La forma de vida caníbal, y su
correspondiente pensamiento, implican el paso por el otro para llegar a ser uno
mismo; pero, no solo se trata de atravesar un territorio conflictivo para
llegar a nuestra meta. Supone, ante todo, que nos convertimos en otros para ser
nosotros mismos. Por ejemplo, el único modo de ser indígena ahora, como ellos
lo han mostrado hasta la saciedad, es volverse plenamente modernos: entrar el
mundo académico occidental y jugar con sus reglas, integrarse al mundo tecnológico,
entre otros tantos aspectos. No fingen ser modernos, sino que son modernos. Y
con esta transformación son plenamente indígenas, en su permanente proceso de
etnogénesis.
Para que este proceso sea
posible, hay que preguntarse por esos modos de transformación que se dan cuando
nos convertimos en otros, sin perder la posibilidad de llegar a ser nosotros
mismos al final del camino. También puede suceder que una cultura se convierta
en otra -voluntariamente o no- y se pierda completamente, lo que ha sucedido
tantas veces. En el ejemplo, ¿cómo ser modernos sin dejar de ser indígenas? O,
con más precisión, ¿de qué manera el volverse modernos permite la continuidad
de la identidad indígena?
El nihilismo caníbal trata de
mostrar este movimiento de transformación en otro que, sin embargo, permite ser
uno mismo. Subyacen aquí cuestiones ontológicas y metodológicas que tienen que
sacarse a la luz.
Si dejamos que esas
transformaciones que en la casi totalidad de los casos se nos imponen, actúen
sin más, si las dejamos libradas a su propia dinámica, el mundo al que ingresamos
destruirá el nuestro, esa otra cultura consumirá sin residuo al nuestro; por
ejemplo, convirtiéndole en objeto multicultural de consumo masivo.
Dos secuencias se alcanzan a
distinguir dentro de la transformación caníbal: en primer lugar, nos
convertimos en otros, nos volvemos occidentales y modernos, de mejor manera que
ellos mismos, plenamente; asumimos la modernidad tardía como nuestra tarea:
batallamos por la democracia, por los derechos humanos, contra el hambre, por
la paz, contra la destrucción del planeta, más radicalmente que ellos mismos.
En segundo lugar -y este es el
gesto nihilista-, sacamos las consecuencias prácticas y discursivas de la
insuficiencia de ese modo de vida moderno tardío, de sus valores caducos, de la
incapacidad de esta “civilización” para resolver los problemas cruciales que
ella misma ha creado. Así, la democracia -sin ningún añadido-, aun las mejores,
terminan en el autoritarismo; los elementos dictatoriales ya viven dentro de la
propia democracia; incluso, como lo hemos visto en estas décadas, se produce un
continuo entre esas democracias y los elementos fascistas. Luchamos por la
democracia, pero no es suficiente, no nos dará las respuestas que necesitamos.
Este nihilismo caníbal como acción
política y representación del mundo, permitirá reconocer en la acción de las
masas esas prefiguraciones de otra forma de vida que inventan, siempre
provisional y precariamente, esas partículas efímeras que sacan de la nada y
que vuelven a sumergirse en la nada; nos toca reflexionar sobre ellas,
teorizarlas, encontrar los modos de su continuidad. Tenemos que guiarnos por
esos destellos, que prontos son desplazados por otras “luces”: las grandes
movilizaciones de masas de nuestro siglo que fueron “traicionadas” y que
desembocaron en gobiernos autoritarios, dictaduras, guerras civiles.
Esta es una estrategia de doble vínculo,
en la oscilamos entre la defensa de esos valores modernos y, al mismo tiempo,
sabemos que tenemos que dejarla atrás, que reemplazarla por otra cosa. Mientras
esto sucede, vamos de un extremo a otro, negociando las formas y los tiempos de
nuestras prácticas y de nuestros discursos.
Sin embargo, otro gran tema tiene
que ser tratado adecuadamente. Ese gesto nihilista, que niega una forma de vida
junto con sus valores, ¿de qué manera es reemplazada? ¿Qué carácter tienen esos
otros valores que se inventan o se proponen?
Y aquí la conciencia y la actitud
nihilista no cesa de actuar. El nihilismo desde la perspectiva caníbal no es
algo de lo que se pueda salir o dejar atrás. No hay un momento dialéctico de
superación, sino que implica una negatividad en la que es preciso quedarse,
habitar en ella. Y esta no es una elección. Simplemente es el hecho histórico
de vivir en la época del capitalismo tardío y de que la humanidad no ha
encontrado una vía para salir de ella. En este sentido, el nihilismo caníbal no
es metafísico, una suerte de relación de la nada con el ser que se oculta.
De tal manera que un valor que
reemplaza a otro -o que pretende hacerlo- tiene que ser sometido a esta misma máquina
nihilista caníbal: entramos en ese valor, luchamos por él, nos representamos el
mundo a través de él; y, simultáneamente, mostramos el grado cero de la negación
que exterioriza aquellos elementos que lo hacen auto-destructivo independientemente
de los factores externos que se le opongan.
No hay una voluntad de poder que
afirma “la vida” y que permite el reemplazo del hombre por el superhombre; sino
una voluntad de poder que se ejerce siempre sobre otros. Aun afirmando la vida
la voluntad de poder es, siempre, voluntad que exige la obediencia de otros, máquina
de opresión.
No hay una exterioridad de esta máquina;
no existe una situación ni una teoría que se coloque fuera de ella, no importa
de dónde provenga, aunque lo haga desde sur, los movimientos antiglobalización
o las epistemologías alternativas.