Incluido
en: PARQUE INGLÉS, UDLA, Quito, 2024.
Recógeme en la salmodia del frío,
el rayo cesa en el rostro y mis ojos destellan incertidumbre, el agua de
febrero lava el Iodo, y la calzada brilla bajo el taconeo, piedra herida,
perenne, piedra horadada, abismo, tus pasos inquietan como las gotas en mi sueño
de zinc. Brota el gesto callado, espanto; aspaviento entre la raleza de las
hebras que me quedan, revolviéndome la penumbra con tu tránsito, ausencia/presencia
de deseo llena y sin tristeza, inasible. Cierro la boca y trago nada, hurgo, y
la ventana me quita la oportunidad de verte a los ojos, el cielo es el ciego de
Kingman, y no camina. Nada de lo que me cobija es humano, nada en mi memoria es
inhumano, no recuerdo, batallo, cabalgo dando la espalda a la nariz del jamelgo
de mi pesadilla, crujen los huesos del tablado bajo la cama y un hombre respira
en la oscuridad, a veces
puedo ver su piel doliente de Tiziano, sus rasgos alargados, viejos, soy yo más
adelante. Extraño suceso porque parezco el niño que conocí y aun no sabía lo que
era soñar, deseaba; imaginaba que era alguien que puede amar sin sentir culpa,
y el dolor infligido era parte de ese descubrimiento. Juraba con el pulgar
sobre los labios recogidos en el chasquido de un beso falso. Así es este sueño
como ese acto verdadero, recógeme antes de que perezca la tarde y calle afuera
el patio ya sin agua que tragar. Febrero es el nombre de un esclavo enamorado
de la guerra para liberarse del signo de otras muertes. (pp. 125-126)
La recepción adecuada de esta obra de
Efraín Villacís no puede quedarse en los aspectos de contenido, que seguramente
son importantes, pero insuficientes. Sin apelar las cuestiones formales la obra
quedaría reducida a una especie de realismo social con toques de fantasía o
quizás con elementos oníricos, en donde no sabemos si el observador sueña o
está despierto.
Es el trabajo con y través del lenguaje
que dota al texto de su espesor literario; y por eso, es preciso acudir al
contenido de la forma, como el correlato esencial del contenido. La sustancia
del texto se expresa en la adopción de una forma literaria precisa, en este
caso, muy particular. Dejaré de momento la referencia a los tropos,
especialmente la metáfora, para centrarme en el microanálisis del texto, en la
manera en que las oraciones están construidas y en los desplazamientos internos
que encontramos en funcionamiento dentro de ellas.
En la primera oración, sin previo aviso,
le asalta al lector la introducción de dos referencias que se funden en una
sola: el ruego del personaje que espera encontrarse con alguien en un frío día
del mes de febrero:
Recógeme en la salmodia del frío…
tus pasos inquietan como las gotas en mi sueño de zinc.
Y la emergencia de la realidad de la
calle empedrada que se vuelve mucho más poderosa que la propia espera:
el rayo cesa en el rostro y mis
ojos destellan incertidumbre, el agua de febrero lava el Iodo, y la calzada
brilla bajo el taconeo, piedra herida, perenne, piedra horadada, abismo…
La percepción del entorno se vuelve
hiperreal; la piedra es la que ahora está herida, horadada, convertida
en abismo. Esta experiencia se retira para volver al final a la
salmodia, al canto monótono del sueño de zinc, como goteo perturbador
que no te deja dormir.
La secuencia de esta ruptura entre los
dos planos parece fundirse en uno solo, cuando la historia del personaje se une
con la del acontecimiento de la calle, que se ha vuelto ella misma otro
personaje:
Así es
este sueño como ese acto verdadero, recógeme antes de que perezca la tarde y
calle afuera el patio ya sin agua que tragar. Febrero es el nombre de un
esclavo enamorado de la guerra para liberarse del signo de otras muertes.
Así el desplazamiento se torna evidente.
La narración se refiere principalmente al mes de febrero y solo dentro de esto
tiene sentido lo que el hombre vuelto esclavo enamorado cuenta.
En las siguientes frases tenemos la aparición
de un nuevo recurso que deslizará de manera todavía más poderosa el texto. En
este momento ya no se trata de la ruda existencia de las cosas, la calles, las
piedras, el cielo, como formadoras de la experiencia personal; sino, el salto
hacia adelante, la intromisión del futuro.
Brota el gesto callado, espanto;
aspaviento entre la raleza de las hebras que me quedan, revolviéndome la
penumbra con tu tránsito, ausencia/presencia de deseo llena y sin tristeza, inasible.
Cierro la boca y trago nada, hurgo, y la ventana me quita la oportunidad de verte
a los ojos, el cielo es el ciego de Kingman, y no camina. Nada de lo que me cobija
es humano, nada en mi memoria es inhumano, no recuerdo, batallo, cabalgo dando
la espalda a la nariz del jamelgo de mi pesadilla, crujen los huesos del
tablado bajo la cama y un hombre respira en la oscuridad, a veces puedo ver
su piel doliente de Tiziano, sus rasgos alargados, viejos, soy yo más adelante.
Extraño suceso porque parezco el niño que conocí y aun no sabía lo que era soñar,
deseaba; imaginaba que era alguien que puede amar sin sentir culpa, y el dolor
infligido era parte de ese descubrimiento. Juraba con el pulgar sobre los
labios recogidos en el chasquido de un beso falso.
La soledad que espanta, como ausencia/presencia,
no está aquí y ahora. Pronto descubrimos que este es un recuerdo paradójico
e imposible del futuro. Villacís lo dice con toda la fuerza posible:
…
soy yo más adelante …
El personaje se ve en el
futuro como alguien parecido al niño que conocí y aún no
sabía lo que era soñar. Ruptura temporal que permite
descubrir que el hombre que respira en la oscuridad no es
otro que el personaje, aquel que está sumergido en su sueño
de zinc.