Comencemos con una cita de
Lipovetsky, El imperio de lo efímero:
“Explosión de la moda: ya no tiene epicentro, ha dejado de ser privilegio de
una elite social, todas las clases son arrastradas por la ebriedad del cambio y
las fiebres del momento; tanto la infraestructura como la superestructura se
han sometido, si bien en diverso grado, al reino de la moda. Es la época de la moda plena y de la expansión de su
proceso a ámbitos cada vez más amplios de la vida colectiva. No es tanto un
sector específico y periférico como una forma general que actúa en todo lo
social.”(175)
Un poco más adelante llamará a
este fenómeno: la forma moda. Esta se
convierte en la forma general que atraviesa todos los mundos, reales y
virtuales, efectivos e imaginarios. La realización de la moda a su máximo nivel
no deja lugar alguno que se le escape, lo invade todo, lo penetra todo.
Más aún, la vida social adquiere
las características de la moda; se vuelve como ella, efímera, seductora,
diferenciadora marginal, tal como veremos más adelante. Si se hiciera la
pregunta: ¿cómo es el mundo ahora?, bastaría con responder: Mire usted la moda.
Allí están contenidas las tendencias generales del mundo actual.
Vivimos en el reinado de la moda.
Su expansión a los más diversos ámbitos sería la moda plena. Es un gesto
imperialista que impone su lógica a lo largo y ancho del planeta. Inclusivo las
subjetividades se ven penetradas por su dinámica imparable: la manera cómo
construimos nuestra individualidad también está sometida a la forma moda. Allí tenemos,
por ejemplo, los libros de autoayuda con toda su ideología que sirven de base
para la construcción de un discurso y unas imágenes acerca de nosotros mismos.
Como diría Guy Debord es el
triunfo de la sociedad del espectáculo, porque la forma moda es, ante todo, comunicación
publicitaria, en donde priman el “entusiasmo” y la “seducción.”(176) El
privilegio del espectáculo es la predominio de la moda espectacular, porque los
dos momentos se han fusionado y terminan por mostrarse como indisolubles.
Así como hablamos de la forma
moda, habría que mencionar constantemente: forma- espectáculo-moda y esta como
la matriz general de lo social. Y de lo político, tal como lo vemos en
cualquier elección actual, en donde los candidatos se ponen de moda, a través
de crear una imagen que se vende y que se confronta con otras imágenes. Triunfa
el que logra apropiarse de los espacios públicos, que están dominados por la
lógica de publicidad.
La desaparición de las
ideologías, la clausura de los “grandes referentes proféticos”, daría paso a
una sociedad que ha dejado de lado la “perspectiva subversivo-radical” y que
toma la democracia para llevarla a un nuevo nivel. Vale leer este razonamiento
directamente en Lipovetsky:
“La moda plena no supone la desaparición
de los contenidos sociales y políticos a favor de una pura gratuidad esnob, formalista, sin carga histórica.
Supone una nueva aproximación a los ideales, una reconstrucción de los valores
democráticos y, de paso, una aceleración de las transformaciones históricas y
una mayor apertura colectiva al desafío del futuro, aunque sea desde las
delicias del presente.”(176)
No se trata tanto de cuestionar
esta ambigüedad que puebla el libro de Lipovetsky, porque a continuación de lo
que he citado, sigue una larga demostración de los efectos perversos de la moda
sometida al consumo salvaje, en donde el diseño tendrá un papel clave. Por el
contrario, conviene llevar más lejos la tensión manifiesta entre los efectos
nocivos de ese consumo desenfrenado de la forma moda y la apertura democrática
que contendría, hasta ubicar el lugar en el que efectivamente se podrían
encontrar.
¿En qué sitio, en que tiempo, a
través de qué procesos, la forma moda desemboca en la forma democracia y se
identifica plenamente con ella? Por ahora, solo aparece como un postulado –que considero
válido- pero sin suficiente demostración.
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