El sujeto enfrentado a la
imposibilidad de su deseo a menos que atraviese por el deseo del otro, se
siente desamparado, no sabe qué hacer, cómo comportarse. Siempre había creído,
más aún desde la psicología, que los deseos eran lo más personal, propio,
intransferible y ahora descubre que su deseo es en realidad el deseo del Otro. Y
para colmo, ¿qué difícil entender y dilucidar cuál es el deseo del Otro? Un
deseo que se presenta siempre como “oscuro y opaco”:
“Ante la
presencia primitiva del deseo del Otro como oscuro y opaco, el sujeto está sin
recursos, hilflos. La Hilflosigkeit -empleo el término de
Freud- en francés se llama détresse [desamparo] del sujeto”. (Lacan, 2014, pág. 26)
¿Cómo el sujeto resuelve el
desamparo? ¿Qué puede hacer? Ahora tiene que colocarse frente al Otro, cuyo
deseo le constituye como sujeto. Ya no puede evitar esta confrontación, porque
en esto se la va la vida misma, el conjunto de su experiencia como sujeto. Como
si de pronto, toda la maquinaria individualista se hubiera venido abajo, porque
no hay primero el sujeto y luego la relación con el Otro; sino primero la
relación con el deseo del Otro y entonces, la manera específica como me
convierte en sujeto.
Entonces, ¿a dónde acude el
sujeto frente al deseo del Otro? Nos encontramos con la mirada del otro -y aquí
es otro concreto, específico, empírico, así escrito con minúscula: otro- El
otro me ve y se pone en movimiento el orden imaginario, aquel en donde
reproduzco la realidad, siempre de manera metonímica, desplazada. Allí, en el
orden imaginario, es en donde puedo resolver mi desamparo frente al deseo del
otro:
“¿Mediante qué
lo resuelve?... Se trata de la experiencia del semejante en el sentido de que
este es mirada, en que el otro es quien nos mira, en que hay que hace jugar
cierto número de relaciones imaginarias…” (Lacan, 2014, pág. 28)
Desde luego, la relación de
espejo que establezco con la realidad no se da de la misma manera con este
otro, porque lo descubro no como cosa, sino como un sujeto, que es como “yo”,
otro sujeto que me mira: “El sujeto se defiende de su desamparo y, con ese
medio que le brinda la experiencia imaginaria de la relación con el otro,
construye algo que, a diferencia de la experiencia especular, es flexible con
el otro”. (Lacan, 2014, pág. 28)
Este otro que me mira, y que me
impone su deseo, me mira y sobre todo, me habla y me permite descubrirme a mí
mismo como sujeto que habla. Me habla y yo respondo. “Dice” su deseo y “yo”
respondo a su deseo: “Por eso lo que les designo aquí como el lugar de salida,
el lugar de referencia a través del cual el deseo aprenderá a situarse, es el
fantasma”. (Lacan, 2014, pág. 28)
Y este “lugar” desde el cual el “deseo”
responde es el fantasma, como ese especial espacio del orden imaginario, de la
imaginación, en donde el sujeto trabaja con el deseo del otro, sobre el deseo
del otro y atenúa su desamparo, porque otro le ha mirado, le ha hablado.
Ahora bien, como todo lo que pasa
en ese plano de lo imaginario, también el otro es aprehendido de manera
desplazada, metonímica; jamás es el otro tal como es o pretende ser, sino ese
otro establecido como fantasma en mi interior. Así, aquello que Lacan llama
fantasmas, es esa relación enteramente ubicada como lengua que establezco con
el otro imaginario, tal como su deseo habla en mi interior, en mi orden
imaginario:
“…se trata del
sujeto como hablante, en cuanto se revela al otro -al otro imaginario- como
mirada. Cada vez que tengan que vérselas con algo que en sentido estricto es un
fantasma, verán que es articulable en estos términos de referencia, en cuanto
relación del sujeto hablante con el otro imaginario. Esto es lo que define al
fantasma.” (Lacan, 2014, pág. 28)
Finalmente, el sujeto puede
hablar porque otro le mira y le habla, porque ese otro le confiere un lugar en
el mundo. El sujeto puede escapar, siempre provisionalmente de su desamparo, en
cuanto ha encontrado su fantasma: su relación con el otro imaginario.
El deseo humano no es el deseo de
un objeto; el deseo siempre va más allá de los “objetos del deseo”, porque la
verdad de estos radica en el deseo de otro ser humano, que habla, que me mira.
El deseo es deseo del deseo del otro:
“La función del fantasma es dar
al deseo del sujeto su nivel de acomodación, de situación. Por eso el deseo
humano tiene esa propiedad de estar fijado, adaptado, asociado, no a un objeto,
sino siempre esencialmente a un fantasma”. (Lacan, 2014, pág. 28)
Lacan, J. (2014). El deseo y su interpretación. Seminario 6. Buenos Aires:
Paidós .
No hay comentarios:
Publicar un comentario