El privilegio de las imágenes –y de
los estudios visuales en sentido amplio- en nuestra época tiene que entenderse,
ante todo, como el predominio de las imágenes
tecnológicas. Ciertamente que toda imagen, desde sus inicios en el arte
rupestre, significa la introducción de algún tipo de tecnología, sin embargo en
nuestra época se ha producido una integración plena entre técnica e imagen.
A tal extremo que podemos
caracterizar la época entera en la que vivimos como la época del mundo como imagen. En el momento tecnológico de la
imagen. Esta última llega a su plena realización, en la medida en que penetra
en todas las esferas de la vida además de volverse completamente transportable.
En diversos enfoques –Flusser,
Derrida, Debord- la época del mundo como imagen se presenta en contraposición
con la escritura, la lectura, la representación y otros aspectos de la
sensibilidad, como la audición.
En este caso, estamos sosteniendo
una redefinición de esta perspectiva. Por el contrario, la pregunta que cabe
hacerse es: ¿cómo se redefinen y se re-integran los otros aspectos dentro de
este privilegio de la imagen? No se trata, por lo tanto, de la desaparición de
la escritura, la lectura, el sonido, sino de sus transformaciones para adecuarse
a estas nuevas condiciones de producción y significación, y del modo cómo se
incorporan a este nuevo régimen de la sensibilidad.
Digamos, como punto de partida, que
hay una escritura y una lectura que se corresponden con la época del mundo como
imagen. Sería suficiente pensar en los mensajes de texto que se realizan a
través de los celulares y del modo cómo estos definen los procesos de comunicación
y las subjetividades. Nos permiten mantenernos comunicados de modo casi
permanente pero al precio de una brutal economía del lenguaje. Ya no se
escriben largas cartas de amor ridículas como diría Pessoa, sino breves y
relampagueantes mensajes de texto para expresar lo que sentimos. (Esto de ninguna
manera implica una visión negativa de los nuevos fenómenos. Una valoración mucho
más precisa hace falta para tener un criterio apropiado.)
La situación de la relación del
sonido con la imagen es completamente diferente. Nos parece que el sonido es
tan omnipresente que no somos concientes del efecto radical que tiene. Hasta se
podría decir que es una época auditiva, solo que el oído es el más abstracto de
los sentidos y tiende a desaparecer absorbida por el imperialismo de la imagen.
Fenómenos como el video-clip
condujeron a la integración plena de imagen y sonido, cuya preparación venía
dada tanto por el cine como por la televisión. Experiencias como las de
Youtube, Vimeo y otras, llevan a la vida diaria esa penetración completa del
sonido en la imagen.
Dos ejemplos extremos muestran el
efecto tanto de la penetración del sonido en la imagen como de su ausencia. En
el primer caso, la obra con música Phillip Glass, Koyaanisqatsi, dirigida por Godfrey Reggio–y
la trilogía completa- es una de las mejores experiencias para mostrar cómo el
sonido conduce a la imagen, en una persecución incesante.
En el segundo caso se trata de un
experimento que cualquier puede realizar: un partido de fútbol –o de cualquier
deporte- que pasan por la televisión y que lo vemos sin sonido. Se produce una
experiencia extraña, un efecto de irrealidad que penetra en lo que estamos
mirando. Lo más probable es que se deje mirar el partido, porque resulta
insoportable. Únicamente el sonido hace posible mirar.
La situación inversa también se
da, aunque no con igual fuerza. Escuchamos música sin imágenes, pero cada vez
el grado de asociación entre una y otra se vuelve una constante cultural. Los
medios digitales han sido en gran medida los responsables de este tipo de
cambios.
Una situación similar emerge de los
debates en torno a la representación. La posmodernidad se postuló a sí misma
como expresiva y combatió duramente a las formas de representación. El equívoco
provocado aquí tiene que ver con la no distinción entre los procesos de representación
de la modernidad y los modos de representación generales, que no se reducen a
esta particular época de la humanidad.
Esta es una discusión que debería
enfrentar a fondo y con el máximo de detalle posible: la representación en la
época del mundo como imagen; esta última redefine este campo, de tal modo que
deberíamos hablar de los regímenes de representación derivados del predominio
de la imagen, así como hemos dicho respecto de la lectura o la escritura. En
realidad no se escribe menos sino se escribe más, no se publica menos sino se
publica más; de aquí la explosión de ediciones digitales, de ventas de ebooks y
la consiguiente guerra de lectores.
Por otra parte, la tesis de
Flusser que sostiene que la escritura tiene que ver la historicidad y la concepción
lineal del mundo, dada su diacronicidad, mientras que la imagen escaparía a la
historia y sería la extensión moderna de los pueblos sin historia. La imagen
habría convertido a nuestra civilización es una sin historia.
Nuevamente la cuestión aquí radica
en que hay una persistencia de lo diacrónico y lo sincrónico, aunque la
visibilidad de uno se haya superpuesto sobre el otro. Quizás vivimos antes que nada
en la presencia omnímoda del presente, que oculta la historicidad de nuestro
tiempo, provocada por el cierre del futuro, por la clausura del porvenir, como
si el mundo se estuviera marchando en su propio terreno, moviéndose sin
avanzar.
Lo que no significa que la
historicidad de nuestro tiempo haya desaparecido, sino que se ha ocultado. Hace
falta, entonces, encontrar el hilo del devenir temporal dentro de la sincronía de
la imagen; o, si se prefiere, que la imagen representa, en gran parte, el lugar
en donde se juega el porvenir de la ilusión. (Sean Cubitt)
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