Una máquina abstracta, como cualquier otra, es
la concreción de un nivel de conocimiento y tecnología que la humanidad ha
alcanzado en un momento dado, y esto es lo específicamente humano, porque solo
nosotros producimos máquinas.
Sin embargo este nuevo tipo de máquinas son
radicalmente diferentes, porque son recursivas: se vuelven hacia ellas mismas,
devoran su origen, se comportan como uroboros. Así como algunas máquinas
devoran hierro, aluminio, petróleo, estas tienen como “materia prima” el
intelecto general. Producidas por el intelecto general son, ahora, productoras
del intelecto general.
Este es su segundo nivel de abstracción, en
donde el primero se refería a la enajenación que sufren los nuevos proletarios
respecto de sus productos.
Mucho del debate sobre este tema se centra el
aquello que se conoce como capitalismo cognitivo que, en sus versiones más
desarrolladas, postulan que ha habido un cambio sustancial en las leyes del
capitalismo, que se ha trasladado del trabajo material al trabajo inmaterial y que
los productos son ante todo simbólicos.
Aunque no es este lugar para dar una discusión
técnica, afirmaré que el trabajo de las máquinas abstractas con el intelecto
general se aproxima al capitalismo puro, a la explicitación desnuda de los
mecanismos de explotación del capital, que luego de haberse globalizado, invade
los espacios del conocimiento, de la conciencia, de la imaginación.
Precisamente en esos debates se pasa muy rápido
sobre el tema de qué sea el intelecto general, en primero lugar, y luego en qué
consiste el trabajo que se realiza sobre este y sus productos. Así que en vez
de lanzarnos al terreno de la polémica sobre el trabajo inmaterial, resulta
pertinente interrogarse por el significado del intelecto general en la época
del capitalismo tardío y puro.
Sin lugar a dudas el lugar en donde mejor se
encuentra desarrollado el tema del intelecto general es en Averroes. (Cabría
preguntarse por qué vías llega este término a Marx que, ciertamente, no lo
vuelve a usar después de los Grundrisse,
como un concepto nuclear en su teoría madura del capital).
Las máquinas abstractas trabajan con el
intelecto general; esto es, se alimentan de la imaginación. Es el orden
imaginario el primero que penetra y es devorado, para dar como resultado unas
determinadas imágenes del mundo, que las usamos como conceptos que nos permiten
interpretarlo.
E imágenes que se parten en una doble
dirección: los aspectos estrictamente representacionales del mundo, que nunca
son simplemente miméticos sino que siempre se desplazan metonímicamente
respecto de lo real. Y aquellos otros elementos de la “potencia pura”, de la
capacidad de ir más allá de lo real, de abrirse a otros mundos que no están
presentes todavía o que no lo estarán jamás.
Este trabajo con las imágenes, los fantasmas
que conforman el intelecto general, le confieren el carácter de máquinas
estéticas, porque redefinen a fondo las sensaciones, la sensibilidad y, especialmente,
el orden imaginario.
No tenemos por qué supone, quizás demasiado
rápidamente, que este orden imaginario es una especie de nebulosa imprecisa
flotando sobre la conciencia de los individuos. Por el contrario, a cada paso
se indexa, se concretiza para tornarse este plano imaginario plenamente visible
–como el caso de los videojuegos- Más aún aquí es donde se libra la batalla por
la apropiación por parte del capital para convertir al intelecto general en una
mera mercancía más como parte de la lógica del valor, o la posibilidad de imaginar
otro futuro posible; esto es, la capacidad emancipadora de lo imaginario.
Coccia,
Emanuele. Filosofía de la imaginación. Averroes y el averroismo.
Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2007.
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