir una visión metafísica de las imágenes
como formas.
La
hipótesis central consiste en afirmar que el arte participa de las
características de la imágenes suspendidas y que es la construcción de un mundo
intermedio y mediador en donde la imagen es el aspecto nuclear. Desde luego,
esto no agota el significado del arte; únicamente coloca aquellos elementos que
considero que son indispensables como punto de partida para entender este
fenómeno.
Comencemos
por la conclusión de Shahrazuri: existe un mundo de las imágenes que está
poblado por imágenes suspendida: “Shahrazūrī
desarrolló las ideas de Suhrawardī sobre imágenes suspendidas en una idea más
grande, a saber, la de un mundo de la imagen.”.
Leamos a Shahrazuri citado por van Lit:
Por lo tanto, las formas en la imaginación y en los sueños, como
no son absolutamente inexistentes, ni en una parte del cerebro, ni en otra
cosa, permanecen, existen en un mundo diferente, llamado el mundo de la imagen
y la imaginación. Está por encima del mundo de los sentidos en rango, y por
debajo del mundo del intelecto, estando entre ellos. Todas las formas y
magnitudes imaginadas y los cuerpos y los movimientos, restos, lugares y
estados, etcétera, que pertenecen a él existen en el mundo medio, siendo una
imagen. Todas las formas en los espejos existen por sí mismas en este mundo,
siendo los espejos sus lugares de manifestación, mientras están suspendidos, no
estando en un lugar, ni en un locus. Las formas de la imaginación no están en
el cerebro, más bien, el espíritu cerebral es su lugar de manifestación,
mientras que están suspendidas, existiendo por sí mismas, no en un lugar, ni en
un locus.
Shahrazuri
se plantea en primer lugar la cuestión ontológica de “las formas de la
imaginación”, porque tienen que ser algo, no se las puede considerar como simplemente
inexistentes; pero, no es fácil establecer su modo de existencia. Pareciera
claro que ni son solamente estímulos sensoriales de cosas materiales ni tampoco
se reducen a meras ideas o a ideaciones del intelecto: por encima de los
sentidos, por debajo del intelecto.
Se encuentra
así que estas formas imaginarias habitan en un mundo especial, separado tanto
de las sensaciones y del mundo material, como de los procesos cognoscitivos o
funciones del intelecto. Se podría decir que existe un mundo propio de las
formas imaginarias. Todo aquello que es imagen, no importa de qué lo sea,
pertenece a este mundo imaginario.
Para poder
nombrarlas adecuadamente Suhrawardi creó el término de imágenes suspendidas,
en una especie de esfera intermedia entre los diversos mundos, como si
estuviera flotando entre ellos y tuviera vida propia. Estas imágenes
suspendidas gozan de una plena autonomía ontológica respecto tanto de las
ideaciones del intelecto como de las manifestaciones reales de las imágenes. Desde
luego, desde la perspectiva del espíritu humano, este puede transitar entre los
mundos siempre y cuando lo haga de manera apropiada; es decir, este mundo es
plenamente accesible para el intelecto, que puede conocer las imágenes, utilizarlas
y reflexionar sobre ellas.
Estas formas
imaginarias también entran en relación con las sensaciones y el mundo de las
cosas concretas. El proceso por el cual se ponen en contacto se hace a través
de las manifestaciones, que no son sino las maneras de expresarse de las
imágenes en la realidad, por ejemplo, en los espejos o estimulando nuestros
sentidos. El intelecto no tiene otra alternativa que recurrir a las
manifestaciones de la imagen para poder conocerlas. Así, las formas imaginarias
tienen sus lugares de manifestación.
En el caso del mundo sensorial, material, esto es diferente, ya que tales
imágenes son visibles en él. Que sean visibles en este mundo material se debe a
que algunos objetos, como los espejos y nuestras facultades de percepción, son
su lugar de manifestación. Con respecto a las funciones ubicadas en el cerebro,
como nuestra imaginación, Shahrazūrī es aún más específico, diciendo que es
nuestro espíritu (rūḥ) el lugar de manifestación.
De tal manera que tenemos unas formas imaginarias ubicadas entre
el intelecto y las sensaciones, interrelacionándose con estos mundos a través
de sus propias manifestaciones. Shahrazuri confiere, de este modo, un estatuto
ontológico preciso al mundo imaginario, cuyo modo de existencia queda así
plenamente establecido: “Ese mundo se llama el
mundo imaginable e imaginativo (al-ʿālam al-mithālī al-khayālī). Está
por encima del mundo de los sentidos y el espacio, y por debajo del mundo del
intelecto. Así que está entre estos dos mundos.
