La dialéctica no se encuentra solo en el pensamiento marxista; está
desperdigada en diferentes autores, tendencias, filósofos como Deleuze o
Wittgenstein. Esta pluralidad le lleva a Jameson a afirmar que hay una
pluralidad de dialécticas locales frente a una dialéctica general y
sistemática. La primera gran consecuencia de esta pluralidad es que se renuncia
a unificar el mundo en una totalidad, en una gran teoría del todo, gobernada
por una sola lógica de un gran alcance.
Una de esas lógicas locales que atraviesa prácticamente al conjunto de
ciencias sociales y humanas es la de las oposiciones binarias, tan típicas del
estructuralismo. Sin embargo, la dialéctica, aun reconociendo el papel de los
opuestos, se niega a encasillarse en estos pares conflictivos.
Si se piensa, por ejemplo, en la propuesta lacaniana que se inicia en
ese dualismo paradigmático de lo imaginario, con el estadio del espejo, pero
que únicamente significa el punto de partida, porque pronto exige la entrada
del orden simbólico. Y cuando tenemos ese par de imaginario y simbólico, se
tiene que incluir a lo real como un tercer elementos clave. Incluso se podría
señalar un cuarto componente llamado sinthome.
Por mi parte, puedo señalar la semiótica de Hjelmslev que va más alá de la lógica binaria o de las
tríadas y se asienta de ello en una cuatriparticiòn de su campo: forma de la
expresión, forma del contenido, substancia de la expresión y substancia del
contenido.
Siguiendo con la crítica a la lógica binaria de los opuestos que
terminarían por encontrar su síntesis en un tercer elemento que los superaría,
Jameson discute la unión de los opuestos, un dogma tan querido por la
dialéctica del marxismo vulgar.
No hay unidad de los opuestos, porque en cada uno de ellos hay
elementos irreductibles respecto del otro, que rebasan la accesibilidad de los
opuestos entre sí; esto es, claramente, una inconmensurabilidad, que impide que
el otro sea asimilado:
“Todavía más este exceso o esta misma inasimilibilidad constituye la dialéctica –entre lo
dialectizable y lo no dialectizable-, que potencialmente renueva la dinámica de
los procesos y abre la posibilidad, a su vez,
de un nueva agrandada dialéctica, el reloj de la temporalidad dialéctica
una vez más comienza a marchar.” (26)
Aquí se podría colocar el diálogo que lleva a cabo con Derrida y su utilización
de la deconstrucción, en la medida en que esta saca a la luz los procesos que
no son dialécticos ni dialectizables. Por eso, la deconstrucción se enfrenta
con la dialéctica vulgar, con el marxismo congelado, para mostrar que ha dejado
de ir hacia algún lugar y que ha perdido su capacidad analítica:
“Uno de los resultados así devorados y desentrañados es por supuesto
la misma dialéctica, detenida por mucho tiempo, y que llega a ser otra
ideología por derecho propio, y todavía más objeto de deconstrucción.” (27)
La deconstrucción de convierte en un compañero de viaje de la
dialéctica, porque le permite ubicar aquellos que se le escapan, que no tienen
otro resultado que el mostrar la lógica de un funcionamiento repetitivo. Jameson
termina por encontrar entre la deconstrucción y la dialéctica un parecido, un
aire de familia como diría Wittgenstein.
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