Segunda parte. Centrífugo/centrípeto.
Si hay una característica de la
cultura Pasto que Galo Román resalta, una y otra vez,son las tensiones con el mundo
exterior, que finalmente terminarán por destruirla al no aceptar su forma de
vida. Considerado como behetrías, pueblos sin cacicazgo, se colocan de espaldas
a las formas de poder preincásicas, incásicas y españolas, en la medida en que
insisten en su forma de vida igualitaria.
Parecería que al ser una behetría
estaría en un estadio inferior de desarrollo: “ni siquiera tienen un gobierno
unificado.” Entonces tenemos una tensión constante entre las necesidades de
mantener unidad a la comunidad y las condiciones de reproducción que le imponen
una lógica centralizada, de competencia entre caciques.
“¿Por
qué incas y españoles coinciden en denigrar de tal forma a los Pastos? Espinosa
Soriano nos propone una buena respuesta: fueron considerados behetrías. La idea
de behetrías, como nos prueba Espinosa, era un concepto estrictamente político,
se refiere a “pueblos o ayllus que no tenían un soberano y ni siquiera un
capaccuraca a quien acatar” . Ese era el sentido que los españoles de la época
usaron para referirse a esos pueblos. Robledo lo señala en 1542: la gente de
“las behetrías tienen poco respeto a los caciques y señores.” (18)
Al estar menos centralizados se
afectaba su capacidad de negociar los intercambios con los otros señores
étnicos, más aún viviendo en un ecosistema frágil:
“Los cacicazgos pastos lucían menos centralizados que los de la
sierra sur, es decir, los señores étnicos no tenían la suficiente autoridad
sobre sus pueblos y sobre los especialistas del intercambio, los mindalaes…” (17)
Curiosamente
ese mismo proceso conduce a la mantención de las estructuras igualitarias, como
si los pastos quisieran reafirmar su condición de “behetrías” a pesar de las
consecuencias negativas que se derivaban de ello:
“Las condiciones
desventajosas de los pastos, tanto aquellas estructurales de la producción,
como las relaciones asimétricas que deben aceptar frente a los señoríos
vecinos, produjo un proceso que tendió a la disminución de las diferencias, a
una sociedad más igualitaria, a una behetría en el sentido español, en el que
los jefes cambiaban, tenían menor poder, y la sociedad los había reabsorbido
con mucha fuerza.” (20)
Las
fuerzas centrífugas tienden a despedazar su cultura, no solo desde fuera sino
desde dentro. Están atravesados por corrientes centrífugas y centrípetas, que
finalmente no logran una resolución adecuada:
“Los
señores redistribuidores Pastos no habían logrado monopolizar los intercambios,
ni eliminar la competencia de los mindalaes. Varios señores, incluidas pequeñas
parcialidades, tenían mindalaes, mostrándonos un sistema de poder altamente
descentralizado.”(20)
Para continuar nuestra
aproximación a la estética de los pastos, habría que insistir que ciertos
elementos cosmogónicos se encuentras presentes, que le dotan de una estructura
de base. Sin embargo, más allá de estas afirmaciones válidas sobre su
iconografía, creo que en su arte hay muchas más elementos que provienen no solo
de su mitología, sino de las condiciones efectivas de su forma de vida:
“Estos
tres mundos, que conforman una típica tripartición andina, servían al parecer,
para diversas concepciones, desde aquellas más generales y abstractas, las
ligadas a la organización de la vida o la muerte, e incluso para organizar la
vida cotidiana. Sin lugar a dudas, se trata de una herencia claramente
panandina.” (33)
No será difícil encontrar
en su cerámica una clara expresión de las fuerzas centrípetas y centrífugas,
tanto interiores como exteriores, que atravesaron a la cultura Pasto. Cierto
que hay un centro, unas jerarquías, una tripartición del mundo. Pero con igual
fuerza se puede afirmar que estas jerarquías, este orden del mundo, están en
permanente riesgo, que muestra su enorme fragilidad. Todo esto, a su vez, se
trasmite a las formas.
Hay en la cerámica pasto
un constante recurrir al privilegio de la centralidad, desde donde todo se
organiza; las formas se desprenden de él,
los círculos concéntricos avanzan siguiendo su núcleo, las simetrías se
desprenden “naturalmente” de su origen; y, se podría decir, el mundo natural y
social están en orden:
Si recorremos la
cerámica pasto nos encontraremos con innumerables ejemplos de cómo este centro
armónico es cuestionado desde dentro. Hay un centro pero si miramos dentro de
él, vemos que está lejos de ser una unidad armónica, como un círculo blanco o
negro. Ha adquirido una característica casi fractal: si entramos dentro de las
figuras, nos topamos con otras estructuras que reproducen lo que hay afuera.
Hipotéticamente si aisláramos una de estas figuras metidas en el centro,
veríamos dentro de ellas otras formas similares y así hasta el infinito:
Más aún, el centro del mundo se vuelve virtual; está allí
no por sí mismo, sino por una serie de estrategias geométricas que la colocan
allí, aunque ha dejado de tener el predominio que se ven en otros platos. Pareciera
como si los pastos dijeran: tiene que haber un centro del mundo, más como un
postulado que como una realidad.
Ese centro que queda formado por un cruce de caminos, por
los animales que en movimiento lo dibujan, por los círculos concéntricos en el
exterior que recuedan al círculo central. El centro del mundo apenas si es un
simulacro:
Un centro problemático que hasta puede estallar en dos,
unidos por una ese que los engloba; que queda atrapado por fuerzas centrífugas
exteriores y que a pesar de la simetría, su unidad queda cuestionada. Los arcos
laterales casi son el triunfo de las fuerzas centrífugas, de esas que llevan a
la sociedad pasto hacia fuera, hacia su disolución:
Hay momento en que la crisis de lo centrípeto, de la
unidad del mundo y la cultura pastos, lleg a tal extremo que lo exterior
penetra en el interior, que estas extrañas figuras, que estos seres alocados,
se meten en el núcleo central y lo absorben. Unas extranas “x” pululan por todo
el plato, acelerando el movimiento.
Las figuras giran enloquecidas una detrás de la otra,
están a punto de romper el equilibrio y escapar por la tangente, destruyendo el
plato, quebrando los círculos concéntricos que todavía les detienen. Un pájaro
que no se detiene representan el movimiento perpetuo exigido para mantenerse
como lo que son, para preservar su realidad.
Anuncio permanente de una forma de vida frágil: la batalla
interminable por la igualdad, por la armonía imposible, que siempre está a
punto de quebrarse; la lucha incansable entre el mundo exterior que penetra y
destruye con su lógica de poder y el mundo interior que quiere preservarse:
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