Con estas
ideas en mente, retomemos la cuestión del arte. Cabe preguntarse si esta breve
dilucidación de los mundos imaginarios podrá servirnos para comprender de mejor
manera qué mismo es esa cosa llamada arte. Establezcamos en primer lugar que el
arte pertenece de lleno a este mundo imaginario, habita con pleno derecho allí,
sin que llegue a agotarlo. Esto es, hay formas imaginarias que no son arte.
A este fragmento
de mundo imaginario le llamamos la esfera del arte. Y desde la perspectiva
ontológica es un mundo con pleno derecho, aunque su modo de existencia sea
bastante especial. Todos los objetos y expresiones artísticas son, en este
sentido, formas imaginarias que pueblan este mundo en su inmensa diversidad.
Al estar
colocadas entre el intelecto y las sensaciones esta esfera tienes
características especiales: participa del intelecto que tiene su capacidad de
imaginar y de las sensaciones, ya que se manifiesta en ellas. El arte es la
conjunción de la imaginación del intelecto que se manifiesta a las sensaciones;
por lo tanto, no puede prescindir de ninguno de los dos componente: la
imaginación y su expresión concreta en una realidad que es percibida a través
de los sentidos.
Así que
ante una obra de arte siempre cabe preguntarse: ¿qué imagina en su
manifestación específica? Esto es, es imposible un arte que no imagine algo a
través de expresiones sensoriales: ¿qué imagina el arte a través de sus
manifestaciones? Es indispensable retomar la idea de un mundo propio. El arte
al ser una esfera con características propias por pleno derecho no se reduce a ser
meramente conceptual, producto de la actividad del intelecto, peor a ser una
mera estimulación de los sentidos. El arte es el encuentro entre estos dos
componentes que finalmente produce una forma imaginaria.
Aunque aquí
no se responda de manera estricta al hecho de este ser propio, baste con decir
que la esfera del arte precisamente está caracterizada porque el
entrecruzamiento de estos elementos, imaginarios y sensoriales, se lo hace a su
manera, con sus instrumentos y perspectivas, cuestión que no se repite en
ninguno de los otros mundos existentes.
El arte ocupa
un espacio intermedio; pero, más allá de su ubicación ontológica, también tiene
una función mediadora. Es fruto de la creación de una esfera media y, al mismo
tiempo, es un mediador; si se quiere, un demiurgo. Permite que la esfera del
intelecto imaginador se ponga en contacto con el plano sensorial y produzcan
una manifestación que es una síntesis creadora de sus elementos.
La
principal característica de los objetos o productos artísticos del tipo que
fueran como resultados del encuentro de esos otros dos mundos es que son
formas. De hecho, Suhrawardi y Shahrazuri, retomando las tradiciones platónicas,
conciben este orden imaginario como una esfera de formas imaginarias. Así se
habla de: formas imaginarias, todas las formas y
magnitudes imaginadas y los cuerpos y los movimientos, restos, lugares y
estados, etcétera, las formas de la imaginación no están en el cerebro…
No
es este el lugar para dilucidar que sea una forma tanto en el sentido
metafísico para los autores mencionados, ni qué sea específicamente una forma
artística. Aquí interesa dejar sentado que el mundo imaginario y la esfera del
arte está habitada por formas. Sinteticemos los hallazgos realizados sin
pretender haber definido qué es el arte. Esperamos haber provocado un
acercamiento a los fundamentos de los fenómenos estéticos, a partir de los
cuales podemos organizar de mejor manera el debate y salir de la circularidad
de los estudios sobre el arte.
¿Qué mismo
es esa cosa que llamamos arte?:
Existe
un mundo propio del arte como una esfera media ubicada entre el intelecto que imagina
y las sensaciones que la perciben. De este encuentro surgen formas imaginarias
independientes con su propio modo de existencia que, a su vez, se constituyen
como mediadoras entre los otros mundos.
Estas
formas imaginarias se manifiestan de muy diversas maneras, de tal manera que
las percibimos y las podemos conocer con el intelecto. El arte es imaginación
que se expresa a través de las formas.
Bibliografía
Corbin, H. (2006). Cuerpo espiritual y Tierra
celeste. Madrid:
Siruela.
Gheissari, A., & Walbridge, j.
A. (2018). Illuminationist Texts and Textual Studies. Leiden: Brill.
Kaukua, J. (2022). Islamic
Philosophy, Theology and Science. Leiden: Brill.
van Lit, L. (2017). The World of
Image in Islamic Philosophy. Edinburgh : Edinburgh University Press Ltd.
Septiembre
del 2023